Tercera, de las cuatro entregas imprescindibles
para el acercamiento y entendimiento del Hinduismo, del profesor Tomás Moreno
para la sección de Microensayos del
blog Ancile. Insitimos en que es muy recomendable para quienes tengan la
curiosidad de acercarse a este profundo y complejo pensamiento que ha tenido y
tiene un fuerte influjo también en occidente.
El profesor Tomás Moreno |
SOBRE EL HINDUISMO (III Sesión)
SWAMI.- Permitidme que continúe en el lugar en que
dejamos nuestro análisis en la anterior sesión: Aludíamos en ella al fructífero
encuentro entre la mística oriental y la física moderna. Tema al que ya se
refirió también nuestro sociólogo, cuando evocaba el diálogo entre el místico
hindú Krishnamurti y el físico cuántico David Bohm, que no sólo coincidían en
su común deseo de un mejoramiento de la humanidad a través de una educación más
espiritualista, sino también en la necesidad de establecer un nuevo paradigma
en las ciencias naturales, una nueva visión del mundo físico de índole
holográfica.
Jiddu Krishnamurti |
Sostenían
ambos que el pensamiento científico convencional -crasamente materialista y
reduccionista- no era capaz de profundizar en una visión totalizante de la
realidad, que esa manera de pensar
petrificaba y falseaba una realidad creativa y dinámica, que nacía y se
recreaba de nuevo a cada instante. Los dos postulaban un nuevo concepto del
mundo no fragmentario, que nuestro
lenguaje estructurado en sujeto-verbo-predicado introducía al interpretar la
realidad dualísticamente en términos de sujeto-objeto.
Se trataba de superar esa manera totalmente
inadecuada para expresar una realidad -fuente primigenia de nuestra existencia-
en flujo permanente, un universo como totalidad
fluida, en el que estamos física y metafísicamente implicados, del que se nos escinde y separa y al que sólo podemos
retornar mediante una experiencia privilegiada, vivida o experienciada por
todos los místicos que en el mundo han sido, y que podemos denominar como samadhi, moksha o unión beatífica
y cuya precondición es el desapego, el vacío o el silencio.
El
yogui y maestro espiritual Sri Chinmoy describiría así esa experiencia que nos sumerge en la unidad total: “Ningún
pensamiento, ninguna forma: sólo existencia pura. / La voluntad y el
pensamiento se extinguen, / El final definitivo de la danza de la naturaleza:
yo soy Eso que he estado buscando”[1].
David Bohm |
Pero
prosigamos nuestro análisis. El segundo rasgo esencial del hinduismo podríamos
calificarlo de Monista. Sólo existe, como ya apuntábamos, una
única Realidad verdadera y fundante. Por ello, el hinduismo ha sido definido
-por Shankara- como la doctrina de
la Advaita
(de la “no-dualidad”). Y esa única Realidad suprema y divina es Brahma.
Para
intentar que comprendáis este sublime concepto voy a servirme de una parábola
del reformador Vivekananda, que
viene a decir así: En un árbol se encuentran dos pájaros. Uno en la cima, el
otro en las ramas inferiores. El que permanece en lo alto es calmo, majestuoso,
el pájaro de abajo, por el contrario
está agitado. Salta de una rama a otra, picotea los frutos, a veces
dulces a veces amargos. Cuando prueba un fruto particularmente desagradable,
levanta la cabeza. ¿Y qué ve en la cima? Al pájaro radiante.
Aspirando
a parecérsele, se acerca a él. Después lo olvida y vuelve a comer frutos dulces
y amargos. Cuando un sufrimiento más intenso lo domina, levanta los ojos y
contempla de nuevo al pájaro imperturbable, más allá de las alegrías y de las
penas. Y así continúa la escalada hasta que el pájaro inferior se acerca al que
resplandece. Muy cerca de él descubre que su propio plumaje se ha transformado
y brilla.
Cuanto
más trepa, más siente que su cuerpo se desvanece y se funde en la luz.
Entonces, de repente, comprende lo que ha pasado. El pájaro inferior no era
diferente del pájaro superior. Era como su sombra, un reflejo de lo Real. Su
error había sido no reconocer que en todo momento la esencia del pájaro
superior era la suya[2].
Como
habréis adivinado la explicación de la parábola es muy sencilla: El pájaro
supremo es Brahma, lo divino, más
allá de todas las dualidades y sin embargo presente en ellas. El pájaro
inferior es el alma humana, sujeta a
las fluctuaciones terrestres de las alegrías y de las penas, de las
experiencias agradables y de las desagradables, de las alabanzas y de las
amenazas…
FILÓLOGO.- Disculpe que le interrumpa en este momento,
pero la parábola me ha recordado un
relato de Jorge Luis Borges, El acercamiento a Almotasim -aparecido primero como ensayo en Historia de la Eternidad y como cuento
en Ficciones- en donde se nos narra
la historia de un joven que busca a un hombre de quien procede la claridad que ha percibido en un hombre
vil y aborrecible. Todos los hombres que interroga tienen algo de Almotasim
(fuente de esa claridad que busca) y
en ellos encuentra que “todos son meros espejos de la divinidad, números de una
progresión ascendente cuyo término final se llama Almotasim”[3].
SWAMI.- No me extraña nada la coincidencia. Todas las
experiencias místicas de todas las religiones, vienen a decirnos lo mismo: que
en todo ser, en su más profundo fondo, en su más recóndita interioridad
resplandece algo así como una scintilla,
una chispa divina. Y de eso mismo quería yo hablar cuando me interrumpió con su
oportuna pregunta. Todo esto explica y justifica que en los Textos se llegue a proclamar que en
última instancia Atma es Brahma,
según reza la fórmula ritual que mejor sintetiza el espíritu del hinduismo: Tat twam asi (“tu eres eso”, la esoidad).
Nuestro
yo
efímero aspira a disolverse en esa realidad suprema como un grano de sal en el
océano, como una gota de lluvia en el mar. Pero esto se consigue sólo si nos
despojamos de las capas de la individualidad que ocultan nuestra identidad con
Brahma. Debemos, pues, despojarnos de las envolturas materiales o psicofísicas
(esto es de la “prakrti”, la materia,
raíz de la ilusión de nuestra individuación) “como se despoja la serpiente de
su piel”, en expresión de Borges, para alcanzar nuestro fondo divino, o para
tratar de encontrarlo “como el pescador de perlas que se sumerge en el mar a la
busca de la perla más hermosa”.
FILÓLOGO.- Entonces, el Misticismo es,
evidentemente, uno de los rasgos específicos del hinduismo, como ya nos dijo al
comenzar su exposición…
SWAMI.- No me
cabe la menor duda de que ello es así, porque el Hinduismo es sobre todo, y
esta es su característica esencial, una doctrina mística. Brahma es el
principio supremo -aunque impersonal- de todo lo real y origen de todo lo que
existe, lo Absoluto. Los que dicen comprenderlo no lo comprenden: no es nada
que pueda ser categorizado con nuestros esquemas conceptuales. No es “esto, ni
lo otro” (neti neti, dicen los
iniciados). Como el Tao chino, es
inefable e incomprensible discursivamente: “El Tao que puede ser nombrado no es
el Tao perpetuo”, decía Lao zi.
El
hombre participa del Brahma por medio
de su Atma (que puede entenderse como alma, soplo, yo, cuerpo sutil, sí mismo, individualidad
psíquica o como queramos llamarlo), y que es, en definitiva, un principio
vital fuente impersonal de lo personal y que permanece idéntico a sí mismo a
través de todos los cambios, reencarnaciones o transmigraciones a los que haya
estado sometido.
Alcanzar,
decíamos, esa identificación mística “atma-brahma” es el anhelo supremo de la
existencia humana, su meta final. Quien lo ha logrado[4]
supera la avidyâ (ignorancia) y
alcanza el estado de Moksha, iluminación
o liberación (Shamadi en el Yoga). En algunos casos se convierte en Sannyasin, asceta mendicante, que se
retira del mundo, renuncia a todo -bienes, matrimonio, casta, nombre-, incluso
a su propia liberación y ayuda a los demás a alcanzarla.
FILÓSOFO.- Por lo que sé, y por lo que nos ha dicho,
observo muchas similitudes entre las dos grandes sabidurías indias: hinduismo y
budismo. ¿Cuáles serían sus coincidencias o semejanzas, su creencias
compartidas?
SWAMI.- La capacidad de la India y del Hinduismo para
absorber ideas, creencias y religiones foráneas es proverbial y casi “infinita”[5].
El budismo surge en el VI a. C. precisamente como una reacción antirritualista
frente a la autoridad védica, esto es: para reformar a fondo la sabiduría
india, y quedó muy pronto, sin embargo, convertido y asimilado en una escuela heterodoxa (juntamente con la carvaka y el jainismo) de esa misma tradición sapiencial.
Comparten,
pues, muchas ideas, creencias y símbolos. La principal doctrina que los
aproxima es la conocida como doctrina del Samsara, la común tendencia a tratar
de suprimir el ciclo inexorable de las reencarnaciones
(nacimiento-muerte-renacimiento)[6]
con objeto de eliminar el dolor de vivir
y liberar así al Yo del ciclo karmático fatal que le encadena a la existencia
temporal.
Ahora
bien: ¿qué debemos entender por karma?
¿Qué es el karma? La palabra karma deriva de la raíz sánscrita “kr”,
que significa “hacer”. El karma es el
conjunto de actos, acciones que hemos realizado durante nuestra(s)
existencia(s); actos susceptibles de mérito o demérito, de premio o castigo.
Todo lo que yo soy o padezco en la actualidad -tanto mi desgracia como mi
felicidad- es la consecuencia, el fruto, de mi proceder en mis anteriores
existencias/reencarnaciones. Es, por tanto, la deuda que hemos contraído por nuestras vidas o conductas anteriores,
porque todas nuestras acciones son “causas” que producen “efectos”, cuyas
consecuencias hemos de de asumir y pagar. Es, en definitiva, el “poso”
resultante de nuestras vidas anteriores; la debida retribución que debemos pagar o satisfacer por las faltas cometidas
por nuestros actos culpables o, en su caso, recibir por los actos meritorios
acumulados a lo largo de todas nuestras anteriores existencias. El Karma es, en
definitiva la Ley de la Retribución de
los Actos. En los textos que a continuación les leo -procedentes del Maha Karma Vibhanga- se ilustra
diáfanamente lo que venimos diciendo:
“Gran
clasificación de los actos: hay actos que desembocan en una vida corta: es el
atentado contra la vida; es la aprobación de un atentado contra la vida; es
el elogio de un atentado contra la vida;
es el congratularse a propósito de la muerte de un enemigo; es el elogio de la
muerte de un enemigo; es impedir el nacimiento de una vida […]
[…]
La renuncia a los atentados contra la vida, o el elogio de dicha renuncia o
bien la puesta en libertad de hombres y animales destinados a morir desembocan
en una gran longevidad” [...]
[…]
Otros actos que acarrean la desgracia física en otra vida son: la cólera, el
rencor, el disimulo, la mordacidad, el hablar mal del padre, de la madre e
incluso de otros: cabezas de familia, religiosos de las órdenes, niños, viejos
(…) destruir las viejas imágenes, hacer burla de los seres desgraciados, tener
un comportamiento deshonesto”.
La
ley del Karma es, pues, inexorable:
debe cumplirse, se ha de cumplir, querámoslo o no; determina las cualidades
físicas y psíquicas y la posición social que cada uno ocupa. Conclusión:
nuestras desgracias, sufrimientos; nuestros éxitos y logros tienen una causa,
una justificación: nuestro propio “karma”, del que somos “únicos” responsables.
FILÓLOGO.- ¿Vendría a representar, entonces, algo
semejante a lo que en la cultura clásica grecolatina significaron términos como
Ananké o Fatum?
SWAMI.- No; se trata de conceptos cualitativamente
diferentes: la responsabilidad con respecto a nuestro “karma” es individual y
en el caso de la Ananké griega o del Fatum latino es impuesta por los dioses
o entidades sobrehumanas (Moiras, Tyché)
y contra ellas nada puede el individuo y ni siquiera los dioses.
En
el caso de nuestra civilización podemos liberarnos de ese ciclo fatal del Samsara, pagar nuestra deuda y acceder a
un estado de liberación definitiva. El camino para lograrlo -superando la
ignorancia (avidyâ), alcanzando la
sabiduría, el conocimiento (jnana) y,
con ello, la liberación del Yo ilusorio, y de sus deseos esclavizantes[7]-
consiste, creo que ya antes lo apuntábamos, en la ejercitación en una serie de
prácticas ascéticas, de ofrendas rituales, oraciones, ejercicios de Yoga y
meditación hasta lograr el estado definitivo de
“iluminación” (Moksha).
(Continuará)
Tomás
Moreno
[1] Cfr. Johannes von Buttlar, Más allá de Einstein. Un salto cuántico en
el conocimiento, Barcelona, 1999, pp. 123-124.
[2] Parábola tomada del libro de Shafique
Keshavjee, El rey, el sabio y el Bufón.
El Gran Torneo de las religiones, Destino, Barcelona, 2001.
[3] En esta misma narración incluye Borges la
referencia a un poema del místico persa Muhammad ibn Ibrahim, (Attar), titulado
“Mantiq-al-Tayr” (Coloquio de los pájaros)
en el que se nos describe la experiencia religiosa del sufí (de su aniquilación en Dios). El Simurg es Dios
y todos los hombres son el Simurg. En el poema se cuenta cómo los pájaros
encuentran en el centro de la China una pluma del Simurg, su rey; resuelven
buscarlo y al llegar a la montaña del Simurg “lo contemplan al fin: perciben
que ellos son el Simurg y que el Simurg es cada uno de ellos y todos”
[4] Los medios que el hinduismo propone y
ofrece para vivir la liberación son los diferentes yogas. El término yoga
procede del sánscrito “yuf”, que significa unir, “poner bajo un yugo” y
consiste en una serie de técnicas psicosomáticas y posturales, de normas
morales, oraciones y prácticas ascéticas encaminadas a la liberación de todo lo
que nos encadena al Samsara. Se
aprende con un guía espiritual o gurú (“madre”) y presenta seis estadios: Asana (posturas); Regulación de la respiración; Control
de la respiración; Concentración;
Meditación y Samadhi o iluminación y liberación definitiva. Los Yogas son: el hata yoga (o de las posturas y
ejercicios psicosomáticos), el karma yoga
(o de la acción, actuar desinteresadamente). El raja yoga (o del espíritu práctico en la concentración y
meditación), el jnana yoga (o del
conocimiento, se emplea el análisis intelectual par alcanzar lo Absoluto) y el Bhakti yoga (o de la contemplación y la
práctica del amor). Existe también un yoga
tántrico para la sublimación de la energía sexual.
[5] Su receptividad cultural, su tolerancia y capacidad de
asimilación de ideas extrañas explican
que, tras ser secularmente invadida y ocupada por Alejandro Magno, el Islam y
el Imperio Británico, absorbió lo que de estas culturas le interesó,
conservando sin embargo su propia identidad cultural sin mácula.
[6] Según una tradición hinduista, entre dos
reencarnaciones en un cuerpo humano hay 8.400.000 nacimientos en realidades no
humanas, sean vegetales, animales o de otro tipo.
Me encanta la forma dialogada, amena, en que se desarrolla el trabajo. Una magnífica oportunidad, para mí de refrescar conceptos, cosas leídas, y aprender también. Gracias por el regalo,amigo. Un abrazo.
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