LOS INDISCERNIBLES EN
MATEMÁTICAS Y POESÍA
Es sabido que las leyes que rigen
para el dominio de lo limitado, de lo discreto, son inaplicables para el ámbito
de lo infinito. En poesía (Leibniz ya lo advertía también matemáticas) se
intuye que las representaciones de lo real y los infinitos inmarcesibles se
encuentran en una suerte de heterogénea contingencia, en la que se mezclan en
diversas variables aquello que puede ser posible. No deja de traerme a la
memoria esta reflexión la enigmática realidad cuántica, en donde lo potencial
puede hacerse real en virtud del colapso producido por la observación del
fenómeno cuántico en cuestión.
Si
la lógica matemática[1]
acercó bastante la idea del infinito a la actual matemática –y científica-, se
vio, no obstante, obligada a tener que aceptar un trasfondo de totalidad más
basado en la creencia que en la propia demostración lógico matemática, y menos
aún científica. La poesía se mueve con más gracilidad en este ámbito, sobre
todo porque los principios lógico gramaticales y sintácticos de su discurso
resultan más abiertos a las potencias de lo irracional de la conciencia. Los
indiscernibles propios de la infinitud en poesía, -a diferencia que la
matemática- contrastan con las interrelaciones de la conciencia y el mundo
circundante, pues no necesitan ser rigurosamente identificadas, lo que implica que
la conciencia misma, no necesita de una identidad -simbólica- reductible en
poesía. Esta liberación del axioma de reductibilidad del discurso poético es lo
que hace del mismo, flexible y hermosamente conexo con el mundo.
El
ámbito de las paradojas del lenguaje poético es, sin embargo, el que le conecta
mejor y más ampliamente con el entorno universal con el que superar la
desconfianza precisamente en esta paradojas o antinomias aparentes. La
simbología juega un papel primordial en poesía, en tanto que se manifiesta
abierta, a diferencia del simbolismo lógico matemático -sin significado-,
estrictamente dirigida (en su incompletitud)[2]
a descripciones determinadas con significados profundos, dinámicos, interactivos e integradores.
La
idea poética tiene la singular característica de ser, en ese flujo o continuo
simbólico en el que se diluye, ese algo que es aun cuando nadie lo tenga
conscientemente en consideración; su objetivadad -especial- radica en que su
determinación no debería estar
vinculada rigurosamente a un determinado objeto.
El símbolo en poesía adquiere un carácter muy particular en tanto que vive y
aspira en su ambigüedad esencial a un reconocimiento integral de la conciencia
y del mundo. Sin embargo, la totalidad a la que aspira el símbolo –poético- no
es incompatible con la diversidad del mundo, sobre la que mucho tienen que decir
los matemáticos, pero sobre todo los poetas, si es que estos dirigen sus
proposiciones lógicas o ilógicas –irracionales- a las cuestiones que atañen muy
directamente a la existencia, mas sin renunciar a la evocación del signo
(lingüístico y sobre todo poético) y del símbolo como arquetipo de significado,
a diferencia de la reductibilidad del mismo en matemáticas.
El
infinito es parte indiscernible del ser de la poesía en tanto que la palabra
poética es evocadora de un espíritu (símbolo) que aparece siempre.[3]
Por eso la palabra poética puede pasar por ser la no palabra, si es que en verdad es revelación y ocultación de lo
invisible y se mantiene al abrigo de las contradicciones lógicas.
La
poesía, en fin, convive en el continuo que trasciende las nociones de tiempo y
espacio, si en verdad estos no son sino representaciones que quieren
identificarse con los intervalos discretos que ofrece la naturaleza del mundo.
En esta identificación del espacio temporal tiene mucho que decir el número
métrico, arraigado desde el pensamiento más primitivo a la idea misma de
tiempo.
A
diferencia del signo matemático, el poético, en modo alguno pretende ser
neutral en relación a los objetos designados, así el símbolo poético siempre es
evocador en virtud de sus analogías, metáforas u otras vías retórico epistemológicas,
en un sentido estrictamente poético, siempre arraigadas a las distintas y
diversas manifestaciones de la totalidad, y es que de la diversa proporción de
las cosas es de donde la poesía deduce que está la marca del infinito. Seguiremos
abundando sobre estas y otras cuestiones en próximas entradas del blog Ancile.
Francisco Acuyo
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