LA POESÍA Y LOS FANTASMAS DE LA MATERIA
Tras abundar, rastrear e
investigar (muy humildemente) sobre el concepto de la realidad y lo que la
realidad misma sea, no hacemos más que encontrar escollos y problemáticas que ponen
en evidencia la complejidad del asunto en un devenir de dudas, controversias y
paradojas muy espeso. No obstante, el sentido común, pertinazmente, nos dice
que no debiéramos de mantener ninguna suspicacia ante la (muy sólida )entidad de
ese o aquel muro, sobre todo si marchamos contra él a velocidad considerable, a
fuer de que queramos dejarnos la crisma muy cascada ante la consistente realidad de su inexcusable e impactante estructura.
Nada, en esta compacta realidad de los objetos, amenazante siempre para el
incauto aventurero que pretenda ponerla en tela de juicio (en forma de muro o
de cualesquiera objeto colindante contra el que dirimir nuestras frágiles y
torpes dudas), puede hacernos pensar que ninguna entidad material pueda
hallarse en dos lugares a un tiempo[1].
Ni que decir tiene sobre la posibilidad de que aquello que acontezca en este
lugar y momento pueda acaecer en otro lugar simultáneamente[2].
La realidad es incuestionable en virtud de lo que podemos percibir –sufrir- de
ella, a veces de manera harto contundente, si no atendemos a la incontestable solidez
del muro.
De
todo lo tan apresurado como torpemente expuesto en este primer párrafo
introductorio, y que ofrece la incuestionable sustantividad de los objetos,
parece anunciar que aquello que pensamos,
intuyamos u observemos tenga influencia sobre eso que con tanta seguridad
constatamos como realidad perceptualmente consistente y, sobre todo, medible.
Nuestras conciencias estupefactas tan solo pueden dar cuenta de las propiedades
irreductibles de esa realidad material incuestionable, y rendir positiva
pleitesía a su aplastante y contundente materialidad. ¿O no?
Es
un hecho que la medida (imprescindible para constatar la sustancialidad
material de algo) no es asunto tan reductiblemente sencillo, así parece constatarse
incluso en el ámbito experimental cuántico más rudimentario. Quizá aquella
ingenua y grosera (y peligrosa) realidad del muro y la implicación del
observador que ha de dar cuenta de las mediciones sobre la misma, acaso nos
está intentando decir algo más de lo expuesto, esto es, poner en cuestión nada
menos que la consistencia absoluta del mismo (muro). En cualquier caso, la
visión cuántica de la materia expone situaciones y fenómenos harto extraños que
suceden en nuestro mundo, los cuales exigen, cuando menos, una revisión del
concepto de materia y, desde luego, de realidad, si, como parece, la conciencia
(cuya realidad es también incuestionable) juega un papel crucial para el
entendimiento de lo que somos y de lo que materialmente nos rodea.
Acaso
sea ese paso más allá del uso de la teoría del cuantum (perfectamente delimitado por la física y que tanto ha
influido –tecnológicamente- en la vida cotidiana de todos) el que me ha hecho
pensar en el por qué siempre me han resultado intuitivamente insatisfactorias
las aproximaciones a la realidad positivo materialistas (naturalistas) del
mundo cuántico. Se obvia cualquier significado extraíble de aquella. La
cuestión de la realidad a la luz de las paradojas y enigmas que ofrece la
fenomenología cuántica, parece situarse más candente quizá ahora que nunca[3].
Las
fronteras entre la física, la filosofía especulativa (y desde luego la poesía
misma, en ese concepto (tan ¿particularmente? mío de la misma), no me parecían
tan claras como al común de personas con las que me intentaba compartir
pareceres sobre la realidad del mundo. De hecho, los límites entre las
diferentes estructuras mentales y físicas (naturales) de todo aquello que nos
rodea me[4]
no era sino una consecuencia natural del mismo proceso creativo.[5]
Que
la teoría cuántica afirmase que la observación (toma de conciencia) de un
objeto cause su presencia[6]
en el sitio de dicha observación, o que podía estar en varios lugares a la vez…
me estaba diciendo que la misma naturaleza ejercía una vocación poético-creativa
muy interesante, afín a lo que yo mismo intuía en el proceso de generación de
versos (y todo el constructo y dinamismo complejo que encierran y mediante el
que conectan con el mundo), y que se entiende de consuno como ejercicio de
ficción o representación. Pero, ¿es el mundo una ficción? ¿O está tan ligado
este a nuestra conciencia que su realidad es cuestionable? Entonces, ¿cuál es
la naturaleza de la realidad y de la conciencia misma?
La
ciencia ha tratado de mantener al margen el motor teórico práctico (que tan
bien funciona a niveles científicos tecnológicos), de las implicaciones de
significado que conllevan las indagaciones en el ámbito más íntimo e ínfimo de
la materia, los fantasmas de la misma parecen aflorar peligrosamente para el
determinismo (y método) positivo materialista, además, los límites de la
ciencia en este punto hacen aflorar otro peligro no menos grueso, la injerencia
de otras maneras de acceder al entendimiento del mundo natural, patrimonio
exclusivo desde siglos de la ciencia positiva, y en este caso, y con toda
modestia, nada menos que desde la poesía. Reflexionaremos sobre estas y otras
cuestiones en próximas entradas.
Francisco Acuyo
[1] La mecánica cuántica pone en tela de juicio este
entendimiento de sentido común, dando lugar a las más peregrinas intuiciones de
ubicuidad que imaginarse puedan.
[2] Lo mismo cabe decirse de la realidad del trascurrir de
los objetos –cuánticos- en el espacio tiempo.
[3]
Como poeta (partiendo de la base
de que la poesía, para mí, ha sido siempre mucho más que un mero ejercicio
literario) acostumbrado a jugar con la conciencia como instrumento primordial
de contacto con la realidad y su indiscutible potencial de transformación y
sobre todo creativa, mantuve una relación singular con el concepto de realidad
y aun con la sustancialidad de la misma. La libertad precisa para un ejercicio
creativo genuino me parecía fundamental y, en cierto modo, reñida con el
determinismo atómico de los naturalismos científicos (herederos sin duda de los
positivismos más duros e irreductibles decimonónicos), por lo que (aun siendo
un enamorado de la ciencia) creí que era preciso (entre otras razones por no
acabar sumido en una profunda depresión) no cortar las alas al proceso
imaginativo creativo que, al fin y al cabo, era el que me había motivado
siempre, mi vocación auténtica es la de poeta, no la de físico; en cualquier
caso, siempre había contemplado y entendido a la poesía implícita en la misma
naturaleza ,por lo que me parecía (y aún me parece) que la realidad es algo más
que una estructura atómica material movida por unas leyes físicas que siempre
serán deterministas, sobre todo porque lo que la misma ciencia denomina
realidad, acaba abarcando el fenómeno de la vida y el de la conciencia.
[4]
La cuestión de la ruptura del tiempo es una vieja
controversia en la teoría literaria, recuerdo con fruición El arte nuevo de
hacer comedias, de Lope de Vega y su enfrentamiento a la Poética de Aristóteles
y los academicismos de la época; o, por qué no, al cronotopo de Bajtín, donde
el tiempo y el espacio literario adquieren una dimensión de unidad
singularmente indisoluble.
[5] Hete aquí que, cuánticamente, esto es una realidad
incuestionable.
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