Para nuestra muy estimada y cada vez más reconocida y revisitada sección de métrica del blog Ancile, De la métrica celeste, traemos un nuevo post del poeta y profesor de métrica y retórica, muy querido amigo, Antonio Carvajal, quien nos habla de un poema de nuestro no menos estimado poeta y amigo Juan Ramón Torregrosa, intitulado Edad, que de seguro hará las delicias de sus lectores, tanto por la belleza e inteligente aviso de sus versos, como por los sabios y advertidos comentarios de Carvajal, y todo bajo el titular, Sigo en mis trece.
SIGO EN MIS TRECE
Querido Francisco Acuyo. Un día otro poeta y yo vimos
apagado nuestro fervor por un libro de poemas en prosa cuando el bando opositor
en el jurado que componíamos lanzó contra su tersura el escupitajo de “tópico”
porque en él se leía que la luz entraba por las ventanas. Pues no sé por dónde
querrán que entre luz en un cuarto cerrado si no es por el lugar por donde lo
hace el viento, esta materia invisible que sopla cuando quiere, nadie sabe de
dónde viene ni a dónde va y lleva en sus alas el color y el calor de la vida.
Deduje que la jóvena-ques-la-tal-queasí-hablaba ve el mundo por una windov pues
de nada me valía tratar de explicarle que el arte también consiste en
revitalizar el tópico vistiéndolo de hermosura y luz no usada con palabras
insufladas por nuestro latido personal. Y uno de los tópicos en métrica es la
falta de armonía del verso de trece sílabas, que asimismo llamarse puede trecesílabo.
No comparto tan manida opinión y menos cuando evoco canciones de sosegada
melancolía o dúos chispeantes de zarzuela sostenidos en este metro.
Debelador de unos tópicos y restaurador de otros, Juan
Ramón Torregrosa, amigo mío que piensa y obra por su cuenta, me ofrece este
poema
EDAD
El tiempo vuelve lentos nuestros pasos,
apacigua pasiones, calma los sentidos,
o tal vez las agudiza y los enardece.
El tiempo con el peso de los años
nos devuelve al territorio de la mirada,
los aromas, los sabores y dulce oído,
al recuerdo agridulce de pasados goces
y nunca al reino de la cálida caricia
frutal, sin cuidado de las horas que fluyen,
de la erosión constante de la edad.
cuyo cuarto
verso me trae a la memoria los de Jorge Manrique “todo se torna graveza /
cuando llega al arrabal / de senectud”: gravidez: pesantez: lentitud del verso
inicial de este poema, con cinco acentos, todos ellos en las sílabas pares, de
ahí su parsimonia, la sensación de paz reiterada como calma mientras el verso
se hace más matérico, de once sílabas pasa a trece, pierde fuerza (es
representación sonora de la graveza senil) al constar de solos cuatro acentos y
se hinche de sílabas y un silencio medial lo dilata; su reverso es el verso
siguiente, velocísimo, sugeridor del dinamismo extremo de la ira del viejo impotente,
que emite el estertor postrero de un caduco león, llorado por Rubén Darío. Pasan
los desgastes del tiempo de Góngora a
Torregrosa y “las horas que limando
están los días, / los días que royendo están los años” se nos acumulan y nos
pesan y, si nos privan de sensaciones gustosas de lo tangible, nos sensibilizan
extremamente, nos enclavan por Yepes en la noche pasiva del sentido mientras
los sonidos y los perfumes y los colores
giran en el aire de la tarde y nos transportan de Baudelaire a Gerardo Diego,
de tópico a tópico, de espejo a espejo, de las gastadas melodías usuales del
endecasílabo a las sutiles expansiones armónicas del trecesílabo .
Hay que vivir bastante para aprender esto. Te lo digo con un abrazo desde Motril,
Antonio Carvajal
Un maestro, Juan Ramón Torregrosa.
ResponderEliminarY un abrazo 🫂 desde Almería.