Me complace ofreceros en esta nueva entrada de nuestro Hemisferio a
Virgilio Cara, compañero de aventuras poéticas de muy variada índole, amigo
entrañable que deja para todos los lectores del blog una breve semblanza de su
persona y obra poética, y desde la que animo a que accedan a ella para seguir
su carrera literaria y poética que, garantizo, dará ratos de excelente lectura
y subido y excelso entretenimiento.
NOTA BIO-BIBLIOGRÁFICA
Virgilio Cara Valero (Granada, 1964) es licenciado en Filología Española por la Universidad de su
ciudad natal. Actualmente es profesor de Lengua Castellana y Literatura en el
I.E.S “Alhendín” de Granada. Ha ampliado, también, su actividad docente
impartiendo, durante cinco años, los cursos del Aula de la Experiencia de la
Universidad de Sevilla y participando en los ciclos de conferencias que
organiza la Diputación de dicha ciudad, así como en el ciclo de Lecturas
Poéticas de la Cátedra Federico García Lorca de la
Universidad de Granada. Ha dirigido, entre 1999 y 2007 la revista
literaria Los Papeles mojados de Río Seco en cuya colección de
“Libros Perdidos” ha colaborado en la publicación de los tres títulos que,
hasta ahora, han sido editados: Primeros Poemas de Juan Ramón
Jiménez, Siete Romances de Joaquín Romero Murube y Ramoneo de
Ramón Pérez de Ayala. Actualmente coordina la sección de poesía de la revista
en su segunda época.
Ha publicado textos de creación y de crítica literaria en
revistas como Antaria, El Fingidor, Letra Clara o El coloquio de los
Perros y ha editado el libro de aforismos de Juan Varo Mudo
pez en el mar.
Poesía: Los años que pasé fingiendo. Granada, Colección Genil, Diputación provincial, 1998. Premio Genil de
poesía.
No he visto lo que he visto. Epistolario apócrifo. Madrid, Hiperión, 2004. Premio
Internacional de Poesía Antonio Machado en Baeza. Región del desengaño. Sevilla, Edit. Point de Lunettes, 2009. Las Hojas Secas, Plaquette editada por la asociación Diente de Oro, Colección
Vitolas, Granada, 2009.
Selección de poemas recogida en el volumen Granada.
En lo oscuro y en el agua, recopilada por Juan Varo Zafra. Huelva,
Diputación provincial, 2006.
POÉTICA
Por un azar en el que nunca,
ni siquiera en los días más amargos,
esperaste creer,
de entre todos los libros del estante
fuiste a abrir el que Blair le dedicara
a la
Retórica y
al Arte.
(La noche es fría. Nada hay en la casa,
si no es el movimiento de tus manos
sobre el papel, que venga a interferir
en la quietud perfecta).
Página veintitrés, Capítulo Segundo
de la
Primera Parte. Basta
-escribe Blair- para alcanzar
el poema sublime
con despojar las cosas de aquellas dimensiones
a las que las somete el mundo,
urdirlas como idea y acercarlas
a la verdad terrible que el silencio,
la oscuridad completa y el vacío
imprimen para siempre sobre el hombre.
POESÍA
A QUIENES DEJARON DE SER
¿Para qué las palabras? Una imagen
-->
es suficiente. A veces, demasiado.
Se trata de un periódico de España,
de una página par, con dos anuncios
y varios textos. Gris, sin pie de foto,
un grupo de soldados en el centro.
Se llamaban Tomás, Ricardo, Lucas,
Ramón, Antonio, Pedro, pero igual
podían haber sido Martín, Pablo,
Nicolás, Ángel, Rafael, Alberto.
El lugar o la fecha ya no importan.
Con los ojos abiertos, todos miran
fijamente a la cámara. No saben
que han perdido su patria y están
muertos.
(De No he visto lo que he visto.)
EPÍSTOLA MORAL
Salí del mar... y
acabaré en el fuego.
-->
León Felipe.
Casi todo lo que resume al hombre
está en el fuego. Las noches son frías,
el invierno persiste y va mordiendo
los muros de esta casa donde vivo
encerrado. Presumo, algunas tardes,
el ruido de la luz tras el postigo
roto. Los días pasan. No permiten
las lluvias el alivio del paseo
ni el placer moderado del teatro.
Apenas si recibo cartas. Yo
tampoco la escribo. Ni tintero,
ni tinta, ni siquiera plumas tengo,
ni engaños, ni codicias, ni lecturas,
ni deseos.
Mis libros permanecen
dormidos en la sombra de sus cajas
a la espera tal vez de otro verano,
cuando la piel es joven y más ciertos
los puentes sobre el río, más jugosas
las frutas de la calle Saint Denis
y, en Saint Germain, más íntimos los
labios.
Pero el invierno dura y la memoria
en esta endemoniada estancia; marzo
de callejuelas mustias y arrabales
sórdidos.
Ya te he dicho que no salgo,
que consumo las horas ante el fuego
del hogar, que son tercos mis sesenta
y tantos años.
Quedan muy remotos
los caminos y el polvo de una tierra
en llamas, tierra fértil y baldía
al mismo tiempo, oscura encrucijada
de sangre y luces. Quedan demasiado
distantes las posadas donde supe
que no hay verdad sin máscara y que
siempre
es más útil oír la propia voz
negando el horizonte de los gritos.
Y lejos, sobre todo, las ciudades
del sur, edificadas con la música
que en la piedra imprimiera el hombre.
Tú
conoces también Nápoles. Allí
vivimos y bebimos y guardamos
los misterios que el sol nos ofrecía.
o Florencia, o la ruta hasta Bolonia.
¿Recuerdas el momento? La primera
posta en la luna nueva. Eran dos
jóvenes,
dos muchachas de apenas veinte años
prestando a la ventana sus profundos
ojos negros. Después, o quizás antes,
los rostros de Teresia y de Martina,
la mirada de Angélica...
Tras ellas,
los fantasmas del fuego y un paisaje
que la razón ignora.
Si pudiera
dejar estas mentiras ya sin luz,
esta prisión del miedo y regresar,
cuando el otoño cubra con las vides
sus campos, a Burdeos; paso a paso,
al sueño de la casa y al jardín,
al emparrado, al mármol que envejece
sobre la chimenea, al busto sobrio
de Moliere y al estante de nogal
donde dejé los libros.
Sin embargo,
mis ojos están tristes y las brasas
apuran ya el papel. ¡Todo es tan breve
y lleno de trabajos! Las agujas
baten en el reloj su minucioso
ritmo, como la plata que moldea
el orfebre, crepúsculo a crepúsculo.
Por eso, amigo, porque el tiempo es
corto,
disfrutemos del aire que traduce
las cartas en abrazos. Y, tú, vive.
Ríete de la muerte y no la anuncies
nunca, ni la procures, ni la temas.
(De No he visto lo que he visto.)
Guarden
los dioses Manes esta tierra
donde
descansa Viria, fiel esclava
de
Lucio Erenio Mauro, a quien se deben
las
palabras que lees, oh viajero.
Del
laurel las cenizas no bastaron
para
dejarla aquí, ni el sacrificio
del
ganso, cuya sangre y cuyas vísceras
ofrecimos
a Apolo.
Los
hados y la fiebre consumieron
las
rosas en su cuerpo. Nada queda,
tan
sólo sombra y mirtos,
de
Viria entre nosotros.
Si
te hubiera servido y escanciado
cada
noche en tu copa el vino espeso
de
estas vides, también tú, caminante,
llorarías
la ausencia de sus labios.
(De Región del desengaño.)
MOTIVO PARA UN CUADRO
Confiesa Marc Chagall en las Memorias
de su estancia en París
que el azar lo condujo –no recuerda
la fecha o la estación exactas- a
encontrarse
en el Metro, pidiendo unas monedas,
a un viejo violinista de Vitebsk.
Un momento de charla y unos tragos
-continúa el pintor- de vino espeso
los devolvió a los dos aquella noche
a los paisajes fríos de su lejana
Rusia.
Paisajes como aquel, de rojo invierno
que esbozara Chagall para su nuevo
cuadro,
con un sendero estrecho y unos árboles
rodeando la antigua sinagoga.
Allí, donde dejó –según palabras
suyas-
la figura del hombre y no la del
mendigo,
más útil a los otros con su música,
y mucho más hermoso, y más digno.
(Inédito)
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