La penúltima entrega para la sección de Pensamiento del blog Ancile, de nuestro querido colaborador Manuel Vergara, lleva el título de: Enfrente abierto, y nos sigue ilustrando e inquietando sabiamente con sus aproximaciones filosóficas.
ENFRENTE ABIERTO,
DE MANUEL VERGARA
Querido
amigo:
Esta vez será un texto de Platón el que haga
hablar -está por ver-, a ese busto de Sócrates. Buscamos la respuesta a esta
pregunta: ¿Es inevitable que toda actividad pensante sea vista sólo como el
ping-pong al que juega uno consigo
mismo (…que ya son dos), en su almendra mental? ¿Podrías, llegado el caso, ser en
verdad uno sólo, lanzándole boleas a lo “abierto”? Es lo que intentamos saber: Un
poco de paciencia.
De
Sócrates se habrán escrito cientos, si no miles, de libros; pero un hecho al
que apenas se alude tendría mucho más eco si se le escribiera un guion cinematográfico.
Sucedió en el cerco a la ciudad de Potidea (guerras del Peloponeso), y lo recuerda
-irrumpió en aquel banquete medio ebrio-, su joven compañero de armas; el
liante de Alcibíades. Dijo así:
Habiendo concebido algo en su mente, se había quedado plantado en el mismo sitio desde el amanecer reflexionando, y como no daba en la solución, no cejaba en su empeño, sino que seguía inmóvil buscándola. Era ya medio día y los hombres se habían dado cuenta y, admirados, se decían los unos a los otros: “Sócrates, desde el alba está inmóvil pensando en algo”. Por último, algunos de los jonios, cuando llegó la tarde y hubieron comido, llevaron al exterior sus jergones (era entonces verano), y al tiempo que descansaban al fresco le observaban a ver si permanecía también en pie sin moverse durante la noche. Y en pie sin moverse estuvo hasta que vino el alba y se levantó el sol. Entonces se retiró tras haber elevado una plegaria al sol. (Platón, El Banquete)
los cuales siempre abiertos; tendemos a pensar (antes y ahora, ese no falla), que si alguien está callado y despierto, en su interior tiene cincuenta ojos escrutándolo todo. Y si además está de pie y no acaba, debe tratarse de un problema tan duro de roer que aún no lo ve claro. Nos hemos vuelto incapaces de imaginar que la cabeza no sirva sino para que la abeja argumentosa (Tomás de Aquino) no deje de revolotear en su interior.
Dos mil años antes de Descartes, y ya nadie
dudaba de que una mente permanece en el presente tanto tiempo como tenga algo
presente (es decir, a la “vista”), en su horizonte psíquico reflejo que no sabe
saber…, sino sabiendo-se: ¿Quién, en esas condiciones pudiera gritar ¡balones
fuera! si se lo impide “la pared medianera”?
Han tenido que venir los poetas a decirnos que el corazón no gustará “la libertad abierta” (Rilke) mientras dure “la más intima de las enemistades”: la que se da, en el interior de la con-ciencia entre el yo sé…, y el yo soy:
A esto se llama destino: estar enfrente
y nada
más que esto y siempre en frente.
(Elegía VIII)
Algunos perciben esta situación como llevar el mundo a cuestas: Así experimenta Muñoz Rojas lo que otros llaman “solipsismo”, el hartazgo del yo-mismo en su clausurada almendra:
…si
cuando me siento en una piedra en lo alto
no estuviera pensando en mí
mismo,
si
cuando me visto, me desnudo o me afeito
no
estuviera pensando en mí mismo,
no
estuviera ahuyentando fantasmas
de mí
mismo,
los
muchos fantasmas del yomismo
que soy,
si me
desenterrara y me rayera
de este
yomismo que soy,
quizá
sería un hombre libre.
(Entre otros olvidos, 12)
Nuestro paisano ya ha dejado bien claro de qué estamos hablando: de pared medianera; de lucha por ver del otro lado. Hablemos, pues, de las miradas:
En un día de playa había una madre dándole el biberón a su bebé junto a su niña (de unos cinco años), empeñada en dárselo ella misma: Como la madre insistía: “¡tú no vas a saber!”, la niña le espetó: “¡Sí; ya tengo la mirada!” y, por un instante se la vio perpleja por lo que había salido de su boca.
Otra mirada es la que Rilke se llevó de Córdoba cuando iba camino de Ronda: la de una perrita callejera fea, en avanzado grado de preñez (…,) que vino a mí porque ambos estábamos completamente solos. Se le hacía muy difícil caminar y levantó los ojos agrandados de tanta preocupación e intimidad, solicitando una mirada mía (…). Compartió un azucarillo de mi café y de un modo incidental, muy incidental, celebramos la misa juntos (…): La significación y gravedad de nuestra absoluta compenetración fueron ilimitadas” Miradas como esas, que trascienden “hacia lo incomprensible”, justifican nuestra estancia en la tierra: A la postre -dice-, se estará maravillosamente dispuesto para el estado divino (carta a una amiga). ¿Por qué no habríamos de aceptar que fuera,
éste también, el caso de Sócrates introduciendo
“prácticas religiosas nuevas y
poco conocidas”…, porque no tenía bastante -para decir esa “misa” que
celebró Rilke-,
con los dioses del Estado? ¿Y si su
“espíritu personal” (daimon) fuera, a pesar de sus palabras, algo más que
intuición u olfato…, puramente moral?
Todo hace pensar que Sócrates tenía ya la mirada: “… más colmada y el
corazón sin palabras”: ¿Cómo explicar, si no, esa jornada de Potidea, o el
estar dormido la víspera misma de su ejecución? “El aire ensanchado con el
vuelo más íntimo” (Rilke) de la divinidad, debía estarle acariciando ya el
oído.
……………………….
¿Fue el suyo un paso atrás? Y tan atrás: a un antes…, muy anterior a Grecia: donde, en lo abierto, está la casa del ser: “Íntimos cielos donde es al fin lo mismo saber y ser; creer y bendecir” (María Zambrano, El Hombre y lo Divino)..., porque ese canto ya es ser: Está el oído.
Y era casi una niña y surgía
de
esta dicha concorde, canto y lira,
y en
sus velos de abril brillaba clara
y en mi oído se hizo ella un lecho.
En mí dormía.
Y todo era su sueño.
(Rilke, Sonetos
I, 2)
…y yo quedaba
diciendo: Esto me viene
muy bien; que
el invisible,
que el
invisible venga sin un nombre;
sin nombre, totalmente
vacío (¡qué me
encanta
esa vacuidad ligera!).
Me entretengo
-colmena de lo
abierto-, en las anchuras
del aire y lo celebro
(me toca el corazón): ¡Bendito seas!
Manuel Vergara
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