Cerramos esta serie de entradas sobre lo más íntimo de la realidad fenomenológica como una vida animada, para la sección de Ciencia del blog Ancile, y esta vez bajo el título: Más allá del objeto y del sujeto: la relación como fundamento del mundo.
MÁS ALLÁ DEL OBJETO Y DEL SUJETO:
LA RELACIÓN COMO FUNDAMENTO DEL MUNDO
Las dos culturas irreconciliables de C.P. Snow
(ciencias y artes) parecen aspirar a un equilibrio perfectamente detectable en
virtud, decíamos, de las deducciones extraíbles nada menos que de la misma física.
Recordemos la física cuántica y sus aproximaciones a lo más íntimo de la
materia, concepciones clásicas del espacio, del tiempo y de la misma
materia alcanzan dimensiones deductivas mucho más que sugerentes, y desde donde
podemos, así mismo constatar, que el reduccionismo clásico de nuestra física positiva
adquiere cualidades admirables para la construcción y avance de nuevas y
sorprendentes tecnologías, pero que no ha de funcionar también en otros ámbitos
como el de la biología, las ciencias humanas o aquellos otros sistemas
complejos que ponen en francos problemas sus nociones lineales de funcionamiento y que en modo alguno
responden a su realidad intrincada.
Por
todo esto y lo anteriormente señalado me parece que, para concluir esta
temática de tanto interés, sería bueno resaltar la necesidad de un nuevo
enfoque sobre las realidades fenoménicas de nuestro mundo, atendiendo no sólo
a la perspectiva cuantitativa de los objetos, sino también y especialmente a las relaciones
entre ellos, atendiendo además de, al supuesto conocimiento objetivo, al conocimiento
contextual.
Creo
que en la actualidad gozamos de una perspectiva lo suficientemente amplia para
afirmar con Werner Heisenberg que, lo que observamos no es la naturaleza misma,
sino la naturaleza expuesta a nuestro método de investigación. Por lo que el
conocimiento más realista será el que se consigue en virtud de cómo se interactua con el mundo.
El determinismo clásico no puede responder de manera satisfactoria a toda esa
suerte de sistemas complejos, vivos, no lineales que en realidad componen el
mundo, respondiendo a la impredecibilidad incontrolable de la naturaleza. Para
acercarnos a esta anima mundi que ofrece el universo se hace
imprescindible no sólo la ciencia, también la intuición de lo que impulsa este
anima mundi, que tiende a ser ante todo una intuición integradora, que a su vez
ofrece una conciencia renovada de ver el mundo.
Necesitamos
para aquel propósito de conocimiento integrador un proceso de observación activo, más allá de la experiencia alcanzada a través de cantidades o de explicaciones
propiamente científicas. El control sobre las cosas bien debiera ser sustituido
por el asombro y el impulso creativo, desde los cuales contemplar que el
universo no es una máquina, sino una conciencia viva que improvisa en constante
creatividad. Para todo ello será también inevitable atender a una concepción
mucho más amplia de lo que la conciencia sea y signifique en el mundo.
Francisco Acuyo
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