Tenemos el inmenso placer de presentar en esta entrada de la sección de narrativa, en primicia para nuestro blog, uno de los cuentos que integran este prodigioso libro intitulado, precisamente, Cuentos, del excelente narrador y querido amigo José Pastor Aguiar, quien cuenta con una capacidad de relatar, detallar y finalmente expresar mediante un discurso narrativo privilegiado en un género tan singular como es el del relato corto. He aquí estos Cuentos, publicados con muy buen criterio por la Editorial Pelícano, de este autor de quien en modo alguno debemos perder la pista. Con el beneplácito de su creador, ofrecemos el cuento que abre este excepcional conjunto de relatos que porta el título de El globo. Con todos ustedes José Pastor Aguiar, y de su libro de cuentos esta narración inicial, y así sirva para hacer boca y les instiga la muy sana curiosidad que les lleve a adquirir este libro que, de seguro, hará las delicias de los paladares más exquisitos en la delectación de la buena literatura.
José Pastor Aguiar en faenas de pesca |
CUENTOS *
DE JOSÉ PASTOR AGUIAR
EL GLOBO
Dicen
que mi tía se volvió loca con lo del parto. Había estado toda la noche gritando
sin que aquello se le saliera del cuerpo. A punto de cantar el manisero, le
vino una gran diarrea y con ella el muchacho. Desde entonces, engordó mucho, a
pesar de que cada día andaba más de quince kilómetros, teniendo en cuenta los
caminos rectos hacia los brocales de los pozos y las tres vueltas que les daba en uno y otro sentido, manteniendo los
brazos en cruz y enseñándole al cielo los pellejos donde, según ella misma,
cargaba con las maletas del eterno viaje.
Además
de la obsesión con los pozos y de chupar caramelos escandalosamente, la mayor
parte de su tarde la pasaba con el Moro y yo, jugando como un chiquillo. Cuando
la hacíamos reír con alguna jugarreta, nos daba la mitad de sus golosinas, que
tragábamos a la carrera, ya que enseguida
se arrepentía y se nos encimaba con sus
doscientas veinte libras.
Abuelo,
con tanto trabajo para mantenernos, no
se ocupaba de ella hasta la noche. Por eso, su mayor delicia era seguirnos
hasta la laguna.
Una
mañana, cuando el Moro contaba con dos buenas truchas que daban saltos como
chivas al pie de la ceiba, ella aprovechó el descuido y se las echó entre los
senos, escapando por donde vino. El Moro acababa de decirme:
_
Pepín, ¿has visto un globo de verdad?_
_
¡Cómo lo voy a ver…! Dice abuelo que mucho antes de que él naciera un hombre
que se llamaba Matías Pérez se fue en uno_
_
De eso te iba a hablar; la maestra nos contó sobre ese tal Matías ayer mismo…
¿Y tú no crees que puede andar vivo entre las nubes, comiéndose los pájaros que
vuelan más alto?_
_
Desde que lo supe, yo creo también que debe andar por allá arriba y no ha
querido desinflar el globo porque debe ser muy bonito el cielo_
_ Dicen que el cielo es todo hueco y que tiene
muchas lunas y soles que no podemos ver de lo lejos que están_
_
Mi abuelo me contó que el cielo está lleno con las almas de los muertos y Dios
vive allí como un viento, o como una luz que no se puede tocar; aunque él lo
vio en sueños_
Cualquiera
que nos conociera, de ver interrumpir la pesca tan temprano, habría sabido que
algo inusual nos empujaba. Volvimos hasta la ceiba para recoger las truchas.
_
¡Se fueron, Pepín!_
_
No es posible… ¿con qué patas?_
_
Pues se fueron para el coño de mi madre_ Le vi los ojos aguados y golpeándose
las piernas, impotente.
_
Vamos, Moro, tenemos que hablar de algo más importante_
Como si estas palabras hubieran sido mágicas,
saltó delante de mí y trabajo me costó alcanzarlo al llegar a casa. Tiré el
anzuelo por la puerta de la cocina y cuando escapaba de los gritos de mi
abuela, pude verlo zarandeando a la loca al borde del tanque de agua para los
animales. Allí estaban las truchas. Una se movía cual flecha de un extremo al
otro, sin dejarse atrapar. La otra, como un buque a la deriva, enseñaba parte
de su vientre y la boca rígida de tan muerta que estaba. Lo halé hasta la
salvadera, desde donde la tienda de su padre se veía a cincuenta pasos, después
de unas zarzas.
_
Nos vamos al cielo_ le dije muy agitado y tratando de que olvidara las cabronas
truchas.
_
¡Claro, hombre! He estado mirando un
libro de la maestra y le pregunté toda la semana sobre lo que nos hace falta_
Al
otro día muy temprano, el Moro me sorprendió tirando el buche de agua por la
ventana.
Al
pie de la salvadera repasamos la lona con la que su padre cubría el antiguo
jeep. También tenía cordel, tijeras, cintas y pegamento del que usan los
zapateros. Lo fuimos ordenando todo. Él cortaba la lona en tiras y yo acarreaba tablas viejas del
corralito del último puerco. La loca, guardando distancia, nos observaba.
Cuando
teníamos el globo cosido, pegado con cintas en las costuras y colgándole una
pequeña plataforma de tablas sostenidas por sogas finas a la parte inferior de
la lona, el Moro trajo la bomba que usaba su padre para los ponches.
Colocamos
todo detrás de la salvadera, de manera que no se viera desde mi casa. Lo
amarramos a una estaca y comenzamos a inflar el enorme balón, que rozaba
algunas ramas. Habíamos invertido una semana en la obra.
Nos
tendimos boca arriba, asustados de aquello, y a la vez con una felicidad
desbordante. Nos sentíamos realizados. En eso llegó ella, saltando entre las
malvas blancas para darle tres vueltas en uno y otro sentido, mostrando desde
sus brazos en cruz sus maletas del eterno viaje. El Moro la fue empujando hasta
el otro lado del tronco. Colocamos el cartucho de galletas y un racimo de
plátanos que él robó de la tienda. Comprobamos que con el peso de uno sólo de
nosotros la plataforma se pegaba al suelo.
_
¡No puede!_ Pateaba yo a lágrima batiente.
_
Espera, ¿no ves que tenemos que ir tirando los sacos de tierra?_ me señalaba al
hablar, los cuatro medios sacos que ocupaban el piso.
Los
dos nos recostamos en el tronco para ver desde cierta distancia el hongo
maravilloso que se bamboleaba torpemente con los planazos del viento. Corrimos
a casa para traer el libro de geografía,
algunos cordeles y sábanas de yute para la noche estelar. Íbamos dando
tropezones, sin perder la risa extraviada de vernos sobre los cirros
palmoteando las garzas. Imaginaba los trozos de nubes humeantes entre mis
dedos, tratando de escapar como gelatinas sin peso.
El
globo marcharía al cielo con las corrientes del aire y entre los
nubarrones, la tierra apareciendo en un
solo golpe de vista, y los mares con tiburones desesperados por alcanzarnos. La
noche cundida de luces nos haría tapar los ojos y los gritos nuestros en el
espacio sin fin, amontonando a los seres del cosmos, que tal vez nos trajeran
alguna desgracia.
A
todas éstas, mi abuela, al sorprenderme arrollando una sábana quiso alcanzarme
rengueando.
_ ¡Qué diablos vas a hacer, muchacho, trae eso acá!_
Estuve
en pocos segundos junto a la ceiba y al Moro.
No
podíamos creer lo que estábamos viendo. La loca había echado todos los sacos de
lastre y picado los cordeles que sujetaban al globo. Éste fue empujado por una
fuerte corriente de aire hacia adelante y hacia arriba, rozando las zarzas que
ocultaban la tienda.
Así
fue elevándosela nave, ahora más lentamente, con un movimiento peculiar por los
saltos jocosos que daba mi tía, gritando adiós a todos los habitantes de la
tierra y mostrando con los brazos en cruz, las maletas del eterno viaje, como
si las lavara en el océano de lágrimas
de nuestros ojos.
José Pastor Aguiar
* Cuentos, José Pastor Aguiar, Editorial Pelícano, Miami, 2012.
Gracias Francisco por difundir tan grata novedad y puedo confirmar cada palabra expresada acerca de esta maravillosa obra narrativa de literatura costumbrista cubana, cuentos que transportan a un paisaje pleno de emociones y peripecias, refrescante y muy recomendado.
ResponderEliminarUn saludo cordial desde Miami.
Jeniffer Moore
Miami, FL. USA
Interesante cuento, agradable de leer y cercano a las aventuras de Robinson Crusoe o a las aventuras de Tom Sawyer, juvenil y ameno. Felicitaciones al autor y a ustedes por compartirlo. Saludos desde Venezuela.
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