miércoles, 12 de febrero de 2014

EL MITO DE LILITH (Segunda parte), POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO

En nuestra sección de Microensayos del blog Ancile traemos la segunda parte de El mito de Lilith, del profesor y filósofo Tomás Moreno.


El mito de Lilit, 2, Tomás Moreno, Ancile.



EL MITO DE LILITH (Segunda parte), 
POR EL PROFESOR TOMÁS MORENO



El mito de Lilit, 2, Tomás Moreno, Ancile.




EL MITO DE LILITH (Segunda parte)
2. De lo mítico-legendario a lo literario-pictórico 
La figura de Lilith como mujer pérfida y cruel, traspasará sin apenas solución de continuidad los límites del imaginario mítico-religioso para penetrar, tras su demonización teológico-medieval, en el universo de lo pictórico-literario occidental de los siglos XVI al XVIII. Asimilada, unas veces, a las arpías, empusas, estriges y lamias del imaginario greco-clásico, y, otras, a las figuras serpentinas y vampíricas del imaginario cristiano-medieval, la imagen de Lilith se metamorfoseará indistintamente como bruja-vampiro, en la percepción de los inquisidores renacentistas, o como bruja serpiente, tal y como John Milton la denominara en su Paraíso perdido, bien entrada la segunda mitad del XVII[1]. Goethe en su Fausto  nos apercibirá, en los inicios del XIX, de sus malas artes brujeriles, mágicas y seductoras, tan peligrosas y letales para los jóvenes[2].
            Erika Bornay, que ha dedicado a Lilith, como arquetipo prefigurador de la “mujer fatal” avant la lettre, un importante e imprescindible ensayo[3], ha descubierto en su figura de diablesa y devoradora de hombres -a quienes seduce y ataca en el abandono del sueño- concomitancias no sólo con las leyendas de mujeres vampiros, que succionan la sangre o se alimentan de la virilidad (semen) de sus víctimas, sino también con las perversidades de la novela gótica y fantástica del siglo diecinueve como testifican multitud
El mito de Lilit, 2, Tomás Moreno, Ancile.
Erika Bornay
de cuentos y relatos de la época, entre los que destacaríamos los de Théophile Gautier (La muerta enamorada, 1836) o Rémy de Gourmont  (Histoires magiques, 1894). Éste último con su Lilith (1892) y nuestro Valle Inclán en la Sonata de estío (1903)[4] evocarán asimismo su inquietante y romántica figura. El dramaturgo alemán Frank Wedekind, en los últimos años del XIX, nos la presentará también demonizada como serpiente en la primera escena del
drama Erdgeist (El espíritu de la tierra), reencarnada en la figura de Lulú, la mujer rebelde protagonista de su drama[5].
            En lo que respecta a la imagen pictórica también reptiliana que de Lilith se nos ha transmitido en la iconografía del arte occidental -habitualmente con el extremo inferior de su cuerpo en forma de serpiente- todo parece indicar que se quiso establecer un paralelismo entre la culpa de ésta y la de Eva asociándola con el reptil bíblico, revelando así la lasciva afinidad ancestral de ambas con ese animal emblemático[6]. Son ilustrativas al caso las imágenes que los hermanos Limbourg inscriben en el manuscrito miniado e iluminado del siglo XV  Les Très Riches du Duc de Berry (Museo Condé, Chantilly) y las que más de cuatro siglos después el pintor Kenyon Cox nos muestra en su Lilith (1892)[7]. En ambos casos, la mujer con cola de serpiente enroscada en el árbol y ofreciendo a Eva la fatídica fruta es una de las muchas personificaciones del diablo, una explícita demonización de Lilith[8].
            Pero sería en el último tercio del siglo XIX, en segunda década de los años 1860, con los movimientos prerrafaelista primero y simbolista después, cuando la figura de Lilith -como imagen arquetípica de la mujer pecadora y perversa- alcance su definitiva consagración en el imaginario literario y pictórico occidental, encontrando en Lady Lilith (1864-68) del pintor prerrafaelista inglés Dante Gabriel Rossetti (1828-1882) su plasmación más emblemática.
            Influido por los deletéreos personajes femeninos de Poems and Ballads (1866) de su amigo el poeta Swinburne, la imaginería femenina de Dante Gabriel Rossetti va a experimentar con esa imagen de mujer un significativo cambio con respecto a su primera época, caracterizada por la idealización y espiritualización de la figura femenina -virginal, bella e inocente, espiritual y pura- y modelada por la evocación de la Beatriz (esposa mística y celestial) del Dante. Y ese cambio, dominado estética y emocionalmente por la personalidad  de algunas de sus modelos, significará la inauguración de una nueva fase iconográfica femenina que puede calificarse como de culto rossettiano a la belleza femenina [9].
            Pero esta vez esa belleza será "eminentemente carnal o sensual, no espiritual. Un nuevo tipo de mujer, de poderoso y ancho cuello, de labios abultados y curvados, abundante cabellera roja, impregnada de morbosa voluptuosidad y de una sensualidad tentadora, con una expresión lejana, inaccesible, grave y
El mito de Lilit, 2, Tomás Moreno, Ancile.
Lady Lilith, Dante Gabriel Rossetti
misteriosa, se ofrece ahora al espectador", en fidedigna descripción de E. Bornay. Su figura representa una especie de "amalgama de la Lilith del Fausto de Goethe y de la Belle dame sans Merci de Keats", una especie de femme fatale moderna, a pesar de que él nunca utilizara este término.
            No deja de ser curioso, observa E. Bornay, que la recreación de esta figura de la mitología hebrea -que se rebela contra Adán, su esposo, y mata a niños recién nacidos-, sea contemporánea de los movimientos feministas ingleses de emancipación así como coincidente con las grandes controversias sobre planificación familiar de la década de 1860. La New Woman, la moderna Lilith, como la llama Rossetti, también trata de emanciparse del control del varón y de ella se dice que rechaza la maternidad al igual que su ancestro mitológico. A partir de ese momento, Lilith será sinónimo, junto a otras inquietantes figuras de la mitología, la literatura y la pintura, de la mujer fatal, símbolo del supuesto peligro inherente al Eterno Femenino.
            Otros numerosos artistas y escritores de ese tiempo nos apercibirán de su fascinante atractivo. E incluso críticos de teatro, como W. Baring, al hilo de un comentario sobre la actriz Sarah Bernhardt, evocarán a esta diablesa como “una encarnación del espíritu que, en todas la épocas y en todos los sitios, llámese Lilith, Lamia o Gioconda, parecida a la Belle Dame sans Merci, embruja el corazón y la cabeza de un hombre con su encanto”[10]. Erika Bornay concluye la significación de Lilith en el imaginario literario-cultural e iconográfico occidental con estas palabras:
Lilith es la mujer paradigmática de la iconografía de la ‘perversa’. En lo que a su comportamiento respecta, no sólo es la mujer emancipada avant la lettre, que huye de la tutela de su esposo y seduce a otros hombres -incluso a diablos- sino que, en su aspecto  externo es descrita como poseedora de dos de los símbolos más recurrentes en la iconografía de la mujer fatal: la larga cabellera, como fetiche erótico, y la serpiente como aliada y amante, cuando ésta es el Maligno trasvestido; o bien, en completa simbiosis con él/ella para tentar o empecer a terceros[11].
3. La díada Lilith-Eva y el feminismo
Lorenzo Álvarez de Toledo, que ha dedicado a esta mítica primera mujer hebrea agudas reflexiones en su ensayo De manzanas y serpientes[12], afirma que Lilith representa el arquetipo construido por la cultura patriarcal de lo femenino maléfico repudiado o negado, que ha servido en la literatura moderna como icono o estandarte del feminismo contemporáneo[13].
            Son varios los aspectos del mito hebreo de Lilith los que destaca en su libro. En primer lugar, la rebelión de Lilith ante su posición subordinada al varón en el momento de la unión sexual (expresión de la idea jerárquica de la sumisión que debía imperar en la relación entre ambos). Se nos transmite, así, la primera imagen de la mujer rebelde, que arrebata al varón uno de sus privilegios más prepotentes, como es, en particular, el de la postura dominante en la realización del coito, y el dominio sobre la descendencia. Lilith
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se niega a dormir bajo su marido y, por tanto, a someterse a él, una situación que Adán denuncia frente a Dios y que no queda resuelta satisfactoriamente para ambos[14].
            Contrasta a este respecto, la diferencia entre la actitud que presenta Lilith y la mostrada por la prostituta sagrada Samhat, de la Epopeya del Gilgamesh. Después de copular con la prostituta durante seis días, Enkidu adquiere conocimiento, pero también descubre que las bestias con las que antes vivía en armonía ahora le temen. Esa adquisición de conocimiento, es lo que va a hacer posible el trato personal entre el hombre ahora civilizado y el Rey Gilgamesh. La prostituta sagrada Samhat no es una lamia como Lilith, que se revela ante la postura subordinada que el varón le impone: es, por el contrario, una mujer “civilizada” (sumisa) que transmite civilización[15].
            En segundo lugar, y junto al rechazo hostil a todo lo que representaba el dominio sexual de lo masculino, destaca la explícita afirmación y reivindicación por parte de Lilith (la mujer) de su igualdad esencial con respecto a Adán (al hombre), ya que desde el momento mismo de la creación ambos eran igualmente nacidos de la tierra.
            Pero mucho más interesante, añade Álvarez de Toledo, en tercer lugar, es la queja que Lilith verbaliza ante los enviados de Yahveh, encargados de conminarla a retornar a la senda de la obediencia. El Génesis Rabba es probablemente el primer texto en el que se transcribe una protesta de falta de satisfacción sexual en boca de una mujer. Toda una proclamación del derecho de la mujer a la elección de varones en plural, a la promiscuidad sexual y a la matanza sacrificial y apotropaica de niños:
La realidad sacrificial, unida a la promiscuidad sexual, y al rechazo del dominio del varón, nos coloca ante una potencia infernal, femenina, que ataca los grandes valores del sueño masculino de perfección: el dominio en sí mismo de lo femenino, representado en la excusa postural, el logro de la lealtad de la mujer sin sacrificio de la libertad sexual del varón dominante y, finalmente, el control, sin trabas, de la reproducción[16].
            Por todo ello, y pese a la intención estigmatizadora de sus creadores, Lilith será percibida por determinadas corrientes feministas como una figura potencialmente liberadora para las mujeres, en tanto que representa la rebelión, la emancipación y la autonomía femeninas frente a las múltiples opresiones patriarcales a las que ha estado sometida y de las que secularmente ha sido objeto[17].
            Sonia Villegas en un interesante y exhaustivo ensayo[18] ha tratado también de analizar el sentido emancipador de este ancestral relato mítico hebreo. Sostiene en él que, aunque menos popular que Eva, Lilith personifica la independencia de la mujer en un mundo patriarcal: “Lilith es el potencial desterrado de la
El mito de Lilit, 2, Tomás Moreno, Ancile.
propia Eva, la esposa subordinada y despreciada. La vuelta de Lilith significa la reclamación de la integridad y la personalidad de las mujeres”. Lilith se nos presenta en el midrash judío como la imagen de una mujer que busca ante todo la igualdad sexual en un mundo profundamente jerarquizado por las diferencias entre los sexos.
            Para Sonia Villegas[19], la figura de Lilith parece ser, pues, más compatible con el feminismo que la figura de la propia Eva. En mayor medida que el prototipo de Eva, la figura de Lilith simboliza la rebelión y la independencia  femeninas y la firme decisión de tomar parte en su propio destino:
Lilith representa el poder desterrado y la autonomía para las mujeres, que han sido expulsados fuera de los límites del mundo patriarcal. La noción misma es reprimida etiquetándola de demonio peligroso. Lilith es el potencial desterrado de la propia Eva, la esposa subordinada y despreciada. El retorno de Lilith significa la vuelta a la integridad y la personalidad de las mujeres[20].
            No obstante reconoce que  en algunas re-escrituras actuales que evocan a ambos personajes se las presenta como cómplices e incluso hermanas. En tal caso el binomio Eva/Lilith representará tanto un símbolo político para la liberación de la mujer -por ser un claro ejemplo de la necesidad de reestructurar la mitología y el discurso religioso cristianos- como el primer foro de debate femenino adoptado por las feministas de la segunda ola.
            Finalmente, destaca las numerosas iniciativas literarias escritas tanto por autoras feministas[21] que privilegian la figura de Lilith, como por las que intentan rescatar la de Eva. Una de ellas es la que ofrece Judith Plaskow en un bello cuento en el que plantea  un vínculo de sororidad entre Eva y Lilith, o la que Alicia Ostriker presenta en un poemario titulado The Lilith Poems, donde -además de tratar de reconciliarlas- incide en el decidido objetivo de presentar a Lilith como un referente actual de liberación para las mujeres.


                                                                                                      Tomás Moreno





[1] Cf. M. T. Colonna, Lilith e la luna nera e l’eros rifiutato, Firenze, 1980.
[2] En la famosa escena del capítulo El conciliábulo de las brujas en la que Fausto pregunta a Mefistófeles sobre quién es Lilith y éste le responde: “La primera mujer de Adán. Cuidaos con prendaros de sus hermosos cabellos y de los atavíos con que se engalana, porque cuando con ellos llega a apoderarse de un joven ya no lo suelta más” (Fausto, Goethe; Espasa-Calpe, 9ª edición, Madrid, 1969, p. 146).
[3] Erika Bornay, Las hijas de Lilith,  op. cit.
[4] Don Ramón maría describe así a la niña Chole la bella criolla amada del marqués de Bradomín, comparándola efectivamente con la Lilith del mito hebreo: "Tenía la misma sonrisa de Lilí. Aquella Lilí, no se si amada, si aborrecida, cuya figura hierática y serpentina revivía la del genio femenino del mal" (Sonata de estío, Austral, Madrid, 1991).
[5] Máscaras de ficción, Anagrama, Barcelona, 2002, p. 73.
[6] Sobre la relación simbiótica mujer-reptil/serpiente en la iconosfera del arte europeo véase el capítulo XXII ("Perversas connivencias: la mujer y la bestia") de la obra citada de E. Bornay,  en donde se analizan las obras pictóricas de Edward Burne-Jones, Gustave Moreau,  Franz von Stuck, Edvard Munch, Jean Delville, Gustav Klimt referidas a esa complicidad mujer-serpiente, tan omnipresente en el imaginario cultural occidental y que secundarán otros muchos artistas finiseculares como A. Fould, L. Corinth, L. Lévy-Dhurmer, Max Klinger, Félicien Rops etc. Goya es también autor de un dibujo a pluma y aguada, titulado El espejo indiscreto: la mujer serpiente mortífera, (c. 1789, Museo del Prado, Madrid). Cfr. E. Bornay, op. cit., pp. 293-306. En literatura, L. Sacher-Masoch usó a menudo de esta imagen en La Venus de las pieles para describir una de las características de su protagonista femenina: “Ya estaba en sus brazos, ya, como una serpiente me acariciaba con su lengua(Alianza Editorial, Madrid, 1973, p. 160).
[7] Las hijas de Lilith, op. cit. p. 299.
[8] Ibíd., pp. 29-30 y 299. Esta simbiosis Eva-Lilith , según Golrokh Eetessam (Lilith en el arte decimonónico, op. cit. p. 232)  se dará también más tarde en obras como “Eve Pandora” de Gustave Adolphe Mossa (1907), donde la figura femenina aparece sosteniendo a un tiempo la manzana del pecado y la mítica caja abierta, mientras la serpiente se enrosca a su hombro derecho.
[9] Influenciado por el cinquecento veneciano, especialmente por el Veronés e iniciado con el óleo Bocca baciata de 1859.
[10] W. Baring, Sarah Bernhardt, Greeenwood Press, citado en Erika Bornay, Las hijas de Lilith, op. cit., pp. 131-132.
[11] Las hijas de Lilith, op. cit., p. 299. Del simbolismo destructor y malvado atribuido a la cabellera de la mujer existe amplia literatura psicoanalista; se encuentra asociada muchas veces a las serpientes como, por ejemplo, en la representación de la cabeza de la Medusa -en donde las serpientes, según Freud serán sucedáneos del pene masculino y como, según su interpretación, la multiplicación de símbolos fálicos significa castración, el terror a la Medusa y a su cabellera de serpientes será, por consiguiente, el terror a la castración. Simboliza en general la sensualidad femenina, su fuerza primigenia (S. Freud, Obras completas, vol. XXI, op. cit., p. 53). En el Malleus Maleficarum se dice que “un fastuoso cabello tiene algo que ver con la proximidad del diablo” (II, q. 2, c. 1). Los pintores prerrafaelistas demonizarán sobre todo el cabello de color rojo: sus mujeres son pelirrojas. Para el simbolismo de la cabellera femenina en el arte y la iconografía occidentales véase: Erika Bornay, La cabellera femenina, Cátedra, Madrid, 2010.
[12] De Manzanas y serpientes, Devenir/El Otro, Madrid, 2008, pp. 15-20. Ensayo que fue VIII Premio de Ensayo "Miguel de Unamuno" 2007, del Ayuntamiento de Bilbao.
[13] Sobre el redescubrimiento de Lilith por parte de las feministas, véanse: Michéle Bitton, Le mythe juif de Lilith, de la féminité démoniaque au féminisme, Universidad de Provenza, 1988. Otras evocaciones literarias en esta línea de Lilith son las de Brigitte Couchaux, Le mythe de Lilith dans la littérature, París, Sorbona, 1991 y  Pascale Auraix-Jonchières, Lilith, avatars et metamorphoses d’un mythe entre romanticisme et décadence, Clermont-Ferrand, Presses Universitaires Blaise Pascal, 2002.
[14] Álvarez de Toledo comenta al respecto que en textos anteriores al Génesis Rabba, la preeminencia postural del varón, que debe recostarse sobre la mujer, se considera un elemento civilizador que se impone al salvaje. El hombre salvaje es Enkidu, un personaje central de la Epopeya de Gilgamesh. El agente civilizador es en este caso una prostituta, de nombre Samhat. El cazador que ha encontrado en la selva al hombre bestia, Enkidu le dice a la prostituta: “Extiende tu manto/que se acueste sobre ti/haz con ese semihombre/la tarea de mujer”. Y Samhat, para ejercer su magisterio se deja poser: “Se aflojó Samhat la faja, / abrió su vulva/ y él le tocó el sexo. / No le hizo ella ascos, / Aguantó su hedor; / Extendió su manto; / Él se acostó sobre ella / Hizo con el semihombre / La tarea de mujer; / Su sexo la acarició. / Seis días / Y siete noches / Se mantuvo Enkidu erguido / y apareado con Samhat.” (Epopeya de Gilgamesh, Rey de Uruk, Ed. Trotta, Univ. de Barcelona, 2005, p. 102; cit. en De manzanas y serpientes, op. cit. pp. 17-19).
[15] Gerda Lerner, La creación del patriarcado, op. cit., pp. 205-206.
[16] De Manzanas y serpientes, op. cit., p. 20.
[17] Véase al respecto: Michèle Bitton, La leyenda de Lilit y la protección mágica de la madre y el recién nacido: Persistencia de prácticas milenarias, en Geneviève Dermenjian, Jacques Guilhaumou y Martine Lapied (dirs.), El Poder materno en el Mediterráneo. Mitos y representaciones, op. cit., pp.49-60.
[18] El sexo olvidado. Introducción a la teología feminista, Ediciones Alfar, Sevilla, 2005, pp. 62- 65.
[19] Ibíd., pp. 78-79.
[20] Ibíd., p. 64. Recordemos en este sentido cómo la famosa publicación feminista norteamericana Lilith. The Jewish Women Magazine, Nueva York (nº 20, 1988, p. 1), convirtió en 1976 a la diablesa judía en su denominación e icono afirmando que “el nombre de nuestra revista, es el de la mujer que precedió a Eva e insistió en su igualdad respecto a Adán”.
[21] Además de las que destacamos en el texto, entre otras muchas cabe destacar su referencia a la novela Sisters and Strangers de Emma Tennant y  a  la escritora Ángela Carter, quien también utiliza el modelo femenino de Lilith en su novela contrautópica La pasión de la nueva Eva.



El mito de Lilit, 2, Tomás Moreno, Ancile.


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