viernes, 1 de noviembre de 2019

El FINAL DE LOS HOSPITALES-PUEBLO


 Cerramos la interesante temática de los Hospitales- pueblo de Vasco de Quiroga para la sección, Microensayos, elaborada por el profesor Tomás Moreno, y bajo el título: El final de los hospitales-pueblo.


El final de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno


El FINAL DE LOS HOSPITALES-PUEBLO



 Estos aspectos y rasgos generales del experimento social y comunitario quiroguiano que acabamos de exponer, hacen de Vasco de Quiroga uno de los ejemplos más emblemáticos del pensamiento utópico renacentista en América[1]. Y no sólo remiten a Tomás Moro y su Utopía y a una tradición humanístico-cristiana y clásica, como ya señalamos, sino  que entroncan y emparentan también con la tradición política democrática de los municipios, ayuntamientos y consejos castellanos, por una parte y, asimismo, con una  genuinamente indigenista, por la otra.

            En efecto, para F. Ainsa, “más racionalmente jurídicos que milenaristas, los textos reglamentarios de Quiroga se inscriben en la tradición “municipal” y democrática hábilmente combinada con el régimen colectivista de los indígenas, cuyo sistema, sin embargo, no se idealiza”. Se trataba, con ello, de encontrar remedios prácticos a males existentes y de fundar una república donde hubiera sustento para todos, cuidando de conservar al hombre en su propio medio de tal modo que “se adapten a la calidad y manera y condición de la tierra y de los naturales della”[2].

            Paz Serrano, ha señalado igualmente que el proyecto ideal de Quiroga no sólo lo llevó a tratar de implantar en las tierras americanas una forma de organización política y económica parecida a la primitiva iglesia cristiana, como había dejado de lo constancia en sus primeras cartas enviadas a España en 1531, sino que  también utilizó el elemento indigenista autóctono procedente del régimen económico colectivista de los aborígenes que asumió e integró en el gobierno y organización de sus Hospitales-Pueblo. El obispo mantuvo, en efecto, las costumbres y formas económicas de los purépechas, siguiendo su tesis de la necesidad de adaptar los ideales a las peculiaridades del Nuevo Mundo, para lograr la perfecta simbiosis entre esa correcta política que proponía y las buenas costumbres que ya tenían. Como explica Paz Serrano:

“El proyecto gozó de aceptación entre los indígenas y no fue ajeno a ello la recuperación de esos aludidos aspectos de su tradición económica. Así, la organización comunal económica existía, en parte, en el sistema global tarasco. La educación comunitaria para las niñas en las huataperas pudo trasladarse a esa formación general de doctrina y oficios para los niños en el hospital. La división de oficios según los barrios, que podían recordar a los gremios, se restauró en gran medida al aplicar a cada pueblo de su jurisdicción una artesanía especial, fomentando el intercambio mercantil y la comunicación de sus habitantes. De este modo, el choque cultural y la intrusión de nuevas costumbres como la del matrimonio monógamo, pudo realizarse con más suavidad y menor costo humano”[3].

            Por su parte Eduardo Subirats sostiene –desde una posición más radical y crítica- que la obra de Quiroga destaca sobre todo por su dimensión reformadora y creadora de un nuevo sistema social de supervivencia del indio. Y denuncia, sin embargo, sus insuficiencias o ambigüedades al plantear el obispo “la dulce utopía de una especie de orden mixto: una síntesis de particularidades indigenistas y la universalidad cristiana, bajo una conformación socio-política, la de las reducciones misioneras”. Una síntesis, en su opinión, contradictoria o conflictiva en la que se trataba de conjugar su liberal defensa indigenista y su crítica de la violencia conquistadora (Información en derecho) con una concepción absolutista y teocrática del poder de una Iglesia cristiana universal a título de mater imperii.

El final de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno

            En su legitimación y justificación de la conquista, considera Subirats, Don Vasco llegaba al extremo de negar, a diferencia de la Escuela de Salamanca, cualquier legitimidad de derecho natural a los habitantes de América a su pleno autogobierno. “Sus formas de gobierno, sus leyes, y su propiedad fueron postuladas como malas, injustas, ilegítimas o inexistentes” (De debellandis indis). Con lo cual, concluye el pensador catalán, el pretendido liberal y reformador sostuvo en realidad la utopía de un imperialismo decididamente teocrático[4].           
            Sea como fuere, la utopía cristiano-social quiroguiana tuvo una trascendencia profunda aunque limitada en el tiempo. Según Fernando Ainsa una serie de factores coadyuvaron al paulatino languidecimiento del planteo utópico del período en el que se inscribe su proyecto. La disciplina ascética y el entusiasmo misionero de los primeros tiempos van cediendo a una cierta rutina burocrática, agravada por las divisiones de los propios franciscanos entre pro-indígenas y anti-indígenas. A fines del siglo XVI, es evidente que América no puede ser una esperanzada contraimagen de Europa sin atentar a la esencial unidad del Imperio español. Los mitos, leyendas y utopías que habían ayudado a conformar la primera idea de América como summa del deber ser europeo, deben retroceder ante funcionarios, administradores e inquisidores. Las utopías cristiano-sociales –las de los franciscanos de la primera hora (Zumárraga, Mendieta) y las posteriores de Las Casas, Quiroga y los jesuitas del Paraguay- se irán abandonando frente a la contrarreforma y el dictado de la Santa Inquisición. Un periodo de euforia del imaginario individual y social se cierra sombríamente a fines del siglo XVI[5].

           
El final de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno
Paz Serrano ha señalado con acierto -y coincidiendo en parte con Subirats- cómo su obra representa la relación dialéctica, conflictiva, entre los intereses de la razón utópica y las imposiciones de la razón de estado, lamentablemente no siempre conciliables[6]. Los hospitales-pueblo de Quiroga sólo quedaron, en su opinión, como islas de utopía que, en virtud de disposiciones testamentarias del obispo y el patronato del cabildo eclesiástico, lograron perdurar hasta el siglo XIX. Las leyes de desamortización de 1856 y las de Reforma de 1859, so pretexto de eliminar el poder de la Iglesia y de introducir en el mercado las propiedades fuera del comercio, dieron al traste con las propiedades comunales indígenas, único medio que tenían de subsistencia y defensa frente a los hacendados. Muchos de los indios pasaron a engrosar el peonaje, destruido el último resto de su autonomía. Los pueblos de don Vasco, perdida la protección del cabildo, se extinguieron como tales en 1872[7].

            El gran escritor venezolano Arturo Uslar-Pietri ha sabido ver el valor simbólico y empírico del proyecto utópico de Don Vasco de Quiroga, que hace de él una de las figuras más extraordinarias de todo el período de Colonización y de Conquista, con estas admonitorias y sabias palabras:

“En un gran fresco que está en la ciudad de México, Diego Rivera ha pintado varias escenas de la época colonial. En ese conjunto vemos a hombres y mujeres entregados a la tarea y representando las distintas clases sociales y las varias actividades, y en medio de ellas aparecen dos figuras, una está tocada con un birrete en primer plano, que es la del gran fraile Pedro de Gante, introductor de todo el sistema de educación de indígenas en México, y junto a ella, con una mazorca de maíz en la mano, un anciano que es Vasco de Quiroga, el servidor de la felicidad de los hombres. El impulso que en Vasco de Quiroga llega a una realización extraordinaria en el México de su época, va a seguir marcando el pensamiento hispanoamericano, es decir, va a mantener desde el origen la idea de que el mundo americano debe tener un destino distinto del de Europa, de que no debe imitar los males europeos, que debe construirse sobre una base distinta y más humana, en la que esos errores que ensangrentaron y desgarraron a Europa no se repitan”[8].
           
TOMÁS MORENO




[1]  Fernando Ainsa, De la Edad de Oro a El Dorado, op. cit., p. 156. Desarrolla en este ensayo el 2º periodo de los cinco grandes momentos de la utopía en la historia de la América latina el “proyecto cristiano-social de la colonización”, que continúa al momento que predetermina el descubrimiento y que precede al momento de la Ilustración y a de la Independencia, y continúa con la consolidación de los estados nacionales americanos (influido por el socialismo utópico europeo) y culmina con el momento contemporáneo.
[2] Ibid., p.157.
[3] Paz Serrano Gassent, Introducción, pp. 36-44.
[4] Eduardo Subirats, El continente vacío. La conquista del Nuevo Mundo  y la conciencia moderna, Anaya y Mario Muchnik, Barcelona, 1994, pp. 163-170.
[5] Fernando Ainsa, De la Edad de Oro a El Dorado, op. cit., pp. 158- 159.
[6] Paz Serrano, Introducción, en Vasco de Quiroga, “La Utopia en América”, op. cit., pp. 40-41.
[7] Ibid.
[8] Arturo Uslar-Pietri, Valores Humanos (biografías y evocaciones), II, Edime, Caracas-Madrid, 1968, pp. 98-99.






El final de los hospitales-pueblo. Tomás Moreno


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