Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos la segunda parte del ensayo dedicado a la misoginia, del profesor y filósoso Tomás Moreno, y todo bajo el título: La mútiple exclusión de las mujeres. Excluidas del saber y de la educación.
LA
MÚLTIPLE EXCLUSIÓN DE LAS MUJERES
1.
EXCLUIDAS DEL SABER Y DE LA EDUCACIÓN
2ª parte del Ensayo La Misoginia como construcción ideológica para ANCILE
A mis amigos Jenniffer Moore, poeta de deslumbrante sensibilidad lírica, y Pastor Aguiar, escritor y narrador de tersa prosa y fascinante imaginación, como expresión de mi admiración y reconocimiento. Desde Granada hacia Miami y con mi permanente agradecimiento.
Cuando se intenta visualizar la historia del feminismo,
ésta ha de ser rastreada preferentemente en la historia de la misoginia, por lo
tanto, en su inversión, a modo de una imagen en un espejo cóncavo. Cada vez que
el feminismo logró hacer pasar a cuestión candente alguna de sus propuestas (el
voto, el acceso a la educación, la paridad en el poder), varios autores y de
primera magnitud dedicaron sus genios a definir en qué consistía ser mujer (Amelia Valcárcel, Las filosofías políticas en presencia del feminismo).
En un sugestivo y original ensayo,
De manzanas y serpientes, Lorenzo Álvarez de Toledo[1]
afirmaba que detrás de cada tabú y de cada producción mítico-patriarcal se escondía, en realidad, una determinada
proscripción o prohibición para las mujeres: la prohibición de mirar y la de
exhibirse, la de hablar y la de comer, la de derramar sangre y la de administrar
bienes, la de acceder al conocimiento
y la de cantar, etc. En efecto, los impedimentos y prohibiciones
secularmente utilizados por el patriarcado –mediante ese tipo de procedimientos
míticos y simbólicos o mediante otros más expeditivos y directos- para controlarlas e impedir su plena
autonomía han sido muy numerosos. Entre ellos, podemos señalar los siguientes:
su exclusión de una instrucción y educación igualitaria, semejante a la
facilitada a los varones, para evitar su acceso al conocimiento; la
proscripción del libre uso de su palabra en el ágora pública para poder
expresarse libre y responsablemente y reivindicar sus derechos cívicos,
políticos y sociales; su exclusión del poder político para participar de manera
activa y responsable en las instituciones y organismos que dirigen la vida de
la sociedad en todos sus niveles (políticos, económicos, empresariales y
académicos).
Además
de todas esas prohibiciones e interdictos, podríamos añadir las relacionadas
con su participación en el mundo de lo sagrado, actividades reservadas por una
tradición multisecular, y con exclusividad, al hombre varón: las mujeres se
vieron así progresivamente marginadas o expulsadas de todo lo relacionado con
la celebración del culto, el orden ministerial sacerdotal y la gestión
directiva en las instituciones eclesiásticas de las religiones del Libro, patriarcales y monoteístas.
Todas ellas forman parte de una dura y milenaria “larga marcha” histórica,
llena de obstáculos y de dificultades, que las mujeres han tenido que recorrer
solas para acceder al fin a su anhelada emancipación humana y a su plena
autonomía moral y personal. De todo ello se tratará en esta segunda parte de
nuestro ensayo
Comencemos
por la primera de las exclusiones señaladas. “Desde
la noche de los tiempos pesa sobre las mujeres una prohibición de saber”, escribe Michèle Le Doeuff [2], cuyos motivos y fundamentos ha
tratado de señalar y explicitar la gran pensadora e historiadora feminista
francesa. El saber es contrario a la feminidad. El saber, que es sagrado, es
exclusividad de Dios y del hombre, su delegado en la Tierra. Por eso Eva
cometió el peor de los pecados. Ella, mujer, quiso saber; sucumbió a la
tentación del diablo y fue castigada. “Las religiones del Libro (judaísmo,
cristianismo, islam) confían la Escritura y su interpretación a los hombres. La
Biblia, la Torá, los versículos islámicos del Corán son asunto de ellos”[3].
La curiosidad femenina, como rasgo de género está presente en los mitos, leyendas
y cuentos de todas las culturas. Pandora, Atalanta, Psique, Eva, la mujer de
Loth, la mujer de Enkidu son figuras representativas del motivo de la
curiosidad altiva o del inmoderado deseo
de conocer o saber de la mujer como origen de mal. Roger Shattuck ha dedicado al tema páginas esclarecedoras en su
ensayo Conocimiento prohibido[4].
Sorprende,
después de lo anteriormente escrito, que, inmersa en esa tradición represora y
enemiga del acceso de las mujeres a la educación, al saber y a la palabra, y
ochenta años antes del terrorífico tratado para el exterminio de las brujas (el
Malleus Maleficarum de 1486), una
comprometida mujer francesa, Christine
de Pizan (1364-1430), fuese capaz, en su obra de sorprendente modernidad La ciudad de las damas (1405)[5]
de reivindicar la igualdad de los sexos, y de oponerse al discurso dominante de
su tiempo, brutalmente masculino y misógino, que postulaba la inferioridad
intelectual de las mujeres y les impedía el derecho a aprender y a ser educadas
en igualdad con los varones[6].
En su escrito en forma dialogada, protagonizado por tres damas, la Razón, la Rectitud y la Justicia en
diálogo con ella misma, Christine de Pizan se ocupa de elaborar una genealogía
de mujeres ilustres que se habían distinguido por sus conocimientos y por su saber hacer en el mundo, y cuyo ejemplo
ofrece como un baluarte definitivo contra las argumentaciones de la supuesta
inferioridad femenina.
Christine de Pizan en esta obra, no sólo sostiene la igualdad entre
los sexos, reclama una serie de derechos sociales para las niñas y pide el
reconocimiento de sus capacidades intelectuales, sino que se empeña, sobre
todo, en reivindicar el derecho a la educación y a la instrucción de niñas y de
jóvenes mujeres. En boca de la Razón, escribe algo tan de sentido común hoy,
pero tan revolucionario en su tiempo, como estas palabras: “Si la costumbre
fuera mandar a las niñas a la escuela y enseñarles
ciencias con método, como se
hace con los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de
todas las artes y ciencias tan bien como ellos” (LCD, 63-64)[7].
Para finalizar, no nos resistimos, aunque el fragmento sea largo, a reproducir
una parte muy significativa, por su modernidad, del inicio de su diálogo:
Sentada
un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda mi persona de los libros más
dispares, según tengo costumbre. Levanté la mirada del texto y decidí abandonar
los libros difíciles para entretenerme en la lectura de algún poeta. Estando en
esta disposición de ánimo, cayó en mis manos cierto extraño opúsculo, que no
era mío sino de alguien que me lo había prestado. Lo abrí y vi que tenía como
título “Libro de las Lamentaciones de Mateolo” [compendio misógino en verso del
1300, muy popular y difundido en la Europa de su tiempo]. Me hizo sonreír,
porque, pese a no haberlo leído, sabía que este libro tenía fama de discutir
sobre el respeto hacia las mujeres. […]. Su lectura me dejó algo perturbada y
sumida en una profunda perplejidad. Me preguntaba cuáles podrían ser las
razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos, a vituperar a las
mujeres, criticándolas bien de palabra bien en escritos y tratados. […]. Me
propuse decidir, en conciencia, si el testimonio de tantos varones ilustres
podía estar equivocado. […] Por más que intentaba volver sobre ello […] no podía
entender ni admitir como bien fundado el juicio de los hombres sobre la
naturaleza y conducta de las mujeres […] Todo aquello tenía que ser verdad, si
bien mi mente, en mi ingenuidad e ignorancia no podía llegar a reconocer esos
grandes defectos que yo misma compartía sin lugar a dudas con las demás
mujeres. Así, había llegado a fiarme más del juicio ajeno que de lo que sentía
y sabía en mi ser de mujer[8]
(LCD, 5).
TOMÁS
MORENO
[1] Lorenzo Álvarez de Toledo, De manzanas y serpientes, Devenir/El otro, Madrid, 2008, pp.
71-113. Fue VIII Premio de Ensayo “Miguel de Unamuno” 2007 del Ayuntamiento de
Bilbao.
[2] Michèle Lre Doeuff, La Sexe du savoir, París, Aubier, 1998.
[3] Michèlle Perrot, Mi Historia de las mujeres, pp. 116-119. Sobre el deseo de saber de
Eva y el pecado original véase E. García Estébanez Contra Eva, pp.47-51 y 22 y
31.
[4] Robert Shattuck , Conocimiento
prohibido, Taurus, Madrid, 2002.
[5] Christine de Pizan, La ciudad de las damas, op. cit. Christine anticipó así tempranamente la reivindicación contra el
prejuicio desigualitario sexista y androcéntrico en la que se inspirarán más
tarde tantas mujeres anónimas e ilustres en infatigable lucha para su
eliminación.
[6] Aunque es cierto que como han demostrado historiadores
como Margaret Wade Labarge (La mujer en
la Edad Media, Madrid, 1988) y Georges Duby (Damas del siglo XII: Eloísa, Leonor, Iseo y algunas otras, Alianza,
Madrid, 1995) entre los siglos XII y XIV
se produce en el centro de Europa y en Francia y Holanda (en casas religiosas
femeninas y conventos de monjas sobre todo, aunque también en ambientes
seculares como La Sorbona) una cierta actividad literaria y cultural de una
minoría selecta de mujeres (la abadesa Hildegarda de Bingen, la monja Rosvita,
Wiborada, Lioba, Eloísa –compañera de Abelardo-, María de Francia -autora de
las Lais-, Catalina de Siena doctora
de la Iglesia), la mujer común está absolutamente marginada de cualquier tipo
de enseñanza o educación reglada, institucionalizada.
[7]
Cf. Antonia Fernández Valencia, “Los discursos sobre la capacidad intelectual
de las mujeres. Un frente histórico del feminismo”, en Actas del Seminario: Situación de la mujer superdotada en la sociedad”,
Universidad Complutense de Madrid, pp. 244-263. En este ensayo su autora reúne
y analiza las obras y discursos de las principales escritoras y pensadoras que
a lo largo de la historia han luchado contra la marginación y desigualdad de
las mujeres, rechazando su inferioridad y reafirmando su dignidad humana y sus
capacidades biológicas, intelectuales y
éticas y reivindicando sus derechos sociopolíticos y su dignidad humana, desde Hildegard de Bingen
(siglo XII), Christine de Pizan (XIV-XV), Teresa de Cartagena (XV), Isabel de
Villena (XV) o Sor Juana Inés de la Cruz (XVII), hasta Mary Wollstonecraft
(XVIII), Josefa Amar y Borbón (XVIII-XIX), Concepción Arenal (XIX), Rosalía de
Castro (XIX) y Emilia Pardo Bazán (XIX-XX).
[8]
Christine de Pizan, La ciudad de las
damas, op. cit. En este texto apreciamos cómo en el inicio de su diálogo
escribe: “Sentada un día en mi cuarto de estudio, rodeada toda mi persona de los libros más dispares, según
tengo costumbre”. Palabras que sin duda hacen de ella una auténtica precursora
de Virginia Woolf al reclamar también para las mujeres ”una habitación propia”,
un espacio privado para poder reflexionar, escribir y crear una obra propia y
personal. Cf. V. Woolf, Una habitación
propia, tr. esp. de Laura Pujol, Seix Barral, Barcelona, 1997.
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