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jueves, 28 de octubre de 2021

ELOGIO DE LA DECEPCIÓN DE FRANCISCO ACUYO, SEGUNDA ENTREGA

Ofrecemos la segunda entrega titulada, Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, para la sección Microensayos de nuestro amigo y colaborador Tomás Moreno.

 ELOGIO DE LA DECEPCIÓN DE FRANCISCO ACUYO,

SEGUNDA ENTREGA


Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno


Pues bien, Francisco Acuyo, parece coincidir con Martha Nussbaum al analizar y utilizar esta misma orientación metodológica, a la hora de diseccionar sus emociones. Y muy concretamente, la emoción de la decepción, que es analizada por él con una sensibilidad admirable y con una aguda penetración psicológica -a la manera de un fino estilete o bisturí- para ahondar en el interior de los estados de ánimo con los que se encuentra, y para tratar mediante ellas de desvelarlos y encontrarles sentido y significación. Aplica este procedimiento metodológico, sirviéndose de esta emoción, a tres clases o grados del amor: el amor de Philía (del amigo o la amistad), que se trata en Pórtico; el amor de Eros (de la amada) en su sentido griego: ascensional y fusivo, que se desarrolla en el segundo apartado, titulado  Del amor, y el amor de Agápe (el amor de Dios, demandado y buscado a pesar de su silencio), sobre el que versa la tercera parte.

            En todos ellos, la decepción se nos muestra como una emoción especialmente compleja, curiosa, enigmática. El diccionario la define como: "pesar causado por un desengaño", y como vocablo sinónimo de desengaño, desencanto, desilusión. Algo, pues, que afecta, que nos ha afectado a todos nosotros alguna vez en nuestra vida. Desde ella, podemos desembocar en una aflicción momentánea, en un sentimiento puntual de engaño por haber sido defraudados por alguien o por algo. Tomamos nota, aprendemos de la experiencia. Luego, pasa. Es un estado pasajero. Otras veces, se transforma en algo más serio y duradero que puede llegar hasta el rencor, el odio, el deseo de venganza o el resentimiento. Entonces calará muy negativamente en el fondo de nuestra personalidad. En el caso de nuestro ensayista, el efecto más grave de la misma, no llega a ser nunca una afección anímica negativa, en todo caso una cierta misantropía melancólica, que no enturbia el deseo de amar y de comunicar con el otro: el amigo, la amada, Dios. Para Francisco Acuyo, de la decepción podemos sacar cosas buenas, cosas positivas y enriquecedoras. De ahí lo del elogio de la misma.

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno
           
La Segunda Parte de la obra, es el ensayo, De las cuatro Nobles verdades y la inferencia de una quinta y santa verdad, el cual se subdivide a su vez en VII apartados  o reflexiones que se inician con un Introito (I), en el que su autor desarrolla lo que podríamos llamar su itinerarium mentis, su autobiografía espiritual e intelectual, en el que después de introducirse en el pensamiento filosófico de la existencia (Kierkegaard, Schopenhauer, primero; Sartre, Camus y Heidegger, después) se adentrará en los caminos del pensamiento oriental (hinduismo, taoísmo) para recalar, al fin, en el Budismo zen. Y encontrar, más adelante, en el Arte y en la Poesía el camino definitivo de su trayectoria vital  e intelectual.

            El segundo se titula: La Virtud del camino medio: la Poesía, la Belleza, en él prosigue su reflexión en torno a su búsqueda personal de justificación existencial, afrontando el tema del sufrimiento y del dolor, para llegar al convencimiento de que es posible una alternativa singular, distinta a la "(mítica) religiosa, filosófica y científica, para acometer la cuestión de lo que la realidad sea" en sí misma y encuentra en la estética, en la búsqueda de la belleza, en la poesía ese camino medio que nos conduzca si no a la superación del sufrimiento, si a su asunción más madura y serena.

            El tercero, Apunte sobre las cuatro nobles verdades, nos invita a reflexionar en profundidad sobre el budismo y sobre sus cuatro nobles verdades, como otro de los caminos posibles y transitados por él mismo en su aventura existencial, en su empeño o "aspiración de entender el mundo y lo que la Realidad (Última) sea". El cuarto, ¿Ciencia versus entendimiento del espacio y el tiempo budistas?, nos lleva a reflexionar sobre la superación del Paradigma científico mecanicista newtoniano para adentrarnos en una serie de interesantes consideraciones, acerca de la convergencia entre las concepciones orientales sobre la realidad y las propuestas del nuevo Paradigma físico cuántico de Niels Bohr y Werner Heisenberg (Escuela de Copenhague), mostrándonos sus similitudes y afinidades sorprendentes.

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno
           
El quinto, Un acercamiento a la dimensión cosmológica, continúa su meditación, esta vez guiado por las doctrinas cosmogónicas budistas clásicas y por las cosmologías científicas modernas, poniendo de manifiesto, y profundizando aún más de nuevo, en sus analogías o coincidencias. El sexto, La Quinta noble verdad en la belleza, incide en un análisis multidisciplinar acerca de lo que sea la belleza, y sobre su presencia, no ya sólo en el arte sino en esas concepciones orientales y fisicomatemáticas. Analizando asimismo, los rasgos extra-artísticos que la belleza expresa en esos otros ámbitos del conocimiento: armonía, euritmia, elegancia, paz, unidad, ser, verdad, etc.

            Para terminar, finalmente, con el apartado séptimo, La Belleza. Sensación y Fascinación de lo Abstracto, en el que el autor se adentra ya específicamente y con patente conocimiento, en el aparentemente abstruso mundo de la Matemática, para tratar de apreciar en él, la belleza en la simetría de lo abstracto, en la armonía de los números y figuras, presente en todas sus variedades y disciplinas: desde la geometría de fractales de Benoit Mandelbrot hasta la lógica matemática de Bertrand Russell, desde  el Teorema de la Incompletitud  de Kurt Gödel hasta la Teoría sobre los tipos o grados de infinito de George Cantor.

            Y el común denominador de todos ellos es, sin duda, -además de la pasión por el conocimiento-, la búsqueda incondicionada de la Belleza. Por eso, más allá de la riqueza de su contenido intelectual y de sus logros conceptuales, lo que más sorprende en esta gavilla de ensayos, es que a veces, el ensayista se metamorfosea -tal vez sin proponérselo- en poeta, en buscador de belleza. La escritura prosaica se transmuta entonces en texto poético. El discurso abandona la fría contundencia de su lógica argumentativa y adquiere matices que cada vez más sugieren que estamos ante un texto poético en sentido estricto. La escritura asume un tono y un ritmo particular, una musicalidad antes ausente, impremeditada tal vez, pero que impregna el texto de connotaciones poemáticas.

            Recordemos que la música nació de la poesía y es una abstracción de ella. En poesía la música se une al sentido de las palabras para formar una impresión única. Por eso, escrita en verso o en prosa, se diferenciará de la otra escritura (la sentimental-prosaica) precisamente por su musicalidad. Según Paul Valery:

 

El universo de la poesía es análogo al universo de los sonidos, dentro del cual el pensamiento musical nace y muere. El universo poético nace de un número, o mejor dicho, de la densidad de imágenes, figuras, consonancias, disonancias, por la unión de palabra y ritmo[1].

           

            Que ello es así, puede comprobarse y verificarse si tomamos y leemos obras tan indiscutiblemente poéticas como Espacio de Juan Ramón Jiménez u Ocnos de Luis Cernuda, aun a pesar de estar escritas en prosa no versificada. Puede haber poemas amétricos, pero no poemas arrítmicos. La prosa de Francisco Acuyo tiene indiscutiblemente ese  ritmo y esa sonoridad  indisociables de todo auténtico poeta y de toda verdadera  palabra poética

 

Tomás Moreno



[1] Citado de sus Collected Works por Mercedes Juliá, en El universo de Juan Ramón Jiménez, (Un estudio del poema “Espacio”), Ediciones de la Torre, Madrid, 1988, p. 47.




Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno


martes, 26 de octubre de 2021

SABER ELEGIR, POR ALFREDO ARREBOLA

 Para la sección Apuntes histórico teológicos, ofrecemos un nuevo artículo de nuestro colaborador y amigo Alfredo Arrebola, esta vez bajo el título: Saber elegir.



 SABER ELEGIR



Saber elegir. Alfredo Arrebola


 
Señor,
ten piedad del  cristiano que duda,
del incrédulo que quería  creer,
de nosotros, prisioneros de la vida,
que caminamos solos en la noche,
bajo un cielo  en el que ya no alumbran
las antorchas de la antigua  esperanza.
 

                                Joris Karl  Huysman (París, 1848 -  1907)

 

 

   En la página 60 del diario “IDEAL” (Granada, 16/09/21) aparece un artículo, firmado por Isabel Ibáñez, con el sugerente y preocupante título: “¿Por qué cada vez hay menos creyentes?”, que ha sido objeto de mis breves, sencillas y honestas reflexiones. La Filosofía me ha enseñado a llegar a la Teología en sus distintas ramas, o  más bien ésta me ha arrastrado a buscar la “razón última” de lo que, según mi criterio, debería preocupar al ser humano: Dios. Dejémonos de aceptar las necedades de los “infinitos tontos del mundo” (Sagrada Biblia), pregonando a los cuatro vientos: ¡Anda, hombre, si Dios no existe!. Es la respuesta más fácil que podemos encontrar desde que el filósofo y jurista francés Charles Montesquieu  (1689 – 1755) seguido de los ilustrados franceses, sin percatarse – escribe mi viejo amigo Carlos Asenjo Sedano (Guadix, 1928) – de que lo que proponían era simplemente sustituir a un dios, el de arriba invisible, ya anticuado, por otro dios asentado más abajo y visible, en un proceso de inversión vertical, sin percibir que, en definitiva estaban elaborando un proceso tal cual el antiguo en sentido contrario, como lo demostró el mismo Robespierre (1758 – 1794) quien, derribado ya el Antiguo Régimen, fundó su  particular dios, el de la  “Razón  Suprema”, plenamente  convencidos  de que no podían vivir sin un dios que los amparara  que, por cierto, nadie aceptó, pero daba fe de la necesidad de ampararse en un dios, de la clase y manera que fuera.

Saber elegir. Alfredo Arrebola
   La historia nos enseña que no se impuso el invento de Maximiliano Robespierre, pero sí – afirma  Carlos Asenjo – su sucedáneo más popular, el nuevo dios, la llamada democracia que enseguida se extendió por todo el planeta por las buenas o por las malas (cf. IDEAL, 2/X/21, pág. 23). Por suerte o por desgracia, el problema religioso del ser humano sigue la misma trayectoria. Porque, a la verdad, nadie duda de que son muchos los millones de ciudadanos del mundo que se interesan por Dios, como también es cierto  que  son bastantes los millones de personas que no quieren saber nada de lo divino, lo sagrado, lo religioso. Este comportamiento socio-religioso lo he comprobado – con los mínimos recursos posibles – en las diferentes etapas de mi vida docente y artística. El ser humano – a pesar de su “racionalidad” - no ha sabido elegir debidamente el sentido espiritual y trascendental que comporta su propia naturaleza.

     Pero siempre hay excepciones. Entre tantas, diré que  San Agustín, “Padre de la Filosofía Occidental”,  ya  nos lo dejó bien claro: “Señor, nos hiciste para Ti…” (Confesiones). Aquí radica la honestidad y valentía  del  cristiano creyente: hablar de  Dios con la debida precisión, algo que  no es fácil en estos difíciles tiempos que vivimos. Porque, como bien sabemos, Dios no pertenece a este mundo. Con lo cual se entiende, entre otras cosas, que Dios no está a nuestro alcance. Ni, por tanto, escribe el eminente teólogo José María Castillo (Puebla de Don Fadrique (Granada), 1929), podemos conocer cómo es   Dios “en sí mismo”. Ni siquiera podemos demostrar, con argumentos racionales irrefutables, que  Dios existe y que es verdad todo lo que de él se piensa y  se dice. De ahí la enorme dificultad que representa ponerse a hablar de Dios, de lo que es y cómo es, de lo que Dios piensa o quiere, de lo que dice y manda, de lo que a Dios le gusta o le disgusta, de lo que prohíbe o castiga, de lo que promete  y premia (cfr.  “La Humanidad de Dios”, pág. 19. Madrid, 2019).

    Bastantes teólogos -¡ tal vez tengan razón! -  opinan que la  actual crisis de la fe en Dios solo ha podido desencadenarse debido a la forma falseada – yo he sido testigo muchas veces – de pensar a Dios y de vivir la relación con él. Los evangelios están llenos de testimonios de cómo Cristo se  enfrentaba a los fariseos, que parecían buenos, llamándoles “hipócritas” y “sepulcros blanqueados” (Mt 23, 27; Lc 11, 42,54).

Saber elegir. Alfredo Arrebola

    Teológicamente considerado, Dios es el Trascendente. Lo que nos lleva a aceptar que no está al alcance del hombre , ni se puede saber cómo es “Dios en sí”, porque  “a Dios nadie lo ha visto jamás” (Juan 1, 18). Lo que se piensa y se dice de Dios son las “representaciones” que los humanos nos hacemos de él. No es extraño, pues, que sean muchas las personas que niegan su existencia. Por eso, benévolos lectores, os vuelvo a repetir  que hablar de  Dios “en sí mismo”, con propiedad  y exactitud, es lo más difícil que hay en este mundo.                    

    Sin embargo, el verdadero cristiano – no el “meapilas y cristiano dominguero” - no puede cerrar su corazón y no oír la  “voz de Dios” que  el mismo Cristo nos ha revelado y nos ha enseñado también a llamarle “Padre”: “Padre nuestro, que estás en el cielo...”.  Por ello, el cristiano auténtico está obligado, moral y jurídicamente, a saber elegir el verdadero  camino religioso. Para el cristiano creyente no hay otra senda que la nos ofreció  Dios, humanizado en Jesús de Nazaret: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Juan 14, 6).

       Por otra parte, admirados amigos, hay que tener en cuenta que las religiones , gestoras desde siempre de los asuntos de Dios, nos lo han explicado según y cómo cada confesión religiosa lo ha creído conveniente. Y no podemos dejar sepultado en la cuneta del olvido que el hecho religioso, en cualquiera de sus múltiples formas y manifestaciones, es siempre un “hecho cultural”. Lo que significa  que el hecho religioso es siempre un “hecho histórico” . Y, por tanto, afirma el teólogo  José María  Castillo (op. cit. pág. 21), es siempre un “hecho inmanente”, que pretende, desde  su “inmanencia” conectar a los humanos con la “trascendencia”. Lo que comporta, honradamente hablando, una  tremenda dificultad a la que los humanos tenemos que enfrentarnos día tras día.

       El eminente  teólogo y profesor Juan Martín Velasco (1934 – 2020) nos ha dejado dicho que “… en sus religiones, los humanos piensan, imaginan, sueñan, alaban, cantan y dan forma y figura al manantial del que procede el arroyo de sus vidas”, Por eso, los hombres religiosos piensan que las  religiones tienen su origen en Dios”. Sin embargo, el teólogo abulense afirma rotundamente  que las religiones “son obra de los humanos”.

    El cristiano , creyente y fiel, tiene perfectamente definida su elección en Cristo, quien  “nos  escogió antes de la creación del mundo  para ser santos e inmaculados en su  presencia, a impulsos del amor,”, tal como nos lo explica el  apóstol Pablo en Efesios 1, 4. No temas, pues, creyente o no,  sino reflexiona para saber elegir. ¡Vale la pena¿

 

                                           Alfredo Arrebola

                Villanueva Mesía-Granada,  Octubre de 2021.



Saber elegir. Alfredo Arrebola


 

 

viernes, 22 de octubre de 2021

ELOGIO DE LA DECEPCIÓN DE FRANCISCO ACUYO, PRIMERA ENTREGA

 El filósofo Tomás Moreno, prologuista de la nueva edición del libro Elogio de la decepción, nos habla del libro con la precisión y aviso que nos acostumbra. Lo publicamos para su sección de Microensayos en dos entradas y bajo el título Elogio de la decepción de Francisco Acuyo.




ELOGIO DE LA DECEPCIÓN DE FRANCISCO ACUYO,

 PRIMERA ENTREGA

 

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno


Los que conocemos a Francisco Acuyo, sabemos de sus intereses por todos los aspectos imaginables del mundo de la cultura, de las artes, de las ciencias y de las humanidades.  Evidentemente, no existen para él las dos culturas separadas o divorciadas que denunciara en su día C. P. Snow, en su famoso libro Las dos culturas (1959)[1]. Sus intereses e inquietudes culturales van desde la astronomía o la electrónica al budismo zen; desde la métrica poética y la preceptiva literaria hasta el teatro; desde las más novedosas teorías matemáticas hasta la mística castellana.

Es de destacar, también, su encomiable curiosidad por el cine de vanguardia o por la física cuántica; por el arte de todos los tiempos, así como por los más complejos y profundos ensayos filosóficos. Cultiva, con excelencia, además de la poesía, la semiótica y el diseño artístico (prueba de ello es el exquisito gusto con el que maqueta e ilustra todas las entradas de su bello blog). Sin olvidar su afición -confesa- a la música extremada de las celestes esferas del maestro Francisco de Salinas (que tan bellamente evocara fray Luis de León) y a la soledad sonora sanjuanista, embriagado por la mística contemplación de la naturaleza.

            No voy a seguir con su semblanza, pues nos impediría ocuparnos del asunto para el que he sido convocado, que no es otro que la presentación del libro, Elogio de la decepción: que es lo que ahora nos interesa. Pero, antes de meternos a fondo en el contenido del mismo, quiero detenerme, aunque sea muy someramente, en subrayar y enfatizar la profunda significación cultural de este acto al que estamos asistiendo -y más en unos tiempos como los que ahora vivimos de penuria y pesimismo, en los que, además, por si fuera poco, la incuria, el utilitarismo materialista más soez y el filisteísmo más vulgar campan por sus respetos por doquier.  Sabemos, por experiencia, que la incomprensión, el olvido, la soledad o el simple desprecio es la única respuesta que van a obtener todos aquellos que se dedican por libre a estas actividades tan inútiles del espíritu o del intelecto.

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno

        El libro de Francisco Acuyo que presentamos incluye en su título el término o palabra “elogio”. Es efectivamente un “elogio”. Lo cual exige, desde el punto de vista de la preceptiva literaria, explicar en qué consiste el “Elogio” como género de pensamiento o como composición literaria. El término “elogio” procede del latín “elogium”, que a su vez deriva del vocablo griego “ellogión” (del sustantivo “logos”, en el sentido de “palabra”). Se aplicó en sus orígenes en la antigua Roma a las inscripciones que se hacían sobre tumbas, exvotos y estatuas, alabando la personalidad y/o las hazañas del muerto o del representado en ellas. Hoy se entiende por “Elogio” en sentido literario como una composición en la que se alaban (“laudatio”) las cualidades positivas de las personas por sus méritos, conducta, dotes físicos (fuerza), estéticos (belleza) o morales (valor, arrojo, sentido de la justicia), y por extensión pueden aplicarse a la alabanza de animales, objetos/cosas, entidades ideales o estados de ánimo (tristeza, alegría o pasión). Se distinguen varias formas o tipos de elogio literario, empleadas por los clásicos griegos y latinos (Anacreonte, Píndaro, Horacio, Ovidio):1) el elogio fúnebre dedicado a un personaje familiar, cercano (padres, hermanos, amigos/as, amado/amada, maestros o precptores etc.); 2) el elogio religioso dedicado a honrarlos dioses (Afrodita, Apolo, Hermes); 3) el elogio público o heroico: dedicado a los héroes políticos y guerreros, reyes, nobleza, caudillos, mecenas etc.

En la literatura del Renacimiento es de destacar el famoso Elogio de la locura (Encomium moriae, encomio de la necedad o de la estupidez) del humanista cristiano Erasmo de Rotterdam, que es una sátira contra las costumbres y prácticas eclesiásticas. En nuestro tiempo son muy conocidos y valorados dos libros que incluyen la palabra “elogio” en su título: un poemario, “Elogio de la sombra”, de Jorge Luis Borges, y  El Elogio de la sombra”, del escritor taoísta japonés Juni´chiro Tanazaki, un mini-tratado de estética taoísta. Uno de los más conocidos de nuestro tiempo es el “Elogio de la imperfección” de Rita Lévy Montalcini, científica neurofisióloga italiana, premio Nobel de medicina en 1986, una emocionante autobiografía.

Si repasamos las distintas composiciones o elogios literarios podemos encontrar una diversidad variopinta y casi infinita de “motivos” o “entidades” objeto de elogio, a saber: elogio del silencio, de la nada, del humo, de la noche, de la silla, de la poesía, de la primavera; e incluso de seres vivos humildes como el Elogio del gato de la francesa Stephanie Hochet o como el Elogio del asno de Camilo José Cela, e incluso de otras entidades todavía más insignificantes como la cebolla “Oda a la cebolla” de Pablo Neruda) o el “Cántico dolorosa al cubo de la basura”, de Tomás Morales. Nótese que hemos incluido bajo la etiqueta de “elogio” otras composiciones poéticas con nombre diferente (como oda o cántico). Lo hacemos porque en ellas uno de sus elementos definitorios y más destacables es que la mayoría de las Odas y Cánticos son composiciones lírico-poéticas en las que el tono dominante en ellas es la Laudatio (alabanza, celebración, panegírico, enaltecimiento, celebración, loa o elogio) de alguien o de algo. Entre ellas podemos recordar La Oda a Walt Whitman de Federico García Lorca; la Oda a la vida retirada de fray Luis de León; o la Oda a la alegría de Friedrich Schiller. Finalmente podemos encontrar cierta afinidad con el Elogio en la Elegía, composición  que manifiesta un sentimiento de dolor,  o Lamentatio, ante una desgracia individual o colectiva; aunque también pueda incluir e incluya en casi todas “de hecho”, la Laudatio, esto es: la alabanza y encomio de las virtudes y méritos de una persona o conjunto de personas (comunidad) desaparecidas. Incluimos en este grupo Elegías tan famosas como  Las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique; el Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, de Federico García Lorca, o la Elegía a Ramón Sijé, de Miguel Hernández.

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno
Una vez aclarado este punto, pasemos al análisis de su estructura y contenido. El libro de Francisco Acuyo, cuyo título completo reza así Elogio de la decepción y otras aproximaciones al dolor y la belleza, está dividido en dos partes bien diferenciadas, a saber: ell "Elogio de la decepción", que es la Primera Parte,  y el titulado  "De las cuatro nobles verdades y la inferencia de una Quinta y Santa Verdad", que constituye la Segunda parte del libro. Cada una de las cuales se subdivide a su vez en distintos apartados, capítulos o reflexiones. Les confieso que, dada la complejidad del mismo, voy a referirme en este acto de presentación básicamente al primer ensayo, aunque, lógicamente, les informe también de la temática tratada en segundo lugar.

         
   Desde el mismo Pórtico del ensayo nos admira ya la feliz elección de su título (algo, por otra parte, a lo que el poeta nos tiene acostumbrados: recordemos sólo algunos títulos tan sugerentes como No la flor para la guerra, La Transfiguración de la lira, Cuadernos del Ángelus o Vegetal contra mosaico, por citar sólo unos pocos). Si, de entrada, nos extraña la expresión utilizada de elogio de la decepción -aparentemente contradictoria pues parece un oxímoron-, al aprehender sus reflexiones al respecto, caemos en la cuenta de su idoneidad y pertinencia: pues la decepción será entendida entonces, no a la manera estoica de una resignación desengañada ante un evento infortunado y frustrante, como el desamor o el silencio de Dios, y generadora, en consecuencia, de un sentimiento paralizante y resentido, sino como la constatación de que el amor se afirma y fortalece, aún a pesar de esa primera vivencia decepcionante, desilusionante o dolorosa.

            Es más, desde esa primigenia decepción, es como el poeta-ensayista logra saltar a un nivel ambital distinto, diferente, en el que la decepción se ha convertido en punto de partida, en umbral iniciático de un nuevo Stimmung (estado de ánimo) que nada tiene que ver ya con aquella. Nos recuerda -y permítanme este inciso o excurso- la misma situación de los entrañables protagonistas de El Principito de Antoine de Saint-Exupery[2]: el anónimo piloto de aviación y el pequeño niño que mágicamente le sale al encuentro. El piloto en un principio confiesa estar decepcionado o defraudado de las personas mayores por su falta de imaginación. Cuando se halla reparando el motor de su avión en pleno desierto, advierte la presencia de un pequeño, de noble porte, que muestra interés en que le dibuje un cordero y le hace diversas preguntas sobre temas al parecer anodinos. El piloto, acosado por la necesidad urgente de resolver el problema mecánico de su avión, responde con cierta acritud. El pequeño, disgustado, rompe a llorar, y el piloto, entonces, conmovido, adopta frente a él una actitud más acogedora.

            Confiado, el niño le cuenta que viene de un asteroide muy pequeño y que visitó diversos planetas en busca de amigos, a fin de mitigar la decepción que le había producido la vanidosa flor de su asteroide. Pero todos ellos -con la excepción tal vez del farolero- carecían de la creatividad necesaria para encontrar en común un nuevo ámbito de existencia más creativo y fundar así una auténtica relación de encuentro. El tema básico del ensayo primero, el que da título esta obra  de Francisco Acuyo, consiste en subrayar la importancia que encierra el encontrarnos rigurosamente con las personas que constituyen nuestras raíces, nuestro entorno vital primario, más allá de las decepciones que nos pudieran haber causado. Cuando todo parece haber fracasado, una voz interior -“el principito que llevamos dentro”- nos advierte que tenemos todavía -a pesar de la ausencia, a pesar de la incomprensión, a pesar de los malentendidos y reproches, de la frustración o de la decepción- una airosa salida: dar el salto a un nivel superior de realización personal, a un nivel de relación dialógica (Yo-Tú) y de creatividad.

Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno

            Con encomiable bagaje categorial y metodológico, Francisco Acuyo ha sabido considerar las emociones no como fuerzas extrañas, misteriosas, irracionales e incontrolables de la naturaleza humana, sino como respuestas inteligentes y adaptativas, que nos permiten ayudar a discriminar lo que es valioso e importante para nosotros, para decidir nuestras elecciones éticas en cada momento o circunstancia de nuestra vida. De esta manera, dos personas decepcionadas por distintos motivos, y abandonadas en el grado cero de la creatividad, en un desierto existencial hostil –en una aparente falta absoluta de nuevas posibilidades para hacer de sus vidas un juego creador- se unen en la búsqueda de una tabla de salvación que será la amistad. Y una vez que la descubren a través de su trato mutuo, pueden ya felizmente reanudar la relación perdida. Es la misma situación a la que F. Acuyo se refiere a lo largo y ancho de su ensayo.

            Debemos reparar, antes de nada, en que la decepción –eje de su discurso-- pertenece al mundo de las emociones. A lo largo de la historia de los estados de ánimo y de los sentimientos y pasiones humanas, las emociones no han tenido buena acogida. Se las entendía como energías, impulsos de orden animal, casi instintivo, algo de carácter irracional, sin conexión ninguna con nuestros pensamientos, figuraciones o valoraciones conscientes que imprimían a nuestras vidas un carácter irregular e incierto y proclive a los vaivenes más bruscos y violentos.

            Muy recientemente, sin embargo, en el ámbito de la neurofisiología, de la psicología y de la ética, ha cambiado radicalmente esa percepción de las emociones. Y ha sido, concretamente Martha C. Nussbaum, la gran filósofa estadounidense y premio Príncipe de Asturias para la Comunicación y las Ciencias Sociales (2012), quien, en su libro Paisajes del Pensamiento. La inteligencia de las emociones[3], con un admirable bagaje categorial y metodológico, ha sabido considerar las emociones no como fuerzas extrañas, misteriosas, irracionales y adaptativas que nos permiten ayudar a discriminar lo que es valioso e importante para nosotros, para decidir nuestras elecciones éticas en cada momento o circunstancia de la vida.

            Las emociones tienen, pues, un gran valor cognitivo y de discernimiento en el sistema de nuestro razonamiento ético y son indispensables para nuestro autoconocimiento. Y en consecuencia, no cabe duda de que deben ser atendidas y tenidas en cuenta a la hora de entender o de dirigir nuestra vida axiológico-moral, como guías fiables de nuestra existencia personal. Descubrir, en el aparentemente confuso material de la aflicción y del amor, de la decepción y de la ira, del odio y del temor -es decir: de las emociones y sentimientos en general- el papel cognitivo esencial que éstas nos ofrecen para nuestra vida moral y personal, ha sido el objetivo nuclear de su investigación.  


Tomás Moreno         



[1] C. P. Snow, Las dos culturas y un segundo enfoque, Alianza editorial, Madrid, 1977.  

[2] A. de Saint-Exupery, El Principito, Alianza Editorial, Madrid, 1997.

[3] Marta Nussbaum,  Paisajes del Pensamiento. La inteligencia de las emociones Paidós, Barcelona, 2008.



Elogio de la decepción de Francisco Acuyo, Tomás Moreno


martes, 19 de octubre de 2021

SOBRE ELOGIO DE LA DECEPCIÓN

 Para la sección de Pensamiento del blog Ancile, traemos un nuevo post que se centra en la nueva edición del libro Elogio de la decepción, con prólogo del filósofo Tomás Moreno, recientemente presentado en la Feria del libro de Granada, entrada que lleva por título: Sobre elogio de la decepción.



SOBRE ELOGIO DE LA DECEPCIÓN

 


Sobre Elogio de la decepción. Francisco Acuyo



Elogio de la decepción, y sus aproximaciones a los fenómenos del dolor y la belleza, quizá no sea sino una larga y profunda reflexión sobre cómo es posible la excepcionalidad de la belleza en el mundo  frente a la constante ineludible del  dolor y el sufrimiento en la existencia. Pero acaso lo que hace de este libro algo diferente en sus introspecciones sea la convicción de que indagar en cualquier cuestión, aun no siendo aquella objeto de certificaciones y experimentos  objetivamente exactos, como la aseveración matemática del dos más dos son cuatro, sí de intentar la superación de la grosera opinión (doxa) que conjetura tosca y vulgarmente, se demanda la exigencia y atención a los hechos para advertir la verdad (episteme), incluso, o sobre todo, en asuntos o materias en la que la apreciación subjetiva les atañe fundamental mente. Es así que el dolor no puede medirse, como tampoco la belleza. Por eso el rigor ha de ser el máximo posible a la hora de establecer parámetros para una interpretación, si no precisa, al menos correcta en virtud de los hechos incuestionables de la existencia e intromisión vital de ambos fenómenos en la vida de los hombres. Sufrimiento y belleza, aun en contraste, son hechos incontestables que marcan el designio de los que con conciencia y aviso suficientes los ven desfilar e influir en el acontecer y sobrevenir década uno de los sucesos que alimentan el acervo de sus vidas.

Sobre Elogio de la decepción. Francisco Acuyo
            Para esa correcta aproximación establecemos en el libro una serie de parámetros orientadores en los que la decepción, como concepto y sobre todo como realidad vital, se establece como guía de máximo interés, en tanto que su experiencia emocional puede  conllevar, y de hecho así sucede, un racional, a veces científico  acercamiento al sufrimiento del que procede dicha emoción. Su experiencia da fe irrebatible de su factualidad. Se trazan en este libro, para una cabal y adecuada referencia, una suerte de magnitudes, imprecisas, sí, pero también incuestionables en nuestras vidas, a saber: la amistad, el amor, la rara necesidad de trascendencia, y todas ellas articuladas por la verdad del sufrimiento y la percepción y vivencia no menos extraordinaria de la belleza.

            En la era de la incertidumbre como principio incluso en la ciencia más dura cual es la física, ésta indeterminación e inseguridad, muy bien puede ampararnos en este propósito aparentemente extravagante cuando no inaudito de querer abarcar con seriedad lógica y racional lo más íntimo de nuestra conciencias: el agobio sufrimiento y el éxtasis de la belleza.[1].

            ¿No es así que nuestra conciencia manifiesta una análoga y fascinante correspondencia con el funcionamiento de lo más básico de la materia en sus estructuras corpusculares básicas? Si las partículas ya no siguen trayectorias definidas (en el mundo cuántico) y su conocimiento se adhiere a una aproximación estadística, y de esta manera no podamos determinar  sino probabilísticamente su distribución en la realidad física del mundo, ¿no sucede algo similar a la hora de intentar determinar lo que mide o alcanza nuestro dolor y percepción de la belleza en el mismo mundo?

            Para hablar con algún rigor de las verdades que se manifiestan factualmente a lo largo del tránsito existencial de cualquier criatura con conciencia, y aun reconociendo la necesaria incertidumbre objetiva en lo que atañe a su magnitud, proporción o providencia, se manifiestan, insistimos, como hechos incuestionables en todas y cada una de las criaturas que sufren, se decepcionan o se deslumbran con el inopinado paisaje de lo bello que se arroja tantas veces ante nuestras miradas atónitas que no entienden cómo conjugar el dolor con la contemplación de las diversas manifestaciones de la belleza en nuestras vidas. Son hechos incontestables, digo, que marcan el ser y el devenir de cualquiera que sea testigo, cómplice, acreedor o paciente sufridor de estos hechos ¿contradictorios? que acaecen en sus vidas.

Sobre Elogio de la decepción. Francisco Acuyo

     El singular mecanismo de compensación de sufrimiento y deleite de la belleza es el que puebla con reflexiones varias estas páginas, decía: el amor, la amistad, la trascendencia y su manifestación silenciosa a través del dolor o la pasión y la belleza misma son las constantes del discurso de este conjunto de pensamientos que, nos conminan al reconocimiento de su realidad a un nivel idéntico al de cualquier manifestación fenoménica material  medible o sujeta a las incertidumbres de la ciencia de lo infinitamente pequeño, mas también la poesía, no sólo como manifestación estético literaria, sobre todo como impulso creador (poiesis) que da sentido a la existencia de las criaturas que intuyen o saben de su potencia. Son verdades irrebatibles que deberían hacernos meditar sobre el significado de nuestras vidas que, acaso, no están en modo alguno tan separadas de las de los demás como creemos, y que nos avisan del otro como otro yo mismo.

            La belleza vinculada al dolor es una vía abierta al reconocimiento fundamental (aunque en principio nos resulte inexplicable) de una realidad que nos hace iguales y distintos, si de manera semejante o muy diferente todos sufrimos y somos testigos de excepción de ese dolor y de esa belleza que parece indicar que el impulso creativo que caracteriza a la vida y a la conciencia humanas están asociados a esa intuición de trascendencia en la que, lo que es hermoso y lo que duele hasta la extenuación, están unidos en un ansia inexplicable de razón, de entendimiento y de vida duradera.

            La decepción es la potencia  que abre los ojos ante lo superfluo de nuestras vidas, la que expone descarnada y dolorosamente la realidad del sufrimiento y de sus causas para entender la alegría que sorprende con la belleza de este entendimiento, a veces doloroso, pues a pesar de tanto dolor, se alza inexplicable y arrebatador todo el cúmulo que es evidente e incuestionable de la belleza, expreso en la naturaleza, en la razón, en el arte, en la ciencia e incluso en las abstracciones más profundas de las que son capaces los seres con conciencia.

            Es así que, en fin, necesario reconocer la verdad profunda que encierra la decepción, si nos muestra el engaño, y nos ofrece el ethós (lo ético) como una realidad tan necesaria como incuestionable para hacer sostenible nuestro sufrimiento, si amparado siempre por la potencia trascendente de lo bello contemplado o conseguido, y es que la decepción es elogiosa porque sabiamente nos desengaña, nos revela y nos avisa.

 

 

Francisco Acuyo

 



[1] Recuerdo el principio básico de incertidumbre y relación de indeterminación  en la apreciación de la realidad más íntima de la materia establecido por el genio matemático y físico de Werner Heinserberg en 1927: la imposibilidad de conocer con precisión de terminados pares de magnitudes físicas, por lo que no se puede determinar con precisión simultánea y arbitraria la situación, pongamos, entre la posición de una partícula y su velocidad por lo que sólo podemos acceder a su realidad física de manera probable



Sobre Elogio de la decepción. Francisco Acuyo


viernes, 15 de octubre de 2021

TEORÍA Y PRAXIS MATEMÁTICA, FÍSICA Y POÉTICA DEL MUNDO

 Teoría y praxis matemática, física y poética del mundo, es el título de nuestro nuevo post para la sección de Ciencia del blog Ancile, en el que se sigue abundando sobre el concepto y percepción de realidad.


Teoría y praxis matemática, física y poética del mundo, Francisco Acuyo


TEORÍA Y PRAXIS MATEMÁTICA,

FÍSICA Y POÉTICA DEL MUNDO

 

 

Es todos reconocido que la filosofía de la ciencia ha tratado de proporcionar una orientación entre la teoría y la realidad prácticamente reconocible de lo que nos rodea. Se deduce que la ciencia (matemática, física y también poética, entendida esta última sobre todo como potencia creativa) son capaces de describir e interpretar la realidad del mundo y, desde luego, de hacer predicciones que tienen una evidente utilidad práctica (en ciencia, tecnológica, en poesía, expresiva... por ejemplo). La cuestión es que el debate (anteriormente anunciado) entre instrumentalismo y realismo no está en absoluto cerrado, y que estas posturas no son sino maneras de entendimiento de las actividades matemáticas, físicas y poético-creativas para dar significado o sentido a sus propias actividades científicas, reflexivas o artísticas.

                En verdad que antes de acontecer la teoría y la mecánica* cuánticas la interpretación de la realidad no ofrecía problemas verdaderamente serios. Pero cuando se empezó a representar la realidad (del mundo de las partículas) probabilísticamente, es decir, de forma matemática como un espacio de fases[1] en el que se representan las posibilidades de posiciones y velocidades de un sistema (que ofrece una muy particular realidad), la facilidad de interpretación de lo real acabaría por cambiar radicalmente, ya que abría la posibilidad de una superposición de estados en dicho sistema (dicho de manera coloquial, de estar en dos sitios al mismo tiempo)  

                Sería una opción razonable buscar una solución intermedia entre el instrumentalismo y el realismo más riguroso. En cualquier caso es muy conveniente reconocer que la realidad (convencionalmente aceptada) amparada por las teorías de la ciencia acaso reflejan estructuras de la realidad, pero en modo alguno la totalidad de sus entresijos. Son ampliamente reconocidas las limitaciones que ofrecen las versiones más realistas del dominio cuántico (las más literales al realismo tradicional ofrecen una realidad de multiversos como estructura de la realidad, así proclamada por Hug Everett).Igual sucede con la versión realista de David Bohm, que introduce partículas clásicas en interacción, cuya función de onda no está exenta de contradicciones en la aportación de este campo físico real, ya que entra en contradicción con el relativismo einsteniano[2] Será esta situación controv.0b etida  lleva a la mecánica cuántica al ámbito de las teorías de la información que a su vez implicaría el reconocimiento de la función de onda como una mera aportación informática que nada tiene que ver con la realidad, aunque este realismo (participativo)[3] los estados cuánticos no representan realidades independientes, sino estados relativos al sujeto que observa.

                El subjetivismo de lo anteriormente enunciado ofrece inevitablemente una visión de la realidad que a todas luces es mucho más compleja de lo que la física tradicional, no obstante, no se cansa en reafirmar. Se puede afirmar que la incompletitud interpretativa de la teoría cuántica no hace sino manifestar las limitaciones de la misma ciencia a la hora de ofrecer parámetros definitivos sobre lo que la realidad sea. La indefinición interpretativa a su vez pone de manifiesto la indiferencia de los mismos científicos en entender los fundamentos de la misma realidad.

                Pero este debate no es privativo sólo de la física, la matemática, la filosofía e incluso las artes creativas (poiéticas) han intentado dar una interpretación de lo que ofrece la realidad a la óptica de sus teorías y prácticas reflexivas, creativas o de especulación abstracta. Parece que  la cuestión de si son posibles los juicios sintéticos a priori kantianos no ha acabado de periclitarse. La ciencia empírica nos da muestras de su insuficiencia una vez más a través de la incompletitud interpretativa traslucida en la física cuántica y que la matemática (como la poesía) mantiene(n) una versión exegética de la realidad como manera tan imprescindible de entendimiento como las que pueden deducirse de las ciencias empíricas más estrictas.

                La universalidad y necesidad de la matemática, la filosofía, la poesía…. se mantienen intactas para aprehender la realidad del mundo en la novedad que son capaces de aportar para el entendimiento de este, estableciendo parámetros fundamentales para el entendimiento global de lo que la realidad sea. En próximas entradas abundaremos sobre estas y otras cuestiones de interés para el avisado o al menos curioso del saber de aquello que nos rodea  y que decimos es real así como su influencia o confluencia en nosotros mismos.

 

 

Francisco Acuyo

 

               

 



* Conviene distinguir entre ambas.

[1] Sus, A.: Mecánica cuántica: interpretación y divulgación, Investigación y Ciencia (Scientific American), número especial: La interpretación de la mecánica cuántica, Julio 2017, pág.15.

[2] Véase también las teorías del colapso, que mantiene similares inconvenientes.

[3] QBismo cuántico, teoría elaborada por el físico Christopher Fusch.




Teoría y praxis matemática, física y poética del mundo, Francisco Acuyo