Algunas reflexiones sobre la vida animal y humana para la sección, De juicios, paradojas y apotegmas, del blog Ancile, este, Elogio de la emoción (o del oikós frente a las logomaquias de lo racional.
ELOGIO DE LA EMOCIÓN
(O DEL OIKÓS[1]
FRENTE A LAS
LOGOMAQUIAS DE LO RACIONAL)
Un iris de fiera,
Lucifer felino
que observa inefable
del gesto focino
su zarpa implacable.
Francisco Acuyo, Almas gemelas, de Pan y
leche para niños.
YA Aristóteles consideraba la
vida animal (desnuda, excluida de la ciudad de los hombres) ajena al fundamento
metafísico por excelencia para el buen vivir social, cual es la politización de
lo que se consideraba como la vida desnuda. El politikon zôion[2]
habrá de mostrar su legítima preponderancia sobre el resto de los seres vivos
de la naturaleza. Acaso estas supuestamente indiscutibles reflexiones
filosóficas adquieren un cariz bien distinto cuando has tenido la gozosa
ocasión de convivir durante largo tiempo con algún animal, doméstico la mayoría
de las veces, cuya figura diaboli tradicional en diversos animales,[3]
acaba por obtener una comparecencia bien distinta en la existencia de quienes
comparten con ellos tiempo y espacio vital.
Marramaquiz,
mi gato, con el que compartimos nada menos que 24 años de vida, ha establecido
en todos los que tuvimos la fortuna participar de tan larga convivencia, unos
parámetros bien distintos a los aristotélicos (compartidos, dicho sea de paso,
en tantos aspectos ético filosóficos por la humanidad, durante milenios).
Marramaquiz |
Si
bien el hombre es el único animal con el
don de la palabra,[4] el único racional[5]
(se le otorgó la dádiva del logos,
nada menos), y de su superioridad técnica[6]
que habría de fascinar a los ideólogos marxistas en virtud de la perspectiva
que ofrece dicha convivencia anteriormente referida, se vierte una percepción bien distinta en la
apreciación de los valores que comunican los animales en[7]
y si estos son posibles en realidad.
Marramaquiz
nos enseñó fundamentalmente que las fronteras entre el zoé y el bio (Aristóteles)
animal y del ser consciente (con capacidad pensante y ética) acaso no son tan
evidentes como parece. La caída platónica del alma en animalidad sin espíritu
no resulta tan clara ante los avispados, despiertos, curiosos ojos del animal
amado, que nos hablan más allá de quimeras, teogamias y metamorfosis, de un ser
que siente la emoción de ser querido, atendido, respetado, cuya vital y entrañable
presencia, no obstante, nos trae a la memoria las metempsicosis esplendentes,
descritas por el papiro egipcio de Ani(s)[8],
tras aquella belleza emocionante y enternecedora de los muertos que salen a la
luz adquiriendo las formas sublimes de la golondrina, del halcón, de la garza,
del loto, del gato…; sí, Marramaquiz me miraba en enigmática hipóstasis, como
para participar de la emoción más profunda de una conciencia que nos une y nos
trasciende, más allá de la razón y la lógica tradicionales para llevarnos
(trasmigrar-nos-) hacia la percepción unitiva que hace del mundo una conciencia
única, tendida como puente entre el animal amado y el de los seres humanos que
respetan, quieren y necesitan de su presencia.
Francisco Acuyo
[1] Entorno,
en el sentido aristotélico de, fuera de la polis
y de la vida social tal como se entendía en el teatro trágico griego, o lo
que es lo mismo enfrentado a lo político de un logos plenamente consciente y
humano
[2] El ser
humano como animal político.
[3]
Proverbial acepción destinada al simio: simia
quam similis turpissisma bestia nobis (cuán parecido es el simio, la bestia
más horrenda, a nosotros), de la que advirtiera Cicerón en Sobre la naturaleza
de los dioses.
[4] Aristóteles,
Política, Espasa Calpe, Austral, Madrid, 1965.
[5]
Aristóteles, Historia de los animales, Akal, Madrid, 1990.
[6] Referida
a su capacidad técnica gracias a su mano
portadora de instrumentos.
[7]
Referidos por numerosos sociobiólogos, etólogos y zoólogos.
[8] Papiro de Ani(s), El libro de los muertos egipcio, en su versión más tradicional,
datado en el año 1300 a. C.
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