LA QUINTA NOBLE
VERDAD EN LA BELLEZ
Mas,
¿qué sucede con aquella quinta noble verdad implícita que apenas he apuntado al
inicio de estas nociones tan elementales y que,
a la luz de mis modestísimas entendederas parece innegable? Al igual que
la realidad del sufrimiento no aparece de manera obvia, acaso también esta
verdad primordial de la vida consciente
no sea del todo tan evidente. Y será así en virtud similar la del dolor, que atañe a los
condicionamientos que también impiden ver la sustancialidad del sufrimiento, y
que decíamos empañan lo que la realidad es. Nos referimos en este caso a la
belleza. El concepto no es algo tan trivial como parece y, sin embargo, es
inherente a la conciencia de quien lo aspira o percibe. Es la propiedad de las cosas que hace amarlas, infundiendo en nosotros
deleite espiritual. Esta propiedad existe en la naturaleza y en las obras literarias
y artísticas[1].
Definición correcta pero en modo alguno suficiente. La noción abstracta de
belleza no es propiedad inherente y de manera exclusiva a las artes y a la
literatura, es perceptible en la ciencia (noción fundamental en matemáticas) y
en el pensamiento.
La etimología de bellus
(hermoso), conlleva también la noción de bondad (bueno), cuya terminación -eza nos lleva a la cualidad de lo bello
como sustantivo abstracto. Lo hermoso (formosus)
es la noción, pues, requerida para lo que tiene forma (bella), forma
(disposición, canon, configuración…). Pero no debemos olvidar el origen no del
todo claro de la etimología latina –deudora inevitable nuestra amada lengua de
ella- en la que puede referirse a herir,
sacudir ¿asombrar? De ferio, is, ire,
pudiendo encontrar nexo común con la raíz indoeuropea dher, que nos llevaría a firmus
(firme, fuerte) y fretus (confiado,
fiado de). Esta referencia etimológica es de prudente exposición en tanto que
las nociones que barajaremos en este punto sobre la belleza pueden moverse en
un ámbito no sólo complejo (aunque también), como expuesto de manera quizá no
excesivamente convencional. De todas formas, recurriremos también a principios
y rudimentos propios de la estética para mejor entendimiento de nuestros presupuestos
expositivos. Partiremos, no obstante, del previsible reconocimiento crítico –a
veces de rechazo- de la estética como categoría filosófica y, por supuesto,
científica, sobre todo porque aquí consideramos el concepto de belleza no
estrictamente desde la óptica del objeto de arte y, añadiremos, que no obvia el
aspecto ideológico que conlleva o puede conllevar cualquier concepto de
belleza, y si no tenemos en cuenta la confusión entre la realidad del signo
(lingüístico, icónico, simbólico, trópico, geométrico…) y la natural.[2]
En cualquier caso insistimos en lo anteriormente expuesto de que el tropo es
una herramienta cada vez más tenida en previsión para explicar las
consecuencias de lo complejamente descrito por las matemáticas y la física en
relación a lo que la realidad última
(cuántica) de las cosas sea. De cualquier modo, no pretendemos desarrollar aquí una suerte de lingüística de la literalidad,[3]
aplicable a todo aquello que sea susceptible de ser considerado bello.
Si se entiende que la percepción de lo bello implica
el reconocimiento de un constructo modélico destinado a perdurar (modelo
matemático, lingüístico, geométrico, icónico…), surge en primera instancia la
duda de cómo plantear el estremecimiento (y consecuente reconocimiento) de lo bello
en la contemplación de lo natural (paisaje, dinámica de lo natural, de las
estructuras…) ¿Partimos ya de unos
presupuestos o premisas ideales para su aceptación como bello? Cuestión esta
nada fácil de resolver a la luz estricta de los dominios que abarcan las
doctrinas estéticas que se centran de manera unívoca en la belleza atendiendo
solo a la explicación de la obra de arte.
Es importante partir de esta dicotomía: constructo o
modelo susceptible de consideración estética y percepción directa de lo bello,
extensible no sólo al artificio artístico, matemático, científico… también a
todo lo que pueda considerarse hermoso en la percepción directa de lo que nos
rodea o nos invade interiormente. Creo que es hora de romper con la dinámica
irreflexiva de considerar como cosa marginal, accesoria, sucedánea e incluso
inútil esta inclinación del ser humano hacia la percepción, fruición,
degustación (y trascendencia a través) de la belleza. La clara decadencia en la
que se encuentran disciplinas que tratan de indagar en este dominio fundamental
de la vida y del conocimiento, como es el caso de la estética (¿y de la
poética?) que insisten en la separación de la vida y el hecho de la
sensibilidad hacia lo bello (sea o no obra de arte, de ciencia o de técnica),
parece clara. Es cierto que la retórica puede hacernos entender en algún grado
la conexión (a través del estilo) el vínculo singular con lo bello,
precisamente a través de lo trágico[4]
(del sufrimiento –advertía, como primera verdad budista-), en cuya experimentación
se hace posible el advenimiento y beneficio de la belleza que mantiene lazos
irreductibles con lo sublime. Será mediante ese ejercicio retórico de estilo
mediante el que la verdad se ve liberada así como en virtud de la
contemplación, observación y entendimiento de lo bello.
Así la aesthetica
como vía de conocimiento sensible en general y de su forma específica: el
gusto,[5]
se nos antoja insuficiente para explicar esta inclinación hacia lo bello. No
pretendo en modo alguno obviar el nexo arte-belleza, más bien, en su inevitable
reconocimiento, establecer claves de interpretación para ir más allá en esa
aspiración de la belleza hacia la verdad.
Si la
belleza, por ejemplo, es la primera señal de que en el mundo no hay lugar permanente para las matemáticas feas,[6]
y que estas, en su aplicación práctica u
observación directa en la fenomenología de la naturaleza, casan perfectamente
con la explicación y estructura de su funcionamiento, nos hace reflexionar,
desde luego más allá de su utilidad, en el significado que porta (además del
teorema que fuere desarrollado) esa belleza que tan singularmente la significa.
Sin
entrar en las controvertidas reflexiones sobre el arte de Platón y en la
condena de este por ofrecer una imagen irreal y deformada de lo real,[7]
nos centraremos, no obstante, en la ponderación que hace de la poesía, si
incluye esta el orden de todas las cosas y si se orienta hacia el bien,
cuestión que en realidad no hace sino ofrecernos la realidad de dos formas de
saber: el filosófico (centrado en un único saber de la realidad reducido a un
invariable fundamento) que muestra el orden armónico de la belleza; por otro
lado, el saber poético (creativo, trágico según Nietzsche) característico por
su naturaleza paradójica y de irreductible ambigüedad,[8]
que viene a su vez a presentar lo bello siempre con una idiosincrasia recóndita
y enigmática. Encontramos aquí rasgos que pueden ya ser utilizados para
entender la impresión de lo bello fuera del arte: la armonía, el orden, la
organización singular, la euritmia, la elegancia, la paz, la unidad, el ser, la
verdad…. y que se reconocen en todo aquello susceptible de impresión estética,
en su sentido más profundo y significativo. Es por eso que la verdad de la
poesía (del arte como creación) se nos hace comprensible a través de las
técnicas retóricas y estilísticas magistralmente utilizadas por el ingenio.[9]
Si
toda ley física verdadera debe tener belleza matemática,[10]
también la ha de mostrar el arte: el poema (estructura gramatical y métrica),
la pintura (composición, proporción, perspectiva…), la escultura en términos
análogos, qué decir de la música, y cualesquiera otra forma de expresión
artística; también esta proporcionalidad universal que nos da el número es
perfectamente deducible en la manifestación de la belleza en la naturaleza. He
aquí que la verdad matemática ampara también la verdad universal de lo bello.
Mas también será aquel principio de lo
terrible que advertía Rilke o Pascal ante la bella inmensidad del universo
(que puede infringir angustia, pánico), en cualquier caso, hemos de reconocer
que el estremecimiento hacia lo bello no puede reducirse únicamente a lo
perceptible por los sentidos: la armonía, el ser, la verdad, son también
interiormente reconocibles (por ejemplo en determinados modelos matemáticos,
estructuras poéticas, pictóricas, musicales… que en principio son consideradas
como no perceptibles,[11]
por lo que en muchos casos es necesaria una maduración para su reconocimiento.
Será preciso entender la relación entre razón y belleza, emoción y belleza,
crecimiento espiritual y belleza… cuando conforman esa extravagante jerarquía
de singular coherencia que nos llama al asombro, a la turbación, al
deslumbramiento. Mas, ¿significa esto que aquella verdad de la belleza
(poética) deriva de un abstracto anterior a ella?[12]
¿O, por el contrario, la belleza (y el arte) nada tienen que ver con la verdad,
pues en realidad la belleza sólo es apariencia, o lo que es lo mismo, juego, en
tanto que no guarda relación con los objetos, sino que es propio de nuestra
subjetividad manifiesta por el libre juego de las facultades?[13]
De todas formas, Kant, reconoce la belleza en lo natural en tanto que será la
naturaleza la que da la regla de arte
y los productos artísticos serán la prolongación de la naturaleza, de donde se
colige que la naturaleza parece darse a sí misma su propia ley que encuentra
fundamento en la libertad. Sin embargo, hace un importante distingo entre lo
bello y lo sublime: cuando se ofrecen en la naturaleza grandezas armónicas o
fuerzas incomprensibles e incontenibles (sublime matemático y dinámico,
respectivamente), la libertad no aparece de manera inmediata. ¿Pero, no será lo
sublime deducible de lo bello, en definitiva? Cuestiones nada fáciles de
debatir sólo desde una óptica estrictamente esteticista.
[1]
Definición del Diccionario de la Real Academia, Espasa Calpe, 20 edición,
Madrid, 2009.
[2] Véase
para este asunto con más detenimiento: Paul de Man, La ideología estética,
Cátedra, 1998.
[3] Ibidem.
[4] Nietzche
(retórica, ver bibliografía general)
[5]
Baumgarten, Reflexiones acerca del texto poético,
[6] Hardy,
G.H. Apología de un matemático,
Episteme, Madrid, 1999, pp, 85
[7] Cuestión
ampliamente debatida en Acuyo, F.: Fisiología de un espejismo, Artecittá,
Granada, 2010
[8] Givone,
S.: Historia de la estética, Tecnos, Madrid, 1990, pp. 19.
[9] Gracián
B.: Agudeza de Arte e Ingenio, Cástalia, Madrid, 1980.
[10]
Reflexión análoga a la del físico y matemático Paul Dirac.
[11] Acuyo,
F.: Cuestión debatible también, véase para ello Fisiología de un espejismo,
Artecitta, Granada, 2010.
[12] Planteamiento
fundamental de Giambattista Vico en su Ciencia
nueva segunda. Principios de ciencia nueva, 2º tomo, editorial folio,
Barcelona, 2002.
He disfrutado tanto este notable abordaje que haces acerca de la belleza: la quinta noble verdad y espero que muchos puedan profundizar en este tema apasionante.
ResponderEliminarMuchas gracias, Francisco.
Saludos cordiales desde Miami.
Jeniffer Moore
Miami, FL USA
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarAcabo de conocer su blog por casualidad. Me parece muy interesante.
ResponderEliminarSaludos desde Málaga.