Bajo el título: Fourier, el falansterio como organización social, traemos una nueva entrada para la sección, Microensayos, del blog Ancile, firmada por el filósofo Tomás Moreno.
FOURIER. EL FALANSTERIO
COMO ORGANIZACIÓN SOCIAL (II)
Su
plan de experimentador social se expresa en la organización de una red
de cooperativas de producción y de consumo de carácter industrial y
agrícola, enlazadas por un proyecto de federación a escala universal. El Falansterio de
Fourier es, pues, básicamente una comunidad cooperativa agraria e industrial
que plantea la vuelta a la tierra, y más que el regreso a la agricultura stricto
sensu propugna la dedicación y aplicación de sus miembros a la
horticultura, a la arboricultura y a la avicultura como actividades más
atrayentes para el género humano. En su plan las grandes urbes parecen llamadas
a la dispersión.
El falansterio,
en su proyecto, es pues una comunidad pequeña constituida por
unas 1620 personas, con un emplazamiento rural junto a un río,
entre colinas e inmediato a un bosque. Especialmente diseñado, un gran
edificio, a la manera de un hotel o palacio, alojará a todos los integrantes de
la “falange” y estará rodeado de otros edificios: el teatro, la iglesia, los
talleres, los graneros, los establos
etc. Se justifica la
conveniencia de las comidas en común para fomentar la solidaridad en el grupo.
La vida se haría en su mayor parte comunal o comunitaria y, al igual que los
comedores, también serían comunes para todos los servicios generales, como la
calefacción por ejemplo. Las agradables condiciones de vida de los falansterios
harían imposibles los crímenes y, por tanto, no serían necesarios los abogados,
los jueces, la policía ni el ejército.
Desde
el punto de vista su organización laboral y económica, una de las
finalidades esenciales de estos planes cooperativos y de su organización
económica es hacer el trabajo atractivo; por eso la preferente atención a esas
actividades señaladas. El fin primero es que el trabajo no constituya una labor
penosa, ejecutada obligadamente para ganar el pan de cada día, sino que sea una
faena a la que se acuda con alegría porque representa un placer. Pues bien: el
trabajo resulta atractivo gracias a la multiplicación de las pasiones, tanto
gastronómicas (“gastrosóficas”) como sexuales (“costumbres fanerógamas”),
incluyendo en éstas las manías o perversiones, y la posibilidad de
satisfacerlas. La base de la industria falansteriana sería
fundamentalmente agrícola.
Su plan de organización del trabajo es “socialista” desde el ángulo de la producción; pero
dista mucho de serlo en la forma de distribución de los frutos creados, por
cuanto en la producción da participación a los empresarios que perciben, en
virtud de su aportación de capitales, un dividendo en los rendimientos de lo
producido que en definitiva es una forma encubierta del interés o de la renta
del capital. Su esquema de organización
de la sociedad futura es esencialmente cooperativo, y su pensamiento influyó
notablemente en la gran boga que tuvieron en el movimiento obrero francés las
doctrinas cooperativistas hasta bien rebasada la mitad del XIX. Circundando al gran palacio
cooperativo amplias extensiones de tierra constituirán su granja colectiva y,
dentro de ella, determinadas instalaciones de carácter industrial proveerán a
la comunidad de lo más necesario para una convivencia que se describía como extremadamente
sencilla y hasta casi ascética.
Aunque Fourier considera abolidas
todas las distinciones de razas y de sexos, su sistema no es del todo
igualitario: el principio remunerativo que rige su asociación cooperativa se
identifica con el de una sociedad por acciones, ya que en su plan cooperativo
se admiten los aportes de capital y se remuneran. El Falansterio funciona sobre
la base de los aportes que ofrece el trabajo, el talento y el capital y, en
consecuencia, el reparto de los beneficios se hará en tres partes desiguales y
proporcionales al capital, al trabajo y al talento: estimando en
doce partes el valor de lo producido por el falansterio, al trabajo manual
corresponde una remuneración de 5/12 partes, al talento -o sea, la dirección-
3/12 y al capital 4/12 partes. Un régimen de distribución semejante al de una compañía por acciones.
Pero como la indigencia, fuente de todos los disturbios sociales, habrá
desaparecido, en particular gracias al “cuádruple producto” (obtenido por medio de la limitación de los
nacimientos, la fusión de los hielos polares, etc.) todos gozarán de un mínimo
que les permitirá vivir decentemente, aunque la fortuna de los ricos se
incremente.
En cuanto su organización
política, Fourier no perfiló con claridad su concepción del gobierno[1]; pero la idea del Estado era
subestimada y entendió que, como aparato político, estaba destinado a
desaparecer por innecesario. De ahí que confiara la dirección de los
falansterios a comités de administración presididos por un arca y estableciera el nexo entre los distintos falansterios a
través de un vasto sistema federativo. Los comités de dirección de las falanges
eran designados por sufragio universal. Más en concreto: cada falansterio elegiría a sus funcionarios representantes, a la
cabeza de los cuales estaría el “Unarca”,
y cuando toda la Tierra fuese una federación de falansterios, se nombraría un
jefe de las falanges de todo el mundo, el “Omnarca”,
cuya sede estaría en Constantinopla.
En su caso concreto, Fourier, asqueado
de la Revolución, se acomodó con el gobierno imperante e incluso contará con él
para instaurar su “falansterio” que, por contagio, terminará por transformar el
sistema social existente. Esperó durante muchos años en vano la ayuda del Estado
(como la había solicitado a monarcas europeos e incluso a Napoleón) o de un
generoso mecenas (banqueros, capitalistas o empresarios) que financiaran la
realización de su proyecto social ideal, pero ninguno prestó oídos a sus
propuestas. Al final de su vida, creó una escuela en torno a él y fueron sus
discípulos los que después de 1830 divulgaron un pensamiento que no fue muy
conocido mientras vivió.
En su esquema de sociedad
ideal no impugnó la propiedad; se proponía suprimir el asalariado, convirtiéndolo en copropietario de la riqueza producida
por la falange. Muchos lo tildaron de loco por lo fantasioso de sus proyectos,
los cuales, además, exponía empleando un vocabulario ampuloso y extravagante.
Habló de su plan social, y junto a éste de cambiar el clima de los polos, hasta
poder sembrar plantas tropicales en el ártico, así como de fertilizar el Sahara
con las aguas del Mediterráneo. Algunas de sus profecías no fueron tan ilusas:
previó la apertura del canal de Suez y la invención del teléfono.
Hay mucho de quimérico
en los sueños de organización social de este utopista ingenuo y sus adversarios
lo ridiculizaron acremente. John Gray
nos recuerda cómo el socialista utópico francés “aguardaba con esperanza la
aparición de nuevas especies (como los “antileones” y las “antiballenas”, cuya
existencia tendría como único fin servir a los seres humanos) y que según
relató Nathaniel Hawthorne en su
novela Historia del valle feliz)
creía que llegaría un día en el progreso de la humanidad en el que ésta
lograría que el mar supiera a limonada”[2]. Faguet opinaba que su proyecto era “la
Arcadia de un chupatintas” y otros lo llamaron “el Ariosto de los utopistas”.
Sin embargo se le siente como
precursor: su influjo, como constatamos, fue muy vigoroso no sólo en algunas
minorías intelectuales sino en el movimiento obrero y cooperativo francés de la
segunda mitad del siglo XIX. Fourier fue en muchos aspectos un adelantado a su
tiempo. Su crítica del consumismo, y
del desarrollismo, su ecologismo, su defensa de la humanización del trabajo y de la liberación de las mujeres fueron
sorprendentemente actuales. Por lo que respecta a su anticonsumismo y a su
antidesarrollismo, Fourier se mostró contrario a la producción en serie de la industria de su tiempo, tan alentada por
los economistas coetáneos, para quienes “el aumento en la producción y el
consumo de objetos industriales” eran índices de prosperidad. Para nuestro reformador en la futura Harmonía (o Armonía) deberá buscarse lo contrario: la industria no
tratará de producir objetos en cantidades ilimitadas y de mínima duración sino una
variedad de productos manufacturados en cantidades limitadas, de enorme
duración y mínimo consumo (“los objetos serán eternos”). Curiosa prefiguración
crítica, la suya, de la sociedad
contemporánea, consistente en poner freno al desarrollo industrial y al
crecimiento demográfico. Con más de un siglo y medio de anticipación Fourier
hizo la crítica del “productivismo” y de la sociedad de consumo capitalista
En lo que se refiere al trabajo una de sus grandes preocupaciones fue hacerlo atractivo y,
si fuera posible, hasta lúdico: en los falansterios los hombres y mujeres
deberían trabajar con el mismo entusiasmo que con el que juegan o se entregan a
sus pasiones favoritas, como si se tratara de un placer. La variedad, el cambio
en la actividad laboral era uno de los principios rectores de su sistema de
trabajo. La verdadera condenación no
consiste en trabajar sino en hacer siempre las mismas cosas, sin creatividad ni
motivación algunas, de manera monótona y onerosa. Propone por ello una
alternancia de trabajos que permitan al hombre poner en la práctica todas sus
tendencias[3]. El eros
no debería someterse al trabajo sino al contrario, haciendo de él no un
sacrificio o una tortura sino un juego, una diversión. Su oposición a la
tradición judeocristiana del trabajo como castigo o condena fue explícita, como
también lo fue para con la tradición marxista (Lenin, Trotsky), para la
que el trabajo también será siempre una
pena sin otra compensación, una vez abolida la infamia del trabajo asalariado y
alienado, que la “satisfacción del deber cumplido” o la satisfacción altruista del egoísmo individual, en expresión de
Trotsky. En Harmonía
el trabajo es un juego, un placer y un
arte al mismo tiempo, porque está regido por la Ley de la atracción personal.
Fourier prevé hasta los más nimios
detalles de su utopía: así, por ejemplo la falange cuya actividad, por gusto
propio, sea el cultivo de los perales estará subdividida de acuerdo con la
clase de peras que cuide. Partidario de la agricultura frente y sobre la
industria fabril, consideraba el trabajo industrial con un muy limitado poder
de “atracción pasional” y, en consecuencia, propugnará reducir al mínimo el
tiempo dedicado al trabajo en las fábricas, que deberían dispersarse en las
áreas rurales, evitando convertirlas en la principal ocupación de la comunidad.
“La concentración en las ciudades de fábricas, repletas de criaturas desdichadas,
como ahora sucede, es contraria al principio del trabajo atrayente”, llegaría a
confesar. Esta preferencia por el medio natural, rural y por la agricultura así
como su defensa del paisaje en los albores de la era industrial, revelan un
indudable ecologismo avant la lettre.
La situación
y liberación de la mujer fue, finalmente, otra de sus preocupaciones
centrales. En su Tratado de la asociación
doméstico agrícola, (capítulo V. “De la condición de las mujeres”) llegaría
a afirmar nuestro reformador francés lo siguiente: “Las naciones más
corrompidas han sido aquellas que con mayor rigor han subyugado a la mujer”.
Para Fourier el avance social coincide siempre con la marcha de la mujer hacia
la libertad y el retroceso de los pueblos resulta de la disminución de las
libertades femeninas. La extensión de los privilegios de las mujeres es la
causa fundamental de todo progreso social[4]. Una vez analizada su compleja
cosmovisión, con sus aciertos y sus errores hay que reconocer –y aquí es donde
el precursor de los socialistas se convierte en el precursor de Freud que Para
Fourier los meramente económico no puede bastar, ni calmar la búsqueda de la
plenitud o de la felicidad del hombre, ella solo se podrá encontrar en el “sí
mismo” del hombre.
Entre sus discípulos y seguidores
fourieristas más destacados podemos señalar a Victor Considérant, sobre todo por sus periódicos (Le Phalanstère 1832-1834, La Phalange 1836-1840, principal
propagador de su doctrina y que conquistó numerosos adeptos a su causa, a veces
procedentes del saint-simonismo. Trató de experimentar sin éxito falansterios.
En realidad, aligeró bastante la doctrina de Fourier, apartando los manuscritos
que juzgó libidinosos, como Le Nouveau Monde amoureux, que
permaneció inédito hasta 1967. La influencia de Fourier en el extranjero fue
considerable, en toda Europa (en Prusia, Inglaterra, Alemania) en España, en
donde sobresalieron Garrido, Sixto Cámara y Joaquín Abreu[5], y sobre todo en los Estados Unidos,
donde fueron fundadas numerosas comunidades fourieristas. Su personalidad y
doctrina fueron redescubiertas en el siglo XX tanto por los surrealistas (admiradores de su ingenio e imaginación,
recordemos la Ode à Fourier de André Breton, de 1945) y por el movimiento
de las comunidades hippies de la década prodigiosa (influido por el pensador de la
contracultura Herbert Marcuse), como
por parte de los ideólogos de mayo del
68 y un considerable grupo de
la izquierda freudiana, en su versión más heterodoxa (G. Groddeck, Sex-Pol, etc.).
Tomás Moreno
[1] De ahí que su pensamiento
político haya sido calificado indistintamente de socialista, de utopista o de
anarquista. Cf. Carlos Sanchez-Casas y Felipe Guerra, Fourier, ¿Socialista utópico?, Editorial Zix, Madrid, 1973 y
Mirella Larizza, Presupuestos del
anarquismo de Charles Fourier, Ed. Zyx, Madrid, 1970.
[2] John Gray, Misa negra. La religión apocalíptica y la muerte de la utopía,
Paidós, Barcelona, 2007, p. 31.
[3] Algo así “vislumbrarían” Marx y
Engels para su “sociedad comunista” una vez establecida, tal y como nos lo
describe en La ideología alemana de
1845 (cap. 1, parágrafo 2), en donde, según profetizan los fundadores del
socialismo científico, nadie tendrá “una esfera de actividad exclusiva sino que
cada quien puede hacerse ducho en la rama que desee […] Así me es posible hacer
una cosa hoy y otra mañana, cazar en la mañana, pescar en la tarde, criar
ganado al anochecer, criticar después de la cena, como se me antoje, sin
convertirme nunca en cazador, pescador, pastor o crítico”.
[4] Charles Fourier, Doctrina social (El Falansterio), op.
cit., pp. 30-34.
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