Ofrecemos la segunda parte de La vívida heredad, para la sección de De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, esta vez bajo el título de La
diversidad genética y el decurso irracional de la historia.
LA
DIVERSIDAD GENÉTICA
Y EL DECURSO IRRACIONAL DE LA HISTORIA
La diversidad
genética ha llevado, en no pocos y muy tristes episodios de la historia de la
infamia, a impeler ensalzando una suerte de peculiar impulso irracional –tribal
la más de las veces- reconocido (y enmascarado) bajo el tamiz de determinados
intereses ideológicos y políticos, los cuales, tozudamente, se empecinan en
trascender cualquier realidad no diferenciadora de sus anómalos, irreales y
casi siempre estrafalarios argumentos de distinción (raciales, lingüísticos,
culturales, por supuesto, genéticos…), que ponen una vez tras otra en evidencia
lo nefando, irracional e irrisorio en tantas ocasiones de todos y cada uno de
sus presupuestos. Mas esto lo traemos al inicio de esta segunda parte de
nuestras reflexiones, más que porque pretendamos una refutación (de lo racional
evidente) en circunscripciones ideológicas, políticas, culturales, o, siendo
este último dominio el que nos ha traído hasta este opúsculo apresurado, nos
referimos a la biología, intoxicadas todas ellas por esta peligrosa tendencia,
y todo, decimos, porque el proceso evolutivo del ser humano (que se dice no ha
cesado hasta la fecha) muestra una comunidad cada vez más uniforme en su
potencial heterogeneidad. Hay quienes piensan que este proceso es el que ha
traído, como reacción, esta vuelta a los reductos y valores de la tribu, frente
a la dinámica globalizadora de nuestra sociedad. En realidad este proceso no es
nada nuevo. La involución tribal no es más que un pálido reflejo de grupos
impositores (e impostores) de intereses más o menos confesables respecto a
otros grupos que pudieran ser una amenaza de aquellos rendimientos –vergonzosos-
cualesquiera que pudiera ser su naturaleza u origen. Pero esto no es lo que más
interesa a nuestros propósitos expositivos y de reflexión.
Aun aceptando que el proceso
evolutivo humano no cese (como consecuencia de las mutaciones de las que es
susceptible el ADN), no parece tan claro que dichas variaciones no puedan ser
objeto de manipulación (y no hablamos sólo de las variaciones genéticas que pueden, artificialmente, ser llevadas a
cabo en laboratorio), sobre todo nos referimos a la adulteración y
falsificación llevadas a cabo por determinados procesos ideológicos, políticos
y culturales interesados. Así las cosas, si los factores sociobiológicos,
culturales, ideológicos, políticos… marcan o pueden marcar las presuntas
diferencias raciales, aquellos incluso (factores sociobiológicos) inciden,
según algunos de estos científicos, en el éxito o fracaso de las trayectorias
históricas de determinados grupos en relación a otros. La polémica que puede
colegirse de esto último viene al caso en lo que exponemos porque, aun siendo
cierta aquella afirmación, existen hechos existenciales (que pueden ser
objetivados también por los valores deducibles de ellos) que, a nuestro juicio,
nos unen y configuran como especie que comparte mucho más de lo que pudiera
separarnos. Podría hablarse sin temor a equívoco que estos condicionantes
existenciales[1] (y
valores de ellos deducibles) nos exponen como comunidad uncida a una ecuménica
trayectoria vital que, al fin y a la postre, es la que huella con más firmeza y
realismo a la humanidad como individuos y en su conjunto, y que habrá de
influir, por la imponente factura de sus argumentos y la necesaria exigencia
racional de preguntas y respuestas, ante su realidad ineludible. El sentir y el
pensar humanos, a fuer de los evidentes intentos de manipulación por la
cultura, la ideología, la política e incluso la fuerza aparentemente
arrolladora de nuestra naturaleza biológica, son susceptibles de cambio en
virtud del reconocimiento o no de estos presupuestos que marcan nuestra
existencia.
De todo aquello tan
urgentemente enunciado en los párrafos anteriores dará cuenta la historia del
pensamiento (la filosofía, el arte y, aún la ciencia, a través de disciplinas
como la misma psicología, sin dejar de contar con las manifestaciones
religiosas más profundas) que no hace sino indagar y preocuparse por trascender
sus propias limitaciones en pos de un entendimiento veraz de la naturaleza y
destino humanos. Nos parece este el momento oportuno para plantear una cuestión
ética –y estética, no lo duden- que trasciende también este ámbito y que no nos
parece nada baladí, a saber: ¿cuál debería ser la causa común a perseguir por la estirpe humana? Trataremos de dar
respuesta en el siguiente capítulo de este sintético corolario sobre la
naturaleza y designios del ser humano al albur de los movimientos culturales,
políticos, ideológicos y científicos que competen para un dictamen cada vez más
necesario y perentorio.
Francisco Acuyo
[1] Condicionantes que se
manifiestan a través de preguntas que sobre hechos como por ejemplo, el sentido
de la propia existencia y la ineludibilidad de la muerte, de la enfermedad, de
la vejez, del sufrimiento en general en nuestro tránsito existencial, por qué
las cosas son y suceden como suceden y no de otra manera, y que atañen no sólo
a la filosofía como disciplina de explicación abstracta de estas cuestiones,
sino que atañen a la ciencia, a la ética, al arte… y en definitiva a la actitud
vital del ser humano.
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