martes, 24 de julio de 2012

OVIDIO EN LA POESÍA CONTEMPORÁNEA


La reminiscencia sobre aquellos lectores devotos de los clásicos grecolatinos, es permanente e incuestionable sin duda, veremos como ejemplo este trabajo de la profesora de lenguas clásicas Inmaculada del Árbol Fernández, publicada en Jizo, en su número 2-3, y que ahora reproducimos en Ancile para deleite de los interesados y aviso para neófitos, centrada en este caso sobre la obra de quien modestamente suscribe estas líneas introductorias, y desmontando los influjos en este caso, nada menos que del autor de Las metamorfosis, Ovidio. Lectura muy recomendable por servir de acicate al encuentro con aquellos genios de nuestro clasicismo universal que, en modo alguno, dejan de estar de total y necesaria actualidad. Así pues, os dejamos con este trabajo muy interesante de la profesora Inmacula del Árbol, para mejor gloria del genio Ovidio y también de sus antecesores contemporáneos que reclaman su lectura y relectura.



Ovidio en la poesía contemporánea, Inmaculada del Árbol




 OVIDIO EN LA POESÍA CONTEMPORÁNEA



Ovidio en la poesía contemporánea, Inmaculada del Árbol



Es evidente que Andalucía continúa mostrando hoy sus raíces en el mundo clásico y que la influencia de la literatura grecolatina sigue manifestándose en los escritores de la Bética, de ahí que nuestra investigación se centre en un poeta andaluz del siglo XXI.

Los clásicos en Francisco Acuyo

Para ir detectando en la obra de Francisco Acuyo la influencia de los líricos clásicos, especialmente la de Ovidio, citamos la introducción de su poema «Bushido»1  que inicia con el texto latino:

pronaque cum spectent animalia cetera terram,
os homini sublime dedit caelumque uidere
iussit et erectos ad sidera tollere uultus.
(Met. I, 84-86)
(...y mientras los demás animales están
naturalmente inclinados mirando la tierra,
dio al hombre un rostro levantado disponiendo
que mirase al cielo y que llevase el semblante
erguido hacia las estrellas.)

Ovidio en la poesía contemporánea, Inmaculada del Árbol
Observamos que la traducción que ofrece Acuyo coincide con la de Ruiz de Elvira2 , de quien quizás la haya tomado. Alude al momento en que, después de que el artífice del mundo (opifex rerum) organizase todo, se echaba de menos un ser viviente más noble, de espíritu sublime, que fuese capaz de dominar sobre lo restante; naciendo así el hombre. Concluye Acuyo su poema con tal estrofa:

Hubiere todavía luz divina
y cima en la planicie
de la línea mano cristalina
o el gemido y la luz que le acaricie.
(«Bushido», 24-27)3 

Concepción de la lírica

Aunque es evidente que este poeta ha recogido la tradición de nuestros líricos, especialmente la de fray Luis, Góngora, san Juan de la Cruz o Juan Ramón Jiménez, sin embargo, no sólo a través de éstos sino, sobre todo, a través de su conocimiento directo de los poetas latinos recibe una notable influencia de los clásicos, influencia que comenzaremos resaltando en su concepción de la lírica, tomando como punto de partida Cuadernos del Ángelus, obra divida en cuatro partes, de las que la primera va referida a la «Trasfiguración de la Lira»:

El verso y la ribera
en par de las corolas se respira:
estrella, dulce esfera
del río que suspira
los lirios blandos de su blanca lira 4
(vv. 1-5)

De algún modo, Acuyo nos está indicando las claves de su poesía eminentemente lírica, siendo la lira, pues, el instrumento que acompañará a su verso entre el murmullo del agua y la penetrante fragancia de las flores, abrigando sus sueños con la bóveda estrellada y solicitando de Febo el arte del canto y el nombre de poeta, como en su día lo hiciese y lograse Horacio:

Spiritum Phoebus mihi, Phoebus artem
carminis nomenque dedit poetae
(carm. IV, 6, 29-30)

Fuese el pequeño Hermes quien inventara la lira y se la cediera a Apolo a cambio de sus rebaños, o fuese Zeus quien se la regalase al nacer, lo cierto es que esta hermosa divinidad de largos bucles negros de reflejos azulados, como los pétalos del pensamiento, ha concedido que su lira de oro, que en común gobierna con las Musas de violadas trenzas, venga acompañando, desde el mélos eólico, a todo canto poético con el poder y atributos que confiere, y que Píndaro transmite en la Pítica primera:

Tú apagas, lira, incluso el rayo hiriente
del eterno fuego (...)
(vv. 8-9)5 

Así pues, entre verso y lira, cuerda y canto, nos adentramos en el mundo conceptual del poeta.

Conceptos filosóficos

Ovidio en la poesía contemporánea, Inmaculada del Árbol
La influencia de la filosofía griega queda manifiesta en la obra de Acuyo desde sus primeras composiciones, en las que la naturaleza va participando con el hombre en un constante devenir, en medio de una incesante transformación de los elementos, procurando geometría y astronomía un equilibrio de formas y armonía celeste. En su poema «Mármol, siempre que un hombre ama»6  encontramos la interrelación de los elementos: el agua, representada aquí en el mar, el aire en la aurora, el fuego en lo ígneo, en el ascua, y la tierra en la resina fósil o ámbar amarillo (cárabe) y en la flor:

A luz, a sueño transparece
cárabe o vidrio cuando levemente evapora;
mensaje casi sombra que estremece
de la mar como coro
ígneo diluyendo cada flor o,
navegando entre el ascua de la aurora
si oscuro quiebra donde claro aflora.

(«Mármol, siempre que un hombre ama»
vv. 1-7)

De este modo, se mezcla lo claro con lo oscuro, lo real con lo irreal, y para ello el poeta se sirve de los verbos transparecer, diluir, aflorar o navegar, llevándonos al texto de Ovidio (Met. I, 18-20) donde lo frío lucha con lo caliente, lo húmedo con lo seco, lo blando con lo duro, y lo que tiene peso con lo desprovisto de éste.
Acuyo, siguiendo a los hilozoístas griegos, entra a participar del antropomorfismo, en el que la materia es viviente; por eso, al igual que Tales, se remite constantemente al agua que unas veces baña lo sólido, o bien se transforma en nubes hasta hacerse tierra. Coincide en su amor a la astronomía con Anaximandro, cuya doctrina sobre las ruedas estelares concéntricas llegó a ser el fundamento de la teoría de las esferas, que más tarde caracterizó a la física cósmica de los griegos; así pues, comparte con éste un particular interés por la cosmogonía en su constante observación de la bóveda celeste, en la que con armonía matemática, entre belleza y grandiosidad, aparecen regularmente las constelaciones, las estrellas fijas y los planetas. Precisamente, partiendo de unos versos de Petrarca (In femina foco d’amor dura...), presenta al gran astro organizando el día, jugando con la luz y las sombras, ayudado por la brisa y el silencio en el transcurrir de la tarde:

El sol resbala en las hojas
con su pátina de yelo,
y entre sombras parpadea
la fina luz del almendro.

Va la tarde ya amarilla
entre las flores moviendo
el oficio delectable
en la brisa del silencio.
(«Satori», 1-8)7 
Y después de la luz dorada que la tarde amarillea tímidamente, llega la luz plateada y marmórea de la luna que trae la noche:

El mármol, rotos los bustos,
reluce en ruinas del templo.
La luna roba la plata
sobre el fulgor de los miembros.
(Satori, 21-24)8

Asimismo es notable la influencia de Pitágoras en su obra, en la que se va evidenciando hasta qué punto número y medida son los principios que dominan el mundo. Pero es su gran coincidencia con Heráclito lo que más destaca a lo largo de su poesía, mostrando la corriente incesante del devenir, que siempre está en acción, por la que percibimos cualidades contrarias en una misma cosa, de modo que lo frío se hace caliente, lo caliente frío, lo húmedo seco y lo seco húmedo; influencia que recoge más directa a través de Ovidio, quien en el mito de Deucalión y Pirra explica de qué modo, mezclada la humedad y el calor en las debidas proporciones, se originó la vida, y cómo de aquellos dos elementos nació todo; justamente, siendo el fuego enemigo del agua, esta discorde concordia resultó propicia para la reproducción:

Quippe ubi temperiem sumpsere umorque
                                                       [calorque,
concipiunt, et ab his oriuntur cuncta duobus,
cumque sit ignis aquae pugnax, uapor umidus
            [omnes
res creat, et discors concordia fetibus apta est.
(Met. I, 430-433)

Ejemplo de este constante devenir es el poema «Contigo», que inicia con un texto de Ovidio (Met. III, 401), al que haremos alusión más adelante:

Voy (y vengo) a tu imagen igualmente
que la sombra a la luz, y donde ufana
figura no se advierte ya lejana
presencia que se olvida providente.

Mas al tránsito el manatial silente
deslizar como espejo en tu ventana
veo; sé que la eternidad cercana
plasmará en un instante su corriente.
(«Contigo», 1-8)9 

Ovidio en la poesía contemporánea, Inmaculada del Árbol
Fernández Dougnac (apud Acuyo 2002, 46-60) comenta que la obra de Acuyo es una especie de bellísima traza de jardín constelado con clara influencia epicureísta, donde gravita la esencia de la ciencia y el pensamiento, y donde se concentra un panteísmo totalizador.
Por otra parte, en cuanto al hombre, Acuyo opina que la armonía y el equilibrio están en su interior:

Sin duda el abismo
mira por dentro
el hombre perdido.
Busca su centro.
(«Cetrería», 13-16)10 

Continúa reflexionando:
¿Qué puede el hombre temer?
¿Salirse del justo medio?
(«Tiempo imaginario», 27-28)11 

Recordándonos también a Séneca, quien consideraba que cada hombre ha de conducir su vida y no ser arrastrado sin rumbo entre tinieblas, debiendo de ejercitarse en la fortaleza de espíritu, en la prudencia y en la constancia, buscando siempre la moderación; de ahí sus palabras: «todos mis bienes están conmigo» (Ep. 9, 19), «considérate feliz cuando todo gozo nazca para ti de tu interior» (Ep. 124, 24)12 .
Al respecto, nuestro poeta afirma:

Tesoros en el mundo
tres poseo: Amor sigue el primero,
sobriedad el segundo,
mas tengo la prudencia por tercero.
(«Evidencia», p. 59)13 

Con esta primacía que Acuyo da al amor, nos llegan a la memoria las palabras de Leucónoe cuando contaba los amores del Sol y refería que incluso de este astro, que todo lo regula con su luz, se adueñó el amor:

Hunc quoque, siderea qui temperat omnia luce,
cepit amor Solem: Solis referemus amores.
(Met. IV, 169-170)

Y aún más nos recuerda el momento en que la ninfa Eco (resonabilis Echo), al ver a Narciso, queda enamorada de éste, y cuanto más le persigue más prende el fuego del amor en ella; pero, al ser rechazada, se fue consumiendo de amor y dolor de tal modo que sólo su voz permaneció (uox manet). Acuyo recoge así este momento:

y entre el hueco se escucha como un eco
                                                   [escapando
(«Mármol siempre que un hombre ama», v.24)14 

E incluso utiliza el texto de Ovidio, que hace alusión a tal desenlace, para comenzar su poema «Contigo»:

omnibus auditur; sonus est, qui uiuit in illa.
(Met. III, 401)

Actualización del mito clásico

Como hemos ido comprobando, Acuyo va haciendo a lo largo de su obra una constante alusión al mito de Narciso, el hermoso joven, hijo del río Cefiso y de la ninfa Liríope, que indiferente al amor y a la pasión que despertaba en numerosas ninfas, en muchos jóvenes y doncellas, fue castigado por Némesis de manera que sólo podría quedar prendado de sí mismo, siendo víctima de su propia hermosura:

Siempre deidad narcisa,
inmóvil si sensible, mariposa
retorna a dar en risa
la cristalina rosa,
claroscuro de plata decorosa.
(«La transfiguración de la lira», 32-36)15

Escogiendo del néctar el espejo
estaba, cuando (lágrima el reflejo
o estrellas tibias, o posible lava
trasudando) mostraba
de quien es tenue velo
la ya invisible frente
desvanecida y, aún evanescente.
(«Elegía breve», 1-7)16 

Ovidio en la poesía contemporánea, Inmaculada del Árbol
Recoge el instante en que Narciso, recibiendo el castigo de la Ramnusia, al inclinarse a beber para saciar su insaciable sed, llega a mirarse en una límpida fuente de aguas tan resplandecientes como la plata, y quedando cautivado por el reflejo de su belleza, creerá que es cuerpo lo que es agua. Así, extasiado ante tal beldad, permanece inmóvil como una estatua de mármol contemplando el fulgor de sus ojos, sus hermosos cabellos, tan dignos de Baco como de Apolo, su cuello de marfil y su color sonrosado en tan nívea piel; entonces, sin saberlo, incitándole un apasionado frenesí, se desea a sí mismo:

Se cupit inprudens et, qui probat, ipse
                                                  [probatur,
dumque petit, petitur pariterque accendit et
                                                                 [ardet.
(Met. III, 425-426)

De nuevo, sirviéndose Acuyo del juego de antítesis (luz y sombra, eternidad y fugacidad, lejanía y proximidad), describe a Narciso tendido en la umbría hierba, contemplando su propia imagen y haciendo partícipe del amor y del dolor a la propia naturaleza: etquis, io siluae, crudelius inquit, amauit? (Met. III, 442). Pero será el agua el elemento más presente y de mayor complicidad en la acción, agua que refleja y agua que separa:

El agua sello de flores
vaciaba olorosa el mármol.
En el molde de unos dedos
resbala apenas un nardo.
Un lirio desde la boca
a la fuente está llevando.
La fuente moja aturdida
con el vértigo los párpados.
(«De la labor la materia», 1-8)17 

vuelve a tomar los versos de Ovidio cuando alude al momento en que Narciso se da cuenta de que está enamorado de sí mismo, pensando que no será dura la muerte que le libre de tan gran sufrimiento (Nec mihi mors grauis est. Met. III, 470). De este modo, inicia el poema «Pascal» con el texto latino que describe cómo la muerte cerró los ojos que admiraban la hermosura de su dueño:

Lumina mors clausit domini mirantia formam
(Met. III, 503)

Pero no es sólo en el desarrollo del mito donde hallamos la influencia ovidiana sino también en el estilo, en el uso constante de metáforas, antítesis, aliteraciones, lítotes, comparaciones, juegos de palabras y, sobre todo, el hipérbaton, según hemos ido constatando. Sirva de ejemplo la siguiente comparación:

Como sirte quedé sin esperanza
al coral de tu pecho entretejido.
(«Sueño Estival», 10-11)18 

En el texto de Ovidio, cuando Narciso se golpea el pecho desnudo con sus marmóreas manos, se establece una comparación entre el color sonrosado de su torso y el de las manzanas, blancas por un lado y rojas por otro, y también el de las uvas que, no estando aún maduras, suelen teñirse de púrpura en sus racimos diversos en colores:

Pectora traxerunt roseum percussa ruborem,
non aliter quam poma solent, quae candida
[parte,
parte rubent, aut ut uariis solet uua racemis
ducere purpureum nondum matura colorem.                                                           (Met. III, 482-485)


Observamos que incluso los colores, tan presentes en este mito, son también utilizados por Acuyo para matizar y describir con la mayor precisión sus sensaciones, de igual modo que ocurre con la referencia a ciertas flores como los lirios, las rosas, los nardos, el jacinto y, especialmente, el narciso:

Y entre tantas flores tiernas
la abeja liba el concepto.
Corre el agua de la fuente
hasta llegar a su centro.
(«El tiempo en los alerces», vv.41-44)19 

En su poesía, por lo tanto, la naturaleza siempre está participando y transformándose:

cambia el paisaje marino
en mosaico vegetal
(«Tiempo imaginario», 17-18)20 

No obstante, en el poema «Alquimia» (Acuyo 2002, 148) la transformación es aún más significativa, fundiéndose, diluyéndose y entremezclándose lo frío y lo caliente, lo húmedo y lo seco:

El alma se diluye
para fundirse luego.

El alma se diluye
en pétalos de olvido
y en mixtura de nieve, (...)
(«Alquimia», 1-5)

Así, el alma de Narciso se había transformado y fundido por el amor, tal como suelen fundirse las rubias ceras ante un fuego suave o la escarcha de la mañana bajo un tibio sol (liquitur et tecto paulatim carpitur igni. Met. III, 489-490).


Inmaculada del  Árbol  Fernández



1 ACUYO, F. 1991. Ancile. Alicante: Aguaclara. (p. 21).
2 OVIDIO. 1964. Metamorfosis. Trad. A. Ruiz de Elvira. Barcelona: Alma Mater.
3 ACUYO, F. 1991. Ancile. (p.24).
4 ACUYO, F. 1992. Cuadernos del Ángelus. Granada: Diputación Provincial. (p.21).
5 FERRATÉ, J. 1966. Líricos griegos arcaicos. Barcelona: Seix Barral. (p.343).
6 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. Trad. J.L. Vázquez y E.V. del Árbol. Granada: Método Ediciones. (p. 108).
7 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 82)
8 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 84)
9 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 100)
10 ACUYO, F. 1994. Vegetal contra mosaico. Valladolid: Diputación Provincial. (p. 21)
11 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 134)
12 SÉNECA. 1986. Epístolas morales a Lucilio. Trad. I. Roca Meliá. Madrid: Gredos.
13 ACUYO, F. 1991. Ancile,. (p.59)
14 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 110)
15 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 144)
16 ACUYO, F. 1992. Cuadernos del Ángelus. (p. 15)
17 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 78)
18 Ibidem. (p. 102)
19 ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. (p. 140)
20 Ibidem (p. 132)

Bibliografía

ACUYO, F. 1991. Ancile. Alicante: Aguaclara.
ACUYO, F. 1992. Cuadernos del Ángelus. Granada: Diputación Provincial.
ACUYO, F. 1994. Vegetal contra mosaico. Valladolid: Diputación Provincial.
ACUYO, F. 2002. Bilingual Anthology. Trad. J.L. Vázquez y E.V. del Árbol. Granada: Método Ediciones.
BALDINGER, K. 1970. Teoría semántica. Madrid: Alcalá.
BICKEL, E. 1987. Historia de la literatura romana. Trad. J. Díaz-Regañón. Madrid: Gredos.
BIELER, L. 1972. Historia de la literatura romana. Trad. M. Sánchez Gil. Madrid: Gredos.
BÛCHNER, K. 1968. Historia de la literatura latina. Trad. E. Valentí Fiols et al. Barcelona: Labor.
CAPELLE, W. 1972. Historia de la filosofía griega. Trad. E. Lledó. Madrid: Gredos.
ESTEFANÏA, D. y AMADO, T. 1995. Las literaturas griega y latina en su contexto cultural y lingüístico. Santiago de Compostela: Consejería de Educación.
ESTEFANÍA, D. y POCIÑA, A. (eds.) 1996. Géneros literarios romanos. Madrid: Ediciones Clásicas.
FERRATÉ, J. 1966. Líricos griegos arcaicos. Barcelona: Seix Barral.
GONZÁLEZ VÁZQUEZ, J. 1986. Estudio sobre la imagen poética. Granada: Universidad de Granada.
GRIMAL, P. 1986. Diccionario de mitología griega y romana. Trad. F. Payarols. Barcelona: Paidos.
Hirschberger, J. 1965. Historia de la filosofía. Trad. L. Martínez Gómez. Barcelona: Herder.
LESKY, A. 1968. Historia de la literatura griega. Trad. J.M. Díaz Regañón et al. Madrid: Gredos.
OVIDIO. 1964. Metamorfosis, Trad. A. Ruiz de Elvira. Barcelona: Alma Mater.
OVIDIO. 1979. Heroidas. Méjico: Universidad Nacional Autónoma de México.
RUIZ DE ELVIRA, A. 1995. Mitología clásica. Madrid: Gredos.
SËNECA. 1986. Epístolas morales a Lucilio. Trad. I. Roca Meliá. Madrid: Gredos.
SÉNECA. 1965. L. Annaei Senecae ad Lucilium Epistulae morales. Oxonii.
VIRGILIO. 1995. Eneida. Trad. J. Echave-Sustaeta. Madrid: Planeta-De Agostini.
WICKHAM, C. y GARROD, H.W. 1963. Q. Horati Flacci Opera. Oxford.                   

      
Ovidio en la poesía contemporánea, Inmaculada del Árbol
                                  

No hay comentarios:

Publicar un comentario