Para la sección, Microensayos, del blog Ancile, traemos una nueva entrada del filósofo y profesor Tomás Moreno, en relación con el mito de la Alegoría platónica de la Caverna, y todo bajo el título: La alegoría de la caverna y sus claves interpretativas. Trabajo de cuya merecidísima dedicatoria me hago partícipe, al maestro Emilio Lledó, quien en esta bitácora ha sido traído en ocasiones varias y por cuya sabia e imprescindible influencia el redactor de este medio se siente tan profunda y gratamente agradecido.
LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA
Y SUS CLAVES
INTERPRETATIVAS
I. Platón inicia el Libro VII de La República[1]
(514a-518b) con una de las páginas
más memorables y densas de contenido filosófico de toda la historia de la
filosofía: el pasaje de la alegoría
o mito de la caverna. El relato de la
"caverna” es puesto por Platón en boca de Sócrates, que dialoga con
Glaucón, y viene a decir así:
El estado en que se halla nuestra naturaleza con respecto a su "educación"
("paideusía") o "ineducación" ("apaideusía") es comparable a la de
unos prisioneros encerrados en el interior de “una especie de cavernosa
vivienda subterránea”. Allí, por no
se sabe qué desventura, han sido condenados a permanecer de por vida, desde su
nacimiento, encadenados por los pies y por el cuello (sin poder girar la cabeza
hacia atrás), de espaldas a la única entrada que comunica la cueva con el
exterior. Su peculiar situación les obliga a mirar únicamente a la pared del
fondo de la caverna.
“Detrás de ellos, la luz de un fuego que
arde algo lejos y en plano superior”; entre el fuego y los prisioneros
encadenados hay “un
camino situado en alto”, junto al cual se levanta un tabiquillo (tapia o paredilla)
parecido a las mamparas que se alzan entre los titiriteros y el público, por
encima de los cuales exhiben aquéllos sus maravillas” o marionetas. Imagínate
ahora que, del otro lado de ese tabique, pasan unos hombres que transportan
toda clase de objetos, “cuya altura sobrepasa la de la pared”, estatuas de
hombres o animales hechas de piedra y de madera y de diversas materias. Y entre
los que pasan unos van hablando y otros caminan en silencio.
Los prisioneros sólo pueden contemplar las
"sombras" o "imágenes" proyectadas por el fuego en la pared del fondo de la caverna, y
escuchar los "ecos" de las
voces de los misteriosos porteadores. Para ellos esas sombras y ecos
constituyen la única, la verdadera "realidad", no pueden concebir
"otra" distinta. En ese estado permanecerán hasta que alguien los libere de sus cadenas y les obligue
a la fuerza a abandonar la caverna y salir al exterior de la misma, pudiendo
entonces contemplar a la luz del sol las cosas reales y verdaderas, el mundo
auténtico y verdadero.
Imaginemos - propone Sócrates a Glaucón- que uno de los prisioneros fuese de repente
desatado y liberado de sus cadenas y forzado a levantarse, volver el cuello y marchar
hacia la salida. Cerca de la misma se toparía con la hoguera y sufriría
encandilamiento (o “chiribitas” en los ojos) producido por el resplandor de la luz del
fuego de la caverna y sentiría dolor mostrándose incapaz de percibir
aquellos objetos cuyas sombras había visto antes. Si se le dijera, una vez cerca de la salida de la cueva, allí donde se encuentran los porteadores y sus
figurillas de hombres y de otros animales, que esos objetos son mucho más
reales y verdaderos que las sombras que antes veía en el fondo de la caverna y
que ahora su visión está mejor orientada
que antes, tardaría en convencerse de ello.
Y prosigue Sócrates con su imaginativa
suposición: “Y si se le obligara a fijar su vista en la luz misma [del fuego]
¿no crees que le dolerían los ojos y que se escaparía, volviéndose hacia
aquellos objetos que puede contemplar, y que consideraría que éstos son
realmente más claros que los que le muestra” […]. “Y si se lo llevaran de allí
a la fuerza, obligándole a recorrer la áspera y escarpada subida, y no le
dejaran antes de haberle arrastrado hasta la luz del sol, ¿no crees que
sufriría y llevaría a mal el ser arrastrado, y que, una vez llegado a la luz,
tendría los ojos tan llenos de ella que no sería capaz de ver ni una sola de
las cosas a las que ahora llamamos verdaderas?”.
En el exterior
de la cueva, ya fuera, necesitaría acostumbrarse, para poder llegar a mirar
“las cosas de arriba”. En primer lugar miraría con mayor facilidad las sombras,
y después las figuras de los hombres y de los otros objetos reflejados en las
aguas y luego los objetos mismos. A continuación contemplaría de noche lo que
hay en el cielo y el cielo mismo, mirando la luz de las estrellas y la luna más
fácilmente que, durante el día, el sol y la luz del sol”. Poco a poco iría percibiendo las cosas de ese mundo exterior, las
verdaderas realidades iluminadas por la luz del día. Finalmente, podría percibir el sol, no ya en imágenes en el agua o
en otros lugares que le son extraños, sino contemplarlo en su propio dominio y
tal cual es en sí mismo. “Y después de esto colegiría ya con respecto al sol que
es él quien produce las estaciones y los años y gobierna todo lo de la región
visible, y que es, en cierto modo, el autor de todas aquellas cosas que ellos
veían”.
En medio de su felicidad
por tan bella visión, se acordaría, entonces,
de sus antiguos compañeros de la
caverna, con pena y sentirá compasión y simpateia por ellos. Decidiría regresar a la caverna, para
comunicarles su hallazgo. De regreso allí, todo lo “vería confusamente hasta que sus ojos
se reacomodaran a ese estado y se acostumbraran en un tiempo nada breve. En su antigua morada se
mostrará, pues, torpe y ofuscado: sus ojos llenos de tinieblas –por haber
dejado súbitamente la luz del sol- no se adaptarían al mundo de las sombras, no pudiendo competir con sus moradores
mucho más hábiles y prácticos en las sombras (por discernir con mayor
penetración las sombras que pasaban”). Los
"conocimientos" de esos prisioneros ahora le parecerán faltos de
valor y verdad. Y cuando les tratara de explicar lo que había visto fuera de la
caverna no le creerían; dirían que
por haber salido de la cueva se había dañado
la vista o que se le habían
“estropeado los ojos”, sería el hazmerreír de todos y si pudieran incluso lo matarían.
Las "ataduras o ligaduras" que los atenazan son nuestros "sentidos"
corporales que nos atan a este falso y aparente mundo. La "oscuridad" de la caverna es la
"ignorancia" en la que vivimos. Las "sombras" e "imágenes"
proyectadas en la pared del fondo de la caverna representan las artificios creados
por el arte y la imaginación artística humana (las obras de la
"mímesis" artística, copias de
copias). El fuego que arde en la caverna representa al Sol del mundo sensible, principio de la vida y de la luz y visión
de los seres que habitan ese mundo. El "camino escarpado" o rampa que
conduce al exterior de la caverna, es el esfuerzo educativo que tenemos que
emprender para acceder a la verdad.
Los "objetos
y estatuillas" llevados en sus manos y sobre sus hombros por los porteadores representan los "seres
del mundo sensible" (copias de las Ideas, imitaciones de las
"verdaderas realidades").Los porteadores
expertos en “sombras” de
la caverna son los sofistas y políticos de
la época de Platón, de la Atenas de su tiempo, educados en la
retórica y expertos en el arte de la mentira y de la persuasión mediante el
lenguaje y la manipulación, iniciados en el arte de hacer pasar como realidad
lo que no son más que sombras o patrañas.
La áspera y
escarpada rampa o cuesta para acceder a la salida de la caverna simboliza
la difícil y ardua tarea de formación y educación que debemos emprender si
queremos alcanzar nuestra liberación de la ignorancia. El "mundo exterior"
a la caverna simboliza el "Mundo inteligible", de las Ideas: la
verdadera realidad. El "Sol",
es la Idea Suprema del "Bien", "Sol del mundo inteligible",
fuente y raíz de la vida, del conocimiento y de la entidad de todas las demás
cosas, se puede contemplar, por unos instantes tan sólo, en
"éxtasis".
El "prisionero
liberado" de sus cadenas es el "filósofo" (evoca, sin duda, la figura de Sócrates), que
gracias a la "dialéctica racional" ha logrado desembarazarse de las
cadenas de la ignorancia. Este
ascético, difícil y esforzado camino de salida de la caverna o ascensión al
mundo de las Ideas implica un proceso de “conversión”
cuasi-religioso que es muy compatible con la consideración de la Idea del Bien
como algo sagrado, en opinión de Werner Jaeger[2]
(cont.).
TOMÁS
MORENO
[1] Platón, La República, Edición bilingüe,
traducción, notas y estudio preliminar por José Manuel Pabón y Manuel Fernández
Galiano, Instituto de Estudios Políticos, Tomo. III., Madrid, 1969, pp. 1-8.
[2] Cfr.
Werner Jaeger, Paideia: Los ideales de la
cultura griega, traducción de Loaquin Xiral, Fondo de Cultura económica,
México, 2001.
No hay comentarios:
Publicar un comentario