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lunes, 28 de marzo de 2022

GATOS AND NARRADORES, POETAS Y FILÓSOFOS. PARA UNA TEORIA DE LA META-GATO-FÍSICA, POR TOMÁS MORENO FERNÁNDEZ

 Para la sección Microensayos, del blog Ancile, que completa nuestro querido colaborador, filósofo y amigo, Tomás Moreno Fernández, traemos un nuevo post que sin duda hará las delicias no sólo de los interesados en la disciplina filosófica, también a los amantes de los felinos, que verán en esta y otras posteriores entregas, un fondo de saber y curiosidades sobre los gatos y sus enamorados seguidores información del todo harto interesante y plena de peculiaridades que ilustrarán con grato y avisado conocimiento sobre el mundo de los felinos y el mundo del saber filosófico, artístico, literario y poético, y todo bajo el título: Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física



GATOS  AND NARRADORES, POETAS Y  FILÓSOFOS. 

 PARA UNA TEORIA DE LA META-GATO-FÍSICA



Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández




                       

            Se moquer de la philosophie c’est vraiment philosopher  (Pascal, Pensamientos)

 

 I. Muy pocos dudan de que en el zoo literario-filosófico  perros y gatos han alcanzado incuestionable protagonismo desde el origen mismo del orto literario occidental, por su vínculo afectivo y sentimental con los humanos. Desde la Antigüedad se utilizaron los animales como protagonistas de relatos y cuentos con una intencionalidad parenética, exhortativa y moralmente edificante. Fábulas, parábolas, apólogos, alegorías pertenecen a las clases más corrientes de ese género literario de breve expresión literario-moralista. Todas ellas se distinguen entre sí, pero suelen  a veces confundirse. Pero es en la fábula, narración de acontecimientos ficticios con la intención de presentar enseñanzas morales, verdades útiles, en donde hay una  referencia específica  a alguna historia entre animales (a veces, incluso plantas o seres inanimados) con una moraleja explicita. Las Fábulas de Hesíodo (VIII a. d J. C.), las del poeta lírico  Arquíloco (VII aC) o sobre todo las de Esopo (Vi aC.) son relatos y cuentos edificantes protagonizados por animales. En el Renacimiento Leonardo da Vinci, por ejemplo, compondrá un  libro de fábulas. Más tarde, ya en la época ilustrada, esas fábulas o historias inventadas con moraleja, lecciones o enseñanzas morales serán continuadas por escritores como el francés Jean de La Fontaine, y por los españoles Tomás de Iriarte con sus Fabulas literarias y Félix María Samaniego con sus apólogos y cuentos, entre otros muchos.

            Más recientemente los escritores y pensadores se han servido también de los animales para la caracterización de cualidades y defectos de los seres humanos, a los que atribuir los caracteres positivos o negativos, virtudes y vicios  que cada  época ha visto simbolizados o representados por ellos: la crueldad y la compasión, la brutalidad y la mansedumbre, la fortaleza y la debilidad, la humildad y el orgullo, la templanza y la voracidad, la limpieza y la suciedad, la astucia y la estupidez, la lealtad y la deslealtad, la castidad y la lascivia, la laboriosidad y la indolencia, la obediencia y la rebeldía. Los ha antropomorfizado tanto o más que los fabulistas clásicos, bien para exaltarlos como paradigmas de virtud a imitar o bien para demonizarlos y estigmatizarlos como seres despreciables, merecedores de nuestra repulsa y exclusión del espacio humano.

            No son, sin embargo, perros y gatos los únicos elegidos como motivo de su interés o reflexión, abundan otras parejas de animales objeto de su atención, domésticos (de compañía, auxiliares y, de cría) o salvajes: burritos y asnos (Juan Ramón Jiménez y Maquiavelo), cigarras y hormigas (Esopo y Hobbes), abejas y  arañas (Mandeville, Fourier, Marx, Rilke y Plutarco o Francis Bacon), mariposas y pájaros (Hegel, Fourier y Aristófanes), lobos y corderos (Hobbes y Unamuno) moscas e insectos (Machado, Monterroso y Kafka o Miguel D’Ors), zorros y leones (Maquiavelo, Isaiah Berlin), ranas y ratones (Seudo-Homero y Esopo ) palomas y serpientes (Platón, san Agustín y Nietzsche), gallos y águilas (Sócrates y Nietzsche), lechuzas y la golondrinas (Hegel y Bécquer). Alguna de ellas ha servido, en distintas ocasiones y épocas, a escritores, poetas, científicos y filósofos para simbolizar ---desde la observación de su  imagen o conducta--- dimensiones profundas del ser humano y de sus formas de organización social: colectivistas (colmena, hormiguero) o en distinto grado anarquistas o libertarias (del griego  “an”, que significa  “no”, “sin” y de la raíz “ârkhe”,  que significa “origen”, “principio”, “poder”, “carente de fundamento”).

Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández            Pero lo cierto es que esa pareja, de canes y felinos,  es la que concita más presencia en la literatura, la poesía y el pensamiento de  todas las épocas. Fijémonos, por ejemplo, en los perros. Ya en la Odisea, canto XVII,  nos conmueve la escena en que  Odiseo regresa disfrazado de anciano mendigo a su casa, después de un largo y proceloso periplo viajero, tras veinte años de ausencia.  A duras penas puede esconder sus lágrimas al ver levantarse a su viejo perro galgo, Argos, de la pila de cieno sobre la que yacía, acercársele solícito y comprobar que es el único que lo reconoce entre todos los huéspedes del palacio. El héroe al verlo de reojo trata de proseguir su camino. Argos muere a los pies de su amo, después de haberle hecho con la cola un débil y conmovedor saludo, como símbolo de absoluta lealtad y felicidad por su rencuentro. Odiseo enjuga una lágrima y trata de ocultarle a Eumeo, su acompañante, su fuerte emoción. Los filósofos cínicos (de Kynós, perro) elevaron al perro a la categoría de animal filosófico; asumieron incluso el nombre de los canes para denominar su movimiento filosófico y su actitud vital (Carlos Garcia Gual, La secta del perro, Alianza, Madrid, 1987). Platón situó en su República (II)  a los “perros guardianes” al nivel del thymós (alma irascible o afectiva, alojada en el corazón), intermediario entre la cabeza (la razón) y el vientre (los instintos).

            Sabemos cómo los perros han tenido amigos y admiradores tan prestigiosos como Cervantes, quien les dedicará una de sus Novelas ejemplares más conocida, El coloquio de los perros: Cipión y Berganza. Y, por supuesto, Schopenhauer que llegó a decir de ellos que  “si no hubiese perros no querría vivir”. El nombre de su caniche Atma alude al vocablo sánscrito que los brahmanes dan al alma del mundo, al que adoptó en 1840. Tras su muerte, acogió a otro caniche, Butz.  El éxito de su filosofía en Frankfurt, donde vivía, indujo a muchos conciudadanos a comprarse caniches como animales de compañía, para homenajear así al filósofo del pesimismo. Para terminar con Albert Einstein, que, como expresión de su estima, puso a su perro el nombre de “Chico” en honor al menor de los hermanos Marx.

            Según Armelle Le Bras Chopard (El zoo de los filósofos, Taurus, Madrid, 2003, pp. 130-135), su representación desde la más remota Antigüedad es dual, ambivalente y evolutiva: en su conducta puede presentar determinadas distorsiones. En el sentir del Platón de República  los perros presentan, en efecto, ese doble carácter de ser “la cosa más dulce para la gente de la casa” y lo contrario para aquellos a los que no conocen”. A la vez, “dulce para con los suyos y rudo para con los enemigos”. Antístenes, filósofo estoico griego, llegó a escribir un tratado alegórico y ético titulado “Sobre el perro”. Para los cínicos, en realidad, la imagen de de la raza canina, como por otra parte la de la animalidad en general, se sintetizaba en un forma de vida salvaje opuesta a la forma de vida urbana y civilizada oficial de Atenas: “Comer crudo, abolir la prohibición del incesto y reivindicar el endocanibalismo”, en expresión de M. Detienne (Dyonisios mis a mort, París, Gallimard, 1980, p. 154). Dejando aparte sus rasgos conductuales y circunstanciales más “agresivos”, el perro ha sido caracterizado por su fidelidad y lealtad hacia el hombre, su amo; “de gran corazón, afectuosos y cariñosos”, según Aristóteles; amigable, en general con el hombre y con un gran y definitivo apego afectivo hacia su amo.

 

II. Pero son los gatos los que ahora nos interesan. Escritores y poetas de fama han mostrado cierta predilección por los gatos especialmente por su, digamos, “interés filosófico”. En el caso de los gatos, su carácter solitario, individualista, libre e independiente, los hacen el animal perfecto para convivir con un escritor, poeta o pensador. Es cierto que, como animal de compañía “para acariciar”,  el gato es una invención relativamente reciente, y que su papel de ”predador de ratas” ha pasado a segundo plano.  Nos recuerda Armelle Le Bras (op. cit., p. 135) que si en Egipto era un genio tutelar, en Grecia no era apreciado y raramente se le apreciaba en los textos. Aristóteles lo situaba entre los animales salvajes. Las excavaciones arqueológicas atestiguan que, hasta el siglo XI, en Occidente era rara su presencia en la vida cotidiana

En la antigua China eran símbolo de sabiduría y serenidad con inteligencia. A lo largo del Medievo es el “cazador de ratones” encargado de eliminar al Rattus rattus, considerado responsable de la peste. La Iglesia, se encargará, por otra parte, de demonizar a este animal, como una de las metamorfosis preferidas del diablo o de las brujas. Durante la época ilustrada, la agronomía pondera su gran utilidad
para el campo (Rozier), aunque se le considere un “doméstico infiel” (Buffon), molesto y ruidoso, tanto que gran Isaac Newton tuvo que inventar la gatera o pequeña puerta para la entrada y salida de los gatos para que no lo interrumpieran en sus estudios y experimentos científicos con sus maullidos de reclamo. Misteriosos, enigmáticos, calmados, estoicos e indiferentes frente al medio, autónomos e independientes parecen actuar exclusivamente por su propio interés. Su egocentrismo los convertirá en un símbolo del narcisismo humano. Para Sigmund Freud “forman parte de esos animales a los que parece que no les importamos (Introducción al narcisismo y otros ensayos, Alianza, Madrid, 1977).

             Entre los rasgos que se les atribuyen la literatura felina destaca su “malignidad innata”, su falsedad de carácter y perversidad destructiva, además de una lubricidad o lascivia ---más acentuada en la gata (Aristóteles)--- que se ha instalado en el imaginario Occidental de manera indeleble. La demonización y feminización de su sexualidad explica que, como ya anotamos, se le asocie sistemáticamente a la brujería y a lo demoníaco.  Por una serie de causas variadas, en las que no podemos entrar ahora, la reputación del gato, empezará a cambiar e incluso a invertirse a partir de los siglos XVII y XVIII, en los que el minino inicia su ascensión de los infiernos. “Pero”, como nos advierte Armelle Le Bras-Chopard (op. cit. p. 138), “la vida de los clichés fijados en el vocabulario es larga. Las palabras gato, gata, minino […] tienen desde hace siglos un sentido obsceno. Y como la parte designa el todo, los vínculos ente la mujer y el gato siguen siendo estrechos”.

Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández
            Vayamos ahora, con sus defensores o fans ---que ha tenido desde antiguo y los tiene sin dudad alguna hoy día--- con fidelidad a toda prueba. Esopo (VII-VI aC.) singularmente dedicó a los gatos varias de sus clásicas fábulas, “El gato y el ratón viejo”, “La zorra y el gato” “El cascabel del gato”. El gran artista Leonardo de Vinci dijo en una ocasión que “el más pequeño gato es una obra maestra”. Lope de Vega dedicó a los gatos, La Gatomaquia, un poema épico-burlesco, en 1634, en 2.500 versos bajo el seudónimo de Tomé de Burguillos sobre los amores entre Zapaquilda y Micifuf, con final feliz. Charles Perrualt les distinguirá con uno de sus más famosos cuentos,  El gato con botas (1695). Edgard Allan Poe se inspiró en ellos para escribir su obra El gato negro (1843), uno de sus mejores cuentos de terror. La francesa Gabrielle Colette luchó para defender los gatos de Chartreux en peligro de extinción y escribió La Chatte, en 1933,  una novela breve para narrar un peculiar conflicto entre el amor humano y el felino, y Gigi and the Cat (1945) un relato autobiográfico sobre su infancia. De igual manera, la novelista estadounidense Patricia Highsmith relatará en “La mayor presa de Ming” (1979) cómo un pequeño gato siamés interfiere en la relación entre su dueña, Elaine, y su amante, para vengarse, tratando así de enfatizar  su capacidad emocional y sentimental, aparentemente ausente en los miembros de su especie. Doris Lessing, la escritora británica autora de El cuaderno dorado (1962), que creció en una granja africana, acostumbrada a felinos grandes y pequeños, salvajes y domesticados, también escribió una  especie de autobiografía de uno de sus gatos favoritos  titulada “La vejez de El Magnífico” en la que mostró sus simpatías y sensibilidad hacia su mascota. Lewis Carroll, en “Alicia en el país de las maravillas” (1965), creó la figura de el Gato de Cheshire el sarcástico e ingenioso guía de Alicia, racional, sensato y razonable que pone orden y coherencia en el caos existente a su alrededor. Charles Bukowski dedicó un poema a su mascota felino, confesando su admiración: “caminan con una dignidad sorprendente, pueden dormir veinte horas al día, sin duda y sin remordimiento: estas criaturas son mis profesoras”.  William S. Burrougs, el novelista de la generación Beat, vagabundo, drogadicto y alucinado, mostrará   en su “Gato encerrado” su identificación con el gato ---solitario,  deseoso de refugio, insobornable-- para destacar que, en el fondo, los gatos son seres interesados, egoístas y utilitarios: “como todas las criaturas puras, los gatos son prácticos”, lo cual, en su sentir, no es un reproche sino un elogio. También Julio Cortázar amaba  a sus gatos (Clac, Flanelle y Polanco) con pasión. Fue  Calac, el elegido de ellos, merecedor de una profunda reflexión en la que llegó a  confesar que era su mejor “alter ego” (“El agua entre los dedos”, de Salvo el crepúsculo, Alfaguara, Buenos Aires, 1996). Además de mencionar a los gatos en varias de sus obras (“Rayuela”, y sobre todo en “La vuelta al día en ochenta mundos”) permitió que en su vida íntima y cotidiana los gatos aparecieran como si fueran íntimos amigos, como consta en numerosas fotografías.

Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández            Otros muchos escritores de renombre, sin llegar a escribir obras literarias, ensayos o poemas, sobre los felinos caseros, sí que mostraron sin reservas su admiración y su sincero amor por ellos, de la manera más incuestionable: compartiendo su existencia en su propio hogar. Así, por ejemplo, las hermanas Charlotte y Emily Brontë convivieron un significativo espacio de tiempo  con un gato llamado Tiger, que jugaba con el pie de Emily mientras ella escribía sus relatos. Mark Twain comentó sobre los gatitos que si se cruzaban gatos con personas, sin duda mejoraría la especie humana, pero empeoraría la de los gatos. Theóphile Gautier, declarará que el gato “se convierte en compañero de tus horas de soledad, melancolía y pesar. Permanece veladas enteras en tus rodillas, ronroneando satisfecho, feliz por hallarse contigo, y prescinde de la compañía de animales de su propia especie. Los gatos se complacen en el silencio, el orden y la quietud, y ningún lugar les conviene mejor que el escritorio de un hombre de letras. Es una labor muy difícil de ganar el afecto de un gato; será tu amigo

si siente que eres digno de su amistad, pero no tu esclavo”.

            George Bernard Shaw Premio Nobel de Literatura en 1925 confesará que los gatos eran sus amigos. Hermann Hesse (Nobel de Literatura de 1946) convivía feliz con su gato Lowe, y en sus ratos libres jugaba con él, y al igual que el dramaturgo y narrador irlandés, se consideraba “amigo de los gatos”. El autor  de Un mundo feliz (1932), el escritor  británico Aldous Huxley, no solo adoraba a su gato “Limbo”, sino que recomendaba a un amigo aspirante al oficio literario la conveniencia de convivir con esos pequeños felinos: “Mi joven amigo […] si quieres ser un novelista psicológico y escribir sobre los seres humanos, la mejor cosa que puedes hacer es llevarte un par de gatos”. François Sagan, la novelista francesa de Bonjour, tristesse (1954), confesaba sentirse acompañada en su soledad por su gato Brahms y su gata Minou.

            Truman Capote, el autor de A sangre fría (1966) se pasaba la vida acompañado de sus dos gatos y un perro bulldog. Ernest Hemingway amaba tanto a los gatos que una periodista estadounidense escribió un libro sobre su relación con ellos Los gatos de Hemingway, en donde se le atribuye esta declaración: “Un gato es absolutamente honesto emocionalmente: los seres humanos, por una razón u otra, pueden ocultar sus sentimientos, pero un gato no lo hace”. Dos de los  grandes escritores estadounidenses de ciencia-ficción del siglo XX un filósofo y un verdadero poeta respectivamente, Philip K. Dick y Ray Bradbury, se mostraron firmes defensores de los gatos. El autor de  Fahrenheit 451 (1953) comentaba con frecuencia acerca de la capacidad creativa de su propio gato, “Willis”, y de los gatos en general y la conveniencia de imitarlos al respecto. En la lista de los escritores que no podían ni querían  vivir sin un gatito que les hiciera compañía,  debemos incluir a Gertrude Stein, André Gide,  Margueritte Duras, Alberto Moravia, y Murakami, García Márquez y José Donoso, entre muchos más, como iremos viendo. (Continuará).

 

Tomás Moreno Fernández




Gatos and narradores, poetas y filósofos, para una teoría meta-gato-física. Tomás Moreno Fernández


 

 

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