lunes, 6 de septiembre de 2010

ZEN Y POESÍA

Os presento una serie de notas sobre las que basé algunas conferencias que me parecen se vierten con una sugestiva temática, o, mejor, como analogía singular que emparenta ámbitos de conocimiento, en principio, no relacionados. El origen fue en verdad no menos curioso, pues la primera conferencia fue expuesta ante un circunspecto grupo de profesionales de la ciencia médica, a petición de uno de los eminentes profesionales (allí) presentes, para la discusión y aviso de aquel expectante y perplejo público.

Lo presento en tres entregas. Fuese excesivamente prolijo en una sola, además de que de esta manera invita quizá a una más detenida y atenta lectura.



Zen y poesía 1, Francisco Acuyo







ZEN Y POESÍA




(APUNTES VARIOS SOBRE LA INCIDENCIA ZEN


EN LA ESENCIALIDAD DE LA POESÍA.

NOTAS, CONSIDERACIONES Y ASPECTOS

EN REFERENCIA A LAS CIENCIA COGNITIVAS)










I


¿HABLAR de Zen?[1] Con no poco recato y una dosis no menos abundante de cautela, vengo a presentar, a través del inseguro fluir de estas líneas apresuradas, una temática, a mi juicio, cuando menos, apasionante, y para hablar de aquello que para el iniciado en su materia ha sido (y es acaso) inapresable. No en vano debería empezar considerando muy atentamente que el concepto de meditación, inevitablemente no casa en absoluto con la significación occidental del mismo, cuya significación adquiere tintes necesariamente intelectuales y filosóficos, y donde el meditar se asume como la reflexión conceptual sobre algo puntual y concreto, y no sobre nada (o la nada), como ocurre casi siempre en la singular meditación Zen, pues se ofrece ésta cual experiencia íntima que reviste un carácter de especial recogimiento con la que restituir la unidad del cuerpo y el espíritu.

Empezaré arguyendo en este punto (a la espera de que sean benevolentes con la que pueda estimarse arrogante presunción de poeta) que observo una similitud o analogía, un rasgo de enigmático parentesco con la Poesía y el desarrollo de su idiosincrática fenomenología expresiva, y de los orígenes mismos de su impulso creativo que la hace posible como tal fenómeno, mundo esencialmente particular y que tantas veces hemos extraído de forma siempre controvertida incluso en el ámbito mismo del espacio literario, para situarlo en los límites de lo posible entre disciplinas tan dispares como la filosofía, la ciencia (en facetas diversas de la misma), la ética o la estética. ¿Cuántas veces no enmudeció el exégeta que quiso expresar un poema sin el verso? El Zen, así mismo, se muestra fatigado de vanas sutilezas de adomenos, de apotegmas y de definiciones.

Si observamos los cuatros principios esenciales que conforman la disposición de la sabiduría Zen cuando dice: Una transmisión más allá de las escrituras; no depende ni de los conceptos ni de las palabras; apuntar directamente al corazón de los hombres; y contemplar su naturaleza propia y realizar así el estado de Buddha, quizá podamos entonces comprender que la transmisión sutilmente silenciosa de su secreto se basa, de manera esencial, en la paradoja, y cuyo sentido etimológico nos llevaría a la acepción de contrario a la opinión común, de donde, a su vez, deduciríamos que se trata de una enseñanza negativa que, sobre todo, pretende encarar al discípulo y al neófito que pretendeI shin den sin, de espíritu a espíritu, o, de corazón a corazón, cuya acepción japonesa rezaba de tan significativa y peculiar manera.

Zen y poesía 1, Francisco Acuyo
De la diversidad de la unidad, como principio inveterado y desde luego fundamental en esta forma de entendimiento de la vida y del mundo, se verá que el Zen es todo o nada y, si ya no es todo, no es nada. [2]

Con toda modestia, porque no puede ser de otra manera en menesteres que atañen a esta singular forma de aprehender lo que es y acontece, y todo con alfileres cogido, yo os ofrezco, pretendiendo sólo - con lo cual ya me viera harto satisfecho- entretener el tiempo que, sin duda, con no poco esfuerzo reunisteis acaso para aquí gastarlo, en la lectura de este apresurado y errabundo compendio que, de seguro, se caracteriza por lo muy limitado en su ciencia y pretendiendo alejarse de las opiniones infundadas o esotéricas en la medidad de los posible sobre el Zen, y que, no obstante, a la postrer espero que pueda, si no del todo, al menos de forma parcial, ofrecerse en algo provechosa.

¿Zen y Poesía? ¿Pueden tener algo en común? -me dirán-. Mas, ¿qué tiene todo ello con las ciencias cognitivas? Os diría que entre otros (y variados) aspectos, haber visto florecer el germen último de la verdad. La cuestión de su presunto paralelismo con la ciencia del psicoanálisis se verá gradualmente sobre la exposición que voy, muy consciente de sus limitaciones, a ofrecerles. No se me ocurre mejor disposición, a fuer de parecerles vicio de poeta, que la de presentarles como aperitivo al refectorio opíparo, de la que creo puede resultar una sabrosa reflexión, la semblanza literaria con las palabras de un iniciado que cuenta su experiencia: Sobre el añil de la montaña, sobre la ladera de púrpura pintado, o, acaso sobre la cerviz que encorva su paso inmóvil de animal fantástico, así el paisaje descendió a mis ojos, y aquel que veía no miraba sino a sí mismo paraje en la distancia, esbozo que figura con idéntico semblante. Pinta así el que fuera un novicio su visión contemplativa, lejos de la vigilia de la propiciación del sacrificio o de la penitencia cristianas; y diríase que se vierte espontánea, alegre en su frescura, pues ofrece desnuda de cualquiera ascesis metafísico, no ya la sublime fusión mística del santo, sino prístino el mundo fenoménico, tal cual es en su esencia, desasido del yo que, falsamente, sobre aquél mundo de los fenómenos tantas veces se proyecta.

Acaso sea necesario que imaginemos un instante el templo:[3] Vislumbrar el jardín y el huerto al fondo del amplio refectorio. Guarecía, poblada de vitáceas, una pérgola el acceso al recinto
Zen y poesía 1, Francisco Acuyo
principal. Sobriedad destilan la estructura y el adorno distantes de la enseña gentil o religiosa por los hijos de la orden[4] execrada. Se medita siempre bajo la edícula sagrada del silencio.[5] Vigilan los rigores[6] de su subida ciencia todo ingenio de juegos metafísicos[7] y de concepto, y se codicia trascender el signo de su análisis y lógica. Hablamos de la inmolación, de la oblata de todo dogma,[8] de cualquiera fórmula intelectual, de doctrina; acaso la naturaleza de sus enseñanzas sea, como anteriormente dijimos, la de no enseñar en absoluto,[9] pues tan sólo ha de cuidarse de mostrar el camino. Las efigies vedadas al novicio, la de la razón o del precepto,[10] se comprenden cual sueños abstraídos; mas el Zen no abstrae o medita, el Zen percibe y siente.[11] El "roshi",[12] vestirá con la insignia de la luz a los que en verdad conocen; la "ika",)[13] acreditativa por la que el ignorante eleva sus preces.[14] Así el neófito se imbuye en el silencio deleitoso, apenas si roto por el leve ruido de riegos y frondas; con mullidos setos de bojes y aligustres, así como viales de mirtos y cipreses aptos para el ingenio del mondo[15] y para la meditación del "koan".[16] En aquel "hortus conclusus" de árboles y montes rodeado, yace, quieta y recóndita, extática y austera, la silueta de aquel que allí medita. No conturba su aticismo hazañería de lisonja; se diría que, inmóvil, se diluye y transfunde enigmáticamente su sustancia pura e incorpora, lentamente, la que a los ojos del neófito parece ajena.


Francisco Acuyo





Notas.-

[1] Sobre el significado de la palabra Zen ha corrido mucha tinta y no pocos malentendidos, ver D.T.Suzuki. Essais sur le bouddhisme Zen; de E.Herrigel, Le Zen dans chavaleresque du Tir à l’arc; Th. Merton Zen, tao et nirvana, entre otros títulos. Zen (zen-na) pronunciación japonesa de la palabra china th’an-na, que a su vez es trascripción fonética del sánscrito dhyana, que significa meditación. Ver también Los maestros Zen, de Jacques Brosse. J.J. Olañeta Editor, 1999, Palma de Mallorca.
[2] Los maestros Zen», ver nota 1.
[3] Trascripción literaria que describe el lugar de meditación del novicio o del iniciado.
[4] El Zen no reconoce ni mantiene imágenes sagradas. Llega incluso a apartar la propia figura (representada artísticamente o en su forma ideal religiosa) de Gautama Buda, con el fin de no estorbar el proceso meditativo.
[5] El silencio Zen es la forma representativa de contestar cualquier pregunta trascendente o metafísica del Budismo.
[6] De ningún modo hay que entender el Zen como una forma irracional de entender el mundo.
[7] De hecho son célebres los juegos de preguntas y respuestas de marcado carácter conceptual del iniciado con el discípulo en el diálogo Zen (mondo).
[8] En el Zen se rechaza la doctrina y el dogma como forma de trascender a través del conocimiento zendo.
[9] Suzuki, D.T.: Introducción al budismo Zen, Edt. Mensajero, Bilbao, 1986.
[10] Ibidem.
[11] Ibidem.
[12] Maestro Zen.
[13] Señal acreditativa que concede el maestro al que alcanza el satori.
[14] Se denuncia abiertamente como aberrante el deseo de perseguir el satori, por ser un obstáculo cualquier deseo para quien medita.
[15] Lugar donde se dialoga sobre el koan. Discusión entre alumnos y maestro sobre el koan zen, o sobre aspectos de la vía Zen.
[16] Suerte de cuento o acertijo que juega un papel de vital importancia para lograr la omnicomprensión.




Zen y poesía 1, Francisco Acuyo

1 comentario:

  1. Ya estoy atrapado, amigo. Del Zen no he leído mucho, pero sí moderadamente leído y practicado Yoga, sobre todo Raja Yoga, y varias veces abordado la enseñanzas de Patanhali. En todo ello, como esbozas ya en esta primera entrega, la poesía está inmersa, implícita, como "és" ella misma. Yo acostumbraba a ejercitar meditación, con la meta de poder percibir ese impacto de millones de soles, ese despojarse de todo apego, olvidar lo sabido para saber lo que no es ciencia, lo que es dado al final como revelación. Claro está que no me aproximé a tal punto. Acá estoy leyéndote agradecido. Un abrazo.

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