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viernes, 21 de septiembre de 2018

REPRESIÓN Y RIDICULIZACIÓN DE LAS MUJERES LENGUARACES

El profesor y filósofo Tomás Moreno nos trae un nuevo trabajo para la sección, Microensayos, del blog Ancile, esta vez bajo el título: Represión y ridiculización de las mujeres lenguaraces



Represión y ridiculización de las mujeres lenguaraces. Tomás Moreno



REPRESIÓN Y RIDICULIZACIÓN 

DE LAS MUJERES LENGUARACES




Represión y ridiculización de las mujeres lenguaraces. Tomás Moreno


Un pensador conservador francés de principios del XIX, como Joseph de Maistre, también percibirá el mismo peligro que denunciara un par de siglos antes su compatriota Jean Bodin: “Cuando habla parlotea, para no decir nada como las urracas, loros o cotorras”. Debe –propone- conminárselas al silencio, a la “taciturnitas”. Por eso Rousseau abominaba también de las marisabidillas parlanchinas:

Una marisabidilla es el azote de su marido, de sus hijos, de sus amigos, de sus criados, de todo el mundo. […] Todas esas mujeres con grandes talentos nunca infunden respeto sino a los necios. Siempre se sabe quién es el artista o el amigo que sostiene la pluma  o el pincel cuando ellas trabajan. Se sabe quién es el discreto hombre de letras que les dicta en secreto sus oráculos (EOE, V, 612).
               
                Y el propio Kant, en su Antropología, medio en serio medio en broma, nos advierte del poder belicoso de la lengua femenina:

El varón ama la paz del hogar y se somete gustoso al gobierno de su mujer, simplemente para no verse molestado en sus asuntos, la mujer no teme la guerra doméstica, que practica con la lengua, y para la cual la naturaleza le dio su locuacidad y emotiva elocuencia, que desarma al varón (ASP).

Represión y ridiculización de las mujeres lenguaraces. Tomás Moreno            No podemos pasar por alto la posición de un filósofo tan interesado por la mujer y por su enigmática complejidad como F. Nietzsche. Una serie de afirmaciones y expresiones del filósofo germano sobre la mujer nos permite incluirlo en la misógina tradición –juntamente con la de la Iglesia, la Ciencia y la filosofía occidentales- de los que predican el silenciamiento de la mujer. Según Nietzsche la mujer no puede hablar por sí misma porque ella está en el extremo opuesto respecto a la verdad y por eso lo mejor que puede hacer es guardar silencio, callar, para no desacreditarse:

Nosotros, los varones deseamos que la mujer no continúe desacreditándose mediante la ilustración: así como fue preocupación y solicitud del varón por la mujer el hecho de que la Iglesia decretase: mulier taceat in ecclesia! (¡calle la mujer en la iglesia!). Fue en provecho de la mujer por lo que Napoleón dio a entender a la demasiado locuaz madame de Stäel: “mulier taceat in politicis” (¡calle la mujer en los asuntos políticos!) – y yo pienso que es un auténtico amigo de la mujer el que hoy les grite a las mujeres: mulier taceat de muliere! (¡calle la mujer acerca de la mujer! (MBM, & 232)[1].

            En cierto modo, la obsesión masculina por apartarlas, separarlas, de la vida social y cívica tal vez se deba –entre otras razones o motivos de mayor calado, relacionados con la preservación de la institución matrimonial y familiar- a esa pretendida afición al comadreo y la murmuración, atribuidas a las mujeres; había que impedirles inmiscuirse en asuntos públicos, ajenos a su propio hogar o familia, como si los hombres estuviesen inmunizados de tales prácticas. En consecuencia, qué mejor remedio para todo ello que excluirlas del espacio común, de confinarlas a reductos de incomunicación y taciturnidad. “El sedentarismo –escribe Michelle Perrot- es una virtud femenina, un deber de las mujeres atadas a la tierra, a la familia, al hogar. Para Kant ‘la mujer es la casa’. El derecho doméstico garantiza el triunfo de la razón; retiene a la mujer y la disciplina, aboliendo toda voluntad de fuga”[2]. Las formas de enclaustramiento y encierro de las mujeres han sido múltiples, heterogéneas: el gineceo, el harén, el cuarto de las damas del castillo feudal, el convento, la casa victoriana, el prostíbulo.
            Hay pues que proteger a las mujeres, ocultarlas, vigilarlas  y no ya porque se tema su lenguaje persuasivo o mordaz o su poder de seducción y de incitación a tentaciones sensuales, sino sobre todo por el peligro que comporta su presencia y protagonismo en el espacio de lo público, de lo cívico-político. “Una mujer en público está siempre fuera de lugar”, decía Pitágoras. “Toda mujer que se
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muestre en público se deshonra”, escribe Rousseau a D’Alembert. Esto es de lo que fundamentalmente se teme  -concluye Michelle Perrot su aguda reflexión-: “las mujeres  en público, las mujeres en movimiento”[3].
            Antes de terminar este apartado conviene hacer constar que una parte muy importante del nefasto estereotipo de la fierecilla domada, germen de la frivolización seudohumorística de la violencia contra las mujeres, y que en el próximo epígrafe analizaremos, se forjó precisamente a partir del presunto peligro atribuido al uso femenino de la palabra, del lenguaje, y a su “proverbial charlatanería”. En efecto, el estereotipo de la “fierecilla domada”, prototipo de la mujer deslenguada, insumisa e insubordinada, encierra una clara alusión a uno de los temas más ampliamente recreados en ejemplos literarios y folclóricos que tienen como argumento la doma de la esposa o la domesticación de la mujer, incluso mediante procedimientos expeditivos y violentos. Se supone, en dicho estereotipo, que la mujer es instintivamente selvática, o asimilada al animal salvaje, y se la caracteriza con los estigmas de su supuesta incontinencia parlanchina y descarada y de su insuperable propensión al chisme o al cotilleo, como señalábamos[4].

TOMÁS MORENO
           




[1] F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, Madrid, 1972, p. 183.
[2] Michelle Perrot, ‘Mi’ historia de las mujeres, op. cit., p. 171. Cf. Bernard Edelman, La Maison  de Kant, Payot, París, 1984.
[3] Idem
[4] Como una referencia en literatura española de ese tipo de obras, cabe citar el cuento XXXV de El Conde Lucanor de Don Juan Manuel titulado Del mancebo que casó con mujer brava, desde entonces ese estereotipo denigratorio de la mujer permanecerá vigente en la literatura europea del Renacimiento y del Barroco hasta nuestros días.



Represión y ridiculización de las mujeres lenguaraces. Tomás Moreno


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