Traemos este texto dedicado al profesor y artista, maestro fotógrafo, Francisco Fernández, en forma de relato breve de Francisco Silvera, y que incluimos en la sección Narrativa del blog Ancile, bajo el título de Fotógrafo.
FOTÓGRAFO
Francisco Fernández, por Javier Leal |
A Francisco Fernández, ladrón.
-Esto ya está.
E, inclinando el cuerpo, cerró su trípode y marchó. El escritor retratado miró los cielos y vio caer el día. Aflojó su corbata y tuvo ánimos para bromear con quienes aún le rondaban. Cada nueva ausencia era un silencio añadido al descenso inexorable del sol; y así, blandamente cayendo, la reunión se disolvió quedando solo y vivo el campo, los campos.
En casa, tras breve travesía, tuvo tiempo de sentarse en el patio. La vegetación amortiguaba el ardor del suelo recalentado; una ligera ventolina frisaba la hojarasca vibrante de las flores de buganvilla secas. Los jazmines derramaban un frescor meloso e inconstante, a ráfagas como el tiempo: acelerando con un rubato que hacía inagotables aroma y transcurso, decelerando con una desidia y dejadez que mermaban el ánimo del hombre.
Incapaz de centrar la atención, el escritor leía de la tarde al libro, del libro a la tarde; una y otro le dejaban un vacío, un cierto mareo de los sentidos hechos carencia, pero ¿carencia de qué?
Preparó un buen baño caliente, frotó su cuerpo con regodeo y se secó con lentitud, demorándose en la placidez de quedar limpio. Dejó húmeda su barba y después se afeitó morosamente; con restos de jabón en el rostro, cepilló sus dientes y saneó boca y encías con un colutorio preciso. Lavó su cara, al fin, y puso en sus mejillas una loción alcohólica y valiente; se refrescó con colonia de aroma par a la loción, vistió un pijama suave, renovado, y se metió en la cama como un sultán que esperara a su odalisca.
Tomó un cuaderno y comenzó a recordar charlas, risas, presencias, lecturas, abrazos, discursos, y, en soledad, intentó escribir el poema que necesitaba, trató de elaborar sentimientos con palabras, de hacer flor con aquellos pétalos deshojados... Pero no pudo. La vida, espléndida aunque cortada, plenamente fresca para tan breve ser, al albur de la robusta mano, con la belleza inútil de la rosa en un vaso sobre el paño y contra el moblaje oscuro, la vida se le escurría entre los dedos... Volvió a notar la falta, sentía distinto, el mundo parecía otro, se le acercó el sueño y, a diferencia de otras noches, no lo espantó.
El
fotógrafo entró en su cuarto oscuro. Roja y tenue luz lo envolvía. Descargó su
cámara y buscó el sitio en el anaquel. El silencio era absoluto. Cogió un
frasco y allí guardó, del escritor, el alma.
Francisco Silvera
Majestuoso, genial, fantasico
ResponderEliminarBRAVO
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