MITIFICACIÓN DE UN FALÓCRATA TRÁGICO
Solamente tras su muerte la figura de Weininger alcanzó incuestionable relevancia, logrando casi de manera inminente su fama póstuma. Su ensayo se extendió por toda Europa, se convirtió en envidiado libro de culto y su autor en leyenda. Las tesis del falócrata trágico dieron la vuelta al mundo a la velocidad del viento, calentaron las cabezas de los escritores e intelectuales y fueron repetidas, adornadas, y transmitidas con entusiasmo al público en general. Elias Canetti , nacido en 1905, cuenta en sus memorias que incluso veinte años después del suicidio de Weininger, en la mayoría de los cafés de Viena se discutía afanosamente su tratado antifemenino y antijudío. Sus afirmaciones seudocientíficas estaban en boca de todos. Su manifiesto, apenas atendido en el momento de aparecer, halló súbitamente poco después la mayor difusión. Mientras, por ejemplo, tuvieron que pasar diez años hasta que se vendieran los 600 ejemplares de la primera edición de La interpretación de los sueños de Sigmund Freud aparecido en 1900 - el libro que había atravesado los muros hacia el descubrimiento de la psique humana-, el catecismo filosófico de Weininger iba ya en 1909 por la undécima edición.
En su ya citado ensayo El caso Weininger (1982), el germanista Jacques Le Rider rastrea con ejemplar minuciosidad la obra y la historia del impacto del filósofo vienés. Ve en el libro de Otto Weininger un “documento diagnóstico de la crisis cultural del cambio de siglo”. En su opinión, en ocasiones y para eludir sus contradicciones internas, la sociedad huye hacia sistemas metafísicos,
hacia fantasías omnipotentes seudorreligiosas y hacia los delirios de una nueva doctrina salvadora y un nuevo orden mundial. Éste sería el caso Weininger, que ofrece similitudes con otro caso patológico coetáneo, analizado por Freud, el famoso caso Schreber. Sin embargo, el diagnóstico de Freud es únicamente –si es que es acertado- un primer paso en el camino hacia la comprensión del fenómeno Weininger. Jacques Le Rider sentencia por ello que quizá se podría desvelar, desde ambos casos, la patología de todo un siglo.
En Weininger topamos, pues, con el resumen de los demonios de su época. Sexo y carácter contenía, en efecto, una peculiar Weltanschauung de la que todo el mundo, podía servirse a voluntad. Sin duda, su suicidio mitificó al joven filósofo y sus admiradores confundieron su acto de desesperación con una fortaleza heroica, que no era sino temor y debilidad. La fascinación que Otto Weininger ejerció sobre su generación y las amplias repercusiones que acompañaron su teoría y obra son apenas comprensibles, a pesar de todos los intentos de explicación diagnóstica. En cualquier caso, la lista de ilustres adoradores y admiradores es larga.
Así, su coetáneo más radicalmente misógino, el escritor y dramaturgo sueco August Strindberg, hizo de su libro una entusiasta reseña, en la que consideraba que “probablemente con ella había resuelto el más difícil de los problemas, el problema de la mujer” y vio en él una nueva “fuente de luz” honrando “su memoria como la de un bravo luchador masculino”. Ostwald Spengler señaló, por su parte, en La Decadencia de Occidente, que su dualismo moral representaba una concepción puramente mágica, y su muerte, en una lucha del alma (de tipo mágico) entre el bien y el mal, constituía “uno de los más sublimes instantes de la religiosidad posterior” ; para terminar afirmando que el de Weininger “es el único ensayo serio de resucitar a Kant dentro de ésta época, poniéndolo en relación con Wagner e Ibsen” . También tanto el pintor Alfred Kubin y como el poeta Fritz von Herzmanofsky-Orlando devoraron a este martillo de judíos de origen vienés, llegando a encumbrarlo de manera exagerada e hiperbólica.
En lo que se refiere a la influencia de las ideas de Weininger en el nacionalsocialismo mucho se ha escrito. No hay que olvidar que, concretamente, el capítulo XIII de su obra titulado El judaísmo, rezuma un odio indisimulado hacia el judío y todo lo inficionado de judaísmo y una admiración sin límites hacia el prototipo ario de humanidad. A pesar de que el propio Weininger quiso mantener distancias respecto a cualquier tipo de persecución contra los judíos , confesando, por ejemplo, que no entendía el judaísmo como una nación, raza, escritura o credo religioso legalmente reconocido (SYC, p.302), sino como una especie de entidad ideal que tenía como referente al hombre en general -“en cuanto participa de la idea platónica del judaísmo”. Esto es: como “una de dirección del espíritu, como una constitución psíquica posible a todos los hombres, que en el judaísmo histórico ha encontrado su realización más grandiosa” (SYC, p. 300)-, no cabe duda de que su obra y sus doctrinas ayudaron a acumular la yesca racista que treinta años más tarde hicieron arder los nazis.
Como ha visto Eva Figes, sólo con la verborrea de la que hace gala a lo largo y ancho de ese capítulo (y de su obra en general), el suicida Otto Weininger, se aseguraba un lugar indiscutible entre quienes prepararon el camino al nacionalsocialismo . Recordemos, además, que uno sus más fieles epígonos, el escritor judío Arthur Trebitsch, ya anticipaba, siguiendo su estela, y antes de la entrada en escena del nazismo, muchas de las patrañas nazis sobre los judíos y la superioridad de los arios . La resonancia de la obra de Weininger, a pesar de su ascendencia judía, no podía escapar a la atención de Adolf Hitler, que también se inoculó, entre 1907 y 1913 en Viena -una de las cunas del antisemitismo político y suelo nutricio de los genocidas nacionalsocialistas- del morbo antisemita .
En efecto, Weininger ejerció, indirectamente, una influencia de graves consecuencias sobre Hitler. Durante sus “años de aprendizaje y sufrimiento en Viena” el aspirante a pintor, la mayoría de las veces falto de recursos, era un afanoso lector de la furibunda revista antisemita Ostara, editada por un grotesco epígono de Weininger, Georg Lanz von Liebenfels . En ella se embebería de las delirantes
doctrinas racistas que Liebensfels había empezado a publicar a partir de 1905; fue sin duda el más tenebroso de los maestros de Hitler . Riedl recuerda cómo Hitler escribiría al respecto años más tarde: “En esta época me hice una imagen del mundo y una cosmovisión que se convirtió en granítico fundamento de mi presente actuación. […] “Vine a Viena con diecisiete años”, confesó en un discurso, “y salí de Viena como un absoluto antisemita”. Por eso no es de extrañar que en los largos monólogos en el cuartel general del Führer en Wolfsschanze, Hitler contara una noche que su paternal amigo de Munich, Dietrich Eckart, le había asegurado en una ocasión que sólo había “un judío decente […] Otto Weininger, que se quitó la vida cuando se dio cuenta de que el judío vive de la descomposición de otras nacionalidades” .
Eva Figes, al analizar la relación entre racismo y antifeminismo en la obra de Weininger, nos advierte acerca de los peligros que encierra la pretensión de juzgar a las personas en función de su físico ya, se trate del sexo o del color de piel, y aunque explícitamente señale que Otto Weininger se mantuvo a distancia de la idea de cualquier discriminación efectiva respectiva a judíos o a mujeres , considera que este tipo de actitud “diferenciadora” comporta un evidente riesgo para los seres humanos percibidos como “otros”:
“Existe un encadenamiento lógico entre decir que las mujeres son “diferentes” (queriendo en realidad decir inferiores) de los hombres, o que los judíos o los negros son distintos de los blancos caucasianos, y tratarlos efectivamente como distintos. Pues acto seguido resultará posible negar a seres tan inferiores los derechos humanos primordiales, lo mismo que el hombre niega el alma de la mujer. Y la conclusión implícita es que esos seres inferiores no son en absoluto humanos. El Tercer Reich surgió de determinada situación político-económica, pero sus políticos y sus propagadores encontraron sin duda alguna su justificación en una jerga filosófica muy familiar al pueblo alemán. Y era un gobierno no sólo fuertemente antisemita, sino además muy antifeminista”.
La historia de Alemania del siglo XX no sólo nos muestra los peligros de ideas y doctrinas que fomenten hostilidad hacia determinados grupos humanos en función de su raza, color, sexo o cualquier otro tipo de diferencias, reales o inventadas, sino que evidencia también que para salvaguardar la esencial dignidad de todos/as se deberá tratar a la diversidad de grupos humanos y gentes como si fuéramos fundamentalmente iguales, e ignorar esas diferencias. En ese periodo se llegaron a elaborar teorías sobre la diferente naturaleza de la mujer y del varón y asimilando al judío y a la mujer, como si se trataran, indistintamente, de un de un ser afeminado o de un “no-hombre”. Le Rider recuerda al respecto cómo en la jerga vienesa de la época el clítoris femenino era significativamente denominado con el vocablo “der Jud” (“el judío”).
Los mismos fanáticos racistas que más tarde dedicarían tantos esfuerzos científicos a medir calaveras de judíos asesinados estaban ya, por entonces, especializándose en ensayos de la comprobación de que la mujer tenía también el cráneo y el cerebro más pequeños que el varón. Eva Figes concluye así su denuncia:
Otto Weininger, la última flor de esta dinastía filosófica del pensamiento, que escribió prolijamente sobre la impureza de la mujer y la feminidad de los judíos, indicaba que sólo había dos sistemas morales entre los que elegir: el “socialismo ético” de Bentham y Mill, y el “individualismo ético tal como es enseñado por el cristianismo y el idealismo alemán”. Y cuando nos ponemos a examinar este último encontramos que la romántica senda del bosque de Parsifal conduce, teniendo en cuenta las manos que la construyan, a la cámara de gas” .
María José Villaverde coincide en el diagnóstico con Eva Figes, al concluir su aludido artículo con estas palabras: “Su muerte –disparándose un tiro en el corazón y no en el cerebro- simboliza la derrota de la razón frente al sentimiento, pero también el fracaso de una generación que había perdido la fe en los valores ilustrados –razón, derechos del individuo, cosmopolitismo- y que no encontró más alternativa que la irracionalidad, el nacionalismo y el racismo que la encaminaron hacia el horror del nazismo” .
TOMÁS MORENO
[1] Elias Canetti, La antorcha
al oído, Muchnik editores, Barcelona, 1982, p. 124.
[1]Jacques Le Rider, Le cas Otto Weininger. Racines de l’antiféminisme et l’antisémitisme,
PUF, Perspectives critiques, París, 1982.
[1] Ostwald Spengler, La
Decadencia de Occidente. Bosquejo de una morfología de la historia universal.
II, Espasa Calpe, Madrid, 1976, p.
376.
[1] Ibid, I, p. 467.
[1] “Deseo recalcar”, escribe en SYC (capítulo XIII, p. 308) “aunque
debería darse por sobreentendido, que, a pesar de la escasa estima que tengo por
los judíos genuinos, no pasa por mi mente justificar con las presentes y
futuras observaciones ninguna persecución teórica o práctica contra los
semitas. Hablo del judaísmo como idea platónica –no existe un judío absoluto,
como no existe un absoluto cristiano-, no hablo de los judíos como individuos,
ya que me dolería profundamente ofender a muchos de ellos, y sería, por otra
parte, injusto aplicar los conceptos expresados a algunos de sus miembros”.
[1]Actitudes patriarcales:
las mujeres en la sociedad, op. cit., pp 141.
[1] Trebisch, de ascendencia judía, estaba tan
orgulloso de su aspecto “ario” que retaba a duelo a todo el que lo calificaba
de judío y ofrecía a los etnólogos la posibilidad de medir su cráneo. Buscó la
compañía de los espadones agitadores de sables Erich von Ludendorff y Ernst von
Salomón, en unión de los cuales quería salvar al mundo del peligro semita.
(citado en Joachim Riedl, Viena infame y
genial, op. cit., pp. 101-102).
[1] Joachim Riedls, op. cit. p. 131,
[1] Georg Lanz von Liebenfels (1872-1954) religioso y ocultista,
educado en una familia fuertemente católica, su verdadero nombre era Adolf
Joseph Lanz. Antiguo monje en la abadía cisterciense de Heiligenkreutz en 1893,
exclaustrado por un vergonzoso “amor carnal” (1899) predicó una doctrina de
pureza racial curiosamente seudorreligiosa,
en la que se dividía a la Humanidad en “ariohéroes” y “cándalos” (o
“chandalas”, denominación despreciativa para el grupo más inferior de la
sociedad hindú, situado fuera del sistema de castas) también denominados
“simios” o sátiros”, enredados entre sí en una lucha decisiva. Tras el juicio
final “de los rubios sobre los simios”, la implacable lucha terminará con la
liquidación de los “cándalos”. Fundó una Orden ariocristiana inspirada en los
templarios, a la que llamó Ordo Novo Templi. Su revista Ostara (entre 1905 y 1918), órgano de expresión de su esotérica
religión racista y antisemita, fascinó a Hitler y captó lectores en todos los
estratos sociales. Citado en J. Rield p. 153; vid. también Rosa Sala Rose, op. cit. p 455.
[1] J. Riedl, op. cit., p. 104. El escrito programático esencial de Georg Lanz von Liebenfels, un amplio
tratado con el nombre de “Teozoología”, se lee como una copia de la doctrina de
Weininger liberada de los últimos anclajes lógicos
[1] Para el conocimiento del clima
antisemita de la Viena de Weininger ver el capítulo El maestro de Hitler
del libro de Joachim Riedls, (op. cit., pp. 129-155).
[1] Según Eva Figes, Weininger suponía que la obtención de los derechos civiles por parte de la mujer no
iba a cambiar en nada la situación social real, porque su inferioridad innata
le impediría hacer un uso constructivo de la igualdad social.
[1] Actitudes patriarcales: las
mujeres en la sociedad, op. cit., pp. 142-143.
[1] Ibíd, p. 129..
[1] Maria José Villaverde, ‘Sexo y carácter’ (en el centenario de
Weininger), op. cit. El énfasis en
cursiva es nuestro.
[1] “Otto Weininger o la
imposibilidad de ser”, Prólogo a la edición española de Sexo y carácter. cit, p. 6.
[1] Joachim Riedl, Viena infame y genial, op. cit. p. 102. Sobre
esta temática véase al repecto B. Dijkstra, Ídolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de
siglo, op. cit., Debate, Madrid, 1994, pp. 35-36: “Las mujeres diabólicas
con la luz del infierno destelleando en sus ojos acechaban a los hombres por
todas partes en el arte de finales del XIX”. El arte y la literatura de la Europa finisecular abundaba, pues, en
representaciones femeninas de sirenas, esfinges, seres salvajes, Venus
bestiales, medusas aterradoras y vampiros, chupadoras de sangre del varón que
se aferraban a los hombres y los arrastraban hacia abajo. Este tipo de
representaciones sobre la Mujer, se convirtieron en uno de los motivos más
reiterados en el arte de la década de 1890. Véase también: Pilar Pedraza, La bella, enigma y pesadilla. (Esfinge,
medusa, pantera), Tusquets, Barcelona, 1991.
[1] Ibid, pp. 103-104.
[1]En las Observaciones
varias del gran filósofo austríaco se halla la siguiente nota,
confesadamente antisemita e inspirada en Weininger: “El genio judío no es más
que un santo. El mayor pensador judío no es más que un talento (yo, por.
ejemplo) […] Se podría decir que el espíritu judío no está en condiciones de
producir ni una hierba, ni una florecilla, que su forma de hacer es copiar”,
cit. en Joachim Riedl, op. cit., p. 104. Sobre la
influencia de Weininger en la misoginia del Ludwig Wittgenstein vid:. B.
Szabados, “Wittgenstein Women: the Philosophical Significance of Wittgenstein’s
Mixogyny”, Journal of Philosophical Research, vol XXII, pp. 483-508.
[1] Historia maldita de la
literatura, op. cit., p.118.
[1] Cf. Kate Millet, Política
sexual, Cátedra , Madrid, 1995.
[1] Historia maldita de la
literatura, op. cit., p.140. La figura de furcia o prostituta que Weininger consagra en su obra es la inversión
exacta, la antítesis perfecta, del mito de la mujer idealizada de la tradición
cristiana occidental: de la Virgen y
Madre o de la Madonna de los
pintores renacentistas, de la Angelicada,
de la Beatriz del Dante, la Laura de Petrarca, la Isolda de la leyenda medieval y wagneriana
y de todas las Damas idealizadas por
el modelo provenzal de las Cortes de amor medievales y sus
variantes románticas desde Chretien de Troyes a Goethe. Es el mismo estereotipo
invertido y transformado en su otro
extremo, en su antítesis, el mismo modelo sacro puesto al revés que ha modelado
el sentimiento del amor en Occidente en los ocho últimos siglos. Una invención
masculina totalmente denigrante y vengativa sobre la mujer. Para este
estereotipo en el imaginario literario e iconográfico occidental, véanse: Denis
de Rougemont, El amor y Occidente,
Kairós, Barcelona, 2002 y Marina Warner,
Tú sola entre las mujeres. El mito y el
culto de la Virgen María, Taurus, Madrid, 1991, capítulos IX (Trovadores) pp. 187-204, X (Madonna) pp. 205-217 y XI (Dante, Beatriz y la Virgen María) pp.
218-233.
[1] Ibid. 141.
[1] Hortensia Moreno, Femenino y Masculino en las ideas de Otto Weininger, op. cit, p.131.
[1] Eva Figes comenta: “Un poco como Jung, cuyo
pensamiento tiene más en común con la filosofía alemana que con la ciencia
empírica, Weininger comienza con una suposición similar a la de ánimo y anima,
es decir, “la existencia de un hombre ideal, H, y una mujer ideal, M, como
prototipos sexuales, aun cuando en realidad tales prototipos no existan
realmente”. Los hombres son machos y las mujeres hembras, pero toda persona
lleva en ella algo del sexo opuesto, y a veces más que algo. Los hombres judíos
se pasan un poco en ese algo femenino, y las mujeres intelectuales o las que
piden la emancipación tienen en su constitución una amplia proporción de
masculinidad. (Actitudes patriarcales:
las mujeres en la sociedad, op. cit. p. 139).
[1] Este es su punto de partida: “cada individuo
tiene, respecto al otro sexo, un gusto determinado. Todas las mujeres amadas
por algún hombre famoso ofrecen notables semejanzas: la figura, el rostro, y se
extiende también a los más pequeños rasgos, “pudiéramos decir incluso que hasta
las uñas de los dedos” (SYC, p. 42).
[1] Así explica W. el hecho
del adulterio, como algo perfectamente natural e inevitable: “Cuando se unen
dos individuos que según nuestra fórmulas se avienen mal, y más tarde se
presenta el verdadero complemento de alguno de ellos, se observa una tendencia
a abandonar la precaria unión anterior, obedeciendo a una necesidad regida por
una ley de la naturaleza. Entonces se produce el “adulterio”, suceso tan
elemental, fenómeno tan natural como pueda serlo el hecho de que cuando se
ponen en contacto una molécula de HOH, los iones SO4 abandonan inmediatamente
los iones Fe para unirse a los iones K. Sería ridículo que alguien pretendiera
aplaudir o criticar a la naturaleza cuando intenta igualar una diferencia de
potenciales” (SYC, p. 53).
[1] El hecho de que entre
los judíos –afirma nuestro autor- sea mucho más frecuente que en otras razas
“el acuerdo de los matrimonios por terceras personas, sin intervenir para nada
el amor, no debe ser ajeno a la degeneración física de los semitas de hoy día”
(sic). (Ibíd)
[1]Se extiende W. en la necesidad de educar las
formas intersexuales de manera más individualizada, no uniformar los seres que
son diferentes: el hecho de dedicar a las niñas a trabajos manuales y a los
niños a otros tipos de juegos […] desatendiendo los grados intermedios: niños
que les gusta jugar con muñecas, coser, tejer, vestir prendas femeninas y
viceversa. Tras la pubertad “reprimida” se rompen las cadenas: “las mujeres
varoniles se hacen cortar los cabellos, prefieren vestimentas que semejan las
masculinas, estudian, beben, fuman y se dedican al alpinismo o a la caza; los
hombres afeminados dejan crecer sus cabellos, se interesan por las toilettes de
las mujeres, hablan con ellas acerca de las modas, y son panegiristas
entusiastas de las puras relaciones amistosas entre los dos sexos, y así, los
estudiantes afeminados mantienen íntima camaradería con los del sexo opuesto”
[1] Hortensia Moreno, Femenino
y masculino en las ideas de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico
hacia la alteridad , Anthropos,
Barcelona, 2008, 134
[1] Ibid, p. 135.
[1] En la fábula aristofánica se habla de un tiempo inmemorial donde
los andróginos coexistían con los dioses y eran, al mismo tiempo, esféricos,
inmortales y autosuficientes (en lugar de carentes, divididos y menesterosos
como los humanos). El principal rasgo de esa perfección es una naturaleza dual:
cada andrógino tenía un solo cuerpo, pero genitales dobles, dos cabezas, cuatro
extremidades. En castigo por nuestra soberbia, los dioses nos cortaron en dos y
desde entonces anhelamos encontrar nuestra mitad perdida, y ése es el origen
del amor (SYC, pp. 118-156). Para el tema de la androginia véase bibliografía en infra
[1] “Para persuadirse de esto”, explica Weininger,
“basta considerar el juicio despectivo que las mujeres en cuanto “mujer” se
forman respecto a la virginidad de sus compañeras de sexo: el estado de no
casada o de vieja solterona es estimado por la mujer como muy inferior al de
las casadas por muy desgraciadas que estas sean. Basta que una mujer esté
casada para que su existencia haya adquirido valor y se les perciba como “seres
superiores”; incluso las prostitutas, que han gozado de amantes, son estimadas
en más. Ello explica, que “una mujer pueda hallar placer ante la presencia de
una joven hermosa” (siempre que haya adquirido ella ya su propia existencia y
no la perciba como posible rival)” (SYC, p. 330).
[1] Objetivos weiningerianos sobre los que alguna de las
orientaciones más extremas del feminismo hodierno –más allá de las justas y
legítimas reivindicaciones feministas del
proto-feminismo ilustrado y de la mayoría de los feminismos, de la
primera, segunda y tercera olas-
radicalmente opuesto al feminismo de la
diferencia, debería contrastar con los suyos e incluso replanteárselos, no
vaya a ser que su pretendida defensa de la mujer, su apuesta por su liberación
y su reivindicación del igualitarismo absoluto de los sexos deriven,
paradójicamente, en frontal hostilidad hacia el sexo femenino, al tratar de suprimir
o borrar, como preconizaban el propio
Weininger y algunas sectas gnósticas de la antigüedad, todas sus diferencias con
el hombre varón -incluida su cualidad biológica más definitoria e
intransferible: la maternidad- y
propiciando, en consecuencia, su plena anulación y autodestrucción como sexo
genética y biológicamente distinto y complementario del masculino; esto es:
como sexo gestante de la vida humana. Como se constata y repite casi siempre: los extremos se tocan, identifican y
confunden.
[1] Los ofitas,
como su nombre indica (ophitai u ophianoi, del griego ophis ; nahasch en hebreo) eran
adoradores de la serpiente . Esta fue tomada por los gnósticos de los
misterios del paganismo, pero fue identificada con el Lúcifer del Génesis : la serpiente era
considerada un mensajero del Dios de la luz y hasta como este Dios mismo, como
el Logos.
[1] Cf. H. Moreno, Femenino y Masculino en las ideas de Otto Weininger, en Rossana Cassigoli (Coord.), “Pensar lo femenino. Un itinerario filosófico
hacia la alteridad, Anthropos,
Barcelona, 2008 pp. 144-156.
[1] Sobre el tema del ideal andrógino, la androginia griega, la
místico-gnóstico-cristiana y la androginia ritual véanse: Carl Gustav Jung, La Psicología de la Transferencia,
especialmente capítulos V y VI pp. 98-106 y 108-117; Norman O. Brown, Eros y Tanatos. El sentido psicoanalítico de
la historia, Editorial Joaquín Mortiz, México, 1967, pp. 159-161.; Mircea
Eliade, Mefistófeles y el andrógino,
Guadarrama, Madrid, 1969, pp.131-145. Para la androginia en la literatura del
XIX y en el Romanticismo véase: Mircea Eliade, ibíd, pp. 124-130. Es un clásico del tema: Marie Delcourt, Hermafrodita, Editorial Seix Barral,
Barcelona, 1970. Para su presencia posmoderna en las imágenes artísticas, literarias,
en el cine, la fotografía, el vídeo y la música del siglo XX y su función
ideológica véase: Estrella de Diego, El
Andrógino sexuado. Eternos ideales, nuevas estrategias de género, La balsa
de la Medusa, Visor, Madrid, 1992.
[1] H. Moreno op. cit., pp.
148-149
[1] Ibíd., p. 149.
[1] Idem.
[1] Estrella de Diego, El
Andrógino sexuado, op. cit, p.
27.
[1] H. Moreno, op. cit., p.
151. Y siguiendo a Kari Weil –Androgyny
and the Denial of Difference,, University Press of Virginia, 1992, p.64)
afirma que la androginia también se volverá central en las versiones
renacentistas de la filosofía hermética: “En algunos relatos se describe al
Adán primigenio como alguien que tenía un cuerpo inmaterial y era andrógino,
pero su caída lo precipitó dentro del grosero mundo de las cosas, donde hay
elementos físicos y sexuales, separados y conflictivos” (Ibid., p. 151).
[1] Recordemos que el gnosticismo presenta innegable afinidad
con el romanticismo como indica Simone
Pètrement, Le dualisme chez Platon, les
gnostiques et les manichéens, P.U.F. París, 1947, p. 129): “(…) el
sentimiento que aparece en ella (en la gnosis), casi en todas partes, es el
sentimiento romántico por excelencia: el sentimiento de los límites del destino
y el deseo de romper esos límites, de quebrar la condición humana, de evadirse
de todo”). Ideas gnósticas aparecen en los escritos de importantes poetas y
escritores inmediatamente anteriores o coetáneos del joven pensador vienés: en
románticos como William Blake, Gerard de Nerval, Victor Hugo; en los
simbolistas de la segunda mitad del siglo XIX: Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé,
Lautremont y, también en el surrealismo (Breton, sobre todo).
[1] Sobre la presencia del gnosticismo en el ambiente cultural germano
finisecular véase: Richard Noll, Jung. El Cristo ario, Vergara,
Barcelona, 2002
[1] Sexo y Carácter, op. cit., p.29. Según Aurelio de Santos
los gnósticos ofitas sostenían la creencia según la cual la transgresión de Eva
consistió en un pecado sexual, concretamente en un adulterio cometido con la
serpiente del Paraíso (tanto en griego como en hebreo, ophis (serpiente) es de género masculino. (Los Evangelios Apócrifos, B.A.C., Madrid, 1975, nota 79, p. 158).
[1] Los gnósticos, eran sectas heréticas de los
primeros siglos del cristianismo (una especie de sincretismo teológico-místico
cristiano-griego y oriental radicalmente dualista) entre los que destacaron
marcionitas, basilidianos, carpocracianos y valentinianos, abominaban de su
cuerpo –expresión de la caída ontológica
de la naturaleza humana- de la “carne”, de la sexualidad y de todos los eventos
y acontecimientos de la vida corporal y sensual: nacimiento enfermedad , vejez
y muerte. La existencia es, al igual que en el pensamiento budista, la concreción
del mal y todo lo que favorezca su proliferación y perpetuación es rechazado y
repudiado. Cátaros y albigenses en la época medieval continuarán esta doctrina
sexofóbica. Para el tema gnosticismo y sexualidad, además del ya señalado de
Simone Pètrement, veánse: Hans Leisegang, La
gnose, traducción del alemán, Payot, París, 1951; Jean Doresse, Les livres secrets des gnostiques d’Egypte,
Plon, París, 1958; Serge Hutin: Los
gnósticos, traducción del francés, Eudeba, Buenos Aires, 1964; Hans Jonas, La religión gnostique, Flammarion,
París, 1978; Francine Culdaut, El
nacimiento del Cristianismo y el gnosticismo. Propuestas, traducción
española, Akal, Madrid, 1996; Michel Onfray, El cristianismo hedonista. Contrahistoria de la filosofía II,
Anagrama, Barcelona, 2007, pp. 13-74. Vid. supra, nota p. 24.
[1] Texto maniqueo citado por S. Pétrement, Le dualisme chez Platon, les gnostique et
les manichéens, op. cit. p. 185.
[1]Para el gnóstico existen dos grandes razas de hombres: los que
saben (los espirituales), destinados
a la salvación en el mundo trascendental y los que están sumidos en la
ignorancia por su vinculación a la materia (los “hílicos” o materiales), que no pueden ser salvados pues están
profundamente enraizados en la materia.[1]. En
Weininger sólo los hombres (seres
“espirituales”) pueden acceder a la vida superior del conocimiento y del saber,
al mundo de lo espiritual y de lo trascendental. Por el contrario a las mujeres (seres “hílicos”) ese mundo y
aquella vida les estarían radicalmente vedados.
[1] Ev. Th, 114. Citado en
Francine Culdaut, op. cit., p. 46.
[1] Fragmento conservado por Clemente de Alejandría del Evangelio de los
Egipcios, escrito gnóstico del siglo II. Citado en S. Hutin, (op.
cit., p. 33). Son múltiples los textos gnósticos que como éste
aluden a ese retorno al momento originario de indiferenciación sexual que
también propugna Weininger, pero cuyo sentido trasciende lo biológico corporal
asumiendo un significado espiritual. Baste con éste otro, procedente del
Evangelio de Tomás (Ev.Th, 22): “Jesús vio unos pequeños
que estaban siendo amamantados. Dijo a sus discípulos: ‘estos niños que están
mamando se parecen a los que entran en el Reino’. Ellos le dijeron: ‘Entonces,
¿haciéndonos pequeños entraremos en el Reino?’. Jesús les dijo: “Cuando hagáis
de dos uno, y hagáis el interior como el exterior, y el exterior como el
interior, y lo alto como lo bajo; y cuando hagáis del varón y de la mujer una
sola cosa, a fin de que el varón no sea varón y la mujer no sea mujer; cuando
hagáis ojos en lugar de un ojo, y una mano en lugar de una mano, y un pie en
lugar de un pie, y una imagen en lugar de una imagen, entonces entraréis”,
citado en Francine Culdaut, op. cit. p. 46.
[1]Aun presentándose exteriormente con rasgos de
carácter científico, en los que está muy marcada la huella de la mentalidad
positivista dominante en los albores del siglo, Weininger se aproxima a
posiciones más cercanas a una doctrina esotérica que a otra cosa. Jacques Le
Rider en “El caso Weininger” ve en la obra de Weininger un “documento
diagnóstico de la crisis cultural del cambio de siglo”, un momento de crisis en
el que para eludir sus contradicciones internas, la sociedad huye hacia sistemas metafísicos, hacia fantasías omnipotentes
seudorreligiosas (J. Riedl, op. cit., p. 98). Desde este ángulo, se puede comparar el caso
psicopatológico de Weininger con el mucho más famoso del presidente de la sala
del Tribunal Superior de Justicia de Dresde, Sajonia, Daniel Paul Schreber, que
dio pie a Sigmund Freud para llevar a cabo su gran estudio sobre la paranoia.
Recuerda Riedl que tanto los Apuntes de
un neurótico de Schreber como Sexo y
carácter de Weininger aparecieron en el mismo año de 1903. Común a ambos
era la fuga al extraviado sistema de sus delirios: Schreber entraba en relación
directa con Dios, escuchaba voces sobrenaturales, sentía rayos del cielo, creía
alimentarse de sus propias vísceras, inventaba maravillosas maquinarias
deseadas y se sentía llamado a redentor de la Humanidad, al transformarse
lentamente por milagro divino, desde su “posición vital honorablemente
masculina”, en mujer. Terminó sus días en un sanatorio para enfermos mentales,
esperando la metamorfosis redentora, literalmente opuesta a la preconizada por
Weininger.
[1] H. Moreno, op. cit. pp.154-155.
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