Abundando sobre el lenguaje poético (y la retórica), traemos una nueva entrada para la sección, Pensamiento, del blog Ancile; esta vez bajo el título: De lo inefable y la poesía.
DE LO INEFABLE Y LA POESÍA
Los elementos
retóricos (y demás constituyentes del discurso poético) son los que revisten
formalmente el ritual y la simbología trascendente del lenguaje poético. La
poesía pone en cuestión incluso aquel mejor
no hablar, mejor callar de Wittgenstein[1],
y en el que en un salto audaz de entendimiento nos dice que de lo que no puede hablar, se debe poetizar.
Una de las lecciones más importantes
que he aprendido de la lectura y la creación poética, y de todo su despliegue
retórico estructural puesto al servicio de la verdad de mi subjetividad en
relación con el mundo, es que gracias a ella he podido constatar un sentido, no
gracias a la pesadumbre de las neurosis y de las crisis existenciales, sino a
pesar de ellas. Si el ejercicio literario y su interpretación puede ayudar a
desenmascarar lo oculto inhibido en lo inconsciente humano, debemos reconocer
que puede también puede ser determinista y fatal(ista) en su reduccionismo
lógico conceptual, dejando expuestos los estereotipos de sufrimiento y
totalmente ajenos para el placer, el aliento fortalecimiento propios. La poesía
se sitúa un paso más allá de lo literario en tanto que su sentido lógico
conceptual aspira a ser suprasentido,
superando la razón y el concepto, el mensaje poético es un mensaje que supera
el racional contenido de su estructura normativa lingüística, expone su
desviación de la norma para destruir el lenguaje y con él la máscara de
nuestros propios egos condicionados o interesados, mostrados más allá de la
mera autoexposición egotista, y es que con la ruptura del lenguaje se pone en
cuestión el ego mismo, por eso la poesía nos enseña a salir de nosotros para
descubrir el sentido de nuestras tribulaciones y a intuir el suprasentido que
anuncia mucho más en el mundo que nosotros mismos. Si hay un lenguaje
trasgresor (un no lenguaje), que va muchos lejos de la propia proclamación
exhibicionista, es el que conforma la verdadera poesía. El discurso poético
deja de ser discurso para ser el ojo que trasciende la imagen que, sin poder
verse a sí mismo, pone ante nuestros sentidos e inteligencia la realidad de
nosotros en plena integración con el mundo.
Este olvido de sí, que impone la
poesía, proviene de la catarsis del reconocimiento de lo inhibido oculto y
puesto de manifiesto en la necesidad apremiante de este olvido que le conecta
con otras almas y las causas que trascienden la pulsión egoísta, y es que en
verdad es portadora, la poesía, no solo de la sensibilidad hacia el otro yo mismo, sobre todo es
conductora del suprasentido que supone siempre la posibilidad de la potencia
más extraordinaria que pueda ofrecerse y obsequia la poesía: la creatividad.
Creatividad que, al fin y a la postre nos ha de situar al margen de cualquier
totalitarismo (y conformismo) producido(s) por el haber perdido la noción
(¿antigua, deasfasada?) del deber ser,
y sobre todo para indicarnos lo que se
quiere ser.
Francisco Acuyo
[1] Wittgenstein, L.: Tractatus
logicus philosophicus, investigaciones filosóficas, Gredos, Madrid, 2001,
y Sobre la certeza, Gedisa, Barcelona, 2002.
De acuerdo.Extenso y claro.
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