Para la recuperada sección del blog Ancile De juicios, paradoja y apotegmas, incorporamos el título ¿Poesía versus estulticia?, en la que se hace alguna reflexión, al albur de la lectura de algún poeta verdadero (en este caso Antonio Machado y Vicente Aleixandre), en relación a lo que la poesía es y ahora por tantos se desvirtúa tan groseramente.
¿POESÍA VERSUS
ESTULTICIA?
CUANDO
Martin Heidegger hablaba de la necesidad
fundamentada en la cosa, en relación a las violencias del lenguaje no como una cuestión arbitraria, acaso ya
venía a sugerir aquel uso desviado (especial, de función poética) que anunciaba
Roman Jakobson en sus Ensayos de lingüística
general -Lingüística poética- o en los célebres y admirables Gatos de
Baudelaire junto a Claude Levi Strauss. La ciencia del lenguaje nos avisa,
pero también la teoría de signos de esta singularidad que, por cierto, hoy
parece eludirse con suma espontaneidad y presuntuosa, estulta o ignorante
obcecación,[1] y es
que el lenguaje poético será siempre, sea cual sea su recurso retórico,
lingüístico, sintáctico o métrico, un lenguaje diferente, o no será nunca poesía,
ni siquiera laxa o perezosa literatura.
Si el manejo del lenguaje poético
está dirigido (entre otros propósitos u objetivos literarios o extraliterarios,
siempre eminentes, aun en la misma sátira) a la consecución de la singularidad
y la belleza, y si esta, por inferencia lógica es nuncio necesario de la verdad
(y de la bondad inherente), resulta incongruente siquiera advertir que algunos
ejercicios lingüísticos (que en muchos caso no llegan al grado siquiera de
lenguaje común o estándar) se complacen en ignorar la differentia specifica del arte verbal del poema y su función
emotiva o expresiva característica. Tal asunto no merece ni una línea a tener
en consideración,[2]
porque es evidente que son mayoría los que se engañan al confundir a aquel tenebroso
– y muy tedioso- ángel de luz del sentido común, viciosamente adaptado al saber
incompleto y engañoso de los sentidos, no sólo físicos, sobre todo sociológicos
de una sociedad evidentemente enferma.
Acaso el poeta verdadero
–poquísimos, por cierto- (con plena conciencia de lo anteriormente expuesto),
se ofrece al mundo a través de su obra muchas veces en silencio, no pocas en
plena complacencia de su soledad y en ninguna haciendo alarde vano de alaracas
de empapelar el mundo con sus poemas.[3] A
menudo, como maestro de vida y, frecuentemente, como ser (humano) ¿espiritual?[4] que
nada quiere, que nada pretende y que nada espera, y que acaso por eso sólo
quisiera ser juzgado. Es claro que estas groseras, incompetentes y aburridas
iniciativas, no tienen ni idea de lo que el hecho y ejercicio creativo más
genuino está de distante del objeto manido del consumo. No es una instrucción
baladí el reconocer y valorar lo que está sucediendo en nuestros días en todos
los ámbitos de la vida de la ¿humanidad?, la incultura impuesta, cuando no el
más profundo y viciado analfabetismo, inunda las sociedades de nuestros días,
entregadas a doblar la cerviz del espíritu de lo elevado en pos de lo
interesadamente sencillo, digerible para cualquiera –casi siempre innumerables
estómagos agradecidos por las prebendas del régimen impuesto por la inexorable
ley del consumo mercantilista-.
La ética del tener se impone manifiestamente ante la ética del ser (que advirtiera Fromm). Parece que
hoy la unión entre el emisor (poeta) y el receptor (lector) de la palabra
poética es imposible sin la conjunción de lo directamente sensible, inexacto y
manipulado, porque la creación, lo genuino, lo verdadero, ya no importan, solo
que el producto sea fácilmente digerible para volver cuanto antes, a la
compulsiva alimentación de la bestia insaciable del consumo; nada de tiempo
para la reflexión, para la delectación, para la superación, para la elevación
de un comportamiento reptil que no aspira a más que, a su servil
comportamiento.
Decir que cualquier ejercicio o
compartimiento creativo obligue a elevar el espíritu mediante el pensamiento,
la emoción verdaderamente profunda, a la sugerencia siquiera de otra dimensión
a aquella en la que ahora nos arrastramos, es hablar de imposibles, no por
utópicos, sino porque serán inmediatamente anulados por la mediocre
preocupación de alimentar egos ridículos al servicio de un sistema monstruoso,
que nunca encontrará satisfacción a no ser en la destrucción misma de todo
aquello que no sea el mantenimiento de esta insostenible involución.
Se negará el pan, el agua y la sal a
todo aquel que pretenda ser partícipe de un ser individual nuevo, regenerado,
potente, genuino. Ante el estado actual de las cosas solo nos queda la
evolución, la transformación positiva del ser humano, que exige el camino hacia
una entidad superadora de todas las miserias que han ido acompañando al hombre desde
la noche de los tiempos hasta las penumbras de nuestros días, y que quieren
embargar, sumergir, ahogar, incluso hasta lo más elevado que ha sido capaz de
producir el espíritu humano para dar sentido a sus vidas a lo largo de su
trajinada, tortuosa, doliente y ahora indolente existencia: el impulso
renovador de la poiesis en el ejercicio
creativo.
Francisco Acuyo
[1] Dicha estupidez, acaso no sea aplicable a individuos
concretos, aunque algunos estólidamente alardean de sus prejuicios, y bien
pudiese ser de manera interesada, pero la más de las veces se diría solo originaria de la
más beocia ineptitud, al pairo, eso sí, de una ambición desmedida y analfabeta
que no busca tanto las excelencias del discurso poético como la de la obtención
del aplauso fácil, en un ámbito, claro está, que choca frontalmente con pretensiones
tan banalmente espurias, me refiero al de la introspección siempre especial del
discurso creativo poético, como si fuese el poeta el que tiene que ir al lector
y no el lector al poema, intención digo, de incluir forzosamente el ejercicio
artístico como un objeto más de consumo que lo marca el mercado, el cual ha de
ser asequible a los gustos generales como lo son las patatas fritas del
Macdonal en sus onerosas y poco saludables ofertas.
[2] Si no fuera porque abundan en ello sectores pesudocríticos
y de incipientes o nulas capacidades en el ámbito de los estudios literarios
que, basados en la opinión interesada –mercantil, en la mayoría de los casos,
cuando no de soberana ignorancia complacida en su propia y resoluta
incompetencia por hacer del discurso poético un patatal, donde cualquiera puede
empantanarse para degustar luego el universal lenguaje de la patata frita-
[3] Con sus panfletos pseudoliterarios de aquellos imposibles aspirantes al arte del
lenguaje poético y lo que éste en realidad significa y dignifica en la vida de
los hombres.
[4] Hablar de
espíritu en tiempos de tan profunda ignorancia como los que nos circundan,
pudiera ser motivo –o piedra- de escándalo y herejía, cuyo castigo requiere
medidas inmediatas de rechazo, olvido y revocación materialista, cuando acaso
ni saben lo que la materia es, no digamos qué significa.
Me parece riguroso el estudio que haces.
ResponderEliminarAbrazos