Tercer diálogo del profesor Tomás Moreno sobre el
pensamiento Taoísta en el blog Ancile, para mejor entendimiento de esta antigua
filosofía y comprensión del mundo y de la naturaleza humana, esta vez entrada
en la política y la sociedad. Fundamental para una mejor percepción y
descernimiento del Taoísmo.
Por la masiva presencia de alumnos en el aula,
podría afirmarse que la participación del profesor Cheng en las dos anteriores
sesiones había resultado todo un éxito; su colaboración había suscitado -era
una evidencia- el interés mayoritario de los alumnos y no sólo de los
matriculados en la asignatura. En la tercera sesión, iba a tratarse del pensamiento político-social taoísta,
considerado como una lógica consecuencia tanto de su optimismo antropológico, como de su naturalismo ético; una temática más concreta y específica que las
desarrolladas en las anteriores sesiones, de carácter más generalista y
propedéutico.
Inicié
mi exposición introductoria señalando que la “política taoísta” -si es que puede utilizarse tal expresión, al
hablar de una doctrina que es fundamentalmente mística y cosmológica- resulta
de la aplicación de la armonía de la naturaleza, regida por el Tao, a la vida
social y política. Señalé que en las creencias chinas antiguas el mundo natural
y el mundo humano estaban íntimamente trabados, conectados: el orden humano tenía que reproducir el orden celeste. El desfase entre ambos revelaba una
desarmonía, un desorden que generaba caos y violencia. El gobernante sabio debe
estar en sintonía con el Tao o Ley natural. El buen gobierno no es tanto resultado de un artificio político como
el reflejo del orden cósmico en el mundo socio-político[1].
Continué,
señalando que esta correspondencia entre el macrocosmos y el microcosmos es una
de las leyes fundamentales del “orden natural”[2].
Es la llamada “ley del Regreso”, según la cual: “cuando algo ha llegado a su
extremo, vuelve de nuevo hacia atrás”[3].
Todo vuelve a su estado inicial, toda acción comporta una reacción de signo
contrario, todo final reclama su comienzo o inicio. Los occidentales
hablaríamos, en este caso, de un principio
de homeostasis o de autorregulación, de restablecimiento del equilibrio
perdido. Cada cosa tiene su tiempo y su dimensión: “Un huracán no dura toda la
mañana. Una lluvia torrencial no dura todo el día” (Tao, 23b). “El día se convierte en noche, la noche en día, el
invierno da paso a la primavera y el otoño sigue al verano. No se requiere
ningún esfuerzo” (Tao, 23c). Todo es
ritmo, ritmo cíclico, todo sucede naturalmente, sin esfuerzo. Siempre ha sido
así, siempre será así.
En
ese momento el profesor Cheng -que asentía gestualmente a todas mis
afirmaciones- quiso apostillar:
-
“Muy cierto es”, empezó diciendo, “lo que dice profesor: esa Ley natural del
regreso funciona en todos los ámbitos de la realidad, no sólo en el cosmos, la
naturaleza o los fenómenos meteorológicos, sino también en los grupos humanos,
en el orden político y social. Los grupos sociales tienden a un equilibrio
espontáneo, por lo cual es funesta toda intervención o injerencia artificial,
forzada o violenta en y sobre ellos. De ahí la famosa doctrina del wu-wei
(a la que voy a dedicar, como algunos sabréis, una investigación en marcha). ¿Y
qué es el wu-wei o el wei-wu-wei?, ¿qué dice esa doctrina? El
término significa “no hacer”, “hacer nada” o “hacer no haciendo”. No se trata
tanto de una ausencia total de actividad, de pura inacción o quietismo
(semejante al de algunos místicos cristianos), sino, sobre todo, de una acción espontánea o de una espontaneidad relajada; es decir: un
actuar sin deseo ni ansiedad, una carencia de artificio y esfuerzo en nuestro
actuar[4].
Se
trata, decíamos, de actuar, sí; pero no esforzándose, para así conseguir un
cierto automatismo en nuestros actos: patinar,
sí, pero sin pensar en ello; conducir
nuestro automóvil, pero sin tensión, como el arquero lanza su flecha sin
ansiedad, angustia, ni esfuerzo añadido.
En
la técnica militar y en las artes marciales de nuestra milenaria cultura china,
el wu-wei
se afirma y verifica en el hecho, constatado por la experiencia, de que en
cualquier situación conflictiva, lo blando, lo débil, lo dúctil suelen utilizar
a su favor lo duro, lo fuerte y rígido
del adversario: “Lo flexible”, dice el Tao,
“vence a lo duro, y lo blando vence a lo fuerte. En el mundo nadie conoce esto
y nadie lo practica” (Tao, 78b). En
el Aikido o en el T’ai chi Chiang, la táctica consiste,
como sabéis, en absorber la energía del contrario (ch’i) a nuestro favor: se vence cediendo; se vence el mal no resistiendo
a ese mal. “Es un axioma de la táctica militar: no quiero patrón sino huésped.
No quiero avanzar una pulgada, para retroceder un pie” (Tao, 69a). Mao Tsé Tung
tuvo muy en cuenta ese axioma, en su táctica bélica guerrillera, como revela
este conocido poema suyo: “Cuando el enemigo ataca, yo me retiro / Cuando se
detiene, yo ataco. / Cuando descansa, yo marcho. / Cuando se despliega, yo
espero.”[5]
Como
el agua, que es lo más blando y dúctil, supera, arrasa y destruye lo más fuerte
y lo más duro o resistente, erosiona la roca, y destruye los muros de la casa
mejor edificada[6]; como el junco que se
pliega y doblega a la fuerza del viento y por eso mismo lo vence: El Tao no
actúa pero lo realiza todo. Es la pura eficacia y eficiencia, la virtud (teh), que hace que todo se produzca
continuamente sin notarlo.”
-
“¿Sería”, interrumpí su disertación para preguntarle, “algo así como una
inhibición que respeta el curso natural de las cosas?, que deja que las cosas sean -como propugnaba el último Heidegger -muy en sintonía con el
taoísmo- al analizar críticamente la esencia de la técnica moderna-; una
especie de “laissez faire, laissez passer”, de no intervención en el desarrollo
natural de los fenómenos y de todos los acontecimientos en general?”
-
“Así es, profesor; algo muy semejante a lo que decís. Por ello, precisamente,
se ha hablado de apoliticismo anarquista
a la hora de calificar estas sentencias y máximas de milenaria sabiduría
política. Para el taoísmo, la mejor política es la que no existe: cuando mejor
funciona el aparato estatal es cuando pasa desapercibido. Si reina un
gobernante muy grande, apenas advertirá el pueblo que está reinando: “Por eso
dice el gobernante perfecto: ‘Yo no hago nada, y el pueblo por sí mismo
progresa; yo amo la clama, y el pueblo por sí mismo se endereza; yo no trabajo,
y el pueblo por sí mismo se enriquece, yo nada ambiciono, y el pueblo por sí
mismo vuelve al tronco en bruto” (Tao,
57c). Cuantas menos leyes, mejor: a media que se multiplican las leyes,
prescripciones y prohibiciones, el pueblo es más miserable y aumentan las
transgresiones y los delitos o incumplimientos de las mismas. O, por decirlo
con las palabras del sabio: “Cuantas más interdicciones haya, más se
empobrecerá el pueblo; cuantas más armas afiladas tengan los hombres, la nación
estará más revuelta; cuanto más listos e ingeniosos [civilizados, artificiosos] sean los hombres, más monstruosidades
aparecerán; cuantos más decretos y más leyes aparezcan, más bandidos habrá” (Tao, 57b)[7].
Recordad,
en fin, estas palabras del sabio taoísta Chuang
tsé (del IV-V a.n.e.): “Si alguien se ve en la ineludible obligación de
hacerse cargo de un Imperio no hay nada mejor que la inacción [wu wei]; sólo por medio de la inacción
puede conseguirse que la gente viva el curso natural de sus vidas”; o esta
otra: “Luego el sabio dice: si yo me entrego a la inacción los hombres
aprenderán a desenvolverse rectamente por sí mismos; si yo me entrego a la
quietud los hombres hallarán rectitud por sí mismos; si no establezco normas,
los hombres se beneficiarán; si yo me libero de deseos, los hombres
permanecerán sencillos.”
Consecuencia
de todo ello es su radical pacifismo,
y un claro rechazo de toda apelación a la fuerza o de cualquier recurso
agresivo a la hora de resolver cualesquiera conflictos y de toda forma de
dominación violenta de unos individuos, grupos o pueblos sobre otros: “La
victoria de las armas no es hermosa. Sólo quien goza en el crimen la estima
hermosa. Los propósitos de los que gozan en el crimen no pueden prevalecer en
el mundo” (Tao, 31b). La violencia es
tan contraproducente entre las comunidades humanas como entre los individuos y,
en definitiva, se revuelve siempre contra sus promotores: “Donde acamparon los
ejércitos, nacen las zarzas y, tras las tropas, vienen inevitablemente los años
malos” (Tao, 30a).
El
ideal social al que el taoísmo conduce es el de una comunidad utópica e idílica de una multitud de pequeños reinos
autárquicos, autónomos de vida pacífica, sencilla, austera y sin ambiciones
excesivas, regidos por hombres sabios y santos. Una aristocracia hierocrática y
paternalista en la que “el pueblo debe permanecer siempre ignorante” y feliz
(en contraste con el centralismo autocrático y burocrático estatal propugnado -como
seguramente estudiaréis, más adelante- por Confucio y el Confucianismo: son
proverbiales las exigencias requeridas para formar parte de los funcionarios divinos en la política de
ese gran maestro posterior[8].
Considero
que el Tao te Ching es un libro que todo aquel que ejerza un cargo
público debería tener como libro de cabecera. Entendería, entre otras cosas,
por qué el castigo es contraproducente y cómo la excesiva ambición económica en
individuos o pueblos promueve desorden, violencia y es causa de rivalidades
enfrentamientos y guerras sin cuento. Sería bueno que Vds., que estudian
politología, meditasen sobre lo que se nos advierte en un libro escrito hace
aproximadamente 2500 años, sobre las nefastas consecuencias de la proliferación
de artefactos técnicos y guerreros en manos de los gobernantes sin escrúpulos.”
-
“No creáis por ello, sin embargo, -afirmó el profesor Cheng, retomando el
discurso- que las ideas taoístas fuesen del todo desplazadas por las
confucianistas en otros amplios y extensos aspectos de la vida cultural, social
y económica chinas. Deben conocer que su influencia fue muy notable sobre la
clase comerciante china, cuyo “dios de la riqueza” era taoísta y, sobre todo,
es de notar su aportación al ámbito de la estética, del arte, la literatura y
la poesía chinas[9]. Se comprueba en su
atención a los paisajes, la ausencia de retratos individuales, la
representación pictórica de la naturaleza (plena de montañas, árboles, bambúes,
flores, frutas, pájaros) orientada a revelar el ser mismo de ella, su esencia
profunda.
Muchos
autores, por otra parte, reconocen en el Taoísmo el mérito de haber hecho
progresar la química y la medicina tradicionales chinas y, sobre
todo, la dietética a través de la
práctica de determinadas técnicas de inmortalidad (alimentarias, respiratorias,
higiénicas) que, por vía de la alquimia,
de la biología mística y de la macrobiótica, introdujeron en la
medicina desde sus más remotos orígenes[10].
Así, su descubrimiento de drogas analgésicas, hierbas medicinales, productos
minerales, contribuyeron al fortalecimiento del cuerpo y la salud, a la
evitación de la enfermedad, y el rejuvenecimiento o, al menos, retraso del
envejecimiento. Trataron de encontrar, pues, el “elixir de la larga vida” (un
intento semejante a la búsqueda de la piedra filosofal de vuestros alquimistas
medievales).”
Cuando
terminó de hablar, noté algo fatigado al profesor Cheng, su aspecto
enfebrecido, sus orejas más grandes y enrojecidas, su rostro en fin -más
avejentado que de costumbre- revelaba cansancio o agotamiento, y pensé que tal
vez fuese efecto de su esfuerzo en la sesión o consecuencia de un enfriamiento
o proceso gripal incipiente, por lo que decidí finalizar la clase.
Tomás Moreno
[2] Existe, en
efecto, un Orden interno en la
Naturaleza, un Orden natural, que
debe ser obedecido. Oponerse a ese Orden
“es como plantarse enfrente de las olas del mar y ordenarles que no
rompan en la playa u ordenar al sol que no salga”. Algo tan absurdo y nocivo
como inútil.
[3] Dice el Tao: “A la contracción precede necesariamente la expansión. A la
blandura precede la dureza y la fuerza. A la ruina precede la prosperidad. Al
quitar precede el dar” (Tao, 36a). El famoso dirigente vietnamita Ho Chi Minh
(1890-1969) reflejaba así en uno de sus poemas, esta ley del Regreso: “La rueda
de la ley / gira sin pausa. / Después de la lluvia, buen tiempo. / En un abrir
y cerrar de ojos / El universo se despoja / de sus vestidos embarrados. / El
paisaje se extiende como un brocado maravilloso / Por más de diez mil millas.
Brisas suaves, flores sonrientes. / En los árboles, entre las hojas brillantes / Todos los
pájaros cantan al unísono. / Los hombres y los animales se levantan renacidos.
/ Nada más natural: Después de la pena viene la alegría”.
[4] He aquí algunos fragmentos sobre el wu-wei taoísta: “Mas prudente es no
hacer nada para vivir que estimar demasiado la vida (Tao, 23b). “La Ley del Cielo es vencer sin combatir, hacerse
responder sin haber hablado, hacer venir sin llamar, ser patente y tramar
hábilmente” (Tao 69b). “Inacción que
nada deja de hacer. Siempre se ha conquistado el mundo sin hacer nada para
ello. No b asta trabajar para ganar el mundo” (Tao, 48b). “Así el hombre perfecto llega sin dar un paso, nombra
(conoce) sin ver, realiza sin hacer nada” (Tao,
43b).
[5] Luis Racionero, Del Tao a Mao, Revista Triunfo. Mayo, r.
[6] Dice el Tao: “No hay nada en el mundo más blando que el agua, pero nada hay
que le supere contra lo duro. A ella nada hay que la altere (Tao, 78a). “La dureza y la rigidez son
cualidades de la muerte. La flexibilidad y la blandura son cualidades de la
vida” (Tao, 76c).
[7] Cfr. Salvador Pániker, El anarquismo como taoísmo, El País,
sábado, 10 de julio de 1982.
[8] Cfr. Jean Levi, Los funcionarios divinos. Política, despotismo y mística en la China
antigua, Alianza Universidad, Madrid, 1991.
[9] Luis Racionero, Textos
de Estética Taoísta, Barral, Barcelona, 1975; véase también: Chantal
Maillard, La sabiduría como estética.
China: Confucianismo, taoísmo y Budismo, en Historia del pensamiento y la cultura, nº 2, Akal, Madrid, 1995. Un
bellísimo exponente de la poesía china clásica: Arthur Waley, Vida y poesía de Li Po, B.B.B. Seix
Barral, Barcelona, 1968.
[10] Mircea Eliade, El Chamanismo y las técnicas del extasis”, de 1951. El Taoísmo
según Eliade tuvo un origen mágico-religioso de raíz Chamánica.
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