domingo, 23 de enero de 2011

JOSÉ HIERRO: LA POESÍA INVITADA

José Hierro: La poesía invitada, Ancile



Aún se mantiene viva (y de esto debe hacer ya doce o catorce años) la imagen adusta de Pepe Hierro en mi memoria, en la Facultad de Letras, conversando con nosotros, previa intervención suya en no recuerdo bien qué acto de conciliación poética, sobre el concepto (del todo inasible e inefable para él) de poesía, y de su trascendencia en el devenir de su personal y vital trayectoria humana. Nunca fue amigo de definiciones aplicadas al impulso creativo (¿enigmático?) capaz de generar el milagro poético. No creo que fuese porque no pudiese aplicar teorías y poéticas del más diverso linaje, y propicias genealogías e ingeniosas interpretaciones, sino porque él mismo, a mi modesto entender, vivió plenamente en el ámbito no menos vital cual es el de la verdadera poesía. Como tal vívido dinámico ejercicio, era impensable cualquier modo de disección de su materia viva para análisis sobre lo que, todavía palpitante y generador a su vez de vida nueva, entre sus manos se ofrecía como nutriente dinámico e incitador de belleza y de más vida. No he podido resistirme a entregar a esta bitácora este recuerdo imborrable, si es que el Hemisferio infinito que os ofrezco pretende hablar y dar muestras auténticas de lo que la poesía significa y contempla a lo largo de mi modesto devenir existencial. Queden aquí pues, como muestra de mi reconocimiento y entrega a la persona y la poesía de José Hierro.





NOTA BIO-BIBLIOGRÁFICA



José Hierro: La poesía invitada, Ancile
José Hierro nació en Madrid en 1922. Se le considera uno de los poetas más significativos de la «Generación del medio siglo», cuya poesía contiene rasgos sociales basados en la experiencia de «Niño de la guerra». Ni que decir tiene que es considerado como uno de los poetas más importantes de la poesía en español del siglo XX. Sus actividades clandestinas le llevaron a la cárcel en 1939 por pertenecer a una "organización de ayuda a los presos políticos". Fue liberado en 1942. Desempeñó oficios de la más diversa índole. Fue un excelente crítico de arte. Finalmente se instala en Madrid hasta el fin de su vida, en diciembre de 2002. Fue Premio Adonais 1947, Premio Nacional de Literatura 1953, Premio Nacional de la Crítica 1957, Premio March de Poesía en 1959, Premio Príncipe de Asturias en 1981, Premio Nacional de las Letras Españolas en 1990, Premio Reina Sofía 1995, Premio Europeo de Literatura Aristeión 1999, Premio Cervantes de las Letras 1999, Doctor Honoris Causa de la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo 1995, Miembro de la Real Academia de la Lengua desde 1999. En 2002 fue nombrado "Doctor Honoris causa" por la Universidad de Turín. Entre sus obras se encuentran: Alegría, 1947 (Premio Adonáis 1947), Tierra sin nosotros, (1947), Con las piedras, con el viento, (1950), Quinta del 42, (1952), Estatuas yacentes, (1955), Cuanto sé de mí, (1957 Premio de la Crítica), Libro de las alucinaciones, (1964, Premio de la Crítica), Problemas del análisis del lenguaje moral (1970),Emblemas neurorradiológicos (1995), Sonetos, (1995), Cuaderno de Nueva York, (1998, Premio Nacional de Literatura), Guardados en la sombra, (2002).







POÉTICA



José Hierro: La poesía invitada, Ancile
Con Vicente Aleixandre y Concha Lagos
Como adelantaba al inicio, José Hierro, no gustó de explicar el fuego con que trabaja (que diría Lorca) en la creación del poema; no obstante, de su experiencia vital y del acerbo signo que habría de marcar sus inicios literarios, y de las desoladas claves donde más que arraigar se desarraiga su poesía, no ceja de contemplar el impulso creativo que empuja en su versos, como el instrumento de solidaridad necesario para hacer más habitable el mundo, hace esto de su obra una poesía social nada al uso que le instiga a indagar por cauces nuevos en pos de formas distintas de expresión y consideración poéticas, las cuales le llevaran a la obtención de la voz personal, originalísima que le caracteriza. Es pues, deducible de su obra, una poética que debe entroncar con las fuentes más vitales de la poesía en nuestra lengua, donde su lenguaje, racional o irracional, vive por y para la poesía, si esta es una de las muestras más genuinas de la belleza y por tanto de lo más elevado de cualquier experiencia existencial.



POEMAS





EL BUEN MOMENTO



Aquel momento que flota
nos toca de su misterio.
Tendremos siempre el presente
roto por aquel momento.

Toca la vida sus palmas
y tañe sus instrumentos.
Acaso encienda su música
sólo para que olvidemos.


Pero hay cosas que no mueren
y otras que nunca vivieron
y las hay que llenan todo
nuestro universo.

Y no es posible librarse
de su recuerdo.




De "Alegría" 1947



DESTINO ALEGRE



Nos han abandonado en medio del camino.
Entre la luz íbamos ciegos.
Somos aves de paso, nubes altas de estío,
vagabundos eternos.
Mala gente que pasa cantando por los campos.
Aunque el camino es áspero y son duros los tiempos,
cantamos con el alma. Y no hay un hombre solo
que comprenda la viva razón del canto nuestro.


Vivimos y morimos muertes y vidas de otros.
Sobre nuestras espaldas pesan mucho los muertos.
Su hondo grito nos pide que muramos un poco,
como murieron todos ellos,
que vivamos deprisa, quemando locamente
la vida que ellos no vivieron.

Ríos furiosos, ríos turbios, ríos veloces,
(Pero nadie nos mide lo hondo, sino lo estrecho.)
Mordemos las orillas, derribamos los puentes.
Dicen que vamos ciegos.

Pero vivimos. Llevan nuestras ,aguas la esencia
de las muertes y vidas de vivos y de muertos.
Ya veis si es bien alegre saber a ciencia cierta
que hemos nacido para esto.



De "Tierra sin nosotros" 1947



CORAZÓN QUE HIERE



Corazón que te hieren
con una rama verde.

Llegó a mi lado. Era
José Hierro: La poesía invitada, Ancile
el momento más fuerte
que el recuerdo. Es hoy todo
inolvidable. El verde
de los álamos es
vida. Los cielos tienen
azul de amor sereno
que aún ignora la muerte.

Llega a mi lado. Trae
una rama. (Parece
la verde primavera
que entre sus manos duerme.)
Oh, qué felicidad.
Las brisas, cómo mecen.
Ella saca a las flores
de su encanto silvestre.
Ella toca de gracia
el áspero presente.

Llega a mi lado. Trae
una rama. (Se mueve
irreal: su elemento
es la música. Viene
quebrando los silencios
maravillosamente. )

Entre sus manos es
la rama una serpiente
de luz, un río frágil,
bandera transparente
que pone en este ensueño
su alegría evidente.
(Por la rama comprendo
que estamos vivos. Este
instante no es un sueño
que pasa y no nos mueve.)
Es un látigo frágil,
una llama en que beben
nuestros ojos.

¿Por qué
la ceñiste a mis sienes
como si fuera el único
dios a quien perteneces?
¡Por qué te he preguntado
si ceñiste otras sienes!

Corazón, te han herido
con una rama verde.

De "Con las piedras, con el viento" 1950





DOS FÁBULAS PARA TIEMPOS SOMBRÍOS


 Segunda fábula (El amor)

1. Génesis



En el principio era el amor.
Cuando el alba buscaba un dueño.
Cuando todas las criaturas
llevaban sus cuerpos desiertos.


En el principio era el amor.
En todo tenía su reino.
La noche entera era el latido
de tan hondo enamoramiento.


El amor y las almas, juntos
fueron creando el Universo.
Las almas fueron su metal.
El amor su mágico fuego.


En el principio era el amor.
Los cuerpos estaban desiertos,
y cada cuerpo buscó un alma
que lo tuviera prisionero.


Para el cuerpo, recién nacido
de la noche, todo fue nuevo.
Ignoró, por no entristecerse,
que el alma tenía recuerdos.

En el principio era el amor.



2. Sin saberlo



José Hierro: La poesía invitada, Ancile
Con Francisco Ayala
Alguna vez, un alma halló
el alma que la completaba.
Cuando los cuerpos se tuvieron,
olvidaron que había alma.


No llegaron a lo que dura,
y gozaron de lo que pasa.
Luego se fueron, dividieron
el caudal de su única agua.

3. Segundo amor


En el principio era el amor.
Sin el amor nada existía.
El alma que una vez amó,
nunca jamás se apagaría.
Volver a amar era intentar
tornar al punto de partida,
apresar humo, tocar cielos,
poseer la luz infinita.
Volver a amar era querer
revivir las flores marchitas.
Era escuchar la voz del alma
que llamaba al alma perdida.
Volver a amar era llorar
por la dicha desvanecida.
Era encontrar con quien partir
el pan y el vino de otros días.
Pero -de sobra lo sabemos-
sólo una vez se ama en la vida.
Volver a amar, es evocar
el amor que colmó la dicha.
Es, sin querer, hacer sufrir.
Sentir la rueda detenida.
Que si el espejo sufre, es porque
la vieja imagen está viva.
En el principio era el amor.

De "Con las piedras, con el viento" 1950



CAE EL SOL


 Perdóname. No volverá a ocurrir.
Ahora quisiera
meditar, recogerme, olvidar: ser
hoja de olvido y soledad.
Hubiera sido necesario el viento
que esparce las escamas del otoño
con rumor y color.
Hubiera sido necesario el viento.


Hablo con humildad,
con la desilusión, la gratitud
de quien vivió de la limosna de la vida.
Con la tristeza de quien busca
una pobre verdad en que apoyarse y descansar.
La limosna fue hermosa -seres, sueños, sucesos, amor-,
don gratuito, porque nada merecí.
¡Y la verdad! ¡Y la verdad!
Buscada a golpes, en los seres,
hiriéndolos e hiriéndome;
hurgada en las palabras;
cavada en lo profundo de los hechos
-mínimos, gigantescos, qué más da:
después de todo, nadie sabe
qué es lo pequeño y qué lo enorme;
grande puede llamarse a una cereza
( "hoy se caen solas las cerezas",
me dijeron un día, y yo sé por qué fue ),
pequeño puede ser un monte,
el universo y el amor.
Se me había olvidado algo
que había sucedido.
Algo de lo que yo me arrepentía
o, tal vez, me jactaba.
Algo que debió ser de otra manera.
Algo que era importante
porque pertenecía a mi vida: era mi vida.
(Perdóname si considero importante mi vida:
es todo lo que tengo, lo que tuve;
hace ya mucho tiempo, yo la habría vivido
a oscuras, sin lengua, sin oídos, sin manos,
colgado en el vacío,
sin esperanza.)
Pero se me ha borrado
la historia (la nostalgia)
y no tengo proyectos
para mañana, ni siquiera creo
que exista ese mañana (la esperanza).
Ando por el presente
y no vivo el presente
(la plenitud en el dolor y la alegría).
Parezco un desterrado
que ha olvidado hasta el nombre de su patria,
su situación precisa, los caminos
que conducen a ella.
Perdóname que necesite
averiguar su sitio exacto.
Y cuando sepa dónde la perdí,
quiero ofrecerte mi destierro, lo que vale
tanto como la vida para mí, que es su sentido.
Y entonces, triste, pero firme,
perdóname, te ofreceré una vida
ya sin demonio ni alucinaciones.

De "Libro de las alucinaciones" 1964

José Hierro: La poesía invitada, Ancile




AMANECER



Imagínate tú...
Imagínatelo tú por un momento.

R. A.





La estrella aún flotaba en las aguas.
Río abajo, a la noche del mar, la llevó la corriente.
Y de pronto la mágica música errante en la sombra
se apagó, sin dolor, en el fresco silencio silvestre.


Imagínate tú, piensa sólo un instante,
piensa sólo un instante que el alma comienza a caerse.
(Las hojas, el canto del agua que sólo tú escuchas:
maravilloso silencio que pone en las tuyas su mano evidente.)

Piensa sólo un instante que has roto los diques y flotas sin tiempo en la noche,
que eres carne de sombra, recuerdo de sombra; que sombra tan sólo te envuelve.
Piensa conmigo «¡tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo,
antes que todo se desvaneciese!»

Imagínate tú que hace siglos que has muerto.
No te preguntan las cosas, si pasas, quién eres.
Procura un instante pensar que tus brazos no pesan.
Son nada más que dos cañas, dos gotas de lluvia, dos humos calientes.

(¡Tan bello era todo, tan nuestro era todo, tan vivo era todo!)
Y cuando creas que todo ante ti perfecciona su muerte,
abre los ojos:
El trágico hachero saltaba los montes,
llevaba una antorcha en la mano, incendiaba los bosques nacientes.
El río volvía a mojar las orillas que dan a tu vida.
El prodigio era tuyo y te hacías así vencedor de la muerte.

De "Agenda" 1991



A ORILLAS DEL EAST RIVERS



I

En esta encrucijada,
flagelada por vientos de dos ríos
que despeinan la calle y la avenida,
pisoteada su negrura por gaviotas de luz,
descienden las palabras a mi mano,
picotean los granos de rocío,
buscan entre mis dedos las migajas de lágrimas.


Siempre aspiré a que mis palabras,
José Hierro: La poesía invitada, Ancilelas que llevo al papel,
continuasen llorando
-de pena, de felicidad, de desesperanza,
al fin, todo es lo mismo-,
porque yo las había llorado antes;
antes de que desembocasen en el papel blanquísimo,
en el papel deshabitado, que es el morir.
Dejarían en él los ecos asordados, empañados,
de lo que tuvo vida.
Alguien advertiría la humedad de las lágrimas,
lloraría por seres que jamás conoció,
que acaso no es posible que existieran
aunque estuvieron vivos
en el recuerdo o en la imaginación.
Lloraríamos todos por los desconocidos,
los -para mí -difuminados
en la magia del tiempo.


Contra las estructuras
de metal y de vidrio nocturno
rebotan las palabras aún sin forma,
consagradas en el torbellino helado,
y no me hacen llorar.
Yo ya no sé llorar. ¡Y mira que he llorado!

II

Yo ya no lloro,
excepto por aquello que algún día
me hizo llorar:
los aviones que proclamaban
que todo había terminado;
la estación amarilla diluida en la noche
en la que coincidían, tan sólo unos instantes,
el tren que partía hacia el norte
y el que partía hacia el oeste
y jamás volverían a encontrarse;
y la voz de Juan Rulfo: «diles que no me maten»;
y la malagueña canaria;
y la niña mendiga de Lisboa
que me pidió un «besiño».

Yo ya no lloro.
Ni siquiera cuando recuerdo
lo que aún me queda por llorar.

De "Cuaderno de Nueva York" 1998



COPLILLA DESPUES DEL 5º BOURBON

 


Pensaba que sólo habría
sombra, silencio, vacío.
Y murió. Estaba en lo cierto.
El mismo Dios se lo dijo.

De "Cuaderno de Nueva York" 1998





José Hierro




José Hierro: La poesía invitada, Ancile































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