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jueves, 27 de agosto de 2020

DÉCIMO CUARTO DÍA: FLOR DE CACTUS

Para la sección de Poesía del blog Ancile, traemos la entrada nueva que lleva por título: Décimo cuarto día: Flor de Cactus.



Décimo cuarto día: Flor de Cactus.Francisco Acuyo



DÉCIMO CUARTO DÍA: FLOR DE CACTUS



(Badinerie)




Para José Antonio Rodríguez y Carmen,
esta flor de confinamiento.





   ESTRELLA delicada
que entre ásperas espinas,
al sol de la terraza
la corola flamígera

   nos abres, suculenta
llama que arde en la brisa,
brisa que febrilmente
tus vástagos agita.

   Idea lo sagrado
tu flor de sol ignívora
y una conciencia intuyes
en tu fuego infinita.

   En ti me miro, flor
de cactus, luz unívoca
donde veo tu alma
en mi alma convertida.




Francisco Acuyo










Décimo cuarto día: Flor de Cactus.Francisco Acuyo


martes, 25 de agosto de 2020

EL SER POÉTICO

Para la sección Pensamiento del blog Ancile Traemos un nuevo post que lleva por título: El ser poético,  fragmento de una obra que está en gestación cuyo título genérico es: Del ser en la belleza (matemáticas y poesía).




Del ser en la belleza (matemáticas y poesía). Francisco Acuyo




EL SER POÉTICO




DE, ¿por qué el ser y no la nada?, tiene mucho que decir la poesía. Mas, si tiene mucho que aclarar y declarar será porque, aun cuando el ser se dice de muchos modos (Aristóteles), la poesía será  el ámbito en donde se inviste y se impregna del más próximo sentido verdadero, si es que aspira a algo más que a resolver la interrogante sobre lo que el ser fuera, pues interesa  saber más, cómo es el ser mismo.

                La dignidad ontológica (Heidegger) indiscutible de la poesía nos muestra nada menos que lo más íntimo de lo que el ser: su  articulación, su organización, su coyuntura, su dinamismo. Antes que cualquier indagación positiva[1] destaca, despunta, reverbera el ser poético sobre el ente lingüístico, lógico y literario.

                En este conjunto de reflexiones que constituyen Del ser en la belleza, tratamos de ir un paso más allá en sus aproximaciones de la fruición estética y o artística, o lo que pudiere ser lo mismo, de  una ontología de sentimientos que, al fin, acabará de conducir hacia una ontología de la obra de arte[2]. También pretendemos acaso de forma tal vez arriesgada una serie de consideraciones que excedan o trasciendan (en la medida de lo posible), el acervo óntico filosófico strictu sensu  (aunque los vínculos y límites  entre uno y otro dominio no son siempre tan evidentes como parecieran). Indagamos en campos de relación en el que la forma, en sentido hegeliano, se identifica, ontológicamente, con el mismo contenido. En este sentido la matemática puede ser emparentada con la poesía, donde la forma –del discurso- es una suerte de reflexión sobre la armonía de contenido y formas expresadas como interioridad, entendiendo esta a su vez como la perfecta coincidencia del contenido y la forma.
Del ser en la belleza (matemáticas y poesía). Francisco Acuyo

                Por todas las razones expuestas, creemos que coinciden (con las diferencias más o menos obvias, que también daremos cuenta), matemáticas y poesía, y lo hacen más que en un definir qué cosa son, lo harán sobre qué sentido tienen. Con toda humildad, creemos que la poesía –también la matemática en sus concepciones últimas y más audaces, al reconocer sus límites- hacen frente a lo ignoto, en el sentido heideggeriano de enfrentamiento a aquella imaginación trascendental de la que Kant habría huido[3].

                Poesía y vida (existencia) es poética –como lo es matemática- si en verdad coincide como potencia, posibilidad de ser que nos muestra que la poesía y la matemática son una puerta hacia la existencia. Si el filósofo verdadero es el poeta, y lo es porque el verdadero poeta es un filósofo[4]: así el matemático también es poeta, y lo será como el poeta genuino también es un muy singular matemático.





Francisco Acuyo


[1] Chivrazzi, G.: Los sentidos del ser, en Filosofía y poesía: dos aproximaciones a la verdad,  de Vattimo, G. Gedisa, Barcelona, 1999, pág. 157.
[2] Vattimo, G.: Arte, sentimiento, originarietà nell’estética di Heidegger, en Poesía y ontología, Milano, 1985, pág.147 a 168.
[3] Chivrazzi, G.: opus. Cit. Pág. 162.
[4] Ibidem, pág. 166.



Del ser en la belleza (matemáticas y poesía). Francisco Acuyo


jueves, 20 de agosto de 2020

POESÍA: MITO Y MÍSTICA DEL NÚMERO


Para la sección Pensamiento del blog Ancile Traemos un nuevo post que lleva por título: Poesía: Mito y mística del número, y que es un fragmento de una obra que está en gestación cuyo título genérico es: Del ser en la belleza (matemáticas y poesía).



Poesía: Mito y mística del número, Francisco Acuyo





POESÍA: MITO Y MÍSTICA DEL NÚMERO







AHORA sabemos, como en otro tiempo lo hicieron la matemática y la lógica, que la poesía ha hecho, en virtud del extraordinario dinamismo de su configuración y de sus complejas y profundas estructuras, indistinguibles las fronteras entre el mito, la mística y el número (cuantitativo y, sobre todo, cualitativo que lo conforman); así, las ideas, las imágenes, los símbolos, las formas acaban todos por conformar el eïdolon (la apariencia viva, la imagen palpitante) mediante el que establecer la ley que gobierna su disposición formal (acaso como en la matemática), ley en la que se reitera el motivo formal que nos avocará al ritmo, a la simbología, a la proporción y la simetría, que hacen del discurso poético verdadero, en su ejercicio creativo, algo en verdad único y genuino.

                En virtud de la afinidad de los ritmos propios del espíritu es posible la sincronía que es aneja a los que propios del universo, haciéndolos a través del número y en integración singular, indistinguibles; ritmos que nos hace soñar con el número del Alma del mundo (Platón).[1] El principio de Analogía hermana, sin duda, a la matemática y la poesía, si en verdad, todo está ordenado por el número, y donde el alma es con la naturaleza en todo a sí misma parecida.


Poesía: Mito y mística del número, Francisco Acuyo
                Si toda la matemática está constituida por las proporciones entre cantidades, y que su fuente y sus elementos se resumen en la esencia de la proporción,[2] parece obvio que, a dicha proporción, no es ajena la poesía, incluso en la diversidad con la que tantas veces nos desconcierta:[3] así, con la acentuación más expresiva o con la metáfora más audaz hacen presencia las proporciones más excelsas y las más certeras y concertantes euritmias.

                La palabra y el número han jugado y contado, según la cultura, con virtudes extraordinarias. La poesía ha conjugado a la perfección el poder y el fascinum de ambas para el conocimiento y reconocimiento del alma en el mundo, y donde, incluso, lo material se trasluce en conocimiento o, mejor, en singular e integrador entendimiento. Cuando decimos que la realidad (física) exterior, descrita por la matemática del cuantum, no tiene una existencia permanente, como tampoco forma, sustancia ni posición[4], y que no puede concebirse sino es a través de la imagen o el símbolo abstracto, y cuya entidad real no es sino probabilidad -potencia creativa-, todo ello nos acaba por recordar en particular remembranza el impulso creativo integrador del que el lenguaje poético es claramente susceptible. La energía potencial del número poético emparenta con la del número matemático probabilístico que trata de establecer leyes en el mundo del caos en el que se sustenta la manifestación más evidente de creación: la vida.



Francisco Acuyo




[1] Platón: Obras Completas, Timeo, Aguilar, Madrid, 1987.
[2] Théon, en Ghyca, M. C.: Opus. Cit. Pág. 56.
[3] Acuyo, F.: De la proporción en lo diverso, opus. Cit.
[4] Ghyka, M.C.: Filosofía y mística del número, opus cit. pág.224.




Poesía: Mito y mística del número, Francisco Acuyo


martes, 18 de agosto de 2020

SOLITO Y EL GALLO, DE PASTOR AGUIAR

Para la sección de Narrativa del blog Ancile, traemos un nuevo relato de nuestro muy querido colaborador y excelente escritor, Pastor Aguiar; esta vez bajo el título de Solito y el gallo.


Solito y el gallo.Pastor Aguiar

 SOLITO Y EL GALLO



La Nona salió rumbo al gallinero para recoger los huevos de la jornada. Debajo de un cobertizo estaban los cajones donde las ponedoras venían a parir óvalos de color rojo ladrillo. La distancia desde el fondo de la cocina no sobrepasaba los cincuenta metros.
En la puerta entornada de la cocina había quedado Solito, el perro medio enano con su cuerpo de mortadela y la cabeza grandota con ojos negros que lo hacían parecer un capo de la mafia. Pero Solito no se movía de su posición estatuaria si no lo llamaban.

La Nona avanzó a pasos cortos y rápidos, pues tenía mucho que hacer dentro de la casa. En dos horas iba a llegar el Nono muerto de hambre y cansancio. A medio camino y debajo de un ciruelo enorme, el gallo Remigio observaba, diríase que temerosamente, pues la Nona lo mantenía a raya con su voz de tigresa “¡gallooo!”. Le gritaba así y el animal se frizaba durante un buen rato, hasta más tarde, cuando descubría a Anita, la niña de unos siete años, y se vengaba con ella haciéndola correr puertas adentro.

La Nona pudo reunir doce huevos aquel día. Los fue colocando cuidadosamente en su delantal de tela gris, se le dibujaba la contentura en el rostro de matrona italiana. Entonces se dispuso a desandar el camino guiándose por los ojazos de Solito.

Solito y el gallo.Pastor AguiarQué se iba a imaginar la Nona que Remigio comenzaba a engrifar las plumas al darse cuenta, pienso yo, de que le estaban robando las posturas de su amado harén, y que tal insulto lo hacía olvidar el miedo acumulado.

No había dado quince pasos la Nona cuando sintió el primer picotazo en una pierna, después otro y otro. Pero ella no se detuvo, sabía que si soltaba el delantal iba a perder su docena de huevos rojitos y tibios, y se concentró en ello a como diera lugar.

_ ¡Gallooo!_ Murmuró como para sí misma, masticando cada sílaba. Pero Remigio no escuchó esta vez y continuó picoteando las pantorrillas de la mujer, que ya sangraban por algunos sitios.

Al acercarse a Solito y percibir un gruñido agudo, el gallo se retiró al fin, ofuscado.

La Nona, en silencio absoluto, depositó cada huevo en la canasta de mimbre, eran hermosos. De inmediato agarró la olla grande y la repletó de agua, para, al final, encender el quemador de gas al máximo.
La mujer no dijo palabra alguna hasta que pasó junto al perro, avanzó un poco más rumbo al ciruelo y por fin ordenó.

_ ¡Solito, tráeme al gallo!

No necesitó esperar mucho, las cortas patas de Solito se movieron como aspas de molino dejando una estela de polvo cárdeno detrás, era como un proyectil apuntando a Remigio, quien trató de subir al árbol demasiado tarde.

Vino un reguero de plumas, una especie de canto operático mezcla de Barbero de Sevilla y Rigoletto, y el infeliz gallo a los pies de la Nona, tratando de liberarse de las mandíbulas de Solito.

La gran madre italiana atrapó al reo por ambas patas, escogió el machete más afilado del galpón y de un tajazo limpio separó la cabeza con su cresta rojísima del cuerpo enemigo.

Al poco raro el sopón estaba listo para cuando llegara el Nono desde los campos de trigo.


Pastor Aguiar


Solito y el gallo.Pastor Aguiar



martes, 11 de agosto de 2020

DÉCIMO TERCER DÍA: NIEVE


Para la sección Poesía, del  blog Ancile, y con el título Nieve, publicamos un nuevo post, dentro de la seria de los poemas de la cuarentena, en concreto el del décimo tercer día.



Nieve, Francisco Acuyo




DÉCIMO TERCER DÍA



NIEVE




(Rondó)




(Desde la azotea, con Sierra Nevada
al fondo, en confinamiento)



A José Gutiérrez, poeta,
fraternalmente desde la cuarentena.





   CELESTIALES jerarquías
que al horizonte, un momento,
en la línea de la nieve
dibujáis el silencio.

   Piedra y cielo. Con la nieve
honda en el espacio denso
un pincel de luz enciende
el espíritu del fuego;

   fuego que, llama de amor
viva, al imperecedero
firmamento avisa espacio
de un infinito hemisferio.

   Es tu luz noticia grata
que fin al confinamiento
pone, y se ofrece con ser
un instante de lo eterno.

   Veo en tus nevadas cumbres,
si es trágico o perverso
o sin sentido el decurso
de una vida, mas contemplo

   también la semilla agraz
que florece desde dentro,
muy profunda, para hacer
de sí misma el jardinero

   de luz, allí, donde nívea
la cumbre siembra en secreto;
sobre ti, nevada sierra,
la sima de mi alma veo.

   Sobre la nieve dormido
me avisa que estoy despierto,
casi conciencia, la brisa
que me habla como en un sueño:

  celestiales jerarquías
que al horizonte, un momento,
en la línea de la nieve
dibujáis el silencio.





 Francisco Acuyo
 



Nieve, Francisco Acuyo

jueves, 6 de agosto de 2020

DE LO HUMANO Y LO DIVINO: LA DUALIDAD UNÍVOCA


Con el título: De lo humano y lo divino: La dualidad unívoca, traemos un nuevo post para la sección De juicios, paradojas y apotegmas.


De lo humano y lo divino: La dualidad unívoca, Francisco Acuyo



DE LO  HUMANO Y LO DIVINO: 

LA DUALIDAD UNÍVOCA




Acaso ahora como nunca se ha tratado de separar lo externo de lo interno, lo objetivo de los subjetivo, la ciencia de lo no científico, lo humano y material de lo espiritual y no menos humano. Esta dualidad (cartesiana) no acaba de verse superada. Si acaso, retrotrayendo todo lo mental al orbe de lo descriptible por la neurociencia, donde, en fin, todo proceso de conciencia no es más que un epifenómeno del órgano cerebral y de la extensión y ramificación a su sistema nervioso.

                Acaso ahora como nunca, tengamos la necesidad perentoria de reconocer, así nos lo indica el mito[1] y la simbología más profunda que ambos ámbitos son en realidad uno solo. ¿no será que la intuición mítica y simbólica de lo trascendente traída de los más profundo de nuestro ser acaba trivializándose en su raciocinio? ¿Cómo podemos dar testimonio de lo inefable, de lo paradójico, de lo inaprensible por los sentidos (y no menos real, por cierto, que lo que informa nuestra mente mediante aquellos? ¿Podemos aceptar con nuestra inquisitorial mente racionalizadora y positiva que podemos aprehender lo inasible? ¿Será cierto aquello de: saber no  es  saber, no saber es saber?[2]

                Acaso ahora como nunca, sea necesario reconocer que el abandonarse (más que a renunciar) es algo fundamental para no caer en los cantos de sirenas ideológicos, positivos, religiosos o de cualquiera índole que apremian a la esclavitud del espíritu, cuya liberación sólo será posible en ese abandono: nada espera, nada aspira, nada quiere pues al fin se reconoce en ese estado último de presencia anónima.[3] El abandono que sin nosotros, sin nuestro yo, pone en evidencia que lo humano y lo divino en verdad son la misma cosa, porque en realidad el Yo es el mismo para siempre.[4]


Francisco Acuyo



[1] Campbell, J.: Opus. cit. pág. 200.
[2] Upanishad: 2, 3.
[3] Campbell, J. : opus cit. p.217.
[4] Upanishad: opus. cit. 3:19.






De lo humano y lo divino: La dualidad unívoca, Francisco Acuyo

martes, 4 de agosto de 2020

MÁS ALLÁ DEL OJO, DE LA PALABRA, DE LA MENTE


Para la sección Juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, traemos una nueva entrada que lleva por título: Más allá del ojo, de la palabra, de la mente.


Más allá del ojo, de la palabra, de la mente. Francisco Acuyo
De Vladimir Kush



MÁS ALLÁ DEL OJO, DE LA PALABRA, 

DE LA MENTE[1]






Si en verdad el entendimiento de la realidad de lo eterno hace al hombre más compresivo, y la comprensión abre y amplía la mente, y en no reconocer la eternidad radica todo desorden y todo mal; hemos de comprender que en aquél alto entendimiento radica la nobleza de lo elevado que es lo eterno, por lo que no ha de temerse la decadencia del cuerpo.[2]

                Reflexiones de tal calibre, por cierto, compartidas por lo más granado de las más subidas culturas, parecen no encontrar cabida en mundo que agoniza para el espíritu. La gracia del crecimiento interior no tiene sitio en una sociedad enajenada por la ideología materialista  y por el consumo desbordado. No hay aptitud ni actitud para abrir al instante sin tiempo que excede, en palabras del Dante, todo humano lenguaje, y donde la memoria se rinde a tanta grandeza.[3]

                Tratan las ideologías varias y el pensamiento estrictamente positivo de encontrar la fuente del bienestar y del vida verdadera en el exterior, en la sociedad y en la materia, cuando en verdad, se encuentra en lo más íntimo y profundo de nosotros mismos. ¿No será que, el verdadero héroe, lejos del que hace loables y públicas gestas,  no es sino aquel que pugna en soledad, en silencio, contra todo  contra todos y, sobre todo,  contra sí mismo?

                Será muy conveniente intentar al menos algunas reflexiones al respecto; seguiremos indagando en próximas entregas de estas breves, tímidas, limitadas, pero muy sinceras reflexiones de esta sección de juicios,  paradojas y apotegmas.




Francisco Acuyo



Más allá del ojo, de la palabra, de la mente. Francisco Acuyo
De Vladimir Kush




[1] Dante Alighieri: Divina Comedia, Paraíso, XXXIII
[2] Lao Tse: Tao Te King,
[3] Dante, A.: opus. cit.

sábado, 1 de agosto de 2020

EL SUFRIMIENTO A LA LUZ DE LA FE (II), POR ALFREDO ARREBOLA

 Traemos un nuevo post para la sección Apuntes histórico teológicos, de nuestro colaborador y amigo Alfredo Arrebola, bajo el título El sufrimiento a la luz de la fe (II).


El sufrimiento a la luz de la fe (II).Alfredo Arrebola



EL   SUFRIMIENTO  A  LA  LUZ  DE  LA  FE  (II)



     



Si San Agustín (354 – 430), Doctor de la Iglesia y una de las figuras más representativas de la Filosofía, no pudo dar respuesta satisfactoria a la eterna pregunta “¿Por qué  sufre tanto el  ser humano  en su cotidiano vivir  y, además, padecer tantas desgracias, siendo Dios Todopoderoso?”, ¿cómo yo me atrevo a escribir, de nuevo,  sobre el sufrimiento?. Solo a la luz de mi fe  puedo  poner mis manos sobre el ordenador y decir lo que mi experiencia ha recogido desde el campo filosófico, teológico y, sobre todo, de la Sagrada Escritura.

     Es cierto, analizado desde cualquier perspectiva, que el ser humano está llamado a ser feliz. La felicidad, según el filósofo  Boecio ( 480 – 525)  es el “Estado perfecto  con la congregación de todos los bienes”, algo que, por desgracia, no se encuentra en la vida terrenal. En este sentido, San Agustín, desde sus primeras inquisiciones filosóficas, buscó no sólo una verdad que pudiera satisfacer a su mente, sino una que colmara su corazón. No hay, pues, error afirmando que el Obispo de Hipona fue un eudemonista. Pero este eudemonismo no consiste en alcanzar alguna clase de bienes temporales o en satisfacer las pasiones: conceptos que, por desgracia, han corrompido a la humanidad. No consiste, por otra parte, ni siquiera en un placer o contento estable, moderado, razonable, al modo de los epicúreos.

   Todas ésas son felicidades efímeras, incapaces de apaciguar al hombre. La verdadera felicidad se encuentra únicamente en la posesión de la verdad completa : verdad que debe trascender todas las verdades particulares, pues de lo contrario no sería, propiamente hablando, una verdad, cfr. “Diccionario de Filosofía”, Tomo I,  pág. 76, de José  Ferrater  Mora. La verdad que perseguía San Agustín, como debiera ser de todo cristiano creyente, es la medida absoluta de todas las verdades  posibles. Esta Suprema Medida es, y sólo puede ser, Dios. Ahora bien, esa  búsqueda de la Verdad no es, así, sólo contemplativa, sino también eminentemente “activa”; no implica sólo conocimiento, sino fe y amor. De ahí que la vida del hombre sea – dirá Job - “una verdadera milicia”.
El sufrimiento a la luz de la fe (II).Alfredo Arrebola


   Es cierto, teológicamente hablando,  que los creyentes “caminamos en la fe y no en la visión (2Co 5,7), y conocemos a Dios “como en un espejo en enigma, de una manera confusa,… imperfecta” (1Co 13,12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. Cualquier creyente sabe que la fe puede ser puesta a prueba, como tampoco ignora que el mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal, de  las  pandemias, de la  peste, del sufrimiento, de las injusticias y, sobre todo, de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden estremecer la fe y llegar a ser para ella una tentación. Esta triste experiencia la he vivido en personas muy cercanas a mí.
  
    Es, entonces, cuando el  creyente tiene que acudir a los “testigos de la fe”: “ Abraham, el cual, fuera de toda esperanza, creyó que sería padre de numerosas naciones” (Rm 4, 18); la Virgen María que, “en la peregrinación de la fe” (LG 58), llegó hasta la noche de la fe” participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro; como  también la Iglesia, fundada por Cristo, nos  puede ofrecer a tantos otros testigos de la fe.  Así pues, ante los perennes y terribles sufrimientos, el creyente cristiano debe sacudir todo lastre y  miserias, soportando con fortaleza las pruebas cotidianas, fijos sus ojos en Jesús de Nazaret, iniciador y consumidor de la fe, el cual, en vez del gozo  que se le ponía delante, sobrellevó la cruz, sin tener cuenta de la confusión, y está sentado a la diestra del trono de Dios, tal como leemos en la “Epístola a los Hebreros” 12, 1-2.

   A  veces Dios – fenómeno frecuente en el ser humano -  puede parecer ausente e incapaz de impedir el mal. Ahora bien, la Teología nos enseña que Dios Padre ha revelado su omnipotencia de la manera más “misteriosa” en el anonadamiento voluntario y en la Resurrección de su Hijo, por los cuales ha vencido el mal. Así, Cristo crucificado es “poder de Dios y sabiduría de Dios. Porque la necedad divina – nos dirá el “Apóstol de los gentiles” -  es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad divina, más fuerte que la fuerza de los hombres. Y en la carta que Pablo dirigió a los Efesios nos dirá   que “...En la Resurrección y en la exaltación de Cristo es donde el Padre desplegó el vigor de su fuerza y manifestó la soberana grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes” (Ef 1, 19-22).

   Asimismo, la Teología nos enseña – y la “Razón” no lo rechaza – que Dios concede a los hombres poder participar “libremente” en su providencia confiándole la responsabilidad de “someter la tierra y dominarla” (Gn 1, 26). Dios da así a los hombres el ser causas inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para perfeccionar su  armonía para su bien y el de sus prójimos. Por tanto, los hombres – leemos en “Catecismo de la Iglesia Católica”, pág. 77 -, cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar libremente en el plan divino no sólo por sus  acciones, oraciones y trabajos, sino también por sus sufrimientos (Col 1, 24). Entonces llegan a ser plenamente “colaboradores de Dios” (1 Co 3, 9; 1Ts 3, 2) y de su Reino (Col 4, 11). Esta doctrina, concebida desde la Ética natural, la aplica el creyente cristiano a toda persona – creyente  o no – que viene realizando su labor en favor de erradicar  el impertinente y  odiado  Coronavirus. Este es, pues, el camino que debe seguir todo creyente cristiano: JESUCRISTO, “Camino, Verdad y  Vida” (Jn 14, 6).

El sufrimiento a la luz de la fe (II).Alfredo Arrebola

   Y aprovechando la actual pandemia, debo decir a esos ignorantes y energúmenos enemigos de la Iglesia Católica que ésta sólo trata de cumplir el doble mandato de Jesús: anunciar el Evangelio de la salvación y curar a los enfermos. Fiel a esta enseñanza – nos dice el Papa Francisco – la Iglesia ha considerado siempre la asistencia a los enfermos parte integrante de su misión. La Iglesia los encuentra continuamente en su camino, y considera a las personas enfermas una vía privilegiada para encontrar a Cristo, acogerlo y servirlo. Curar a un  enfermo – en el pensamiento cristiano -, acogerlo, servirlo, es servir a Cristo: el enfermo es la carne de Cristo. Así lo entiendo yo, leyendo a San Mateo: “Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos. Curad enfermos, resucitar muertos, limpiad  leprosos, arrojad demonios; de balde lo recibisteis, de balde dadlo” (Mt. 10,7).

   Este largo confinamiento me ha servido para reflexionar lo más objetivamente posible: seguir pensando – con razonamientos morales y argumentos apodícticos -  que Dios es infinitamente bueno y todas sus obras son buenas. No obstante, nadie – absolutamente nadie – escapa a la  experiencia del sufrimiento, de los males en la naturaleza – que aparecen como ligados a los  límites propios de las criaturas -, y - ¡cómo no! -  a la cuestión del mal moral. Terrible problema que ha venido atormentando – siglo tras siglo – al ser humano.

   Y, como siempre, sigo recurriendo a mi “Maestro espiritual”, San Agustín, quien escribe: “… yo seguía buscando el origen del mal, y no hallaba salida; pero no permitisteis que las olas de mis   pensamientos me apartasen de aquella fe con que creía  que Vos existís” (Conf. 7, 7.11), y su propia búsqueda dolorosa sólo encontrará salida en su conversión al Dios vivo. Camino que debe seguir toda persona que dude de la existencia de Dios y el mal. Pero el creyente cristiano no debe olvidar que el  “Misterio de la iniquidad” (2Ts 2,7) sólo se esclarece a la luz del “Misterio de la piedad”, como le escribía San Pablo  a  Timoteo, (1Tm 3, 16). La revelación del amor divino en Cristo ha manifestado a la vez la extensión del mal – pandemias, guerras, pestes, muerte… - y la sobreabundancia de la gracia; textualmente podemos leer: “… Pero la  ley se  atravesó  para que aumentase el delito; mas donde aumentó el delito,  sobrerrebosó  la gracia” (Rm 5, 20).

 Sólo me atrevo  a decir, desde estas humildes reflexiones, que examinemos “nuestros sufrimientos” fijando la mirada de nuestra fe en el que es el único Vencedor: CRISTO, nuestro Hermano Mayor.




                                          Alfredo Arrebola

                        Villanueva Mesía -Granada, Julio de 2020.




El sufrimiento a la luz de la fe (II).Alfredo Arrebola