lunes, 22 de febrero de 2016

BLADE RUNNER O LA IMAGEN DEL TIEMPO EL FIN DEL DUALISMO (OBJETO-SUJETO, MENTE-MATERIA) A COLACIÓN DE LA IMAGEN-MOVIMIENTO DE GILLES DELEUZE.

Para la sección, Cine y literatura, del blog Ancile, traemos estas aproximaciones al mítico film de Ridley Scott, Blade Runner, que siempre aportará nuevas e interesantes interpretaciones.


Blade Runner o la imagen del tiempo. El fin del dualismo (objeto sujeto, mente materia), Francisco Acuyo




BLADE RUNNER O LA IMAGEN DEL TIEMPO

EL FIN DEL DUALISMO (OBJETO-SUJETO, MENTE-MATERIA)
A COLACIÓN DE LA IMAGEN-MOVIMIENTO DE GILLES DELEUZE.










 EN el corazón de las tinieblas[1] de finales del asendereado y controvertido siglo XX, hubo de ver la luz, acaso el que muy bien pudiere considerarse como el último gran film ( crepuscular) de la denominada gran forma (creado a partir de la imagen-acción, que definiría Deleuze),[2] nos referimos a Blade Runner (1982), y que, en principio, muy bien pudiese ser encuadrado o clasificado bajo las directrices del cine clásico, en las que la imagen indirecta del tiempo se obtiene a través del montaje, o la articulación de las imágenes en movimiento, como en un film de cine negro o en un buen western, y así de simple sería sino fuese por la gran cantidad de matices y singulares características que le invisten con rasgo de muy genuina singularidad.

                Dícese que la crisis de los movimientos científicos (y qué duda cabe, también filosóficos) bajo los que se amparaba la psicología de mediados y finales del siglo pasado y mediante la que se mostraba manifiestamente incapaz de dar respuesta a las últimas intentonas de superar viejos dualismos[3] (materialistas e idealistas) y que, desde luego, son mucho más antiguos que los que intentaron superar en su momento la fenomenología husserliana o los principios bersognianos, en tanto que toda conciencia es conciencia de algo (Husserl), o lo que es más importante, toda conciencia es algo (Bergson). He aquí que Gilles Deleuze, en su célebre taxonomía del cine (o historia natural del mismo),[4] basándose en el pensamiento filosófico vitalista de Bergson[5] -entorno a la imagen-, establece los fundamentos de ésta –de la imagen- como signo (tan real o potente como pudiera serlo cualesquiera signo lingüístico), y esto en virtud de la naturaleza moviente de la imagen –cinematográfica-. Y es que, en verdad, el cine es el arte que mejor refleja el radical movilismo bergsoniano.

                Si Deleuze considera la realidad cinematográfica bajo el cuadro (que determina un sistema provisionalmente cerrado), el plano o imagen-movimiento como la determinación del movimiento en el sistema cerrado, y el montaje como el todo en que está determinado, el plano intermediará entre el encuadre del conjunto y, finalmente en el montaje del todo, a través del que podemos deducir que el montaje clásico (bajo el influjo todavía del concepto de fábula aristotélica, todo sucede mediante el número del movimiento, según el antes y el después), la película de Ridley Scott, Blalde Runner, como decíamos, bien pudiera situarse como uno de los baluartes más conseguidos de los últimos años del siglo pasado, si puede ser considerado como construido a partir de la imagen-acción (distinguido de las imágenes percepción y afección que distinguía muy procedentemente Deleuze en su análisis y observación del fenómeno de la imagen-movimiento cinematográfica. Pero, ¿puede decirse que todo el interés de este film radica únicamente en la magistral manera de obtener su imagen indirecta a
Blade Runner o la imagen del tiempo. El fin del dualismo (objeto sujeto, mente materia), Francisco Acuyo
través del montaje y su singular articulación de las imágenes en movimiento? 

                Recordemos que el futuro distópico planteado por el film (de tanta actualidad, no obstante, de los años pasados desde su creación, plantea también las controversias entre los mundos felices –utópicos- del futuro tecnológicamente capaz de solucionar todos los problemas humanos), y todo esto a tenor de uno de los avances científicos más deseados –y también más celebrados y temidos- como es el de la cibernética, llevada al campo de la robótica avanzada –y de la ingeniería genética- de Tyrell Corporation, mediante la que los replicantes habrían de llevar a término cualquier tarea imposible o peligrosa para el ser humano. Que sean (los modelos Nexus 6, los más avanzados) los que pongan en tela de juicio, mediante su insumisión y rebeldía, no solo la eventual magnificencia de esos avances tecnológicos, sino la naturaleza misma de la conciencia (como capacidad de entendimiento y sentimiento) genuinamente humana, plantea, mediante el lenguaje de imagen acción que nos ofrece en su discurso, la crisis precisamente de este tipo de alocución cinematográfico narrrativa. Es precisamente a través de la gran forma mediante la que se pretende dejar en schok al vidente o espectador mismo de la acción narrativa, a través de  la que, por momentos, parecen deshacerse los vínculos sensorio motores, y donde el telespectador, por un instante (recuérdese por ejemplo el célebre y breve dialogo –en realidad monólogo- entre Rick Deckard (Harrison Ford) y el comando replicante Roy Batty (Rutger Hauer en la azotea), se ofrece una situación en la que la palabra queda diluida por los efectos ópticos y sonoros de la lluvia, donde todo queda prácticamente sin ninguna prolongación -motriz, decíamos-, no en vano sirven estos planos para el anuncio de la muerte del magnífico e inquietante Nexus 6.

                En no pocos instantes del memorable film podremos constatar aquella intención -deleuziana- de recuperar aquella ética (en modo alguno utópica), -bajo los influyentes ecos incuestionables de la magistral Metrópolis, de Fritz Lang- que nos reconcilie –a la humanidad y a toda entidad consciente- con el mundo, pero mediante la aceptación y el compromiso con la realidad del mundo mismo. La fuga de replicantes –Roy Batty (el mencionado Rutger Hauer), Zhora (Joanna Cassidy) y Pris (Daryl Hannah), en incluso en el papel especial de la misma Rachel (Sean Young), también replicante con recuerdos implantados artificialmente que le sirven de sustrato emocional, se Rachel, ignorante de su propia naturaleza replicante, es informada de que no es humana. No menos impactante es la escena en la que la que Deckard, providencialmente salvado por Rachel, en la intimidad del apartamento de aquel, comienzan a enamorarse.  Por todos estos y otros muchos momentos inolvidables de la cinta de Rydley Scott, puede afirmarse que la conciencia, se vindica como aquella fuerza vital que nos integra no sólo como seres humanos, sino con cualesquiera otra entidad –natural o artificial- en la realidad no pocas veces inextricable del universo donde, inevitablemente, coexistimos.
Blade Runner o la imagen del tiempo. El fin del dualismo (objeto sujeto, mente materia), Francisco Acuyo

                La superación de los dualismos mediante el discurso cinematográfico –como es el caso de la espléndida Blade Runner- lleva a la contemplación del film, a nuestro juicio, como un ejercicio verdaderamente metacinematográfico. Es desde aquí donde mejor puede traslucirse la idea bergsoniana asumida -por Gilles Deleuze- mediante la que la interpretación del film puede ser posible empleando unos juicios nuevos extraídos de una suerte de nueva filosofía de la ciencia que posibilita una visión adecuada de la realidad (eje en cuestión de la película, en virtud de la colisión de los intereses nada menos que de la propia existencia independiente de las entidades artificiales, con conciencia propia –replicantes-, tratados como esclavos, y los seres humanos), pero atención, no es una interpretación epistemológica, sino otra original, nueva, basada en una sistemática propia integradora de conceptos. Por eso las entidades robótico cibernéticas (en mente de la aproximación filosófica de Henri Bergson) son  luminosas por sí mismas, sin nada que las alumbre, pues toda conciencia es algo.

                Mucho se ha debatido sobre el influjo de la ciencia en la filosofía de Bergson ( y extraída y asumida por Deleuze), sobre todo en relación a los conceptos de espacio y tiempo de la relatividad einsteniana, mas esta concepción tan singular (uniabarcadora) de la conciencia también la acerca a los presupuestos de la mecánica cuántica y todos los profundos efectos físicos, psicológicos y filosóficos que conllevan sobre el pensamiento humano en relación a la naturaleza física de las cosas, muy estrechamente vinculadas a los procesos cognitivos (de la conciencia), no en vano la luz y el conjunto de las imágenes, que son conciencia, forman parte inmanente de la materia.

                Por todo esto puede inferirse en un juicio interpretativo audaz (bergso-deleuziano) que las imágenes son materia viva (consciente) que, para el espectador del film, se ofrecen como panorama cada más claro, donde el desfile de todos y cada uno de los replicantes y  su espacio de vivencia y convivencia, es equiparable sin duda al del ser humano.

                Es fascinante que en este film, y gracias a las herramientas de exégesis de Deleuze (y Bergson), se pueda poner en cuestión uno de los debates más interesantes (de la biología) centrados en –acaso nueva ¿religión científica?- la neurociencia, y debatir si el cerebro es el único centro sobre el que interpretar el fenómeno de la conciencia y, por tanto esta, la conciencia, entenderla sólo como un epifenómeno del cerebro; para Bergson (en Materia y memoria, -asumido perfectamente por Deleuze para la interpretación cinematográfica) el cerebro no es más que un centro de indeterminación, ya que él mismo es una imagen especial.

                El debate entre la conciencia natural y la –siempre puesta en duda- artificial que se ofrece en Blade Runner es de una actualidad (o mejor de una permanencia) incuestionable(s) en tanto que confronta una dualidad proverbial que puede extenderse a todas las que marcan el debate filosófico existencial de cualquier entidad consciente, y donde puede ponerse en cuestión –mediante la imagen-acción cinematográfica- incluso la dicotomía entre el sujeto y el objeto, lo subjetivo y lo supuestamente objetivo.
                El carácter crepuscular de esta película como film modelo de imagen-acción, no impide la fruición de momentos en los que la imagen-percepción e incluso la imagen-afección deleuzianas, imagen percepción) y en los primeros planos (imagen afección) que se articulan a la perfección, y a los que aludíamos en las escenas resaltadas anteriormente en el film, con los predominantes planos medios característicos de la imagen acción que vertebra la película
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forman parte de un todo verdaderamente particular, sobre todo si tenemos en cuenta el carácter científico-ficticio que la conforma y que se traduce en los magníficos planos de conjunto.

                Es así que, si consideramos las imágenes como signos, tal y como Gilles Deleuze interpretaba, no solo estamos ante una muy original interpretación del fenómeno artístico cinematográfico, sino también ante una exégesis de grande interés sobre la cuestión semiológica, de candente interés y actualidad en los estudios de la semiótica, pero sobre todo para establecer uno de los principios básicos de la esencia del cine, a saber, la naturaleza dinámica (moviente) de la imagen que nos habla muchas veces, de manera en este film tan enigmática, de la interacción e integración de la conciencia con el mundo.



Jorge F. Acuyo Peregrina






[1] Momento álgido contracultural donde hasta el mismo posmodernismo era puesto en cuestión en los ámbitos filosóficos, sociales, artísticos, culturales….
[2] Deleuze, G.: La imagen-movimiento, Ediciones Paidós, Barcelona, 1984.
[3] Podemos retrotraernos nada menos que al ser Parmenideo (la inmovilidad y permanencia de lo que es), frente al devenir iconoclasta y violento heraclitano (Panta rei» (πάντα ρεῖ), todo fluye, o, La guerra –Polemos- es el padre de todos las cosas.
[4] Ibidem.
[5] Sobre en textos como Materia y Memoria o la Evolución creativa.




Blade Runner o la imagen del tiempo. El fin del dualismo (objeto sujeto, mente materia), Francisco Acuyo

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