Prosiguiendo con la temática de la utopía, traemos para la sección, Microensayos, del blog Ancile, el post del profesor Tomás Moreno que lleva por título: Socialistas utópicos. Una breve historia.
SOCIALISTAS UTÓPICOS[1].
UNA BREVÍSIMA HISTORIA (I)
En
septiembre de 1814 escribía Karl Marx a su amigo Arnold Ruge estas palabras:
“Se verá que desde hace mucho tiempo el mundo pose el sueño de una cosa de la
que tan sólo le falta tener la conciencia para poseerla realmente”. Ello no le
impidió calificar de “utopistas” a los pensadores que, desde finales del siglo
XVIII hasta mediados del XIX, intentaron hallar un lugar en la tierra en el que
realizar sus irrealizables sueños, anatematizándolos como socialistas ingenuos,
idealistas y románticos, en contraste con los únicos socialistas dignos del
nombre de científicos, sus
seguidores.
El término socialista (“socialist”) fue usado probablemente por primera vez en
1827 en la revista oweniana “Co-operative Magazine”, y socialismo (“socialisme”), en 1832, en “Le Globe”, órgano de los
saint-simonianos dirigido por Pierre Leroux: precisamente y lo difundió a
través de la Revue encyclopédique y de L’Enciclopédie
nouvelle. Todos los expertos en teoría e historia política coinciden en
señalar como los primeros grupos socialistas a los saint-simonianos y los
fourieristas en Francia y a los owenianos, en Inglaterra, unidos todos ellos
por su crítica a la política, por privilegiar la “cuestión social” y por tratar
de abolir la propiedad privada, fuente de la “desigualdad” entre los hombres, y
sustituirla por alguna forma o modalidad de propiedad colectiva de los
instrumentos de trabajo. Coincidieron también todos ellos en su empeño por
experimentar modelos comunitarios de vida, planeados con exactitud geométrica e igualitariamente
previstos hasta en los menores detalles en todo lo concerniente a las comidas,
el vestido, la arquitectura, los horarios, el trabajo, las relaciones afectivas
y sexuales etc., y destinados a expandirse y multiplicarse por imitación o
contagio en forma de “falansterios”
fourerianos, “armonías” owenianas, comunas
o “colonias” icarianas de E. Cabet
etc. La ciega confianza en la educación de las jóvenes generaciones como
instrumento esencial para la superación del individualismo egoísta y la
instauración de una nueva sociedad más justa y benéfica, fue otra de las
características por todos compartida.
Como ha señalado Armelle Le Bras-Chopard[2], los pioneros socialistas no sólo conservaban de la filosofía ilustrada
del XVIII, de la que se decían herederos, el materialismo, la fe en la bondad
de la naturaleza humana y en el poder de la razón, sino también la fe en el
Progreso, base de su filosofía de la historia procedente de Condorcet, sino
también el deseo de igualdad, el instinto amoroso o la aspiración a la unidad y
a la armonía que informa el discurso utópico. Contaban ciertamente con
precedentes por todos conocidos: las “ideas
socialistas” -bien que con otras denominaciones- ya habían sido expresadas
anteriormente, al menos desde de autores como Meslier, Mably y Morelly, de fines del XVIII, y por supuesto, si nos
remontamos mucho más atrás, por parte de Platón, Tomás Moro o de toda la
tradición literaria utopista del Renacimiento. Sin embargo, en todos esos casos
eran manifestaciones –preconizadoras de sociedades igualitarias y
económicamente organizadas en un comunismo de bienes- que tenían un carácter
aislado, espontáneo y sin continuidad.
En consecuencia, y a pesar de la divergencia existente
entre sus respectivas visiones utópicas, son esos tres pensadores reformistas (Saint-Simon y Charles Fourier en Francia y
Robert Owen en Inglaterra) referencia obligada a la hora de situar el inicio
del pensamiento socialista de una manera explícita y sistemática. Sin embargo, solamente Saint-Simón
nos ofrece la particularidad de –además de ser “socialista”- desbordar el marco
definido del “socialismo utópico” stricto
sensu, para representar, por una parte, el enlace entre la tardía
Ilustración y el Positivismo naciente y, por otra, el inicio del filón
cientificista y tecnocrático del socialismo en general. Es, sin duda, el
filósofo pionero de la sociedad industrial.
A
propósito estos tres pensadores, Marx
y Engels
reconocieron el valor crítico de sus doctrinas de carácter positivo acerca de
la sociedad futura, las que predican, por ejemplo, que en ella “se borrarán las
diferencias entre la ciudad y el campo” o las que proclaman “la abolición de la
familia, de las ganancias privadas o del trabajo asalariado”, así como el
anuncio de “la armonía social, la
“transformación del Estado en un simple organismo administrativo de la
producción”, pero atribuyen al escaso desarrollo del proletariado y de la lucha
de clases el hecho de que “estos sistemas reconocen ya el antagonismo de clases
[…] pero no perciben todavía en el proletariado una función histórica autónoma,
un movimiento político propio y peculiar”[3].
Por
otra parte el fracaso de esas comunidades reforzó,
en opinión de Le Bras-Chopard, la severa crítica del marxismo hacia los
utopistas, al evitar pasar por la política para realizar sus reformas y
proyectos sociales, lo que hizo que sus autores fuesen llamados “utópicos”.
Marx y Engels opusieron a la multiplicidad de sus “maquetas” la unidad del
materialismo histórico, considerado el auténtico socialismo, “el socialismo científico”[4]. En su opinión, el
“socialismo científico” era el único que
veía en la formación del proletariado industrial la auténtica vía de
transformación
comunista de la sociedad, en la lucha de clase revolucionaria el método de esa transformación, y en las contradicciones objetivas del “modo de producción
capitalista” el inicio de su necesario
fin y de su paso, también necesario, a un “modo de producción” superior. No obstante ello, Marx y Engels no dejaron
valorar positivamente muchos aspectos del “socialismo y comunismo
crítico-utópico”, distinguiéndolo netamente del “socialismo reaccionario”
(representado por escritores y pensadores que idealizaron las relaciones
sociales del Antiguo Régimen) y del socialismo burgués de Proudhon, que no cuestionaba la substancia de las relaciones
capitalista de producción.
La
denominación de “comunista” de ese socialismo científico, asumida por la “Liga
de Los Justos” en 1847 y por el “Manifiesto” de Marx y Engels,
denota el clasismo de la nueva orientación con relación a los precedentes
“sistemas socialistas”. En los prólogos de 1888 y 1890 al Manifiesto Comunista, Engels subrayará cómo en 1847 “socialistas”
eran los owenistas y los fourieristas y los grupos más diversos de reformadores
sociales, y “comunistas”, aquellos otros grupos obreros organizados sobre bases
radicales, como los seguidores de E. Cabet y W. Weitling: “En 1847, el
“socialismo” –sostendrá el amigo y colaborador de Marx- designa un movimiento
burgués, el “comunismo” un movimiento obrero”.
En
1839 todos estos grupos de “socialistas no marxistas” fueron denominados
“socialistas utópicos” por el economista J.A. Blanqui
en su Historia de la economía política,
mientras se comenzaba a distinguir entre socialismo
y comunismo. Denominación (“socialismo utópico”) que será consolidada
por la clasificación de la literatura socialista y comunista realizada por Marx
y Engels en el Manifiesto del partido
comunista (1848). (cont.)
TOMÁS MORENO
[1]Nota del
autor a los lectores: Dos grandes
narraciones que les recomiendo sinceramente, amables lectores, nos informan de
la apasionante historia del socialismo
utópico desde sus orígenes, avatares, características y protagonistas hasta
su proyección, legado y reflejo en la historia de nuestro tiempo. Dos relatos,
uno histórico-ensayístico (“Hacia la estación de Finlandia” de Edmund Wilson, publicado originalmente
en 1940, y en 1972, en su versión española por Alianza editorial) y el otro propiamente novelístico (“El
paraíso en la otra esquina”, de Mario
Vargas Llosa, publicado en el 2003, por Alfaguara). Su lectura haría
innecesaria la búsqueda de información sobre esta temática en cientos de
ensayos -académicos o de mera divulgación como el que os ofrezco en esta y
sucesivas entregas- mucho menos bellos literariamente, más aburridos y
difíciles de encontrar).
[2] A. Le
Bras Chopard, “Los primeros socialistas”, en Pascal Ory (Dir.), Nueva Historia de las Ideas Políticas,
Mondadori, Madrid, 1992, pp. 156-165. Véase también, A. L. Morton, Las utopías socialistas, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 1970;
Isabel Cabo, Los socialistas utópicos,
Ariel, Barcelona, 1995.
[3] Federico
Engels, Del socialismo utópico al
socialismo científico, Ricardo Aguilera Editor, Madrid, 1968, pp. 39-53.
[4] A. Le
Bras-Chopard, en Pascal Ory, NHIP,
op. cit., p. 157.
No hay comentarios:
Publicar un comentario