SIGNO Y POESÍA:
EL SIGNO POÉTICO
(VIDA, ESPÍRITU, POESÍA)
«no es sordo el mar, la erudición engaña»
Luis de Góngora
I
SI EL BUEN PREDICADOR ES EL QUE SIGUE la medida, rigor y autoridad de sus propios preceptos, de ningún modo pretendemos ir nosotros más lejos de lo que (con aquel ímpetu sincero) pudiera rebasarlos; mas, también porque acaso no nos sintamos capaces (siempre con ese espíritu leal) de ofrecerles algo con la dignidad suficiente más allá del respeto que creemos deber a tan personal y auténtica preceptiva. Vean, pues, sobre la humilde rebeldía de poeta estas líneas, todo premura y entusiasmo, y si puede su extravagante opinión sobre tan grave asunto valorarse y merecer al menos una benévola acogida.
Es verdad que lo difuso y excesivo de este exordio proviene, además, de la propia dificultad e incertidumbres que conlleva establecer estos o aquellos parámetros medianamente plausibles a temática tan compleja como esta sobre la que queremos brevemente disertar, pues también quiere hacer observable la razón que obliga a la seriedad, o, mejor, a la dignidad precisa que cualquier discurso expositivo sobre asunto tan estrechamente vinculado al ejercicio de un arte, e incluso de una forma de vida, cual es, a mi juicio, el de la Poesía, a todas luces exige, o, más aún, a ciencia cierta necesita.
No obstante, si lo superficial vive más rápido por efímero, pero lo sencillo por sobrio, si bien aderezado, no extingue su inaudita luz de manera tan inmediata: así se inclina la razón de nuestro parlamento que no quiere sino tenerles como público entretenido, ajeno, si es posible, a estos o aquellos dengues, arbitrarios o no, de erudita y fatua suficiencia.
He aquí, pues que, si la semiología 1 empeña el esfuerzo de sus propósitos en la resolución (y valoración) de los signos lingüísticos, y como sabemos, casi siempre al albur de los dictados aleatorios de la sociedad que los informa, cabe preguntarse, en principio, si de esta sistemática pueden inferirse o
derivarse soluciones más o menos satisfactorias por factibles, frente a las numerosas e interesantes interrogaciones que presenta el signo en tan singular ámbito de expresión lingüística cual es el de la expresión poética, y hablar, por tanto, del uso (y posible abuso) de la lengua y el manejo de la misma en el verso como plataforma material de aquella manifestación literaria genérica que venimos a denominar como Poesía.
Pretendemos, en forma de breve y entretenida semblanza, interpretar (a veces muy libremente) algunos aspectos de la Poesía a través de la disciplina de la Semiótica, y barajando presupuestos que irán desde la teoría de Peirce 2 a la idea saussoriana 3 de los significados como portadores de conceptos: haremos, a su vez, reflexiones varias (y esperamos no excesivamente apresuradas) en lo que concierne a las apreciaciones tan singulares como importantes en este dictado como las de Jorge Guillén 4 o Dámaso Alonso. 5 Y, para cerrar, al fin, con algunas muy modestas aportaciones de nuestra propia (y seguramente desordenada) cosecha que, si indudablemente no son tan importantes por afortunadas, no estarán exentas (junto a su premura) de un tan grande entusiasmo, si quieren servir, al menos, para disculpar la torpeza con la que pudieran estar pergeñadas en su particular diseño.
II
SI contrastamos, en principio, el lenguaje poético y el lenguaje humano tenido por común, veremos, acaso especialmente claro, las peculiaridades que le son afines (pluralidad, inteligibilidad más o menos reconocida y reconocible, capacidad combinatoria...), pero también aquellos aspectos que resultan esencialmente privativos del que reconocemos como lenguaje poético; véase en principio y a modo de ejemplo y de forma introductoria a nuestra exposición: el símbolo; y si este puede enmarcarse sólo en la poesía atendiendo a su relación analógica, y si es fruto de la denominada convención social arbitraria. Mas nos parece conveniente recordar antes algunos caracteres propios de la fisionomía de la semiótica que pueden resultar propicios a las indagaciones temáticas y argumentales de nuestro discurso.
Si desde la célebre división semiótica de Peirce 6 parece evidente el auge de la pragmática como perspectiva de análisis para la comprensión semiótica (y la cual concede, como sabemos, protagonismo a los estudios literarios en detrimento claro de la visión estructuralista), cabe preguntarse, digo, en lo que al estudio de la poesía se refiere, si acaso se agota ésta en su análisis y comprensión como exclusivo acto del lenguaje. Desde luego no debemos olvidarnos de todos aquellos factores y aspectos contextuales comunes a toda literatura, y de los cuales suponemos no debe escaparse el ejercicio poético; mas, también aquellas otras ocasiones en las que el texto literario (y poético) penetra en la historia; ni tampoco el reflejo expreso en el diálogo con otros textos de un momento y lugar determinados (la famosa intertextualidad), o el celebrado dialogismo bajtiniano. Pero creemos también, en muchos casos, determinantes aquellos otros aspectos que atañen muy directamente a concepciones éticas, estéticas e incluso metafísicas, las cuales, por su especial incidencia muy bien pueden trascender el mundo de lo que consideramos como estrictamente literario; a saber: el conocimiento filosófico y científico; la impresión de otras artes que pueden afectar a su configuración tanto externa como interna y que, a nuestro juicio, afectan sin duda el objeto de percepción y estudio semiótico.
Pero, detengámonos un instante en el proceso de creación de sentido del poema. Diremos como inicio que, para la mejor comprensión de la poesía (y que pueda abarcar así mismo una teoría general del texto
literario) será más que recomendable tener muy presente dicho sentido. No obstante, no resultará extraño que en innumerables circunstancias hayan tenido que recurrir también a una suerte de peculiar intuición (¿extraliteraria acaso y por ende extrasemiótica?) que, como veremos, resultará esencial para una aprehensión aproximada del verdadero (o verdaderos) sentido(s) poemático(s), y que, a todas luces nos acerca al poema como acto del lenguaje, aunque en tantas ocasiones nos haga valorarlo como mucho más.
Pero sigamos nuestra valoración centrada sobre la poesía como muestra singular de lenguaje: a través de esta aprehensión fundamental veremos aquellos rasgos o caracteres específicos que, de hecho, en múltiples ocasiones emparentan la obra de arte con el concepto de poesía; 7 muestra de que esto que decimos no es nada nuevo puede obviarse en el registro de signo irónico, del cual no nos resultará difícil colegir en lo esencial su función estética, ámbito este ya destacado, como decía, por Mukarovsky y Morris. 8
No parece, al menos en los prolegómenos de este tránsito expositivo discutible que, el lenguaje poético como sistema lingüístico muy peculiar de comunicación, reviste características verdaderamente especiales; véase, por ejemplo, aquellos caracteres denotativos y connotativos tan propios de su discurso y que con tanto acierto ya refiriera Hjemeslev. 9 Mas, significa esto que la poesía puede (acaso debe) situarse al margen (aun dentro de su contexto cultural) de mitos y estereotipos, siendo muy conveniente hablar entonces de semiología del sentido que reviste para el poeta, planteándose ahora la cuestión nada baladí de, si se puede incluso prescindir para su comprensión idónea, de las denominadas causas biográficas. 10
Notas.-
1 Estébanez Calderón, D.: Diccionario de términos literarios, Alianza Diccionarios, Madrid, 1996.
2 Peirce Ch.S.: Writings of Charles S. Peirce: A Chronological Edition, vols. 1-6, M, H. Fisch et al. (eds). Bloomington, Indiana University Press, B.71.389
3 Saussure, F. de: Curso de Lingüística General, Traducción, prólogo y notas de Amado Alonso, Ed. Losada, Buenos Aires, 1967.
4 Guillén, J.: Lenguaje y Poesía, Alianza Editorial, Madrid, 1972.
5 Alonso, D.: Poesía Española, Gredos, Madrid, 1976.
6 Sintáxis, semántica y pragmática.
7 Aquello a lo que me refiero, y que tantas veces hace que estimemos como poético en aquella o esta manifestación pictórica, cinematográfica..., o, también en forma de expresión que serían rigurosamente literarias y son objetivables genéricamente por ejemplo, la narración o el teatro, y que pueden vivirse momentos de intenso lirismo.
8 Mukarovsky, J.: Escritos de estética y semiótica del arte, Ed. Gustavo Gili, Col. Comunicación Visual., Barcelona, 1977.
9 Hjemeslev, L.: Sistema lingüístico y cambio lingüístico, Versión española de Berta Pallarés de R. Arias, Madrid, Gredos, 1976.
10 Lázaro Carreter, F.: Estudios de Lingüística, Editorial Crítica, Barcelona, 1981.
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