Cerramos la serie dedicada al mito de la caverna en relación al cine, para la sección, Microensayos, del blog Ancile, elaborados por el filósofo Tomás Moreno, con el título: La alegoría de la caverna en el cine (la rosa púrpura del Cairo).
LA ROSA PÚRPURA DEL CAIRO
Y LA ALEGORÍA DE LA CAVERNA EN EL CINE
En La
Rosa púrpura de El Cairo (The
Purple Rose of Cairo) de 1985, su director y guionista Woody Allen nos muestra la capacidad del cine para divertir,
emocionar y asombrar al espectador y también para moverlo a pensar. Se narra en
ella la historia de una camarera, Cecilia
(Mia Farrow), que vive en una pequeña ciudad de New Jersey, en la época de la depresión,
en los años treinta del pasado siglo. Lleva una triste vida y trabaja, con su
hermana (Stephanie Farrow), en un restaurante que las explota. Su marido Monk (Danny Aiello), en paro y
entregado al juego y la bebida, la maltrata y su vida es un infierno. Su único refugio o evasión es una sala de cine –la sala Jewel- donde su identidad desaparece y
se transporta al esplendor de la ficción.
El milagro de su vida se produce
cuando el galán de la película que está contemplando por quinta vez –La rosa púrpura de El Cairo-, el
arqueólogo romántico Tom Baxter
(interpretado por Jeffs Daniels), “poeta, explorador, aventurero, de los Baxter
de Chicago””, fascinado por la mirada de su admiradora, se sale del guion y,
abandonando el mundo de la ficción, atraviesa la pantalla entrando en el mundo
real para saludar a Cecilia y reunirse con ella… El ingenuo galán –hombre
de celuloide, cuyo caudal de experiencias se limita a lo que ha aprendido en la
película- recorre los espacios donde se desenvuelve la vida cotidiana de
Cecilia y queda sorprendido por la compleja y, para él, fascinante realidad que
encuentra. El amor entre la espectadora y el galán salva la distancia entre los
dos mundos, convirtiéndose en la posibilidad de que la vida de ambos
protagonistas tenga sentido y valor. Conocida la realidad abierta, extrafílmica, Tom no quiere
volver a la ficción –“la gente real desea una vida ficticia, y los personajes
de ficción una vida real”, sentenciará alguien en un momento de la cinta. En
consecuencia, rompe con su guionista y se enfrenta con el enfurecido marido
abandonado por Cecilia y con el actor que le ha dado vida en el film, quien
también ha conocido a Cecilia y se ha enamorado de ella.
Desde la pantalla, los demás actores
del film se quejan de que ellos, a diferencia de Tom, no pueden escapar de la
película ni de su monótona vida confinada en el celuloide y de que, a falta del
personaje Tom, se ven obligados a
improvisar una parte del guión inesperadamente suprimida. Del lado de acá de la
pantalla, la acomodadora de la sala, en vista del caos sobrevenido, sugiere al
dueño del cine que quizá lo mejor sería apagar el proyector. Uno de los
personajes del film, espantado, interviene para decir: “¡No apaguen el
proyector! ¡No! ¡Si se va la luz, desparecemos todos”. El profesor José Antonio Rivera, que ha dedicado al
tema de la relación entre el Cine y la Filosofía un sugestivo y extraordinario
ensayo (Lo que Sócrates diría a
Woody Allen. Cine y Filosofía) comenta
al respecto: “Es este un divertidísimo momento berkeleyano. Quizá usted no lo
sepa, pero el filósofo irlandés George
Berkeley (1685-1753) tenía una curiosísima, casi extravagante, concepción
de cómo era el mundo: creía que la realidad era como el mundo que transcurre en
el interior de una película, un universo inmaterial hecho de las ideas o
fotogramas proyectados continuamente por la mente de Dios. De tal modo que, si
Dios dejara de proyectar esos fotogramas, la realidad se evaporaría como un
sueño, con todo lo que en ella estuviera contenido” (op. cit, p.242-243).
Cecilia, por su parte, tiene que
elegir entre el personaje de la película y el actor real que lo interpreta, de
quienes se ha enamorado. Elige al actor porque le promete ir a Hollywood, pero
al final la abandonará. Tom Baxter regresa al film. A ella sólo le queda el
consuelo y ensoñamiento del cine: vuelve a la sala cinematográfica, donde
permanece encantada por otra película: en la pantalla Fred Astaire y Gingers
Rogers bailan Cheek to cheek, tal vez
la pareja más glamurosa de la época de esplendor de la fábrica de sueños. Seguirá refugiándose en la sala Jewel, tratando de conocer las
vidas privadas de sus actores favoritos, enamorándose de ellos y pendiente de
los últimos estrenos cinematográficos.
Sin duda comprobamos, tras la visión
de esta bella película, cómo en la sala de proyección se reproducen los dos
mundos de la alegoría platónica: el mundo de la ficción (fílmica) y el mundo
real de la vida misma. En el mito de la caverna, la mirada y la visión orientan
el alma humana de las sombras hacia la luz. En el film se produce una
orientación de la mirada también desde las sombras (desde la rutina de una vida
miserable) hacia la luz proyectada en la pantalla de un mundo más luminoso,
verdadero y mejor (representado y encarnado por el amor del personaje poético y
aventurero que transforma radicalmente la vida de la espectadora enamorada). La
dialéctica de la luz y de las sombras, como en el relato platónico, preside,
pues, toda la trama de la película.
Pero sin duda alguna será Bernardo Bertolucci quien de una manera explícita llegue a hacer uno
de las más dramáticos y bellas referencias
a la alegoría platónica de la caverna que nunca se hayan hecho en el cine. Nos
referimos a su película El Conformista (Il Conformista, de 1970), basada
en una homónima novela de Alberto Moravia. En una determinada secuencia del
film su protagonista, Marcello Clerici
(Jean Louis Trintignant), un fanático activista fascista que ha recibido el
encargo atentar contra su antiguo profesor de filosofía, un antifascista
convencido, el profesor Quadri, marcha a París para cumplir su criminal misión.
En una escena clave, Clerici dialoga con su viejo mentor en su estudio y éste
le recuerda que la caverna de Platón era
el tema de su tesis inacabada. Durante la conversación, Marcello rememora que cuando el profesor entraba en la clase solía
siempre cerrar las ventanas para que no hubiera luz ni ruido. A continuación, se dirige a la ventana y baja las persianas
dejando pasar sólo un tenue rayo de luz hasta asemejarla a una lúgubre caverna,
como la descrita por Platón el comienzo del libro VII de República. Vuelve a
relatar entonces cómo el profesor solía, en efecto, enseñar el Mito
de la caverna, y se dispone a exponerlo. Recuerda cómo su profesor
comparaba a los prisioneros atrapados y engañados en el interior de la cueva
con los habitantes de la Italia fascista, cegados por la propaganda del
régimen.
En un momento concreto de la exposición de Marcello, en
el que entra suficiente luz como para proyectar las sombras –detrás de ellos-
en la pared de la habitación que ocupan, su sombra es captada y aparece
saludando al modo fascista. Al final tras expresar el profesor Quadri sus dudas
respecto a que su antiguo alumno sea verdaderamente un fascista de corazón, sube las persianas y la sombra de Clereci
desaparece con la luz resultante. Bernardo
Bertolucci utiliza la evocación fílmica de esa clase de filosofía y del
relato platónico de la caverna, para poner de manifiesto, precisamente, su denuncia de la Italia fascista de
Mussolini, un mundo de sombras y esclavitud, en el que sus habitantes,
prisioneros-engañados de la caverna política del dictador italiano y de sus
secuaces, sin ser conscientes –como los prisioneros de la caverna platónica- de
la manipulación a la que permanentemente están siendo sometidos por políticos e
ideólogos de ese régimen nefasto, creen vivir en el mejor de los mundos
posibles bajo un gobierno justo, libre y benéfico.
Como señala Christhopher
Falzon (op. cit., pp. 34-35), si la imagen de la caverna ha sido utilizada
para hacer un comentario acerca de formas de confinamiento en un contexto
social y político amplio, una sociedad, un pueblo o una nación, también ha sido
utilizada para referirse al viaje que un individuo realiza para salir de la
infancia y del confinamiento intelectual. En Cinema Paradiso, se
utiliza la imagen de la caverna, y el paralelismo entre caverna y cine, para
representar el desarrollo de su personaje principal, Toto, en su camino hacia
la madurez e independencia intelectual. En la película, Toto, cuenta la
historia de su infancia, y en particular, su amistad de infancia con el
proyeccionista del cine de su barrio. Un lugar parecido a la caverna, donde los
aldeanos se sienten hechizados y seducidos –en realidad “encadenados”- por las
opiniones convencionales y estándares de conducta que ven en la pantalla. Pero
Toto ha empezado ya a escaparse de su confinamiento cultural porque le ha dado
la espalda a la pantalla y ha llegado a conocer al proyeccionista que está
“entre bastidores”. La fuga liberadora de la caverna que Platón concibe tiene
su parangón -en opinión de Christopher Falzon- en la historia global de la película,
que describe como Toto logra escapar gradualmente de los estrechos límites de
la pequeña vida pueblerina, y se dirige hacia el ancho mundo para adquirir una
educación.
TOMÁS
MORENO
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