Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, siguiendo con la temática de la dignidad, el post titulado: De la dignidad a lo ridículo de perderla.
DE LA DIGNIDAD A LO RIDÍCULO DE PERDERLA
Debo de poner en duda, no obstante, antes de adherirme teóricamente al nivel ontológico de la virtud de la dignidad, que las acciones sí que pueden hacer perder toda suerte de dignidad. Si la dignidad es consustancial al ser humano, puede perderla en virtud de su estupidez, necedad, ignorancia, fatuidad o huero narcisismo. Esta pérdida crucial y estúpida de aquella sustancial virtud, es una de las muestras más palmarias de la dinamicidad del hombre, bien en pos de ser digno, o simplemente un majadero. El homo viator[1] de Gabriel Marcel, toma tintes cómicos, muchas veces, en el ámbito artístico. La pérdida de la dignidad en el comportamiento, cuando pretende hacer arte, el inepto olvida el necesario decoro que se requiere para llevarla a cabo, olvidando la dignidad y las dimensiones que se deducen de ella como: la razón y el entendimiento de lo que debe ser el ejercicio libre de la creación artística.
La
huella de su ser (del ser digno) desaparece mancillando
los mismos instrumentos de su arte (el lenguaje, si es literatura), manifiesto en la renuncia a
cualquier valor simbólico que puede hacer subir o trascender su ejercicio creativo, elevación que debe manifestarse en el espíritu del verdadero creador. Cuando anunciaba[2]
que lo bello plantea una cuestión no solo estética, sino también ética, quería decir que es claro
que los valores incidirán de una u otra manera en lo que se considere bello,
aunque el deleite, el asombro, la fascinación o lo inquietante, debieran ser
contemplativos, por lo que podemos decir (con Kant) que trascienden el placer
estético para fondear en lo ético. Pues bien, la pérdida de la dignidad lleva
al traste cualquiera intencionalidad artística para acabar rallando en lo
grotesco y ridículo. Daremos cuenta de esta conclusión con algunos ejemplos más adelante.
Me
interrogaba[3]
igualmente, hasta qué punto tiene en nuestros días sentido esa belleza de lo
moral o moral de lo bello, y añado ahora está ética y estética de la dignidad
en el arte, que deriva directamente de la poca o mucha dignidad del humano que
la pretende. El utilitarismo consumista ha hecho grave mella en la conciencia
no sólo del artista, del poeta, también en los que debieran velar críticamente porque se entienda que la ética y estética (y la dignidad) son un fin en sí mismas y no
un
instrumento polarizador ideológico o de consumo. No sé si exagero cuando
digo que hemos llegado a una política de lo bello que hace descarrilar
cualquier intento de alcanzar dignidad en cualquier arte.
El
disfrute plano, liso del formato de consumo (e ideológico) es el que nos lleva a
la indignidad del discurso
literario y, sobre todo, del poético, donde la ambigüedad, la analogía que alimentan el misterio emancipado y libre de la misma poesía han desaparecido por completo. Además, advertía, que la obscenidad de nuestra era de la información nos
lleva a la perdida de la dignidad, alimentados por aquel procaz exhibicionismo de
lo literal, que reniega de la poesía en sus mismos fundamentos, despojándola de
la dignidad en sus más básicos principios: su singularidad abierta, viva, profunda y
dinámica sustentada por la singularidad de su lenguaje.
El
otro interpelador (Levinas) que debiera exigir dignidad en la expresión
de su arte, acaso padece la letargia mortal de nuestro tiempo, la indiferencia
(acompañada de la ignorancia y la pulsión de lo modorro[4]
en dosis suficientes como para hacer sestear al más digno interesado en acceder
a un mínimo de dignidad artística). Podremos observar, por ejemplo, las más inauditas formas
de perder la dignidad en un poeta. Esto, en realidad no es nada nuevo. Así, daremos de todo ello cuenta en la siguiente entrada de este blog Ancile.
Francisco Acuyo
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