viernes, 4 de mayo de 2018

PRESENTACIÓN DEL LIBRO NECESIDAD DE LA POESÍA: QUE LOS POETAS HABITEN EL LENGUAJE Y LA CIUDAD


Ofrecemos bajo el título, Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los poetas habiten el lenguaje y la ciudad, para la sección Microensayos, del blog Ancile, trabajo del filósofo Tomás Moreno Fernández, con motivo de la publicación que lleva el mismo nombre, editada en  (Entorno Gráfico Ediciones, Colección El Torno Gráfico, Granada, 2018.

Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los poetas habiten el lenguaje y la ciudad, Tomás Moreno


PRESENTACIÓN DEL LIBRO NECESIDAD DE LA POESÍA:

 QUE LOS POETAS HABITEN EL LENGUAJE Y LA CIUDAD



Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los poetas habiten el lenguaje y la ciudad, Tomás Moreno




Antes de entrar en materia, permítanme expresar una serie de consideraciones previas y obligadas. Como casi todo lo bueno que hace el hombre, este libro es también el fruto de la amistad y de la generosidad. De la amistad y de la generosidad de estos queridos y admirados amigos que me acompañan en este acto.
            En primer y distinguido lugar quiero referirme a José Antonio Rodríguez –ilustre director de la Editorial Entorno-, que, en mi modesta opinión, ha hecho de su empresa toda una fundación social y cultural solidaria y ejemplar.         Su apuesta o empeño por la promoción cultural y artística de la ciudad, su generoso mecenazgo –del que yo mismo me he podido beneficiar con la publicación de este ensayo- y, sobre todo, su compromiso decidido con otras causas aún más urgentes y humanitarias, merecen, creo yo, un público y agradecido reconocimiento. Los dos libros recientemente publicados En unos pocos corazones fraternos, para un proyecto de recogida de alimentos, y otro recién salido de la imprenta, para la ONG bosconiana, sobre la situación de las niñas y /jóvenes  africanas,  son buena prueba de ese encomiable talante solidario y altruista al que antes me he referido. Quede de ello constancia.
Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los poetas habiten el lenguaje y la ciudad, Tomás Moreno            A José Ignacio Fernández Dougnac, al que todos conocéis, le debo una especial gratitud y no sólo por su inestimable colaboración en este libro, sino también  por compartir con nosotros, tan asiduamente, en público y en privado, su extraordinario talento y su disposición siempre amigable y solícita cuando se requiere su colaboración para algún evento cultural o académico. En su bellísimo Prólogo “El poético afán del pensamiento”, ha escrito la mejor de las introducciones posibles a mi ensayo, el pórtico soñado por cualquier autor, pleno de generosidad, de sabiduría y de sensibilidad.

            Y, por supuesto, tengo que agradecer también, con énfasis no retórico sino cordial (vale decir: emanado del corazón), a mis amigos poetas aquí presentes (José, Francisco y Manuel) que depositaron en mí su confianza, a la hora de presentar públicamente o de prologar alguno de sus libros.
            Una vez expuestas estas consideraciones previas ya podemos entrar de lleno en el análisis de este ensayo que desarrollaremos en cuatro breves apartados.

I. En primer lugar, debo decir que se trata de un libro  breve, sencillo, legible. Y sobre todo, precioso, de una gran belleza literaria (y no lo digo, obviamente, por mi personal aportación al mismo, sino por la cantidad de textos, versos, versículos y poemas de estos tres grandes poetas que se despliega en sus páginas). Consta de  tres Partes en las que se reflexiona sobre los poemas y se dialoga con sus autores, desde una óptica más filosófica que estrictamente crítico-filológica: La primera parte se titula: Islas de claridad. “El poetizar pensante como revelación de la verdad en la poesía de José Gutiérrez”; la segunda: “De la transfiguración de la belleza en los Haikús de la Alhambra de Francisco Acuyo”; y la tercera, “La poesía como celebración del ser y de la vida en Viviré del aire de Manuel Salinas”.
            Significativamente, cada uno de los diferentes poemarios representan los distintos modos de entender la poesía (sin por ello ser excluyentes o incompatibles entre sí, al estar inevitablemente entreveradas en sus respectivas obras las distintas funciones –referencial o informativa, estético/formal y emotiva o expresiva- del lenguaje poético):
            a) En el primer caso, nos encontramos con la Poesía entendida como método de conocimiento, pues  mediante la intuición poética el poeta descubre aspectos esenciales (metafísicos) de la realidad hasta ese momento desconocidos e inaccesibles por la vía del razonamiento discursivo porque como decía el viejo Heráclito: a la naturaleza/realidad le gusta ocultarse (Physis kryptesthai philéi). Mediante ella –mediante la poesía- el poeta es capaz de descubrir o des-ocultar la verdad de lo real, la aletheia (lo no oculto, lo desvelado y manifiesto). Recordemos que el vocablo griego aletheia: procede de las raíces  “a”, alfa privativa, que significa  sin y “letheia”, del verbo  “lanzano, ocultar). Pero más allá de sus cualidades cognoscitivas, siempre está en ella presente la emoción contenida y cordial del poetizar pensante.
            b) En el segundo, la Poesía se nos muestra como una auténtica heurística (como un peculiar modo de descubrimiento) o búsqueda incansable de la Belleza, que encierra en sus arcanos lo real; la mirada del poeta transfigura la realidad, aparentemente gris, sombría o anodina del mundo, para revelarnos su escondida y luminosa hermosura, poniéndola de manifiesto a través del lenguaje y del artificio poético propio de un artista u orfebre de la palabra.
Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los poetas habiten el lenguaje y la ciudad, Tomás Moreno
            c) En el tercero y último, la Poesía es asumida como una especie de ritual auto-expresivo y comunicativo que celebra la vida y el ser en todas sus manifestaciones posibles, desde las más cotidianas hasta las más sublimes o inefables  –como nos recomendaba Rilke en su famoso poema Yo celebro” (de Dedicatorias), y como mostraba, por otra parte, Jorge Guillén en todos los versos de su Cántico o Claudio Rodríguez en su sensible -hasta llegar a ser escalofriante- “Don de la ebriedad”. Una poesía, en fin, que exalta gozosa el eu zen (aristotélico): la feliz (eu) vida (zen), la vida buena, el buen vivir.

            En los tres casos la Poesía nos conecta respectivamente con la metafísica (que investiga el ser de la realidad, a la manera machadiana), con  la estética (que trata al modo juanramoniano de la belleza del ser) y con la ética  (que apunta guillenianamente al gozo de  la vida buena, a la afirmación de la alegría de vivir). Es decir con los denominados trascendentales del Ser: Verdad, Belleza y  Bien.
            Es por ello mismo, por lo que es posible y profundamente deseable un diálogo cada vez más fecundo entre poesía y filosofía, entre pensadores y poetas; diálogo que ya demandaba Martín Heidegger en su Introducción a la metafísica cuando constataba que “pensadores y poetas habitan vecinos en cumbres distantes”. Con este libro sólo hemos pretendido modestamente aproximar o acercar ambas cumbres. (Objetivo que a lo largo del siglo XX trataron de llevar a cabo muy ilustres poetas y filósofos: desde los más clásicos como Heidegger (Hölderlin y la esencia de la poesía), Jorge Santayana (Tres Poetas filósofos: Lucrecio, Dante, Goethe), Antonio Machado (Juan de Mairena) María Zambrano (Filosofía y Poesía) o Paul Valery (La necesidad de la poesía) hasta los más próximos en el tiempo como José María Valverde (Estudios sobre la palabra poética), Diego Romero de Solís (Poiesis. Sobre las relaciones entre filosofía y poesía a la luz del alma trágica), o Pedro Cerezo (Palabra en el tiempo. Poesía y filosofía en Antonio Machado).

II. Es preciso también, explicar o justificar el porqué  de su peculiar título y subtítulo. En cuanto al título -Necesidad de la poesía- queremos constatar algo obvio para el amante de la palabra y del lenguaje, algo que no necesita justificación. Como no necesita justificación lo necesarios que son -por imprescindibles- el aire y el agua para la vida biológica. Pues bien, lo mismo representa la poesía para la vida del espíritu y de la cultura: Es una necesidad “fundamental”.           Como decía el gran poeta francés Yves Bonnefoy (en La necesidad de la poesía, conferencia dictada en su recepción de un importante Premio Internacional de poesía en México, en 1993, poco antes de su muerte): “La poesía es el fundamento de la vida en la sociedad. Debemos comprender que la sociedad sucumbirá si la poesía se extingue poco a poco en nuestra relación con el mundo.
Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los poetas habiten el lenguaje y la ciudad, Tomás Moreno            La Poesía es algo, pues, verdaderamente esencial si se conserva aún un ápice de sensibilidad humana. La poesía es un bien gratuito, no útil ni valioso desde criterios utilitaristas o burdamente prácticos imperantes, sino irrenunciable e imprescindible para el ser humano desde parámetros algo más espirituales, ajenos al sórdido mercantilismo economicista hodierno (que “confunde valor y precio” –como diría Juan de Mairena- o que no distingue entre precio y dignidad, en versión kantiana). Como venía a señalar Mario Bunge, en un celebrado texto: “Hay muchos y variados argumentos contra el “practicismo en la enseñanza y en la vida”, y uno de ellos –tal vez el fundamental- es quesi queremos seguir siendo hombres debemos cultivar nuestras mentes algo másque nuestros primos fracasados, los monos”. La poesía, indudablemente, contribuye a ello.

            Por otra parte, en momentos de sistemática degradación del lenguaje y de su uso adulterado, políticamente correcto, y en circunstancias –como las actuales- en que el lenguaje no se utiliza como vehículo de entendimiento sino como instrumento demagógico para engañar, separar y persuadir –como lo utilizan políticos sin escrúpulos, adulterándolo con el empleo de significantes flotantes, inconcretos o vacíos de significado cognitivo que sólo sirven para manipular conciencias y movilizar emociones instintivas, y tribales- sólo la Palabra poética, la palabra no pervertida ni degradada, la palabra de los poetas, se nos muestra como llena de sentido auténtico, de significado pregnante y verdadero.

III. Por lo que se refiere al subtítulo, en él hemos querido expresar el doble deseo de que los poetas habiten el lenguaje y de que habiten también la ciudad. El primero de ellos, porque la palabra –el Logos, la facultad del día-logos- es lo que nos constituye como seres humanos. Así nos definía Aristóteles: zoon ejon logon (el hombre es “animal que tiene logos”, esto es:  lenguaje, palabra, razón). No olvidemos tampoco las dos verdades que Hölderlin nos reveló: por una parte que los hombres  “sólo somos diálogo” y, por la otra, que “poéticamente habita el hombre la tierra”. Tampoco (olvidemos) aquella otra verdad prístina o primigenia que Heidegger, por su parte, nos descubriera en su Carta sobre el humanismo en la que señalaba: “El lenguaje es la casa del ser. En su vivienda mora el hombre. Los pensadores y los poetas son los vigilantes de esa vivienda” (esta es la primera cita que preside el inicio del  ensayo).
Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los poetas habiten el lenguaje y la ciudad, Tomás Moreno            El segundo deseo –el que expresa el segundo sintagma del subtítulo: que los poetas habiten la ciudad- reivindica la presencia de los poetas en ella, porque ellos –los poetas- suponen un seguro baluarte de denuncia y resistencia frente a la tiranía de ideólogos visionarios y utópicos de antaño como el Platón (de República, 595 a-b), que recomendaba su expulsión de la Kalípolis, Ciudad Bella), o contra los nuevos ingenieros sociales de hoy, que también prescriben su eliminación –la de los poetas y pensadores incómodos- de la utópica Ciudad Radiante futura, que nos prometen edificar. Su proscripción o prohibición supondría inevitablemente la ausencia irrecuperable del pensamiento en libertad, dado que su presencia en la misma comportaría un factor de subversión para el buen orden de su pretendida sociedad perfecta; además de  ejercer una influencia negativa y corruptora para la educación y adoctrinamiento moral de los jóvenes. Platón justificaba su expulsión de la ciudad por el carácter mimético de sus versos, que les hacía imitar las conductas menos morales o virtuosas de los dioses, como se mostraba en las epopeyas homéricas o en las poco ejemplarizantes aventuras y peripecias de los protagonistas de las obras de los poetas trágicos atenienses, que excitaban las bajas e irracionales pasiones de los jóvenes y de los ciudadanos en general y no propiciaban ni la práctica de la virtud, ni el conocimiento o descubrimiento de la verdad.

            Ambos deseos, creemos, deben ser cumplidos sin ningún tipo de limitación o excusa, porque sin la existencia y libre expresión de la palabra poética y sin la presencia en la ciudad de los poetas (y también de los pensadores) –ejerciendo en ella su conciencia crítica y rebelde contra la injusticia y los abusos del poder- esas perfectas Ciudades utópicas e imaginarias se metamorfosearán fatalmente en su contrario: al principio todas se presentan como sociedades paradisíacas, bellas, armónicas, radiantes y bien ajustadas,  al final -en su obstinada búsqueda de la perfección total y definitiva, tal y como la diseñaron sus visionarios e iluminados legisladores- se transformarán inevitablemente en la más horrible antesala del infierno totalitario. Cumpliéndose así fatalmente las palabras -escritas en el dintel mismo de la puerta del Infierno dantesco lasciate ogni speranza (“abandonad toda esperanza”)- referidas a todos aquellos que se atrevan a internarse o adentrarse en esa ciudad del llanto (tal y como denomina a ese infierno el inmortal Dante en los inicios del Canto Tercero de su Divina Comedia).

IV. Concluyendo: donde habiten los poetas y se aloje la palabra poética, se hará algo más difícil, en  circunstancias límite de opresión y despotismo soportar la mordaza y acomodarse al silencio. La historia política y la de la literatura así nos lo confirman. Ante la falta de libertad y contra la injusticia en la ciudad, frente a la barbarie de cualquier signo, siempre se alzará la voz de un poeta (habitante de la ciudad), tal vez uno solo y solitario, pero se alzará: “El poeta si de veras lo es, habla por todos” por ser la voz colectiva del pueblo oprimido, afirmaba Vicente Aleixandre, en un acto en homenaje a Antonio Machado celebrado a principios de años cincuenta en la Universidad de Madrid. Por eso es tan importante, tan necesario, que los poetas habiten la ciudad, y que la habiten desde la libertad, desde el libre lenguaje de la poesía, el mejor artificio fictivo -(que no arma)-, el más eficaz instrumento pacífico contra el poder despótico o tiránico, que jamás se haya inventado. Esa es, en definitiva, nuestra esperanzada propuesta: que esos poetas y pensadores se erijan -en todo momento- en conciencias lúcidas, atentas y críticas de la sociedad, como propugnaba el Juan de Mairena machadiano, para quien la misión de los poetas era precisamente: “aumentar en el mundo el humano tesoro de la conciencia vigilante.
            Para que todo ello pueda cumplirse confiemos en que esas voces insobornables del pueblo –esas poéticas voces- se hagan presentes habitualmente en el ágora cívica y política de nuestra ciudad imperfecta, desajustada y conflictiva, sí, pero la única verdaderamente libre y humana que, como seres vulnerables e imperfectos que somos, nos es dado habitar.



Tomás Moreno

Presentación del libro Necesidad de la poesía: Que los poetas habiten el lenguaje y la ciudad, Tomás Moreno

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