Para la sección, Ciencia, del blog Ancile, ofrecemos el post que lleva por título: Nada: La destrucción o el amor, muy brevemente.
NADA: LA DESTRUCCIÓN O EL AMOR,
MUY BREVEMENTE
ESTÁ claro que el hombre, en su
tránsito existencial, vive, experimenta e intuye la infinitud en algunos
momentos de su vida, así como, en contraste, la evidente caducidad de todo lo
que existe. Lo infinito, durable, digo, se nos antoja que reside en lo bello y
por serlo merece o debería ser permanente (como gozo de plenitud estética), y
que se nos antoja aún más necesario ante la efímera y caduca realidad de la
cosas que, al fin, será la que nos señale la impermanencia de nuestro propio
existir.
Será
ante la implacable contemplación de la disolución y muerte de todas las cosas
que, veamos la inflexible e inevitable realidad última, y que acabamos por
identificar con la nada, y que se impone fuera del alcance de los designios de
nuestra propia voluntad. Es la destrucción que sanciona inexorable nuestra
realidad existencial, no obstante, amorosa –absoluta-, si es que la entendemos
como fuerza renovadora, creativa, ya que
es el fin y el principio de todo.
Esta
nada destructora _y amorosamente creativa- nos enfrenta a una realidad que
acaece y es en un ámbito sin tiempo ni espacio y, acaso, sin principio ni fin,
y en consecuencia como expresión y o realidad única de trascendencia que, de
manera paradójica, para la razón es inmanencia absoluta.
La
nada es un no ser en el mundo que, en virtud de su naturaleza vacía, es, sin
embargo, ser en el mundo. Este yo que una vez fue y ahora es nada, es el
recipiente (amoroso) que es compasión (y filantropía) hacia todas las criaturas
que tienen nuestra misma y paradójica naturaleza, y que no hacen sino mostrar
que en la nada o en la gran muerte cielo y
tierra se renuevan.[1]
Concluiremos
en próxima entrada sobre la naturaleza de la nada y su extraordinaria relación
con la conciencia, que llevará por título, A
vueltas con la nada y la conciencia, conclusión.
Francisco Acuyo
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