Me complace nuevamente presentar un interesantísimo y muy apropósito post en la sección de microenesayos, por parte del profesor y colaborador habitual de Ancile Tomás Moreno, aplicable digo, sin duda, a los tiempos de reivindicación, aunque parezca increíble a estas alturas del tiempo que nos toca vivir, de la mujer, cuya altura intelectual indiscutible se verá reflejada en los comentarios sobre estas tres filósofas (a las que personalmente tengo una especial predilección) a través del análisis del libro de Silvie Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos, y que nuestro autor relata tan gratamente como acostumbra.
Silvie Courtine-Denamy |
TRES FILÓSOFAS JUDÍAS
“Los filósofos griegos llamados estoicos decían que hay que amar el destino; que hay que amar todo lo que el destino nos trae, incluso cuando nos trae la desgracia” (Simone Weil, carta a Antonio, citada por S. Pétrement, en Vida de Simone Weil).
Con esta cita de Simone Weil, inicia Silvie Courtine-Denamy su ensayo Tres mujeres en tiempos sombríos[1], uno de los testimonios humanos e histórico-filosóficos más impactantes de la última década. Para recorrer el decenio que Bertolt Brecht, en un famoso poema[2], llamó los tiempos sombríos (1933-1943), la autora escoge, y sigue minuciosamente, los pasos de tres espectadoras de excepción de los mismos; tres mujeres, judías y filósofas coetáneas, comprometidas existencial y espiritualmente con su época: Edith Stein (1891- 1942), alemana de Breslau (Silesia) discípula de Husserl, autora de La ciencia de la cruz; Simone Weil (1909-1943), francesa, alumna de Alain, autora de La gravedad y la gracia y Hannah Arendt (1906-1975), nacida en Hannover, alumna de Heidegger y de Jaspers, autora de Los orígenes del totalitarismo.
En su obra -dividida en tres partes, más un prólogo y un epílogo- Silvie Courtine-Denamy sigue año a año, el hilo del encadenamiento de los sucesos políticos que llevaran a Europa al desastre, lo que le permite establecer un contraste esclarecedor entre los pensamientos, las reacciones y las tomas de postura que en cada una de estas mujeres provocaron esos trágicos eventos.
Los acontecimientos que enmarcan ese decenio oscuro y ominoso (1933-1943), ese tiempo de barbarie y deshonor -de promesas escarnecidas, tratados pisoteados y brutal inhumanidad- estarían sumariamente representados, entre otros, por: el ascenso del antisemitismo y del nazi-fascismo, la promulgación de las leyes de Nuremberg, la persecución de los judíos -en un contexto de recesión económica que desgarraba a Europa. Luego se sucederían: la guerra civil española, el Pacto de Munich, la anexión de Checoslovaquia y de Austria por Alemania, la caída de la mayor parte de Europa en poder de los ejércitos del Tercer Reich, la decisión de Hitler de puesta a punto de la Solución Final -los Lager y las cámaras de gas serán los instrumentos utilizados para llevarla a cabo-, para culminar el aciago decenio con el desembarco de los Aliados en el norte de África y la toma del sur de Italia.
En la primera Parte (Los Años de Formación) examina la infancia y el contexto familiar, sus respectivos estudios, así como la relación que establecen con sus maestros, con su feminidad y con su condición judía. Las tres son de origen judío “en una época -escribe Silvie Courtine-Denamy- en que el simple hecho de nacer judío transformaba una vida en destino”: Edith Stein pertenecía a una familia de judíos practicantes, Simone Weil a una familia judía agnóstica, Hannah Arendt a una familia judía muy asimilada.
Edith Stein |
En su juventud, las tres se sienten muy atraídas por la teología. Dos de ellas, Edith Stein y Simone Weil -tras un proceso de emocionante e irrefrenable conversión religiosa- querrán abrazar el catolicismo. Solo una dará el paso definitivo. En 1933, Edith Stein entra en el Carmelo sin por ello renegar de sus raíces judías“¿Acaso el Nuevo Testamento no es una rama injertada en el Antiguo? ¿Se puede hablar entonces de “conversión”?, se pregunta la autora. Simone Weil, por el contrario, rechaza esta filiación: el Antiguo Testamento y YHVH, ese Dios “de los ejércitos”, todopoderoso y sin bondad, son obstáculos para su adhesión total a la Iglesia romana, que, en su opinión, solo es católica -universal- de nombre. Durante mucho tiempo permanecerá en el umbral de la Iglesia, a la espera, sin, hasta donde podemos saber, dar el paso del bautizo. Para Hannah Arendt la adhesión a su identidad judía le parece tan obvia y evidente como su propia feminidad, no las cuestionará.
Las tres son filósofas, en una época en la que una mujer filósofa estaba lejos de ser habitual y harán su elección desde muy jóvenes. Las tres serán reconocidas por sus maestros, unos ilustres rebeldes -Husserl, Heidegger, Alain- a los que sin embargo se atreverán a criticar, e intentarán superar. Las tres verán interrumpida su carrera en la enseñanza por la llegada de Hitler al poder, aunque solo una, Edith Stein, no alcanzará la cátedra de instituto por el hecho de pertenecer al sexo femenino: ¿será por esta razón que será la única que milite en la causa feminista, aunque hoy en día sus posiciones nos parezcan algo conservadoras? Solo una de ellas, Simone Weil, detestó su condición femenina, rechazando esta circunstancia lo mismo que rechazaba el judaísmo.
Simone Weil |
La Segunda Parte (¿Qué Compromisos con el Mundo?, 1933-1939) se centra en sus distintos itinerarios vitales, opciones políticas y responsabilidades sociales: envueltas en los grandes dramas políticos y morales de su tiempo, se esfuerzan en reflexionar sobre los acontecimientos que viven: el fascismo, el imperialismo, el antisemitismo, el totalitarismo, ilustrando así la fórmula de Hannah Arendt según la cual “somos lo que vivimos”[3]. ¿Qué lectura de lo real nos proponen desde sus experiencias vitales y desde sus escritos? Dos de ellas, Simone Weil y Hanna Arendt, querrán rendir testimonio de esos tiempos sombríos, como “espectadoras comprometidas”, encargándose de la crónica de la guerra en periódicos y revistas, pero también participando en la acción, incluso en los combates.
¿Qué pensaron de la relación entre la política y la religión? Ya en 1933, Edith Stein se dirige al Papa y le ruega que promulgue una encíclica dedicada a su pueblo judío acosado, perseguido y masacrado, sobre el que una nueva maldición está a punto de abatirse. Hannah Arendt, de entrada, escoge responderle a Hitler en términos de lucha comprometiéndose con la causa sionista: el antisemitismo provoca su despertar a la historia y a la política. Por su parte, Simone Weil siempre se negará a reconocer el carácter inédito del antisemitismo o del racismo nazi, en el que solo ve el último avatar de la idea de la raza elegida.
Hannah Arendt |
De los dos pilares del infierno totalitario -el antisemitismo y el imperialismo-, que Hanna Arendt resaltará, Simone Weil solo percibe el segundo, dedicándole toda su atención a la cuestión colonial así como a la opresión de la clase obrera. Sin embargo, identificará antes que Hanna Arendt el fracaso del partido comunista, la identidad de nucleares tesis fascistas y comunistas tanto en el terreno político como en el terreno social[4]. Hasta la entrada de Hitler en Praga, será pacifista; compara la política hitleriana con la política imperialista romana y teme que Francia se convierta en una colonia del Reich. Las dos recurrirán al paradigma de la guerra de Troya para alertar sobre una guerra cuyo único objetivo sería la destrucción de una parte del mundo. Pero mientras que para Simone Weil el ascenso del totalitarismo es consecuencia del declive de la religión, Hanna Arendt se esfuerza por discernir la especifidad de las ideologías totalitarias, en las que no ve tanto un sustituto de dios como una nueva tiranía, negándose a confundir autoridad y violencia.
Para concluir, en la Tercera Parte (El Exilio, 1940-1943), con la experiencia del desarraigo y el exilio. Las tres, efectivamente, conocerán y sufrirán el exilio, Hannah Arendt, primero en Francia, entre 1933 y 1941, luego en Estados Unidos, donde se nacionaliza en 1951. Simone Weil viajará hasta Marsella, zona libre, luego a Estados Unidos y, los meses que precedieron a su muerte, los pasará en Londres donde se dejó morir de hambre en el sanatorio de Ashford, el 30 de julio de 1943. Edith Stein se refugiará en Holanda, antes de ser deportada con su hermana Rosa a Auschwitz-Birkenau, donde morirán en la cámara de gas el 9 de agosto de 1942.
Abocadas, pues, al exilio, las tres se verán obligadas no solamente a tratar de “comprender” una realidad monstruosa, sino también a intentar vivir y luchar contra ella. Sus destinos se cruzan, incluso si no siempre las encontramos a las tres en el mismo momento. Sus obras son indisociables de los trágicos acontecimientos que se suceden entre las dos guerras mundiales. Revoluciones, fascismo, imperialismo, democracia, totalitarismo, antisemitismo, tal es el terreno abonado en el que se alimenta la reflexión apasionada de Simone Weil y de Hanna Arendt; mientras Edith Stein prosigue su meditación sobre San Juan de la Cruz sin por ello dejar de percibir, desde su recóndito monasterio, los ecos de la tormenta.
La autora del ensayo las sigue entre 1933 y 1934. Ninguna de las tres nos dejará indiferentes: Edith Stein, comprometida en la lucha por los derechos de las mujeres, que tras su conversión, entró en el Carmelo y pereció en Auschwitz-Birkenau en 1942 siendo canonizada por Juan Pablo II en Roma el 11 de octubre de 1998; Simone Weil, entregada a los oprimidos hasta el final, a través de la experiencia de la fábrica, de las trincheras de la guerra en España, de su enfrentamiento con las injusticias sociales y políticas, se dejará morir de hambre -como señalábamos- en solidaridad con sus compatriotas sometidos a similar hambruna, negándose -según afirmara Michel Narcy- a que su destino fuese distinto del de su ciudad y del de sus conciudadanos. Hannah Arendt, que abandonó la filosofía académica para centrarse en el pensamiento político tras tener que abandonar su país con la llegada de Hitler al poder, continuará su lucha antinazi y antitotalitaria denunciando la banalidad del mal e investigando las causas de la Shoah. Las tres nos resultan cautivadoras y nos conmueven por su voluntad feroz de comprender un mundo desquiciado, por tratar de reconciliarse con él, de amarlo a pesar de todo. Así encarnada, su reflexión política se aparece como un modo de amor fati y de amor mundi (de amor al destino y amor al mundo)[5].
En el epílogo (¿Tres justas?)[6], la autora analiza la actitud de las tres mujeres ante la tragedia a la que se está sometiendo a su pueblo. Simone Weil es, de las tres, la que se muestra más alejada de su propia condición judía, cuando afirmaba no tener ningún vínculo con la tradición judía y rechazaba incluso cualquier pertenencia a un pueblo, a una colectividad. Silvie Courtine-Denamy se pregunta si Simone Weil tan sensible al sufrimiento del prójimo, que estaba siempre atenta a cualquier desamparo humano -tanto Simone de Beauvoir como Raymond Aron recuerdan su profunda conmoción al enterarse de una hambruna en China- se mostrara, si no falta de piedad, sí al menos de esa thoughtfulness (sentimiento de cuidado por el “otro”), como le objetará Maritain, al no percibir esa humanidad desnuda a la que habían quedado reducidos los judíos por la guerra y al manifestarse obstinadamente crítica respecto al monoteísmo judío y rechazar cualquier vínculo de pertenencia a su pueblo.
Y todo ello, precisamente, en el momento en que ya era posible tener noticias de la persecución antijudía y del proyecto nazi de exterminio. ¿Ignoraba Simone la existencia de los campos de concentración alemanes, la del campo de Drancy, el destino de los trenes que partían hacia el Este?, se pregunta la autora de la obra[7]. ¿Cómo explicar la falta de atención de Simone con el pueblo judío? ¿Nada sabía de la “desgracia” de los judíos cuando escribía en 1942 textos como éste: “Lo único que necesitan los desdichados en este mundo son hombres capaces de prestarles atención; (…) algo extraordinario, muy difícil, casi un milagro, es un milagro”[8], como para no gratificarlos con ese “milagro” que es la “mirada”, la “atención” que se merecerían. Es tanto más extraño el hecho de su aparente impasibilidad, cuanto que es precisamente esa ausencia de calidad, esa desnudez, ese anonimato lo que ella reivindica como el único móvil puro susceptible de despertar la compasión[9] y, sobre todo, cuando demostró sentir una espontánea y heroica empatía por todas las clases oprimidas (obreros industriales y campesinos) y por todos los pueblos sometidos o colonizados -y hasta tal punto que el doctor Bercher llegó a decir que, si se hubiera quedado en América, “se hubiera hecho negra”[10].
El caso de Edith Stein es significativamente diferente, a pesar de su abandono de la fe judía por su conversión al catolicismo. Ella sí supo dar pruebas explícitas de su Einfühlung para con su pueblo, sentimiento que escogió no solo como tema de su tesis sino que mostró expresamente cuando, poco antes de morir en Auschwitz, dijo al padre Hirschmann: “No sabe lo que significa para mí ser hija del pueblo elegido, pertenecer a Cristo no solo en espíritu sino también por la sangre”[11], o cuando, el día que la arrestaron, tomando a mano de su hermana Rosa, salió de su convento exhortándola con estas palabras: “Ven, vamos por nuestro pueblo”[12], haciendo suya las palabras de Pablo: “Hebraei sunt, et ego”.
En lo referente a Hanna Arendt, su carencia de fe judía no fue óbice tampoco para actuar solidariamente con su pueblo[13]. Poco antes de su muerte, contó en la radio francesa que un día, en su infancia, afirmó ante el rabino de su comunidad, en mitad de una clase: “Sepa que he perdido la fe”. A lo que el rabino, que era un sabio, le replicó: “¿Pero quién le ha pedido que tenga fe?”. Y es que -como Emmanuel Levinas señalase- “lo importante no es la fe, es el hacer”. El rabino, recordando el Salmo (35, 10) -“¿Con qué creemos? ¡Con todo el cuerpo! Con todos nuestros huesos”- hubiese podido decirle con toda razón a la agnóstica joven: “Hacer el bien es el acto mismo de creer”[14]. Y no cabe duda de que -con independencia de sus propias circunstancias, de sus creencias, prejuicios, ideologías y personalidades- las tres “hicieron mucho bien”.
A estas tres mujeres y pensadoras admirables dedicaremos sendas semblanzas en los próximos microensayos.
Tomás Moreno
[1] Silvie Courtine-Denamy, Tres mujeres en tiempos sombríos. Edith Stein, Simone Weil, Hannah Arendt o ‘Amor fati amor mundi’ , Edaf, Madrid, 2003. La autora es investigadora asociada del Centre des Religions du Livre, ha traducido al francés gran parte de la obra de Hannah Arendt, a la que también ha dedicado una biografía. Su obra La maison de Jacob ganó el Premio Benveniste en 2002.
[3] El 10 de marzo de 1975 escribe Hannah Arendt a su amiga Mary McCarthy esta frase: “Siempre he pensado que somos lo que vivimos”. Cfr. H. Arendt, M. McCarthy, Entre amigas: correspondencia entre Hannah Arendt y Mary McCarthy, Lumen, Barcelona, 1998, p. 437.
[4] El fascismo y el comunismo le parecen “dos concepciones políticas y sociales casi idénticas”, que se caracterizan por el dominio del estado sobre las formas de vida individual, la militarización a ultranza, el sistema de partido gubernamental único, el vasallaje: “no hay dos naciones cuya estructura sea tan parecida como Alemania y Rusia” (OC II, EHP, vol 3, Ne recommencon pas la guerre de Troie, abril de 1937, p. 55)
[7] Es cierto que poco después de las primeras deportaciones llevadas a cabo el 28 de marzo de 1942, ella se embarcaría rumbo a Estados Unidos, donde vivirá hasta noviembre, fecha de su partida para Londres. ¿No se sabía en Nueva York y en Londres que se gaseaba a los judíos? Silvie Courtine-Denamy nos recuerda que ya el cinco de diciembre de 1941, el New York Times publicaba unos artículos del Daily Telegraph, fechados el 25 y el 30 de junio, en los que se hablaba del “exterminio de más de setecientos mil polacos mediante la utilización de gases tóxicos”, y que el 21 de julio, tuvo lugar un gran acto de protesta en el Madison Square Garden. Poco después, en agosto y septiembre, llegarán nuevos testimonios como el de Thomas Mann, exiliado en Suiza, quien habló, en un programa transmitido por la BBC desde Londres (“Los franceses hablan a los franceses”), del exterminio total de la comunidad judía europea, de miles de personas gaseadas cerca de Varsovia.
[9] “Cristo ha señalado quién es el prójimo al que debemos amar. Es ese cuerpo desnudo, ensangrentado y desmayado que se descubre tirado en la carretera. Lo primero que debemos amar es el infortunio, la desdicha del hombre, la desdicha de Dios” Pensamientos desordenados, Trotta, Madrid, 1995, p. 83.
[13] También Hannah Arendt fue injustamente acusada -como la propia Simone Weil- por el pensador judío G. Scholem, con ocasión del proceso de Eichmann y de su reportaje desde Jerusalén, de falta de Herzenstakt, de delicadeza de alma y de misericordia. Scholem le reprochó una doble frialdad: hacia sí misma -olvidar que era judía- y hacia su pueblo -olvidar el sufrimiento padecido por el pueblo judío (Cfr. la carta de G. Scholem del 23/671963, en H. Arendt, Ebraísmo e modernitá, Milán, 1986 pp. 215-221 y Laura Boella, Pensar con el corazón. Hannah Arendt, Simone Weil, Edith Stein, María Zambrano, Narcea, Madrid, 2010, pp.84-85).
Excelente. Gracias, Francisco. Lo comparto en las redes sociales. Un abrazo.
ResponderEliminarLabor de difusión muy necesaria de estos personajes femeninos de tanta altura intelectual. Ya estoy deseando ver los siguientes trabajos personalizados de cada una de estas extraordinarias mujeres.
ResponderEliminarLabor digna de encomio. Es seguro que habrá muchas mujeres que no conozcan estos nombres excepcionales. A través de esta y otras publicaciones se ofrece la oportunidad de acceder a ellas de forma amena y muy bien informada.
ResponderEliminarMujeres ejemplares y valientes en tiempos difíciles. Este microensayo es un lujo. Gracias a Tomás Moreno por llevarlo a cabo y a ti, Francisco, por ponerlo a nuestro alcance. Me gustaría llevarlo a Arte Fénix, si me das permiso.
ResponderEliminarUn beso.
Especialmente difícil época las que les tocó, lo que se suma a la general discriminación de género a lo largo del patriarcado. Muy buen trabajo. No las conocía al detalle, y agradezco mucho esta ventana para un conocimiento más profundo, al que me dedicaré en un cercano futuro. Aunque en condiciones sociopolíticas diferentes, no pude dejar de extrapolar el problema de génros en la literatura a mi país de origen, y me vinieron a la memoria figuras como Gertrudis Gómez de Avellaneda, en la colonia, y después de Dulce María Loynaz y del Castillo(Uno de los escasísimos premios Cervantes a mujeres)...y de la nonagenaria gran poeta Carilda Oliver Labra; que si en una islita pequeñísima en el Caribe tengo tales ejemplos, cuántos no habrán en el mundo. Muchas gracias, amigo, por traer un trabajo tan bueno. Abrazos.
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