Siguiendo con la temática de la terapéutica artística traemos un nuevo post para la sección de Ciencia del blog Ancile que lleva por título: Mente y materia: para una acepción racional de la enfermedad.
MENTE Y MATERIA: PARA UNA
ACEPCIÓN RACIONAL DE LA ENFERMEDAD
Recuerdo la lectura de algún que
otro autor y supuesto investigador de lo que se suponen que son trastornos
mentales y su no ya reticencia, sino negación manifiesta de que se traten de
enfermedades. Juegan, por qué no decirlo, no ya a dilucidar problemas médicos o
sanitarios, sino a ser filólogos de fuste, lexicógrafos de fundamento, lingüistas de referencia y
egregios etimologistas. Así pues, su concepto de enfermedad, solo puede y debe
de hacerse valer y atribuir a los desórdenes susceptibles de detectarse
exclusivamente en el cuerpo, o lo que es lo mismo, a los procesos físico químicos que funciona
anormalmente en la condición biológica del cuerpo[1].
La
infirmitas – atis latina (el prefijo in, negación de, el lexema firm,
fuerte, y el sufijo itat, abstracción o cualidad) conforman una acepción
unívoca para algunos sectores de la antisiquiatría, aplicable solo cuando
afecta al cuerpo, relegando cualquier otro desorden o sufrimiento que no sea
corporal, trasladando el resto al orden de mito, o, nada menos, que a un desorden que se entiende metafórico. Solo la
literalidad del dolor y el malestar físico pueden ser considerados enfermedad, y
por tanto, terminológicamente, apta en su definición para estos trastornos.
Debo
decir, que viendo la fecha de edición[2]
de esta y otras publicaciones me siento embargado entre la estupefacción y el
espanto; haciendo gala estas ediciones de un positivismo materialista no solo periclitado, sino
fuera de toda realidad clínica. A fuer de no ser demasiado feroz en mis
críticas, quiero creer que estos y otros autores afines a esta distinción
disparatada, en realidad no entienden muy bien el lenguaje con el que
se manejan para llevar a término sus juicios y mucho menos sus afirmaciones que
se suponen científicas.
Entienden estas corrientes que, si bien todo tratamiento ha de ser estrictamente corporal o físico o químico biológico, es claro que cualquier otro tipo de procedimiento curativo es mera retórica, por lo que la psicoterapia no pasa de ser un mito, una tropo persuasivo aplicado al paciente, enfatizando, para más inri, que el ejercicio elocutivo y retórico es algo trasnochado y poco o nada científico. Nos relegan al diálogo socrático como origen de tanto despropósito. Parece que el maestro y el propio discípulo (Platón, claro está) no hacía(n) más que desvariar en sus intentos de búsqueda de la aletheia (verdad), obviando el fundamento que supone aquella, la verdad, digo, para una óptica competente nada menos que de la epistemología.[3]
En
cualquier caso, parece evidente que la separación de mente y cuerpo es el
sustrato teórico sobre el cual edifican el edificio de sus disparates estos
dixit investigadores. La psicoterapia no es más que un juego retórico que atañe
a la ficción de una enfermedad mental, que no existe como tal, por lo que el
terapeuta no es más que un rétor sofista con intenciones inquietantes. Pero no
contentos con estas afirmaciones indagan sobre la naturaleza lingüística de la
propia palabra: therapeia, tratamiento.
Ciñen dicha acepción a la mera persuasión a través de la palabra
apropiada y efectiva. Ignorando o cuando menos olvidando, que del sustantivo
therapeia radica el verbo therapeuien, que significa: cuidar,
aliviar, curar, por lo que su desidia hacia la retórica confirma la necedad de
sus afirmaciones y el desconocimiento del significado del término.
Insisten en que, si
la terapia basa sus resultados curativos fundamentalmente en la palabra como phármakon,
esta no puede llegar ser medicina por el hecho de no poder incidir en la
verdadera enfermedad que siempre será física. Así las cosas, la terapia es
palabra, retórica (según Aristóteles) y como tal no puede confundirse con la
ciencia. La terapia está llena entimemas o singulares silogismos, según estos
autores, que están sustentados en la capacidad de convencer, dejando de lado
que el propio Aristóteles la establecía como ciencia: la ciencia del discurso. Por
lo que, disciplinas como la literatura y todas sus derivadas en sus variadas
sistematizaciones, cabe inferirse, no son más que pamplinas carentes de
cualquier fundamento científico.
Es
claro que la confusión del concepto de retórica como fundamento del discurso
coherente y lógico, a través del rigor de la inventio, la dispositio y
la elocutio, no pueden ser propias de criterio científico, y la
confusión, digo, proviene de trabucar y despistarse con una de las fases de la
propia elocutio o estilo (que está compuesta por la puritas, la perspicuitas
y el ornatus),[4]
me refiero a la que atañe al ornatus y referida a los tropos y figuras
literarias.
Esta
superficialidad de lo que supone la retórica es una de las causas de tanto
disparate, mas también, el hecho de llevar lo estrictamente científico al ámbito
de la materia y a lo que es meramente cuantificable. De todo hablaremos en la
siguiente entrada del blog Ancile.
Francisco Acuyo
[1] Szasz,
T.: El mito de la psicoterapia, Espaebook, 1978.
[2] 1978.
[3]Que estudia
las circunstancias históricas, psicológicas y sociológicas que llevan a la
obtención del conocimiento científico.
[4] Como si
la lógica de la disposición gramatical y lingüística fuese tarea propia de
artesanía, o hacer compresible el juicio razonable del discurso fuese labor de
bárbaros iletrados, y hacer hermoso el discurso es trabajo de gañanes
ignorantes de un rigurosísimo método (artístico, si, pero también científico).
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