Creí que dejaría las reflexiones sobre las nuevas tecnologías en relación a la irrupción inusitada de la IA en el ámbito del conocimiento en la actualidad, pero debido a algunas preguntas y dudas de lectores de este blog, consideré oportuno abundar un poco más sobre todo esto. Así, para la sección de Ciencia del blog Ancile, traigo un nuevo post que lleva por título: El imperio del dato que gobierna el proceso de conocimiento: la disociación de la conciencia viva en la mecánica del dato.
EL IMPERIO DEL DATO QUE GOBIERNA
EL PROCESO DEL CONOCIMIENTO: LA DISOCIACIÓN
DE LA CONCIENCIA VIVA EN LA MECÁNICA DEL DATO
Que vivimos una suerte de peculiar disociación de la conciencia personal con la irrupción extraordinaria de información en la actualidad, es algo que a mi juicio empieza a ser indiscutible. La IA, en los ámbitos del conocimiento y de la creación, están imponiendo su ley a través de la ilusión de la emulación de procesos creativos y emocionales que acaban traduciéndose en los algoritmos supuestamente capaces de generar poesía, pintura, música… diluyendo el ingente acervo de datos que procesan con el espíritu de la emoción y la experiencia vital que impulsan el verdadero proceso creativo, y que se funda en la propia vivencia personal del individuo.
La IA como un proceso disociativo del pensamiento y de la conciencia que trasciende la emulación de lo vivo y que lo refiere a lo mecánico que configura la máquina de datos, es algo que está tomando forma, a mi jucio, peligrosamente. ¿Llegaremos a confundir la personalidad humana con la manifestación de la mímesis del algoritmo que quiere emular la mente? ¿O, acabaremos, con mucha suerte, de aceptar dos identidades mentales, cuya existencia dual estará sostenida por el desarrollo de la propia IA? ¿O, acaso, acabaremos por no distinguir la identidad mental natural, absorbida por la IA?
No sabemos ciertamente si el propio materialismo científico estará en condiciones de distinguir la inteligencia que, en su momento, edificó el constructo monumental que la separa o la distingue de la mente, o, acabará por diluirse en la inteligencia del proceso de datos, donde será ya indistinguible del proceso físico que produce el propio cerebro como mente natural capaz de una propia inteligencia, olvidando lo esencialmente humano: la experiencia subjetiva que le lleva a apreciar los colores vivos de la rosa y la emoción experimentada en su contemplación, o el dolor de la pérdida, o el sabor de una exquisita fresa, si todas ellas son cualidades inexplicables no solo en su disposición y naturaleza en la propia materia, si no de la configuración misma del algoritmo emulador de dichas experiencias.Estas apreciaciones e interrogantes planteadas pueden parecer abstrusas y extraordinariamente complejas, pero serán las que se impongan al que realmente le preocupe la manipulación de la conciencia por parte de una vertiginosa tecnología que crece hasta solapar nuestras propias apreciaciones del mundo, llevándonos a una suerte de datopsiquismo que nos traslada, a su vez, a la peligrosa ilusión de que la IA se ofrece como una suerte de conciencia universal, no teniendo siquiera esta una conciencia experimental que la configure de tal guisa.
¿Nos llevará esta irrupción extraordinaria de la IA a tener como apariencia la vida, el pensamiento, la conciencia, y por tanto a todo ello a meros procesos disociativos de la propia IA? Si bien el número (el algoritmo, al fin) es extremadamente útil para contener las propiedades cuantitativas de la materia y describir la diferencias relativas de aquello que contiene la percepción, no puede describir y ocuparse de las cualidades mismas (en el fenómeno de la sinestesia podemos dar constancia de esta insuficiencia). Al final, ¿no resultará que nuestra conciencia será un producto de la apariencia extrínseca que puede ofrecernos la IA?
Cómo
pueden observar nuestros lectores son continuas las dudas, suspicacias y
temores entorno a las nuevas tecnologías y su irrupción inopinada en
prácticamente todos los ámbitos del conocimiento, expondremos algunas más en los
siguientes posts del blog Ancile.
Francisco Acuyo
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