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lunes, 18 de junio de 2018

LA MÚLTIPLE EXCLUSIÓN DE LAS MUJERES 1. EXCLUIDAS DEL SABER Y DE LA EDUCACIÓN


Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos la segunda parte del ensayo dedicado a la misoginia, del profesor y filósoso Tomás Moreno, y todo bajo el título: La mútiple exclusión de las mujeres. Excluidas del saber y de la educación.


a mútiple exclusión de las mujeres. Excluidas del saber y de la educación. Tomás Moreno





LA MÚLTIPLE EXCLUSIÓN DE LAS MUJERES

1. EXCLUIDAS DEL SABER Y DE LA EDUCACIÓN




La mútiple exclusión de las mujeres. Excluidas del saber y de la educación. Tomás Moreno





2ª parte del Ensayo La Misoginia como construcción ideológica para ANCILE


A mis amigos Jenniffer Moore, poeta de deslumbrante sensibilidad lírica, y Pastor Aguiar, escritor y narrador de tersa prosa y fascinante imaginación, como expresión de mi admiración y reconocimiento. Desde Granada hacia Miami y con mi permanente agradecimiento.






Cuando se intenta visualizar la historia del feminismo, ésta ha de ser rastreada preferentemente en la historia de la misoginia, por lo tanto, en su inversión, a modo de una imagen en un espejo cóncavo. Cada vez que el feminismo logró hacer pasar a cuestión candente alguna de sus propuestas (el voto, el acceso a la educación, la paridad en el poder), varios autores y de primera magnitud dedicaron sus genios a definir en qué consistía ser mujer (Amelia Valcárcel, Las filosofías políticas en presencia del feminismo).


En un sugestivo y original ensayo, De manzanas y serpientes, Lorenzo Álvarez de Toledo[1] afirmaba que detrás de cada tabú y de cada producción mítico-patriarcal  se escondía, en realidad, una determinada proscripción o prohibición para las mujeres: la prohibición de mirar y la  de exhibirse, la de hablar y la de comer, la de derramar sangre y la de administrar bienes, la de acceder al conocimiento y la de cantar, etc.  En efecto, los impedimentos y prohibiciones secularmente utilizados por el patriarcado –mediante ese tipo de procedimientos míticos y simbólicos o mediante otros más expeditivos y directos-  para controlarlas e impedir su plena autonomía han sido muy numerosos. Entre ellos, podemos señalar los siguientes: su exclusión de una instrucción y educación igualitaria, semejante a la facilitada a los varones, para evitar su acceso al conocimiento; la proscripción del libre uso de su palabra en el ágora pública para poder expresarse libre y responsablemente y reivindicar sus derechos cívicos, políticos y sociales; su exclusión del poder político para participar de manera activa y responsable en las instituciones y organismos que dirigen la vida de la sociedad en todos sus niveles (políticos, económicos, empresariales y académicos).
La mútiple exclusión de las mujeres. Excluidas del saber y de la educación. Tomás Moreno

            Además de todas esas prohibiciones e interdictos, podríamos añadir las relacionadas con su participación en el mundo de lo sagrado, actividades reservadas por una tradición multisecular, y con exclusividad, al hombre varón: las mujeres se vieron así progresivamente marginadas o expulsadas de todo lo relacionado con la celebración del culto, el orden ministerial sacerdotal y la gestión directiva en las instituciones eclesiásticas de las religiones del Libro, patriarcales y monoteístas. Todas ellas forman parte de una dura y milenaria “larga marcha” histórica, llena de obstáculos y de dificultades, que las mujeres han tenido que recorrer solas para acceder al fin a su anhelada emancipación humana y a su plena autonomía moral y personal. De todo ello se tratará en esta segunda parte de nuestro ensayo
            Comencemos por la primera de las exclusiones señaladas. “Desde la noche de los tiempos pesa sobre las mujeres una prohibición de saber”, escribe Michèle Le Doeuff [2], cuyos motivos y fundamentos ha tratado de señalar y explicitar la gran pensadora e historiadora feminista francesa. El saber es contrario a la feminidad. El saber, que es sagrado, es exclusividad de Dios y del hombre, su delegado en la Tierra. Por eso Eva cometió el peor de los pecados. Ella, mujer, quiso saber; sucumbió a la tentación del diablo y fue castigada. “Las religiones del Libro (judaísmo, cristianismo, islam) confían la Escritura y su interpretación a los hombres. La Biblia, la Torá, los versículos islámicos del Corán son asunto de ellos”[3]. La curiosidad femenina, como rasgo de género está presente en los mitos, leyendas y cuentos de todas las culturas. Pandora, Atalanta, Psique, Eva, la mujer de Loth, la mujer de Enkidu son figuras representativas del motivo de la curiosidad altiva o del  inmoderado deseo de conocer o saber de la mujer como origen de mal. Roger Shattuck ha dedicado al tema páginas esclarecedoras en su ensayo Conocimiento prohibido[4].
La mútiple exclusión de las mujeres. Excluidas del saber y de la educación. Tomás Moreno            Sorprende, después de lo anteriormente escrito, que, inmersa en esa tradición represora y enemiga del acceso de las mujeres a la educación, al saber y a la palabra, y ochenta años antes del terrorífico tratado para el exterminio de las brujas (el Malleus Maleficarum de 1486), una comprometida mujer francesa, Christine de Pizan (1364-1430), fuese capaz, en su obra de sorprendente modernidad La ciudad de las damas (1405)[5] de reivindicar la igualdad de los sexos, y de oponerse al discurso dominante de su tiempo, brutalmente masculino y misógino, que postulaba la inferioridad intelectual de las mujeres y les impedía el derecho a aprender y a ser educadas en igualdad con los varones[6]. En su escrito en forma dialogada, protagonizado por tres damas, la Razón, la Rectitud y la Justicia en diálogo con ella misma, Christine de Pizan se ocupa de elaborar una genealogía de mujeres ilustres que se habían distinguido por sus conocimientos y por su saber hacer en el mundo, y cuyo ejemplo ofrece como un baluarte definitivo contra las argumentaciones de la supuesta inferioridad femenina.
            Christine de Pizan en esta obra, no sólo sostiene la igualdad entre los sexos, reclama una serie de derechos sociales para las niñas y pide el reconocimiento de sus capacidades intelectuales, sino que se empeña, sobre todo, en reivindicar el derecho a la educación y a la instrucción de niñas y de jóvenes mujeres. En boca de la Razón, escribe algo tan de sentido común hoy, pero tan revolucionario en su tiempo, como estas palabras: “Si la costumbre fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles
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ciencias con método, como se hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y ciencias tan bien como ellos” (LCD, 63-64)[7]. Para finalizar, no nos resistimos, aunque el fragmento sea largo, a reproducir una parte muy significativa, por su modernidad, del inicio de su diálogo: 

Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre. Levanté la mirada del texto y decidí abandonar los libros difíciles para entretenerme en la lectura de algún poeta. Estando en esta disposición de ánimo, cayó en mis manos cierto extraño opúsculo, que no era mío sino de alguien que me lo había prestado. Lo abrí y vi que tenía como título “Libro de las Lamentaciones de Mateolo” [compendio misógino en verso del 1300, muy popular y difundido en la Europa de su tiempo]. Me hizo sonreír, porque, pese a no haberlo leído, sabía que este libro tenía fama de discutir sobre el respeto hacia las mujeres. […]. Su lectura me dejó algo perturbada y sumida en una profunda perplejidad. Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados. […]. Me propuse decidir, en conciencia, si el testimonio de tantos varones ilustres podía estar equivocado. […] Por más que intentaba volver sobre ello […] no podía entender ni admitir como bien fundado el juicio de los hombres sobre la naturaleza y conducta de las mujeres […] Todo aquello tenía que ser verdad, si bien mi mente, en mi ingenuidad e ignorancia no podía llegar a reconocer esos grandes defectos que yo misma compartía sin lugar a dudas con las demás mujeres. Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía y sabía en mi ser de mujer[8] (LCD, 5).

TOMÁS MORENO



[1] Lorenzo Álvarez de Toledo, De manzanas y serpientes, Devenir/El otro, Madrid, 2008, pp. 71-113. Fue VIII Premio de Ensayo “Miguel de Unamuno” 2007 del Ayuntamiento de Bilbao.
[2] Michèle Lre Doeuff, La Sexe du savoir, París, Aubier, 1998.
[3] Michèlle Perrot, Mi Historia de las mujeres, pp. 116-119. Sobre el deseo de saber de Eva y el pecado original véase E. García Estébanez Contra Eva,  pp.47-51 y 22 y 31.
[4] Robert Shattuck , Conocimiento prohibido, Taurus, Madrid, 2002.
[5] Christine de Pizan, La ciudad de las damas, op. cit. Christine anticipó así tempranamente la reivindicación contra el prejuicio desigualitario sexista y androcéntrico en la que se inspirarán más tarde tantas mujeres anónimas e ilustres en infatigable lucha para su eliminación.
[6] Aunque es cierto que como han demostrado historiadores como Margaret Wade Labarge (La mujer en la Edad Media, Madrid, 1988) y Georges Duby (Damas del siglo XII: Eloísa, Leonor, Iseo y algunas otras, Alianza, Madrid, 1995) entre los siglos  XII y XIV se produce en el centro de Europa y en Francia y Holanda (en casas religiosas femeninas y conventos de monjas sobre todo, aunque también en ambientes seculares como La Sorbona) una cierta actividad literaria y cultural de una minoría selecta de mujeres (la abadesa Hildegarda de Bingen, la monja Rosvita, Wiborada, Lioba, Eloísa –compañera de Abelardo-, María de Francia -autora de las Lais-, Catalina de Siena doctora de la Iglesia), la mujer común está absolutamente marginada de cualquier tipo de enseñanza o educación reglada, institucionalizada.
[7] Cf. Antonia Fernández Valencia, “Los discursos sobre la capacidad intelectual de las mujeres. Un frente histórico del feminismo”, en Actas del Seminario: Situación de la mujer superdotada en la sociedad”, Universidad Complutense de Madrid, pp. 244-263. En este ensayo su autora reúne y analiza las obras y discursos de las principales escritoras y pensadoras que a lo largo de la historia han luchado contra la marginación y desigualdad de las mujeres, rechazando su inferioridad y reafirmando su dignidad humana y sus capacidades biológicas,  intelectuales y éticas y reivindicando sus derechos sociopolíticos y  su dignidad humana, desde Hildegard de Bingen (siglo XII), Christine de Pizan (XIV-XV), Teresa de Cartagena (XV), Isabel de Villena (XV) o Sor Juana Inés de la Cruz (XVII), hasta Mary Wollstonecraft (XVIII), Josefa Amar y Borbón (XVIII-XIX), Concepción Arenal (XIX), Rosalía de Castro (XIX) y Emilia Pardo Bazán (XIX-XX).
[8] Christine de Pizan, La ciudad de las damas, op. cit. En este texto apreciamos cómo en el inicio de su diálogo escribe: “Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda  mi persona de los libros más dispares, según tengo costumbre”. Palabras que sin duda hacen de ella una auténtica precursora de Virginia Woolf al reclamar también para las mujeres ”una habitación propia”, un espacio privado para poder reflexionar, escribir y crear una obra propia y personal. Cf. V. Woolf, Una habitación propia, tr. esp. de Laura Pujol, Seix Barral, Barcelona, 1997.



La mútiple exclusión de las mujeres. Excluidas del saber y de la educación. Tomás Moreno


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