Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: La mujer en Georg Simmen: Una mente inobjetiva, de nuestro admirado colaborador y filósofo Tomás Moreno.
LA MUJER EN GEORG SIMMEL:
UNA MENTE INOBJETIVA
Este prejuicio sobre la
irracionalidad femenina y sobre su inferioridad intelectual y déficit creativo
artístico-cultural de las mujeres llegará a instalarse –aunque de manera
encubierta y algo disimulada- en el pensamiento de uno de los más ilustres filósofos
del siglo XX, George Simmel (1858-1918), para quien los sexos son absolutamente
opuestos o polares tal y como defendiera y desarrollara en una de sus obras
fundamentales, Philosophische Kultur:
Gesammelte Essays, de 1911[1].
Distingue a la mujer, según nuestro influyente pensador alemán, una cierta
“falta de evolución”, una infantilización (Schopenhauer las denominará por mor
de ello mismo “niños mayores durante toda su vida”) que es inalterable y que
excluye, por consiguiente, al sexo femenino del
carácter humano más elevado y total. En su opinión, la evolución de la
humanidad se habría detenido con su rama femenina en un estadio más temprano de
lo que habría hecho con su rama masculina. Tanto el lenguaje como la formación de
conceptos estaría en lo esencial más ajustada al ser masculino que al
femenino.
Dos
rasgos especiales y muy distintos entre sí caracterizarían la unicidad del ser
femenino: falta de diferenciación y déficit de objetividad. Su falta de
diferenciación, se debe fundamentalmente a la unidad no fraccionada de su
naturaleza (su unicidad anímica
esencial), que hace de las mujeres seres más apegados a sus “posesiones” (a sus
cosas), más fieles a ellas que los hombres, caracterizados –por el
contario- por ser más despiadados e infieles, porque a causa de su carácter más
diferenciado, por estar fraccionado en una multiplicidad de direcciones de su naturaleza o ser -susceptibles de
separación entre sí-, tienden a considerar las cosas en su objetividad más
estricta e independiente. Son, pues, más “objetivos” que las mujeres. En el
caso de éstas, sus afectos, valores, sentimientos, personas amadas y recuerdos
más íntimos, ligados a su vida e intimidad, se separan difícilmente de ellas y
permanecen “englobados en su mismo centro” personal. La existencia de dichos
rasgos distintivos comportará la existencia de dos culturas diferentes (con sus
correspondientes modos específicos de conocimiento): la cultura masculina, científica y objetivo-especializada en general[2],
y la cultura femenina, inobjetiva o subjetiva
y caracterizada por su extranjería respecto
a ese modelo masculino de cultura[3].
Para Simmel, por consiguiente, nuestra cultura no es ajena a los sexos, y, con la excepción de muy pocos
ámbitos, es por entero masculina: los hombres han creado el arte y la
industria, la ciencia y el
comercio, el Estado y la religión. Llega a hacer, como
señala María Luisa P. Cavana, “una equiparación entre lo humano en general y lo
masculino, de tal modo que la mujer que quiere participar de lo humano en
general, automáticamente se masculiniza”[4].
Cualquier intento por parte de las mujeres de “realizarse” en el ámbito de la Cultura objetiva y especializada (esto
es, masculina) la degradará o la hará perder su naturaleza femenina (unitaria,
centrípeta e indiferenciada).
Georg Simmel |
En
su última etapa, más metafísica, su teoría de la polaridad de los sexos parece suavizarse y transformarse en una
posición de cierta complementariedad
(parecida a la propugnada por su contemporáneo Max Scheler, por esa misma
época). En efecto, al contar en su propia constitución con instrumentos de
conocimiento que los varones no poseen, las mujeres podrían contribuir a la cultura objetiva común en ámbitos como
los de la medicina, la ciencia histórica, las artes plásticas o la literatura
(la novela y, especialmente, el arte teatral[5]).
Al ser, además, más sensibles y vulnerables que los varones, los terrenos
culturalmente más relevantes para la creación femenina, en opinión del
filósofo, serían “el hogar”[6]
y su “influencia sobre los hombres”. No obstante, y a pesar de esa “pretendida
complementariedad”, las diferencias entre el intelecto femenino y masculino,
entre cultura masculina y cultura femenina, serían -seguirían siendo- de
carácter ontológico más que histórico-social y psicológico, lo que relegaría y
mantendría a las mujeres en un lugar secundario en la sociedad (como felices y
conformistas “amas de casa”). (Cont.).
TOMAS MORENO
[1] Georg Simmel, Cultura femenina y otros ensayos, trad. Genoveva Dieterich, Alba,
Barcelona, 1999.
[2] Simmel entiende por Cultura una especie de síntesis única del espíritu subjetivo y del
objetivo, consistente en el perfeccionamiento de los individuos que se alcanza
gracias al espíritu objetivado en el trabajo histórico de la especie, mediante
la apropiación de determinados valores objetivos, referidos a la moral y el
conocimiento, el arte y la religión, las configuraciones sociales y las formas
de expresión de lo interior.
[3]“Extranjería” que se extiende en las mujeres al ámbito
del derecho y de la moral (masculinos por antonomasia). Al derecho, por su
oposición a reglas y normas jurídicas y por su diferente en múltiples maneras
“sentido de la justicia”. Y al de la moral por su tipo de conducta personal más
vinculada al sentimiento.
[4] Maria Luisa P. Cavana, “La polaridad sexual de los
valores: Simmel y Ortega y Gasset”, en VV. AA. La Filosofía contemporánea desde una perspectiva no androcéntrica,
op. cit., p. 100
[5] Según Simmel, en la psyche femenina el Yo y su hacer – o lo que es lo mismo, el centro
de su personalidad y su periferia- están amalgamados más estrechamente que en
el hombre, lo cual hace que transforme inmediatamente cualquier proceso interno
en su exteriorización. Esto favorece su rol
artístico como actriz, puesto que cualquier alteración anímica de su
yo/intimidad se convierte –más fácilmente que en el varón actor- en una
alteración corporal, y viceversa.
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