Para la sección, Microensayos, traemos el post que lleva por título: De la sagrada veneración de la mujer a su estigmatización moral: proudhon y Schopenhauer, del profesor y filósofo Tomás Moreno.
DE LA SAGRADA
VENERACIÓN DE LA MUJER
A SU ESTIGMATIZACIÓN MORAL:
PROUDHON Y SCHOPENHAUER
Por su parte Pierre-Joseph
Proudhon (1809-1865), uno de los primeros ideólogos del socialismo
libertario, para quien lo que distingue al hombre del animal es precisamente la
moral, se mostrará radicalmente antifeminista, al sostener que la mujer carece
absolutamente de criterios éticos: “lo que ella concibe como bien y mal, no es
exactamente lo mismo que el hombre concibe como bien y mal, de suerte que,
respecto a nosotros, la mujer puede calificarse como un ser inmoral”[1].
La mujer es
maliciosa, hipócrita, nos viene a decir el pensador francés; es una bestia
feroz que, aunque domesticada, se deja llevar de repente por su instinto.
Entonces estalla “el genio egoísta, personal, imperioso, el carácter áspero, el
corazón brutal, en una palabra, la ferocidad de la mujer. Ya lo hemos dicho: es
una gata”[2].
La deshumanización y animalización de la mujer le lleva a sostener algo tan
discriminatorio como estas palabras: “La mujer no es la mitad del género
humano; esta
expresión no puede ser más falsa. De donde se sigue que el derecho
de la mujer en sus relaciones con el hombre no se rige por el principio de
igualdad”[3].
A
los pensadores ya aludidos - idealistas alemanes, positivistas e ideólogos en
general- se unirán pocos decenios después los literatos y filósofos misóginos epígonos
del romanticismo que pretendían demostrar la inferioridad moral de las mujeres,
asimilándolas a la idea del mal, como argumento a oponer a los movimientos de
emancipación femenina que emergían con fuerza en la Europa finisecular. “Los
filósofos alemanes -señala M. Perrot-, Schopenhauer, Nietzsche y Otto
Weininger, están dispuestos a desarrollar una filosofía antifeminista,
convencidos de que mantener las diferencias entre los sexos es una necesidad
irrenunciable”[4].
Para Arthur Schopenhauer (1788-1860), la diferencia femenina respecto al
modelo de racionalidad masculina se presenta invariablemente como inferior
biológica e intelectualmente y también moralmente[5].
El pensador de Danzig considera que la mujer une a la
simulación el disimulo. Es el triste recurso al que echa mano a falta de razón.
Tras enumerar las respectivas defensas de que disponen los distintos animales
el león, el elefante, el jabalí e incluso la sepia, Schopenhauer termina
diciendo que la mujer no tiene ninguna: “Para defenderse y protegerse, la
naturaleza sólo ha dado a la mujer el disimulo; esta facultad suple a la fuerza
que el hombre saca de sus miembros y de su razón”. Las mujeres no tienen inteligencia, equidad ni
virtud, carecen de juicio e incluso les reprocha y atribuye -por su incapacidad
para comprender principios generales- una falta del sentido de la justicia[6]:
“Las mismas actitudes nativas
explican la conmiseración, la humanidad, la simpatía que las mujeres
manifiestan por los desgraciados. Pero son inferiores a los hombres en todo lo
que atañe a la equidad, a la rectitud y a la probidad escrupulosa. A causa de
lo débil de su razón, todo lo que es de presente, visible e inmediato ejerce en
ellas un imperio contra el cual no pueden prevalecer las abstracciones, las
máximas establecidas, las resoluciones enérgicas, ni ninguna consideración de
lo pasado a lo venidero, de lo lejano a lo ausente… Por eso la injusticia es el
defecto capital de las naturalezas femeninas” (AMM, 92).
Al
estar confinadas en el presente
sienten una frecuente “inclinación a la prodigalidad”, que a veces roza la
demencia: “En el fondo de su corazón, las mujeres se imaginan que los hombres
han
venido al mundo para ganar dinero y las mujeres para gastarlo” (AMM, 91). Llega al extremo de recomendar
que las mujeres no deberían heredar ningún patrimonio, porque únicamente son
capaces de dilapidarlo[7]:
“Que la propiedad que los hombres
adquieren con dificultad a costa de grandes esfuerzos y penalidades soportados
durante largos años vaya a parar a manos de las mujeres, para que éstas, debido
a su insensatez, se la gasten en poco tiempo o la dilapiden de la manera que
sea, es un disparate tan grave como frecuente, al que se le debería poner coto
limitando el derecho que tienen las mujeres a heredar. Considero que la
solución más idónea sería disponer que las mujeres, ya fueran viudas o hijas,
sólo pudiesen recibir como herencia una renta, respaldada de por vida mediante
hipoteca; pero no, en cambio, bienes inmuebles o capital, a menos que
carecieran de descendencia masculina” (ATM,
94-95).
Incluso
donde se les ha reconocido el derecho a heredar propiedades, como sucede en
Europa, tendrían que volverse atrás, y ceñirse a esos modelos de sociedad
–modelos orientales por supuesto- en los que las mujeres nunca son mujeres
libres y cada una está bajo la vigilancia del padre, del marido, del hermano o
del hijo. Schopenhauer
también atribuye a las mujeres una propensión a mentir y disimular, sobre todo
ante el propio marido. La ley y el derecho, aclara, están al servicio de los
intereses masculinos y no protegen para nada los femeninos; en esta situación
social, las mujeres obran bien disimulando. Es decir, según nuestro misógino
filósofo, es justificable que ellas acudan a la mentira y a otras astucias para
hacer valer sus derechos, ya que las leyes de la sociedad no se los reconocen
ni protegen. Además las considera como agentes del mal y culpables de perpetuar
el “horror del devenir”, en su rol de incitadoras de la voluntad de vivir. (Cont.).
TOMÁS MORENO
[1] P. J. Proudhon, De
la Justice…, op. cit., p. 204. En realidad más que “inmoral” habría que
utilizar el término “amoral”, más ajustado al sentido del texto citado.
[6] Llega a sostener que “la mera idea de una mujer en el
cargo de juez provoca risa” (ATM, p.
105). Cuando ha pasado casi un siglo y medio queda manifiesta la capacidad predictiva del filósofo…
[7] En numerosas ocasiones Schopenhauer advierte de la prodigalidad y tendencia
al despilfarro de las mujeres. Véase este texto: “Todas las mujeres, con escasas
excepciones, son proclives al despilfarro. Por ello, todo patrimonio,
exceptuando los rarísimos casos en que ellas mismas lo han adquirido, debería
ser puesto a salvo de su irresponsabilidad” (ATM, 50). O este otro: “Las mujeres siempre creen en el fondo de su
corazón que la misión del hombre es ganar dinero, mientras que la suya es
gastarlo; gastarlo en vida del esposo, si ello fuera posible; pero al menos
tras su muerte, en caso contrario. El hecho de que el hombre le entregue su
sueldo para el mantenimiento del hogar la afianza en esta convicción” (Idem).
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