LA ESPERANZA, MÁS ACÁ DEL CONSTRUCTO
PSICOLÓGICO-SOCIAL DE LA MODERNIDAD
HUBO un tiempo en que el refugio en el mito hacía la vida
soportable. La continuidad intemporal garantizada por aquél hacía de la
esperanza algo innecesario por impensable. La visión cambiante y apocalíptica
de nuestra cultura actual, entre la imagen de lo catastrófico y de lo
imprevisible representan la esperanza como la vía de compensación ante la
angustia de la posible extinción y de la pérdida. Se dice que la única
esperanza esta radicada en la redención divina –para el creyente- y en la
segunda oportunidad[1].
La espontaneidad
idealista, natural e infantil de lo justo, de lo bello, de la inclinación a la
inmersión en lo insondable como vía de superación de lo convencional, la
aspiración a lo trascendente, se ofrecen hoy como algo atrozmente insoportable
para la sociedad (y el individuo) que reniega(n), quizá sin saberlo, de lo más
profundo de su ser ya que lo arraiga, querámoslo o no en lo invisible que reside
y radica en este espíritu nuestro propenso a la inmersión y reinterpretación
del mito, olvidando acaso nuestras raíces más profundas que encepan en la
naturaleza misma, madre y padre verdaderos de nuestras aspiraciones más
profundas. Es paradójico que siendo los momentos actuales de nuestra historia en
los que más énfasis se puesto en la defensa de la naturaleza, nunca nuestro
espíritu se ha situado más lejos de su inevitable lazo ecológico.
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El mundo de lo invisible ha sido relegado; lo primordial
de nuestra psique ha sido olvidado en nombre de la civilización, o de unas
sociedades en las que muchos no pueden integrarse por intuirlas –y vivirlas-
profundamente enfermas. Si la religión fue una vez lealtad al mundo[4],
así, la poesía, imposible de desvirtuar a pesar de los incesantes intentos de
la mediocre sentimentalidad imbuida de prejuicios banales y sueños de gloria
personal, es la vía perfecta para la conexión vital con todos los elementos
invisibles que aspiran a la perpetuidad de lo que está más allá -y más acá- de
lo que puede el tiempo topografiar, y de lo que se resiste a cualquier
calibración en una definitiva medida y que, tan acertadamente, expresara
Wordsworth[5] en aquel vi que sentían, en relación
al vínculo vívido e imprescindible con el mundo y sus criaturas.
Francisco Acuyo
[1] Hillman, J.: El código del
alma, Edit, Martínez Roca, Barcelona, 1998, pg. 88.
[2] Res o sustancia o materia extensa, reconocible por su extensión
(longitud, anchura, profundidad) que constituye(n) su sustancia, cuya realidad
física se identifica geométrica y matemáticamente, junto a la res cogitans,
identificada por Descartes con la mente, tras romper con la tradición
aristotélico- tomista que aceptaba la existencia del alma en vegetales y
animales, siendo un producto del ser consciente y volitivo. Véase: Descartes,
R.: Meditaciones metafísicas, Espasa
Calpe, Madrid, 1984.
[3] Levi-Strauss, C.: El
pensamiento Salvaje, Fondo de Cultura Económica, México, 2012.2
[4] Schilpp, P.A.: The
Philosophy of A. N. Whitehead, Tudor, New York, 1951, p. 502.
[5] Wordsworth, W.: The Prelude,
The poems of Williams Wordsworth, Oxford Univ. Press, London, 1926.
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