Para la sección, Poetas invitados, del blog Ancile, tengo el gusto de ofreceros al excelente poeta (y entrañable amigo), José Luis López
Bretones. Entrada esta que servirá, de muy digna semblanza de su creación para aquellos que no la conocen, y de gozosa re-lectura para quienes tenemos el placer de conocer su obra poética.
JOSÉ LUIS LÓPEZ BRETONES,
POETA INVITADO
(Almería, 1966) es licenciado en Filología Hispánica
por la Universidad de Granada, aunque empezó estudiando en la antigua Escuela
de Traductores e Intérpretes de esa ciudad. Coordinador entre 1999 y 2011 del
Aula de Poesía del Ayuntamiento de Almería, ha dirigido entre 2005 y 2015 el Centro de Arte Museo de Almería (CAMA). Ha
trabajado también en el sector editorial, en el de la traducción, en el ámbito
del periodismo y en el de la gestión cultural. Como poeta ha publicado
Una
eterna olvidanza (Granada, 1992), Ensayo ante un
paisaje (Premio Federico Gª. Lorca, Granada, 1996), El lugar de
un extraño (accésit del Premio Adonais, Madrid, 1999), y Ayer
& mañana (accésit del Premio Jaime Gil de Biedma, Visor, Madrid,
2004). Además de en revistas, cuadernos y otras publicaciones, parte de su obra
ha sido recogida en algunas antologías, como Un siglo de sonetos en español (Madrid, Hiperión, 2000), la Sexta
Antología de Adonais (Adonais, Madrid, 2004), Poesía andaluza contemporánea
(Málaga, Centro Cultural Generación del 27, 2011) o En el nombre de hoy (Visor,
Madrid, 2015). Ha sido editor literario de obras de Juan Ramón Jiménez, Juan
Goytisolo, Fernando Arrabal, José Mercado o Amin Maalouf, y coeditor del
volumen de ensayos Villaespesa y las poéticas del Modernismo (Universidad de
Almería, 2004). Asimismo, ha editado recientemente Extravagante Jerarquía
(1968-2017), la poesía completa de Antonio Carvajal (Fundación Jorge
Guillen, 2018).
POÉTICA
La poesía es un género literario, sólo eso.
Aunque también, desde otro punto de vista, la poesía puede ser una de las
formas posibles de prestarle atención a la vida. Si esto es así, ese género
literario podría entenderse como testimonio o, mejor aún, como interpretación;
y el poema, por tanto, como artificio, porque no sería sino simple (o
complicada) reelaboración de los datos que esa vida nos aporta y de la que
partió el impulso primero que dio origen a su escritura.
Y además, como tal "artificio"
(palabra que lleva a cuestas su porción de "arte"), parece que la
poesía debe basarse en un peculiar orden rítmico y lingüístico, sin el cual
habrá otra cosa, pero no propiamente poesía.
¿Tiene alguna utilidad? O sea, ¿cumple este
artificio algún tipo de función social? En cierto sentido yo creo que sí. La
poesía saca a la luz aquello que nos diferencia y hace de cada cual algo único
e irrepetible, pero tampoco niega todos aquellos elementos que esencialmente
nos unen; es decir, el poema crea un espacio donde autor y lector se
encuentran, y en donde aquél propone y éste dispone. Cuando ese encuentro se
produce ‒en el caso de que se produzca‒ salta la chispa. Y a definir ese fuego
se aplican más tarde críticos y teóricos. A mí me basta con el calor. El ritmo
crea la emoción poética, pero también el pensamiento comunicado. Y entonces el
poema queda cumplido.
Por lo demás, desconozco en este asunto cualquier
tipo de apriorismos: no advierto en mí decisión alguna anterior al instante
mismo en que un estímulo tal vez sensitivo me lleva a darle una continuación
por medio del lenguaje. Instante a partir del cual se inaugura ‒ya lo dijo
Valéry‒ la responsabilidad plena, consciente, del poeta.
Añádase a esto mi coincidencia con quienes
hacen notar la sola pertinencia de una poética “postceptiva” más bien que
preceptiva. O sea: es el propio poema el que establece y delimita el cambiante
y diverso territorio de sus lecturas, y no tiene por qué ser obligado a
presentarse como pre-texto o prueba de cargo que haya de confirmar ninguna
tesis ya establecida. Lo cual no vendría sino a confirmar una vez más la frecuente
inutilidad de las poéticas ‒incluida esta‒ y mi convicción de que al poema (y
al poeta) no le conviene estar al servicio de nada.
POEMAS
LA FUENTE
Mira la fuente. Considera
su flujo custodiado por el día;
contempla cómo cae la lengua
curvada y primordial
del líquido sereno.
Detén tu vista en esta fuente intacta
y escucha en su rumor el tiempo,
lentamente
oscurecer tus pasos, un instante
atrapado, fugaz, en cada gota.
VIRTUD
Unhelped by any wind
Coleridge
Ni la pasión ni
la pureza:
he ahí la
paciencia del fuego.
Signo primero de
hospitalidad,
perfecta
certidumbre del conflicto.
¿Acaso pesa más
el símbolo que la evidencia,
la equívoca
noción que su real encarnadura?
Sin ayuda del
viento, al igual que la escarcha,
el fuego se
afana en su sorda tarea,
y nada de lo
humano le concierne.
(De Ensayo ante un
paisaje, 1996)
DESPUÉS QUE ALGO HA SUCEDIDO
Después que algo
ha sucedido, tiembla
la maraña oscura
de los actos anteriores:
aquello que nos
era más seguro cobra otra tonalidad,
otra manera, y
vemos llegar las cosas nuevamente
como una ola
inevitable y desplazada
hasta el momento
exacto en que algo ha sucedido.
Todo viene de
atrás y aquí confluye ‒nos decimos luego.
Pero el golpe
del agua y de la espuma
parece siempre
repentino, otorga solidez
a ese instante
que, en otras circunstancias,
hubiera sido
nada: polvo y aire.
Un momento se
somete a otro momento,
y el último, sin
que sepamos bien por qué,
puede llegar a
ser terrible.
Así caen las
horas sobre una esfera confiada.
Así damos un
paso indiferente
y vemos que el camino, de pronto, ha terminado.
FINAL DE NOVIEMBRE
Extraña la vejez de las palomas.
El invierno se asoma a las ventanas
y allí la luna tiñe un único paisaje:
la floración del miedo,
la cosecha extendida de las indefensiones,
el flujo blanquecino de la fragilidad.
Es la estación oscura de las viñas,
el tiempo en que desbordan las acequias,
la época del humo y la discordia.
Temible en su dulzura es el invierno.
Temible como el cuerpo cuando anhela.
(De El lugar de un
extraño, 1999)
LLEGA DE NOCHE UN RECUERDO
Llega de noche
un recuerdo. Nos llama
en las horas
propicias al sueño,
al borde mismo
del dulce derrumbadero
donde irán a
parar, en un fardo confuso,
las diversas
materias arrancadas al día.
Y allí ese
recuerdo, su quebradiza sustancia,
llenándonos el
cuerpo de pronto
de una extraña y
sosegada ternura
que tampoco nos
ha de explicar nada.
¿De dónde este
minuto desolado y preciso,
este pequeño
retazo de un tiempo
sencillamente
olvidado hasta ahora?
La memoria es
efímera, y es triste
cuando su vuelo
se espesa y nos urge
a otorgarle un
nombre concreto a la ausencia.
Ningún signo,
ninguna palabra da cuenta
del pretendido
lugar de los sueños.
De la sombra,
del tiempo, llega de pronto un recuerdo
como el mar, en
la noche,
deja que llegue,
a la orilla, esta ola.
UNA ROSA DESPUÉS DE LA NIEVE
Rosa rotunda
sobre la nevada,
fulgor ofrecido
a los ojos
con el caliente
estupor de una herida
cuya extraña
certeza aún nos excede.
¿Qué busca en el
blanco silencio
este pequeño rasguño
de vida
donde la luz
helada encalla y se recrea?
¿Qué hacer con
esta rosa,
este profundo
copo distinto
caído o brotado
‒no lo sabemos‒
sobre la piel de
la nieve desnuda?
La veías brillar
como una breve
brasa en medio del invierno.
LOS DÍAS DE LA ESPERA
Los días de la
espera son así:
enormes animales
perezosos
que aplastan,
bajo un peso compasivo,
el eficaz
transcurso de las horas
hasta dejarlas
rotas y casi sin medida.
Y sin embargo
los días de la espera
apenas van
repletos de otra cosa
que no sea su
peculiar materia vana,
su cargamento de
nada y pesadumbre,
su estiba de
ansiedad multiplicada.
Poca cosa para
tan lento avance.
No existen los
días de la espera,
no puede el
tiempo pasar a través de ellos,
como tampoco
parece discurrir sobre una piedra
echada al margen
de un camino indiferente.
Lanzados desde
el fondo del deseo
hacia su
redención o su fracaso,
todo lo que hay
en medio es sólo espera,
espera nada más:
tiempo perdido,
o ni siquiera.
HERENCIA
Nos ha sido
concedida una ciudad inmóvil
con un lejano
rastro de belleza
que aquí apenas
considera nadie.
No hemos salido
nunca de sus calles.
Sus calles
equivalen a esas tierras
que no hemos
conocido nunca, a esas
inmensas
lontananzas de las que hablan
unas gentes
extrañas y aturdidas:
viajeros
casuales
que llegan y se
marchan, iguales a los días,
después de
habernos ofrecido en sus palabras
el eficaz aroma
de las rutas
por donde nadie
aquí ha transitado.
Nosotros mismos
somos la ciudad,
este lugar de viento
y piedras repetidas
que se ha
alojado en nuestras almas
con la voracidad
de una pasión estéril.
Sus plazas, sus
muros, sus esquinas
están siempre
desiertas
y de esa soledad
estamos habitados:
mutuamente nos
somos necesarios.
Nos ha sido
concedida una ciudad inmóvil,
un reino
silencioso, una vacía pesadumbre.
De aquí nunca
saldremos.
Principio o fin
de viaje, es lo mismo.
(De Ayer &
mañana, 2004)
CUANDO LLEGÓ LA TARDE
What else have I to spur me
into song?
YEATS
Todo lo habéis dicho mejor que yo, amigos.
¿Qué voluntad me lleva entonces
a retomar asuntos en los que ya no creo?
Y sin embargo aún existe una razón
que me conmueve, un argumento
que me puede llevar hasta el papel
para reunir palabras en un trenzado esfuerzo
sin otra utilidad ni objeto,
mientras todo lo demás está ahí afuera,
esperando.
Ningún convencimiento, ninguna fe,
ni la defensa de nada propio, verdadero o justo
valen lo que tu amor por mí, este amor
que descubrí de pronto cuando llegó la tarde.
(Inédito en
libro)
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