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jueves, 30 de abril de 2020

LA PESTE DE ALBERT CAMUS. UNA REFLEXIÓN AL HILO DEL CONFINAMIENTO; POR TOMÁS MORENO

Para la sección Microensayos del blog Ancile, traemos el artículo que lleva por título: La peste de Albert Camus. Una reflexión al hilo del confinamiento, del profesor y filósofo Tomás Moreno.

La peste de Albert Camus. Una reflexión al hilo del confinamiento; Tomás Moreno



LA PESTE DE ALBERT CAMUS. 

UNA REFLEXIÓN AL HILO DEL CONFINAMIENTO



En su excelente ensayo El hombre imaginario. Una antropología literaria, el profesor Antonio Blanch –teólogo y filósofo- señalaba que -según la taxonomía del gran antropólogo y mitólogo francés Gilbert Durand (Las estructuras antropológicas de lo imaginario)- las imágenes más arcaicas sobre el mal  en las más diversas civilizaciones “podrían cifrarse en una antítesis: la de las sombras luchando contra la luz, siendo la luz el símbolo primario de todo lo bueno y benéfico”. Así, pues, la primera y fundamental agrupación de imágenes primordiales -comenta el ilustre catedrático de la Universidad de Comillas- establecería un “régimen nocturno” frente a un “régimen diurno”, quedando englobados dentro del primero de los símbolos nocturnos.

            Entre ellos se encontrarían todas las imágenes que indican mancha, impureza, suciedad, ceguera, oscuridad -la noche, las tinieblas y la sombra, por ejemplo- y otras como las de  caída y abismo. En un sentido menos negativo, también pertenecerían al régimen nocturno las imágenes de reingreso en el seno original (entraña intrusa) o de reinserción en la Naturaleza[1]. Dentro de la constelación de lo impuro, podrían señalarse otras imágenes metafóricas del mal, tales como la de lo corrompido, la del cuerpo en estado de descomposición o la del contagio físico infeccioso provocado por una determinada epidemia,  sea la peste, la viruela, la malaria o cualquier otra plaga. Ya el clásico latino Tito Lucrecio Caro en su famosa crónica poética De Rerum Natura evocaba una de ellas en la que “enfermedades de esta especie / causadas por mortíferos vapores, / en los pasados tiempos devastaron / los campos de los términos Cecropios, / e hicieron los caminos, soledades, / dejaron la ciudad sin pobladores”.
La peste de Albert Camus. Una reflexión al hilo del confinamiento; Tomás Moreno


            Muchos otros ejemplos sobre la peste y el contagio podrían aducirse aquí –como nos recuerda oportunamente Blanch- desde la mítica peste de Tebas, que decide del fatal destino de los Atridas, en
Edipo rey y en Antígona de Sófocles, etc., hasta la infección maléfica que contamina la ciudad en Muerte en Venecia (1912) de Thomas Mann o la mortífera y universal infección declarada en Orán, en la novela La peste (1947), de Albert Camus. Todas ellas concebidas como magníficas parábolas de grandes males que afectan a la colectividad o asedian al hombre hasta destruirlo del todo[2].

            Pero detengámonos por un momento en esta última. En ella se nos describe cómo “un día 16 de abril, el doctor Rieux, de Orán, encontró una rata muerta en la mesa de su despacho. Después aparecieron más. Muchas más. Cientos, miles de ratas agonizantes, que surgían de los pozos y las simas urbanas, invadían las calles, los hogares, las tiendas, para morir al sol, aplastadas o descompuestas, decapitadas o febriles, una a una o en tropas fétidas”[3]. Portadoras de la peste, el mal se extiende incontenible, las ratas lo inficionan todo, contagiando inmisericordes a los habitantes de la ciudad. Los muertos se multiplican día a día. La ciudad se halla aislada del resto del mundo. Y en ese estado de sitio, la vida prosigue, extraña, atemorizada y vulnerable. Hay quien trata de distraerse y aturdirse; hay quien se ve atenazado por el miedo, y hasta quien saca provecho de tan trágica situación para lucrarse; hay también quien se esfuerza valerosamente por luchar. En tal ambiente caótico y enrarecido por el mal el protagonista intenta contrarrestar los poderes maléficos dominantes luchando denodadamente contra la terrible infección.

            La vida sigue, pero se trata de otra vida. La cuarentena separa a unos hombres de otros. La ausencia diaria de un amigo o de un pariente llega a no advertirse. Poco a poco, el azote de la enfermedad (en la que se halla simbolizada la peste de la ocupación nazi en Europa) remite: la epidemia se ha estabilizado. Cesa la amenaza: la ciudad recobra la libertad y sus habitantes se entregan nuevamente al sueño de la inconsciencia. Pero Rieux invita a permanecer vigilantes pues “el bacilo de la peste no desaparece nunca”.
La peste de Albert Camus. Una reflexión al hilo del confinamiento; Tomás Moreno
            La novela de Albert Camus que describe tan alarmante situación es la crónica de una imaginaria epidemia de peste en Orán (Argelia) en un tiempo innominado del siglo XX. Los acontecimientos, narrados en tercera persona por el doctor Rieux, aun siendo ficticios se perciben vívidos y lacerantes como una torturante pesadilla transmutada en un episodio dramáticamente real[4]. “La peste-reflexiona Felipe Mellizo- no es solo un error patológico: es un horror teológico. Impresiona porque distribuye la muerte de manera democrática, con equidad estadística, castigando los delitos colectivos con una pena colectiva. Porque como decía Schweitzer, la peste es en verdad un castigo, recae sobre todos aquellos que han preferido los discursos a las alcantarillas”. En su opinión, las grandes epidemias son formidables acusaciones contra la injusticia y la ineficacia, escondidas en la ciudad alegre y confiada durante algún tiempo, hasta que de pronto, los principios esenciales del equilibrio biológico se rompen, se cascan como huevos podridos y expanden irresistiblemente su hediondez. Tiene la Humanidad, desde siempre, tal conciencia de culpabilidad, que no es extraño el grito repentino de la muchedumbre ante la epidemia “¡Nos lo hemos merecido!”.

            Para el ilustre e inolvidable escritor y periodista cordobés[5] no hay nada menos espectacular que una epidemia, porque debido a su duración, las desgracias tremendas se vuelven monótonas. Albert Camus nos relata el drama de la ciudad condenada con una frialdad técnica en la descripción de los “hechos” paralela a la técnica descriptiva utilizada en sus informes por epidemiólogos e historiadores. Hablando precisamente de la peste, prestigiosos  historiadores españoles de la Medicina, llegaron a escribir que “en las epidemias se acumulan rasgos y consecuencias tan desastrosas, que las fuentes apenas pueden detenerse en la narración de las concretas muertes. El número embota la sensibilidad para el caso particular[6]. Desgraciadamente.

TOMÁS MORENO


[1] Antonio Blanch, El hombre imaginario. Una antropología literaria PPC, Madrid, 1996, pp. 250-251..
[2] Antonio Blanch, op. cit. pp. 253-254.
[3] Felipe Mellizo Literatura y enfermedad, Plaza & Janés, Barcelona, 1979, p. 53-55.
[4] Para el tratamiento literario de la temática de la peste y de otras epidemias letales vid.  René Girard, “La peste en la literatura y el mito”, en Literatura, mímesis, antropología, Barcelona, Gedisa, 1984, pp. 143-160.
[5] Felipe Mellizo, op. cit., p. 56-58.  
[6] Mariano y José Luis Peset, Muerte en España, Madrid, 1972.




La peste de Albert Camus. Una reflexión al hilo del confinamiento; Tomás Moreno

martes, 28 de abril de 2020

¿QUÉ ES LO “DISTINTAMENTE” CRISTIANO?; POR ALFREDO ARREBOLA

Para la sección Apuntes histórico teológicos, del blog Ancile traemos el post de Alfredo Arrebola que lleva por título: ¿Qué es lo distintamente cristiano?



 ¿Qué es lo distintamente cristiano? Alfredo Arrebola




¿QUÉ  ES LO  “DISTINTAMENTE” CRISTIANO?



     “Un hombre de Dios” es -conforme a mi criterio – aquel que está fascinado por la verdad y la  encuentra plenamente en la Palabra y en la Carne de Cristo. Decía aquel atormentado filósofo y matemático  francés, Blas Pascal (1623 - 1662)  que “toda  la desdicha de los hombres se debe a una sola cosa, la de no saber estar tranquilamente en una habitación” (“Pensamientos”, E. D`Ors, 1962).  Nos encontramos sumamente afligidos por una pandemia universal que, posiblemente, el hombre no llegue  a conocer la razón última de la misma: la Ciencias avanzan mucho, pero no menos  las enfermedades. Estamos sufriendo un confinamiento impuesto: no es lo mismo la soledad elegida y poblada que la soledad impuesta. Aprovechando, pues, esta triste y  enigmática circunstancia, intentaré poner por escrito lo que desde hace muchos años se ha convertido en un perenne tormento:¿Qué es ser cristiano?

       Hace más de cinco años, bajo el seudónimo de Ambrosio Morales de la Vega, escribí “Por  qué soy cristiano”, cfr. Granada Costa, 31/01/2015; hoy, creyendo no equivocarme si digo que a  Dios – a quien nadie ha visto (Jn 1,18) – se puede llegar a través de la razón (Filosofía), o bien  por medio de la Revelación (Teología), he reflexionado, profunda y objetivamente, acerca de lo  que significa y comporta el sintagma “Ser cristiano”, porque existe mucha ignorancia sobre esta actitud humana.
      
 ¿Qué es lo distintamente cristiano? Alfredo Arrebola

     Hay quienes piensan  que se es cristiano por el solo hecho de recibir algunos sacramentos - el Bautismo, la Confirmación, el Matrimonio – en tanto que se ignora que el cristianismo es una opción fundamental por Cristo, “Camino, Verdad y Vida” (Jn 14,6). Ser cristiano no es simplemente hacer el bien y evitar el mal. Esto también lo hacen  personas de otras religiones, o de ninguna. De esto puedo dar testimonio veraz a lo largo de mi vida docente y artística. Ser cristiano no es simplemente creer en Dios. Hay quienes creen en Dios y no son cristianos. Como tampoco ser cristiano consiste en cumplir unos ritos determinados. Toda Religión posee ceremonias, ritos y símbolos; si no fuera así, se convertiría en un mero intelectualismo ético solo para minorías.

     Para ser identificado como cristiano no es suficiente haber sido bautizado, recibir la Primera Comunión, peregrinar a los santuarios marianos, asistir a las procesiones de Semana Santa. Hay quien, haciendo solo esto, cumple su cristianismo. Eso, no. Pues bien sabemos que los fariseos del tiempo de Jesús eran muy fieles en sus ritos y ceremonias y Jesús no tuvo el más mínimo reparo en denunciarlos públicamente como sepulcros blanqueados (Mt 23). Ser cristiano no se limita en aceptar unas verdades de fe, unos dogmas, incluso recitar el “Credo” o saberse el catecismo de memoria. Hay, por desgracia, muchos que profesan la doctrina cristiana, pero, en la práctica, están muy lejos del Evangelio.

     Un cristiano está obligado a conocer la fe de la Iglesia, conocer sus leyes y preceptos, pero esto no basta para “ser esencialmente cristiano”: el cristianismo no es solo una doctrina, sino praxis  evangélica. ¡Hay demasiados báculos teológicos y faltan verdaderos pastores evangélicos!. Como tampoco ser cristiano significa seguir una tradición mantenida de generación en generación, ya que toda  persona, medianamente culta, sabe que toda Religión reconoce y acepta la importancia del peso de la historia, pero el cristianismo no puede reducirse a ser  una cultura, un folclore, un arte, una costumbre transmitida a través de los tiempos. Ser cristiano, según mi corto entendimiento, no puede consistir solamente  en  prepararse para la otra vida, esperar en el “más allá”, en tanto que desinteresarse de lo presente. De ninguna manera: es, filosófico y teológicamente, bastante más.
   
   Es cierto – incluso “Dogma de fe” - que el cristianismo  admite la existencia de una vida futura y eterna, pero la esperanza de esa vida no debe amortiguar la preocupación por transformar y cambiar esta historia, como recomienda la  “Gaudium et Spes”(39), donde leemos: “Sabemos que al final de los tiempos serán restaurados el nuevo cielo y la nueva tierra; pero la espera de esto no nos dispensa de trabajar por la perfección de la tierra presente” (cfr. Documentos del Vaticano II, paǵ. 183). Por tanto, no puede llamarse cristiano quien se inhiba de las preocupaciones históricas, bajo el pretexto
 ¿Qué es lo distintamente cristiano? Alfredo Arrebola
del  cielo futuro. No puede, asimismo, considerarse cristiano quien esté al margen de la figura de Jesús de Nazaret, que murió y resucitó por nosotros y Dios Padre le hizo Señor y Cristo (Hch 2,36): Fundamento metafísico de nuestra fe.


      Hay que tener muy presente que “lo cristiano” no es simplemente una doctrina, una ética, o una tradición religiosa, sino que “cristiano” es todo lo que dice relación con la persona de Jesucristo. Sin él no hay cristianismo. Es decir, “lo cristiano” es El mismo.  Fue en Antioquía cuando los discípulos de Jesús fueron llamados cristianos (Hch 11,26). La vida es, pues, un Camino (Hch 9,22), el camino de  seguimiento de Jesús. Ser cristiano es, sencillamente, imitar a los Apóstoles en el seguimiento de Jesús (Lc 5, 11). Seguir a Jesús hoy no significa imitar mecánicamente sus gestos, sino continuar su camino. En los Evangelios se  repiten siempre las mismas palabras: Sequere me, “Sígueme” (Jn 1,39-44).

     ¿Qué es, pues, “Ser cristiano”? Seguir y vivir los consejos evangélicos, como lo hicieron los apóstoles cuando reconocieron que El era el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1,36), el Hijo de Dios, el Rey de Israel (Jn 1,49). También serán los Apóstoles quienes reconocen que Jesús es Aquel que los profetas habían anunciado como Mesías y que Juan Bautista lo había proclamado ya cercano (Jn 1,27; Lc 3, 16). Hoy el cristiano reconoce a Jesús como el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14,6), la Puerta (Jn 10,7), la Luz del mundo (Jn 8,12), el Buen Pastor (Jn 10, 11,14), el Pan de Vida (Jn 6,48), el Cristo, el Hijo de Dios Vivo (Mt 16, 16), el que existe antes  que Abrahám, el Juez de Vivos y Muertos, aunque la Teología nos enseña que Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. Ante la luz de este Juez de misericordia – nos dice el Papa Francisco – nuestras rodillas se doblan en oración y nuestras manos y nuestros pies se fortalecen (10-11-2015 , cfr. “Evangelio 2020, pág. 150).

   Inspirados, pues, en Jesús de Nazaret, “el Hijo del hombre”, podemos hablar, sin el más mínimo miedo, de “Humanismo” solamente a partir de la centralidad de  Él, descubriendo en Cristo los rasgos del auténtico rostro del hombre. Es  la contemplación del  rostro de Jesús muerto  y resucitado la que recompone nuestra humanidad. Nadie, por tanto, que se considere verdadero y auténtico creyente cristiano, puede ignorar que la resurrección de Cristo constituye  el acontecimiento más sorprendente de la historia humana, que atestigua la victoria del amor de Dios sobre el pecado y sobre la muerte, y da a nuestra esperanza de vida un fundamento tan sólido como la roca.

Olvidaos, por un momento, - ¡amigos todos! - de la trayectoria histórica de las iglesias cristianas - Católica, Protestante, Ortodoxa – porque han sido la terrible soberbia humana y el ansia inconmensurable de poder de sus dirigentes los que rompieron – desde hace muchos siglos – aquel primitivo, puro y verdadero cristianismo, “donde todos los que habían abrazado la fe vivían unidos, y tenían todas las cosas en común; y vendían las posesiones y los bienes, y las repartían entre todos, según que cada cual tenía necesidad. Y día por día, asiduos en asistir unánimamente al templo y partiendo el pan en sus casas, tomaban el sustento con regocijo y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor cabe el pueblo”, tal como leemos en los “Hechos de los Apóstoles” 2, 44 – 47.

   Es decir, “Vivían como hermanos en república cristiana” (“La pedrada”), del malogrado poeta leonés-extremeño, José María Gabriel  y Galán (1870 -1905). Eso es lo “distintivamente” cristiano.
Ni tiaras, ni báculos, ni lumbreras teológicas definen la esencia óntica del cristianismo, sino aquel “Amaos los unos a los otros, así como yo os he amado”. Este mandamiento está registrado en  el Evangelio de San Juan (15,12) , “ el discípulo amado” de Jesús.




                                       Alfredo Arrebola

                                    Villanueva Mesía (Granada), 21 de Abril de 2020






 ¿Qué es lo distintamente cristiano? Alfredo Arrebola


viernes, 24 de abril de 2020

EL TIRO, DE PASTOR AGUIAR

Para la sección, Narrativa, traemos el post que lleva por título, El tiro, relato  de nuestro colaborador y amigo Pastor Aguiar, que nos regala de nuevo con su narrativa ágil, brillante y viva un momento de lectura sugestivo y estimulante.




El tiro, Pastor Aguiar




EL TIRO





Venía el tiro tras de mí, la bala firme horadaba el viento, y yo escapando a ras de la tierra como una liebre. El miedo era mi combustible.

Apenas recordaba las causas. Todo se había precipitado pocos segundos antes. Macario en su taburete al lado izquierdo de la puerta, con la panza desnuda y los ojos semi cerrados para que el bochorno le fuera llevadero.


Y ocurrírseme aquella picardía de lanzarle una piedra contra el ombligo semejante a un caracol. Entonces vino su reacción desmesurada, aquel Macario rojo como un tizón echando manos al revólver. Yo no imaginé que el muy energúmeno estuviera armado. Sí sabía de sus malas pulgas, su rencor congénito tipo muralla que lo mantenía a solas, en su soledad orgásmica. Ya retirado, se pasaba las tres cuartas partes del día recostado contra la pared de tablas del rancho, y muy pocos se le acercaban.


Yo pasé por allí casualmente, cortando camino rumbo a la laguna en busca de nidos de patos y estupiñanes floridos que intentaba descubrir, pues los había visualizado en sueños como arbustos acuáticos parlantes que gritaban flores con pétalos de labios.



Apenas pude ver el arma en la mano del gigantón, escuchar su jadeo de caballo al final del galope, y acto seguido el clic del seguro al liberarse. Lo siguiente iba a ser la explosión casi al momento del impacto sobre mi espalda.
El tiro, Pastor Aguiar


Entonces corrí, me disparé antes que el revólver de Macario. Volaba inclinándome cuanto podía, más reptil que mamífero, el espanto hecho de carne y huesos. Un frío de glacial me invadía, pero no cesaba de imaginar el choque del proyectil, quizás sin dolor inicialmente, como porrazo en cuero de tambor, y también la columna vertebral despedazada, sus añicos rajando arterias, la sangre pintándome como un mural surrealista.


Mi esperanza era dejar la bala detrás, que se desmayara antes de alcanzarme. También rogaba por elevaciones, grandes rocas protectoras, pero el terreno era liso. Si esperaba a protegerme con la curvatura del globo terráqueo, iba a morir de viejo en pleno maratón.


A todas estas estalló el disparo. Fue semejante a los truenos y me dejó sordo, con un mar de silbidos en el centro del cráneo. Lo raro fue la ausencia del impacto. Se supone que el plomo llegue al tiempo de la explosión, dada la corta distancia.


Me incliné aún más, iba en cuatro patas, arañando la yerba con mis dedos, hasta que llegó un momento en que dudé de la realidad, porque no me fatigaba, no era herido, y Macario era alguien que ahora no encajaba en este mundo. Entonces me detuve, me enderecé para tomar aire frente a la pared de tablas de un bohío junto a cuya puerta reposaba, con la panza al aire tal vez Macario. Por nada del mundo iba a tirarle piedras.





Pastor Aguiar




El tiro, Pastor Aguiar


martes, 21 de abril de 2020

LA MUERTE INICIÁTICA Y LAS GRANDES CATÁSTROFES

Para la sección Pensamiento, del blog Ancile, traemos una nueva entrada, prosiguiendo no obstante, con el tema anteriormente tratado sobre la realidad de las catástrofes y su poder catártico de autorreconocimiento, y todo bajo el título: La muerte iniciática y las grandes catástrofes.



LA MUERTE INICIÁTICA

Y LAS GRANDES CATÁSTROFES




La muerte iniciática y las grandes catástrofes. Francisco Acuyo






 Ninguna criatura puede alcanzar un grado más alto de naturaleza sin dejar de existir[1]. Estas y otras reflexiones o aproximaciones similares al hecho de la desaparición o muerte del hombre coinciden en relación a aquella (a la extinción), como una vía necesaria fundamental para la creación, si es que esta es en verdad la manera más sublime de manifestarse la naturaleza. La creación será más genuina cuanto más definitiva y total sea la muerte hacia todo lo conocido. Solo mediante la extinción a todo lo conocido se adquiere el rango verdadero de creatividad. La muerte iniciática no sólo es común a numerosos ritos de mitologías variadas, más antiguas o más modernas; en cualquier caso la aceptación de esa muerte de todo lo viejo requiere la prevalencia de juicios del iniciado, maestro, gurú, curandero, o en nuestros días, del que emite el juicio político.

            Ya adelantaba con grande acierto Joseph Campbell que estos brujos (políticos, insistimos, en la modernidad), aun siendo neuróticos e incluso psicóticos, son los que hacen visibles y públicos los sistemas de fantasía simbólica –hoy ideologías-) que están presentes en la psique de cada miembro adulto de su sociedad[2]. El peligro radica en el hecho de que las colectividades actuales, desubicadas o desintonizadas con lo más profundo de la interioridad humana, aprovechan la ocasión -de la desesperación individual y de los grupos- en las grandes catástrofes para hacer de estas el caldo de cultivo ideal –y demagógico- para sus productos de contagio masivo en pos del beneficio –ideológico y político- propio(s).

La muerte iniciática y las grandes catástrofes. Francisco Acuyo

            No pueden estar más lejos estos gurús ideologizados y perpetuos aspirantes a la consecución del poder –o al mantenimiento del mismo-, de la honda y sagrada aspiración simbólica y espiritual y de lo muy necesaria que es para el ser humano, es fundamental para la búsqueda del sí mismo que no es sino la del otro yo mismo, que diría Levinas, y que debemos reconocer muriendo a todo lo viciado y conocido.
           
            Las desdichadas y angustiosas penalidades psicológicas (y físicas) del individuo, semejantes a la agonía unamoniana, son hipócrita y engañosamente manipuladas por el brujo político sin escrúpulos, inmoral, ajeno a la verdadera necesidad de paliar el sufrimiento del que lo padece, y olvidado de la idea aristotélica del hombre político, al servicio siempre de los demás.
           
            La increencia (no solo religiosa, también moral) que se impone en nuestros días, nos hace huérfanos del saber más profundo, y nos deja inermes ante el peligro de esta plaga demagógica  y lacra falsaria de las ideologías políticas de la postmodernidad. La desaparición de los símbolos (tan opimos y enriquecedores en la poesía, la que también quieren hacer desaparecer), así como los impulsos de reconocimiento de una realidad poderosa y cierta más allá de nosotros, nos deja solos para el enfrentamiento contra las catástrofes colectivas e individuales, esto nos hace débiles ante el incitante populismo demagógico que incendia y corrompe las ya adormecidas conciencias de los hombres en la modernidad. Es hora, precisamente en estos instantes de agobio, soledad, ensimismamiento, angustia, de hacer un profundo examen de conciencia y meditar sobre quienes somos y que queremos en verdad.

            Volveremos sobre este asunto capital que nos concierne atender de manera urgente en nuestras sociedades y en nuestras conciencias, será en próximas entradas de este blog Ancile.



Francisco Acuyo



[1] Coomaraswamy, A. K. : El tiempo y la eternidad, Taurus, Madrid 1980. P. 47.
[2] Campbell: J.: Op. cit. entradas anteriores.





La muerte iniciática y las grandes catástrofes. Francisco Acuyo

viernes, 17 de abril de 2020

ÉTICA Y ESTÉTICA DE LA TRAGEDIA EXISTENCIAL

En este nuevo post para la sección Pensamiento, del blog Ancile, traemos nuevas reflexiones al albur de la cuarenta por el Covid 19, y todo bajo el título: Ética y estética de la tragedia existencial.



ÉTICA Y ESTÉTICA
DE LA TRAGEDIA EXISTENCIAL



Ética y estética de la tragedia existencial. Francisco Acuyo





QUE el trágico devenir existencial está siempre en duro enfrentamiento y franca controversia con la indignación ética del moralista, es un hecho antropológicamente incuestionable. La severidad y la inclemencia de nuestro tránsito existencial, frente a la incomprensión ética de lo que acontece en nuestras vidas, acaso no sea sino una palmaria muestra de nuestras limitaciones intelectuales, pero también como señal de una energía inabarcable a nuestros sentidos que muy bien puede permanecer inalterable y fuera de cualquier sufrimiento.

            Esta catástrofe mundial[1] muy bien puede entenderse como muestra durísima de esa confrontación entre la realidad cruda del devenir existencial y lo que pensamos que no debiera suceder. Al margen de las responsabilidades humanas,[2] queda expuesta una de las muchas maneras en las que el ser humano entra en una nueva aventura de vida. Aventura cruel en muchos casos que no hace sino poner en evidencia la insospechada aparición de trágicas circunstancias que causan un dolor infinito y que, no obstante, nos enfrentan también a la relación de fuerzas, potestades y potencias que no acabamos de entender en nuestras vidas.

Ética y estética de la tragedia existencial. Francisco Acuyo

            Cuando torpemente afrontamos estas terribles circunstancias debemos ser conscientes que esos fracasos llevados a término por errores nuestros, pueden abrir nuevas vías de designio que debemos considerar. Señales oscuras, sin duda, pero precisas de atender. El carácter oculto, mítico de las catástrofes se hace evidente en el terror que produce individual y colectivamente y que va más allá de la realidad misma de la hecatombe. Se arraiga en lo más profundo de nuestras conciencias (en lo más hondo inconsciente) y nos llama a la heroicidad individual y colectiva y nos lleva al ámbito de lo nunca hollado y conocido.

            ¿Podemos entender, o mejor, interpretar estos nefastos acontecimientos como una señal o llamamiento hacia un nuevo orden de interpretación del mundo y del tráfago existencial? ¿Negaremos, como tantas otras veces hemos hecho, esta llamada por volver a la convención y los intereses anteriores a ella? ¿Sabremos aprovechar este abrupto y feroz despertar para abandonar el hechizo del sueño de la búsqueda de la felicidad permanente en este mundo?

            Quien estime que, a pesar de los principios inevitables y verdaderos de la realidad del dolor, se ofrecen los instrumentos más inesperados para acceder a la realidad no menos incuestionable de la belleza, podrá constar que es posible la revelación de la ley genuina que propicia la liberación de sufrimiento y de la ilusión de realidad que nos lleva a permanecer en el mismo. Es el momento de la introversión, de la inmersión para una auténtica autoconciencia y dominio para llenar el vacío interior que todos contenemos, y que se mantiene en una inquietante espera dentro de nosotros en forma de una insatisfacción permanente y agobiante.

            Cuando momentos de crudo dramatismo invade la vida de los hombres, no es raro que aparezca la necesidad de la asistencia taumatúrgica, divina, sobrenatural como figura benigna del destino, acaso así, en la desesperación y la angustia no estará, al menos, nada mal, reconocer esta apremiante necesidad, y entenderla y atenderla en su dimensión más profunda que, desde luego, se sitúa muy lejos de cualquier fantasía protectora consciente (o inconsciente), pues nos habla de aquella visión del Cusano, donde aparece como la puerta por la que se accede al más alto espíritu de la razón que impide la entrada hasta que ha sido dominado. [3]



Francisco Acuyo



[1] Nos referimos a la que afecta a la humanidad en estos momentos a través del coronavirus Covid 19.
[2] Gubernamentales en muchos casos.
[3] De Cusa, N.: De visione Dei.



Ética y estética de la tragedia existencial. Francisco Acuyo

martes, 14 de abril de 2020

CUARENTA EN VERSO. SEXTO DÍA NOCHE DEL TRIÁNGULO CONSTELADO: LUNA, VENUS Y LAS PLÉYADES

En el sexto día de la Cuarentena en verso, trae el poema titulado Noche del triángulo constelado: Luna, Venus y las pléyades, todo para la sección Poesía, del blog Ancile.



SEXTO DÍA


NOCHE DEL TRIÁNGULO CONSTELADO:

LUNA, VENUS Y LAS PLÉYADES




A mi hermana Carmen,
Andrés, Abraham y Laura,
también en confinamiento




   EL constelado triángulo:
Pléyades, Venus, la Luna,
en la noche de mi alma
delinean su figura.


   En este confinamiento
descubro el cielo nocturna
armonía: son estrellas
que la celeste tribuna

   abrí, cuando todavía
no era en mí la criatura
que ora observa, que ora ser
siente, imagina, calcula;

   que ora, libremente, al mundo
sale y recibe y saluda
cuando todavía Dios
no era sino en sus criaturas.

   En esta noche, vacío
de creencia y toda duda,
contemplo la soledad
libre de magistratura.

   Nada se origina, nada
muere, nada se demuda,
nada se transforma en nada,
solo en el cielo se dibuja

   como constelado triángulo:
Pléyades, Venus, la Luna,
que en la noche de mi alma
delinean su figura.




Francisco Acuyo








DONDE YO SOY TÚ Y TÚ ERES YO: LA VOZ UNÁNIME DE LA HUMANIDAD, EL COVID 19,

Proseguimos con las anteriores disertaciones de esta sección de Pensamiento, del blog Ancile, al albur de las dramática situación expuesta por la pandemia del coronavirus, y todo bajo el título general de: Donde yo soy tú y tú eres yo: la voz unánime de la humanidad, El covid 19.



DONDE YO SOY TÚ Y TÚ ERES YO:

LA VOZ UNÁNIME DE LA HUMANIDAD, EL COVID 19 



Donde yo soy tú y tú eres yo: la voz unánime de la humanidad, El covid 19. Francisco Acuyo






Hay momentos en el devenir existencial de la humanidad (acaso sea este uno en especial importante) que es preciso reconocer al verdadero actor, adalid insigne de la humanidad. Será aquel que reconozca en su interior la verdad del exterior como una misma realidad. El espejo del mundo es en verdad el reflejo de cada cual en su interior, y en este hecho se ha de inferir cualquier verdadero conocimiento.

            La realidad última es lo único en lo diverso, y en este caer en la cuenta radica el verdadero entendimiento genuino. La colectividad, en circunstancias tan dramáticas como las que nos toca vivir, es la que ofrece –acaso inconscientemente- este conocimiento singular, donde la unidad radica precisamente en la multiplicidad de los que sufren.

            Aquellas culturas antiguas, remotas, que se nutrían simbólicamente de los aspectos naturales, paisajísticos del mundo,  diríanse renacer en estos días de recogimiento forzado y forzoso, y aparecen en nuestros ámbitos de convivencia en forma del saludable decrecimiento del ruido, de la polución y en el renacer del sonido de la naturaleza, los pájaros, el viento, los pasos aislados de algún viandante inopinado… de nuevo los factores naturales vienen a protegernos: los árboles, los montes, las aves…. y se ofrecen a los hombres como verdaderos santuarios. El templo del mundo se abre a todos en el reconocimiento y valor de la naturaleza.

Donde yo soy tú y tú eres yo: la voz unánime de la humanidad, El covid 19. Francisco Acuyo

            Diríase que las ciudades modernas se abren, como antaño, a los cuatro puntos cardinales del universo, y se vierten ante nuestro entendimiento como el símbolo que acaso nunca debiera haberse olvidado, el eje vertebrador de la vida en comunidad vinculado a las gracias salvajes de la naturaleza.

            Reconocemos en nuestras ciudades La Ciudad –universal- del mundo, fuente de existencia y plenitud, donde lo bello y lo siniestro, la bondad y la vileza pueden aparecer en cualquier momento. El panta rei - πάντα ρεῖ- (El todo fluye) heraclitano está animado por polemos (el conflicto, la guerra), y la guerra será, al fin, el padre de todas las cosas, el cual se hace más patente que nunca en esta contemplación: el caos tenderá a lo hermoso de todo equilibrio, mas, desde esta observación entenderemos que todo se engendra de la más implacable discordia.

            Estos momentos de confusión y de ruptura será la mejor atalaya desde la que examinar los fragmentos de eternidad que la constituyen. Mirador desde el que considerar que la eternidad es demasiado grande para contemplar y entender  desde la óptica humana.

            Incidiremos –modestamente- en esta cuarentena nuestra sobre tamaña y capital cuestión que afecta a día de hoy a la humanidad toda, será esto en próximas entradas del blog Ancile.


Francisco Acuyo



           

Donde yo soy tú y tú eres yo: la voz unánime de la humanidad, El covid 19. Francisco Acuyo