Cerramos estas últimas entregas del profesor y filósofo Tomás Moreno sobre la Misoginia, para la sección; Microensayos, del blog Ancile, esta vez bajo el título; François Poullain de la Barre: las mujeres recuperan su alma/intelecto.
FRANÇOIS POULLAIN DE LA BARRE:
LAS MUJERES RECUPERAN SU ALMA/INTELECTO
.En el siglo XVII, en Francia, de nuevo surgirá la pregunta sobre
el alma de las mujeres, esta vez formulada en comparación con la del hombre: ¿es igual que la del hombre? Pero si se
les otorgaba alma a los animales aunque fuese un alma inferior, como hacía
torpemente el jesuita Bougeant (1673)[1],
también había que otorgársela a las mujeres, a los indígenas y a los negros.
Además, se argumentaba, en el caso de la mujer que si se la negásemos no se las
podría castigar o pegar, y Eva no podría haber pecado si hubiera carecido de
ella. Cuando finalmente a las mujeres se
les concedió un alma (lo que no
cambia nada el hecho de que se las siguiera definiendo sobre todo por sus
cuerpos), la cuestión resurgió aunque expresada en otros términos: Concedamos
que las mujeres tienen alma. Pero ¿tienen espíritu? O, lo que es lo mismo,
¿tienen las mujeres un intelecto equivalente o semejante al del hombre?
Los filósofos de
la época trataron de responder a la misma. En la Inglaterra anglicana, por
ejemplo, se llegaría a cuestionar precisamente que el espíritu o intelecto de la mujer y del varón
fuesen idénticos o
similares[2].
Muchos tratadistas reformados, negaban esa semejanza, postulando una
“imbecilidad natural” para la mujer y atribuyendo
incluso la (supuesta) tendencia femenina hacia el mal a una específica
característica de las mujeres, según la cual la pasión dominaba en ellas sobre
la razón, como sostenía, por ejemplo, Richard Baxer en su A Christian Directory de 1673 y como poco más de medio siglo antes,
en 1618, habría denunciado Helkiah Croque en su Microcosmographia: “El hecho de que las mujeres sean más desvergonzadas
e irascibles que los hombres, pensamos que se debe a la impotencia de sus
mentes: ya que la imaginación de las mujeres lujuriosas es como la de las
bestias salvajes, que carecen del freno de una razón a la que le repugne o se
le oponga y las contenga”[3].
En Francia, por
el contrario, algunos filósofos cartesianos intentaron con éxito, salvaguardar
la igualdad intelectual y racional de ambos sexos sin excepción alguna, como es
el caso de François Poullain de la Barre
(1647-1725). Pensador francés autor
de De la igualdad de los sexos,
discurso físico y moral donde se ve la importancia de deshacerse de prejuicios editado en París en 1673, Poullain de la
Barre, siguiendo los pasos de su maestro Descartes, será uno de los primeros en afirmar, en pleno siglo
XVII, la igualdad de los sexos y la
identidad de las aptitudes de ambos, ya que, si bien hay separación entre
espíritu o mente y cuerpo, “el espíritu
no tiene sexo” [4].
En su opinión, Dios une la mente y el cuerpo de la mujer del mismo modo que al hombre,
y los une por las mismas leyes. Los sentimientos, las pasiones y las voluntades
realizan y mantienen esta unión y como la mente no opera de modo distinto en un
sexo que en el otro, es igualmente capaz de las mismas cosas, argumenta en la Introducción (31) de su tratado. Su postura, sin embargo, no lograría demasiado eco entre sus
colegas filósofos. Otros cartesianos,
como Malebranche (1638-1715) –seguidor
ocasionalista del racionalismo cartesiano- no serán tan justos con la mujer,
ni coherentes con Descartes, como el
anterior. Según el sacerdote del Oratorio la mujer no está dotada con el mismo
entendimiento que el varón: todas las especulaciones elevadas, como la ciencia
y la filosofía, le son ajenas. Ni siquiera los filósofos ilustrados del siguiente
siglo quisieron o pudieron avanzar en la defensa de la racionalidad femenina
iniciada por Poullain de la Barre, el aventajado discípulo de René Descartes.
(Cont.)
TOMÁS MORENO
[1] El replanteamiento de esta cuestión en el Renacimiento estaba
justificada: en una época en la que todavía eran frecuentes los procesos de
animales, se trataba de saber si los animales tenían alma y, en consecuencia,
si eran responsables.
[2] A pesar de intentos como el de William Austin en 1637, quien afirmaba que
“en lo que respecta al alma no hay ni ellos ni ellas”, o el de Richard
Allestree en 1673, quien señalaba que “Dios le dio a la mujer más débil un alma
tan grande capaz como la del héroe más grande”, muchos, efectivamente, seguían
creyendo que, espiritualmente, como en otros muchos aspectos, la mujer era
inferior al hombre”. Cit. en Marta Cerezo, “El canon literario y sus efectos
sobre la construcción cultural de la violencia de género: los casos Chaucer y
Shakespeare, en Ángeles Cardona, El
sustrato cultual de la violencia de género. Literatura, arte, cine y
videojuegos, Editorial Síntesis, Madrid, 2010, pp. 20 y ss.
[3] Citado en Marta Cerezo, op. cit., p. 20.
[4] Nada tan irrelevante para el ejercicio intelectual
como el ser de uno u otro sexo, venía a constatar Poullain de la Barre,
recordando tal vez la opinión de su maestro René Descartes. El largo título de
su obra (De l’égalité deux sexes,
discours physique et moral où voit l’importance de se défaire des préjugez) nos
revela las intenciones y objetivos del filósofo, sacerdote católico converso al
calvinismo en 1688 y cartesiano, de reivindicar los derechos de las mujeres y
su igualdad con respecto a los hombres, a partir de las consecuencias
epistemológicas, cognitivas y éticas que
se derivan de la crítica cartesiana del prejuicio, la tradición y el
argumento de autoridad, así como del dualismo mente-cuerpo.
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