Para la sección de Ciencia del blog Ancile traemos un nuevo post sobre la temática de la IA y su incidencia en los distintos ámbitos científicos y sus consecuencias en la concepción, no sólo de lo que sea el pensamiento, también la misma génesis del mundo, y todo esto bajo el título e interrogante: ¿Genealogía de la información, de la materia-energía, o de la conciencia?
¿GENEALOGÍA DE LA INFORMACIÓN,
DE LA MATERIA-ENERGÍA O DE LA
CONCIENCIA?
Bien es cierto que algunos
físicos estiman que antes del Big Bang, lo que existía únicamente era información. Otros
científicos utilizan, no sabría decir si más allá de la metáfora, o como una desmesurada hipérbole que el universo es un inmenso
computador (cuántico) que calcula su misma evolución dinámica,[1]
y los patrones a crear y recrear (el programa) vendría(n) a acontecer por la misma
naturaleza computacional del universo. Lo mismo cabe decir de la vida en el
cosmos, la cual no tendría sentido sino es en virtud de la información constituyente o deducible de la misma. Así
pues, las entidades vivas serán sistemas ordenados de baja entropía con elevada
información, susceptibles de ser entendidos bajo la luz de las directrices de
la lógica matemática que conforma el lenguaje binario digital (0-1).
Es
muy curioso que algunos de estos científicos, no obstante, vienen a reconocer que la
información en las biomoléculas y su codificación peculiar, existe una información
analógica, cuya codificación bien puede parecerse a los códigos lingüísticos y
escritos, cuyos componentes codificadores exponen un proceso en el que es
necesario un emisor, un generador de códigos y, desde luego, un receptor de
esta información.
La contradicción de esta última apreciación sobre la información orgánica o vital no es baladí. No en vano, estos mismos científicos no saben decir cómo fue que la información, desde los átomos, moléculas a las biomoléculas tuvo lugar, sin embargo, no tienen el más mínimo empacho en afirmar que dichas biomoléculas son auténticos chips que procesan la información muy a su sabor, amparándose en procesos mecánico-cuánticos para su formación, eludiendo cualquier referencia al proceso en el que suceden dichos procesos y la fundamental importancia del observador en los mismos, o lo que es igual, el factor de la conciencia.
La
prosopopeya de estos científicos en relación al funcionamiento y realidad del mundo llega a ser en verdad
extraordinariamente retorcida y arrogante. El antropocentrismo parece no tener
límites, pero este acontece de manera tácita, casi imperceptible, disimuladamente
científica y lógica para el que la propone, sin darse este cuenta que lo que se
excusa detrás del concepto de información es un antropocentrismo profundamente
positivo- materialista y mecanicista. Es una acción profundamente
inconsciente que podríamos llevarla al más rudimentario animismo cavernario y
prehistórico, pero resueltamente, como digo, mecanicista, donde la máquina moderna adquiere
dimensiones subrepticiamente sobrecogedoras.
La afirmación de que el cerebro es un computador biológico, no es una paradoja, sino una
flagrante contradicción que quiere explicarse de nuevo con la potencial visión cuántica
de su naturaleza. Llegan incluso a intentar rebatir a los detractores de estas
aseveraciones diciendo: que da igual que los cerebros ejecuten o no algoritmos,
pues, al fin y al cabo, todo es una mera cuestión semántica. ¿Saben realmente el que afirma qué es
la semántica? ¿Qué es un significado? ¿Mucho menos, qué es un significante?
Que
se puedan reducir e implementar algoritmos en determinadas funciones, que podíamos
identificar como computables, no significa que el procedimiento general de nuestra
capacidad intelectual, vital, emocional, afectiva, se rijan por estos
procedimientos neta y estrictamente computables. Para estos científicos la
consideración del cerebro como una computadora no es, como decía, una metáfora,
sino un hecho (hiperbólico) indiscutible.
Algunos
de ellos, admitiendo los procedimientos analógicos de nuestro cerebro, insisten
en estas apreciaciones que, como veremos, nos parecen insostenibles. Pero eso será en
próximos capítulos del blog Ancile.
Francisco Acuyo
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