martes, 30 de abril de 2013

EL DISCURSO A LOS CABREROS O LA UTOPÍA DE LA EDAD DORADA EN DON QUIJOTE (Y 3ª).


Finaliza con esta tercera entrega el magnífico trabajo del profesor Tomás Moreno para la sección Microensayos del blog Ancile, en relación al Quijote titulado El Discurso a los cabreros o la utopía de la Edad Dorada en Don Quijote. No se pierdan el broche con el que cierra, en verdad dorado,  esta singular exposición.


La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, Ancile


 EL DISCURSO A LOS CABREROS
O LA UTOPÍA DE LA EDAD DORADA 
EN DON QUIJOTE  (Y 3ª)


La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, Ancile


III. El Anhelo de Reforma. Restauración del pasado aúreo y la caballería como método
Como corolario de lo anteriormente expuesto, resulta adecuado afirmar que la verdadera restauración de ese pasado utópico se centrará en el propio caballero, al encarnar en su misma persona,  la institución de la caballería. J. A. Maravall considera, en efecto, que lo utópico en Don Quijote no consiste ya en la descripción de ninguna ciudad ideal, ni tampoco en la alusión a un momento ucrónico, sino en una singular figura, la suya, portadora de unos ideales y agente de una conducta heroica. Mas que inventar un “lugar sin lugar” (una u-topía), lo que hace es imaginar unos ideales restauracionistas a cuya vitalización y reactualización dedicará su heroico personaje todo su esfuerzo.
La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, Ancile      Para nuestro hidalgo, el final de la historia no es un acontecimiento, sino una tarea, una empresa, un ideal, que no remiten a una abstracción, sino a su propia aventura personal. Don Quijote proclamará la verdadera palabra sobre el mal del mundo y la forma de la redención: la historia tiene sentido, no por ella misma, sino porque hay una fuerza motriz que la restaura y la condiciona: la orden de la caballería. El final de la historia es el principio. De esta manera el círculo se ha cerrado. Esa voluntad restauracionista la va a confesar Don Quijote en repetidas ocasiones.

      Los textos en los que Don Quijote se refiere a su misión son bien significativos, por demás que numerosísimos, pero escojamos  sólo algunos de los que nos  parecen más claros y pertinentes. En uno de ellos dice:
- Sancho amigo, has de saber que yo nací por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro para resucitar en ella la del oro, o la dorada, como suele llamarse. Yo soy aquel para quien están guardados los peligros, las grandes hazañas, los valerosos hechos. Yo soy, digo otra vez, quien ha de resucitar los de la Tabla Redonda, los Doce de Francia y los Nueve de la Fama, y el que ha de poner en olvido los Platires, los Tablantes, Olivantes y Tirantes, los Febos y Belianises, con toda la caterva de los famosos caballeros andantes del pasado tiempo, haciendo en este en que me hallo tales grandezas, extrañezas y fechos de armas que escurezcan las más claras que ellos ficieron (DQ, I, XX).
      Este otro, refleja la reacción de Don Quijote decepcionado ante la deplorable situación social de su tiempo y su  preocupación por un futuro mejor: “Sólo me fatigo por dar a entender al mundo, dice, en el error en que está en no renovar en sí el felicísimo tiempo donde campeaban el orden de la ancha caballería” (DQ., II, I).
      El tercer texto, se encuentra también en el pasaje en el que Don Quijote reflexiona sobre su época dialogando con el barbero:
Pero no es merecedora la depravada edad nuestra de gozar tanto bien como el que gozaron las edades donde los andantes caballeros tomaron a su cargo y echaron sobre sus espaldas la defensa de los reinos, el amparo de las doncellas, el socorro de los huérfanos y pupilos, el castigo de los soberbios y el premio de los humildes (DQ, II, I).
      Sin el orden de la caballería, a la que tiene el honor de pertenecer, la historia no tiene salida, por lo que su misión y obligación es llevar la felicidad a la sociedad, tratando de volver a “instaurar esa edad dorada: para cuya seguridad, andando más los tiempos y creciendo más la malicia, se instituyó la orden de los caballeros andantes, para defender las doncellas, amparar viudas y socorrer a los huérfanos y a los menesterosos” (DQ, I, XI)[1].
La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, Ancile
      Esta solución no brota, pues, del propio mundo, sino del poder personalizado en el héroe, que entra en la historia para redimirla. Su redención no será un acto colectivo, tampoco el resultado de una estrategia social programada, sino  consecuencia de un esfuerzo personal imbuido de un aliento mesiánico-soteriológico y utilizando como método la orden de la caballería [2]. Desde esa orden de caballería, don Quijote -el  último y máximo representante de la misma- intervendrá, como brazo de Dios en la tierra, para restaurar la Edad de Oro. Todo este ejercicio retórico tiene lógicamente un único fin, que es apropiarse del
discurso utópico general y hacer de él un supuesto de necesidad, ya no sólo de la caballería, sino de su propia persona. Tiene, por todo ello, razón F. J. Conde cuando afirmaba : “A los ojos de Don Quijote la historia universal es un largo camino entre una edad que fue dichosa y otra que vendrá a serlo por la fuerza de su brazo”[3].

      La utopía caballeresco-pastoril, que Don Quijote viene postulando, con su evocación de la sociedad agraria de la edad dorada, no es más que la  ideología de la refeudalización, de la reacción de un sector social de la España cervantina, la de los hidalgos pobres apegados a la tradición, pero también la de un grupo de escritores que alentaron esa utopía arcádica y regresiva -como A. de Guevara, Torquemada, Sabuco, Mal-Lara y otros- expresada en la “alabanza de aldea” y en la recreación del orden caballeresco más tópico y artificial, como paradigma de supremacía moral quedando así vinculada al estamento más conservador y tradicional.
            En toda utopía, recuerda Max Horkheimer[4] , se da siempre una crítica de lo que es, de la realidad presente (la Edad de Hierro), y una propuesta o proyecto alternativo de lo que debería ser (la Edad de Oro, en el caso de las utopías arcaizantes como la del hidalgo manchego). Cabe, pues, leer en clave utópica los textos en que Don Quijote proclama y se arroga su misión salvífica consistente en tratar de restaurar en el presente esa anhelada edad gloriosa del pasado. Se trataría, por lo tanto, de un intento de recuperar el pasado, de regresar o retornar a él, esto es: de una utopía nostálgica del pasado. Y la Caballería sería el método o el medio o instrumento para su realización, algo posible si se tiene en cuenta -como ya hemos tenido ocasión de señalar- que nos encontramos en el marco de una concepción cíclica y degenerativa de la historia.
            Las utopías del progreso, deudoras de una concepción lineal y ascendente de la historia, aún no se han hecho presentes en el imaginario cultural occidental. Habrá que esperar hasta bien entrado el siglo XVIII[5] para que ello acontezca. “La edad de oro seguirá siendo un paradigma válido en el utopismo europeo, con vistas al futuro, pero no lo era en manos de unos anquilosados restos feudales que pretendían refugiarse en los definitivamente pasados usos del heroísmo que podían insertarse en aquélla. Por eso, todo se convierte aquí, en el proyecto quijotesco en una pseudo-utopía, en una pura utopía de evasión” [6], concluirá nuestro autor.
      Además de J. A. Maravall o de Henri Peter Endress, que participa de esa misma orientación hermeneútica, también Ernst Bloch, entre otros, ha criticado esta pretensión quijotesca como peligrosa o estéril, porque una utopía restauradora es una  utopía de evasión de la realidad, y no de reconstrucción[7] de la misma, por utilizar la distinción de Lewis Mumford[8]. Don Quijote, se nos presenta en ella, en efecto, como un individuo de un grupo social ya sin fuerza realmente operante en las circunstancias de su tiempo, comprometido en una utopía de retorno o de evasión a un pasado idealizado (la mítica Edad de Oro)[9]. Y esa  aspiración es, precisamente, la que Maravall presenta como núcleo de la utopía quijotesca.
      Se percibe claramente así en la visión utópica quijotesca  las dos tendencias básicas que se expresan en la novela y que mueven la acción del protagonista: por un lado, el ideal medieval de la caballería andante y por otro la aspiración utópica bucólico-pastoril de carácter renacentista a restaurar la Edad de Oro. Ambas tendencias se dan, en efecto, fundidas e integradas en la figura de Don Quijote. Si hasta ahora nos resultaba difícil hallar la conexión entre la línea bucólico-pastoril y la línea

La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, Ancileheroica del ideal caballeresco, ahora tenemos claro, gracias a Maravall, que ésta se constituye como el medio, instrumento o método para alcanzar aquélla. La restauración de la sociedad feliz originaria, el retorno a la sociedad armónica en la que la igualdad y la justicia hagan realidad el bien común, sólo puede alcanzarse mediante la caballería.

            Por el contrario, Cervantes es plenamente consciente de las realidades españolas en que vive inmerso y de la esterilidad de negarlas; conoce a esos grupos sociales, a esos hombres, cuyo estado denuncia Martín González de Cellorigo (y otros pocos como S. de Moncada), que parecen resignados a consolarse tomando un camino fuera del orden natural, que marchan con triste sentimiento a buscar refugio a extramuros de la realidad. Durante siglo y medio, los españoles se han visto obligados a tener que acudir compensatoriamente a vivir en la esfera de lo irreal.
            No halla respuesta válida para los problemas de su sociedad en el mito-utopía caballeresco-pastoril y escribe El Quijote, precisamente, para poner de manifiesto que el patrón de esa utopía humanista, que ha perdido su fuerza y su eficacia, puede convertirse en pura evasión a esferas de irrealidad, en un fracaso vital para quienes insistan en seguir esa ruta. De esa manera, la utopía de la vida primitiva agraria, que tanto juego tuviera en el siglo XVI español y europeo, resulta invertida y se la presenta bajo la imagen de una utopía de evasión, de una contra-utopía o pseudoutopía[10].
Cervantes intenta mostrar, por ello, el sinsentido de una utopía de retorno o evasión, tal como la que pretende su héroe y  protagonista, don Quijote, pues sabe que ya  nada cabe esperar de esos grupos de individuos de la pequeña nobleza decadente -pequeños caballeros marginados- que encuentran en ese ideal de vida caballeresco, y en ese comportamiento vinculado a la práctica de las armas, una inútil afirmación de superioridad moral frente a las nuevas clases en ascenso y a la nobleza enriquecida. Denuncia así como imposibles sus pretensiones de exigir la vigencia de unos usos sociales anquilosados. Comprende que el sueño de una sociedad caballeresco-pastoril es un disparate en las condiciones a que se ha llegado en el mundo real, histórico de su tiempo, presidido por el auge del capitalismo y el afianzamiento del estado moderno.
Por todo ello, los ideales utópicos de don Quijote, más que medievales, son, en opinión de Maravall, premodernos, o mejor, antimodernos. Esto lo vió también, con admirable perspicacia y lucidez,  Ernst Bloch quien, en el capítulo titulado “Imágenes desiderativas del momento pleno”, de su famosa obra “El Principio Esperanza” , califica a nuestro caballero como héroe desvariado, ajeno al mundo, viejo y

utópico. Soñador incondicional e inflexible de un ideal disparatado por imposible y abstracto. Su sueño desiderativo caballeresco lleno de corceles y leones alados, de lagos en llamas, de islas flotantes y palacios de cristal sobrepasa el mero anacronismo social y reviste ya un carácter “arcaico utópico” imposible y abstracto. Para concluir:

La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, AncileEl donquijotismo es una referencia […] que pasa por alto que los tiempos medievales han pasado también en España y precisamente en su pueblo sano, hilarante e irónico, y por eso, por razón de su Idealismo Abstracto, representa la caricatura de un fantasma “bene fundatum” y de su contenido constitutivo. El contenido es de bondad, o bien la edad de oro, como dice el mismo. Aquí, en este choque, consiste el desvarío de Don Quijote, de aquí procede su destino cómico triste. Don Quijote es el utópico más grandioso, pero, a la vez su caricatura; y Cervantes le ha hecho objeto de mofa en la línea primera, más adelantada, de primer plano. Esta mofa no representa, desde luego, la última palabra, porque Don Quijote, constituye un ejemplo de conciencia activo-utópica demasiado emocionante […], pero sin embargo, la burla pone de manifiesto lo que puede hacer y provoca un sueño simplemente abstracto” [11].


IV. Recapitulación
Así, visto lo expuesto, y más allá de las múltiples y heterogéneas interpretaciones políticas y utópicas[12] que se han dado del la obra de Cervantes -bien de carácter simbólico-alegórico, liberal o democrático, bien de índole revolucionaria, libertaria, socialista-utópica o comunista- e inspiradas ya en el idealismo abstracto, ya en el materialismo histórico, y en las que se ha llegado a identificar ingenua o acríticamente la visón utópica del protagonista (Don Quijote) con la de su autor (Cervantes)[13], la hermeneútica seguida por de Maravall en su libro, aporta una serie de argumentos y datos que demuestran que la obra cervantina, más que una expresión del anhelo utópico de su personaje, es fundamentalmente una cruda sátira de la utopía política regresiva por él encarnada.
            En efecto, si tuvieramos que recapitular la tesis fundamental de J. A. Maravall[14] tendríamos que afirmar que “Don Quijote de la Mancha”, fue fundamentalmente una sátira o parodia crítica y cómico-burlesca tanto de las novelas caballerescas como de los relatos pastoriles, en que se encarnaba el “espíritu de la utopía” arcaizante de su tiempo: el alegato más corrosivo y radical contra las utopías idealistas-abstractas que nunca se haya escrito.
            La esencia de esta interpetación crítica de Maravall cabría resumirla, como acertadamente ha sintetizado José Antonio López Calle[15], de la siguiente manera: El Quijote es el resultado de un doble plano de construcción: un plano de construcción utópica (la de Don Quijote, personaje) y un plano de construcción contrautópica (la de Cervantes, autor de la paródica novela). A su vez, el primer plano comprendería dos partes: la primera, es la de la utopía quijotesca restaurativa de la edad dorada, que es la principal, ya que ella contiene los fundamentos del pensamiento utópico quijotesco (episodio del Discurso a los cabreros); y la segunda, la utopía del buen sentido o de la razón natural, encarnada por
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el episodio del gobierno de Sancho en la ínsula Barataria, que es la parte secundaria y subordinada a la primera, pues justo la empresa de restauración de la edad dorada es la que hace posible el paso a la utopía de Sancho[16].
            Por último, el plano de la contrautopía consistiría en el tratamiento irónico, burlesco, de todo este contenido utópico que Cervantes habría puesto de manifiesto a través de la ridiculización y fracaso de las empresas quijotescas en el resto de la novela. El Quijote está construido de tal manera que “después de levantarse ante el lector las líneas de una utopía, se le da la vuelta al conjunto para poner de relieve la ineficacia, la imposibilidad de la misma”[17].
            Ciertamente que J. A. Maravall llegó a estas tesis y conclusiones tras una rectificación notable de su primera obra “El Humanismo de las Armas” de 1948, en donde aproximaba de tal modo el pensamiento político de don Quijote al del propio Cervantes, que daba a entender que el escritor compartía la “visión utopista” de su criatura literaria y que era utopista al par que el caballero andante de la Mancha (tal como en aquel momento sostuvieron tanto M. Bataillon como Menéndez Pidal en el prólogo al ensayo aludido)[18].
            En su nueva versión -de casi treinta años después- tuvo el valor de rectificar la tesis inicial reconociendo que en la primera redacción de este presente libro tendió demasiado a aproximar la línea de la mentalidad quijotesca al propio pensamiento del autor. Ahora, por el contrario piensa “que no solamente hay que distinguir ambas cosas, sino que hay que acentuar la distancia entre ellas[19]. Y continúa diciendo: Quijote no es propiamente una utopía, sino que ésta se halla desarrollada a lo largo del relato, para descrédito de los que a ella se aferraban. De esta manera, El Quijote, […] representa un enérgico antídoto contra el utopismo difuso y adormecedor de nuestro siglo XVI [20].
La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, Ancile
“Creo advertir ahora que el
            Contra ese utopismo presentó Cervantes su obra como una contrautopía, escrita a fin de oponerse a la falsificación de utopía que representaba el propio don Quijote. De esta manera, llegará a afirmar, en esta nueva redacción, que Cervantes escribe su obra para levantar una cortapisa a la amenazadora difusión de un tipo de pensamiento que había perdido la energía reformadora que le era propia, viniendo a quedar como un refugio de escape hacia el que tendía todo un sector de la sociedad española, al que ya hemos aludido.
Cervantes construye, así, en perfecta articulación las dos caras caballeresca y pastoril de la utopía, pero para darles la vuelta al reflejarlas en el espejo de la ironía, la sátira o la parodia, porque a finales del XVI un impulso utópico asi ya no podía encontrar apoyo en la realidad española. Y es que él conocía bien la penosa situación de crisis y desmoralización a la que se había llegado en la sociedad española de su época, tras la reciente y fracasada experiencia histórica de la colonización americana[21].
Pues bien, todo ello, concluirá Maravall, lo va a recoger y sistematizar nuestro autor en El Quijote, “pero poniendo un final a cada episodio que nos haga comprender el fracaso a que van los utopistas que en el XVI han pululado en el mundo español, y que en las Indias o en la Península han soñado, fuera de toda medida razonable, con el mito de la Edad dorada”[22]. Para terminar afirmando:
Muchos españoles, entre ellos Cervantes, se dieron cuenta, razonablemente, de que en medio de la crisis que se sufría era absurdo levantar la imagen utópica de una sociedad que se juzgaba idealmente como tradicional, frente a la incuestionable sociedad moderna, que se imponía por todos los lados, cuya incomprensión llevaba al país y a sus grupos dominantes a fracasos de cada vez más difícil reparación […]. Desde ese estado de ánimo se escribe el Quijote, y si lo vemos como revelación del contraste entre utopía humanista y aceptación del mundo moderno, buscando las posibilidades que éste tiene de corregirse, entonces el Quijote adquirirá un sentido transparente y total[23].


                                                                                                 Tomás Moreno


La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, Ancile




[1] En tiempo de Cervantes, los memoriales de las Cortes enviadas al monarca describían una realidad social precaria y sufriente. El P. Mariana llamaba la atención, por aquellos años, del aumento de los pobres. En su obra Del rey y la institución real (Toledo, 1599), III, 8, decía que: “Es propio de la piedad y la justicia aliviar la miseria de los pobres y los débiles, alimentar a los huérfanos, socorrer a los que necesitan socorro”, en  Obras completas del P. Mariana, BAE 31, vol. 2, Madrid, 1872.
[2] J. A. Maravall, “El Libro de  caballería como método utópico. Cuaderno del Centro Nacional de Estudios Políticos, Madrid, Noviembre - Diciembre, 1955  pp. 71-84; y en “Utopía y Contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 248.
[3] F. J. Conde: “La utopía de la Ínsula Barataria”, Escorial, nº 7, Mayo, 1941.
[4] Max Horkheimer: cap. “La Utopía” en “Historia, metafísica y escepticismo”, Alianza Editorial, Madrid, 1982, pp. 83-99.
[5] La primera utopía que se proyecta al futuro es “L’an 2440”, de Louis Sebastian Mercier, publicada en 1772.Y ya en el XIX Saint-Simon, el socialista utópico, escribirá en Le Producteur: “La edad de oro que una ciega tradición ha emplazado en el pasado, se encuentra ante nosotros”
[6] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 160.
[7] En pocos sitios, como en la sociedad castellana a fine del siglo XVI, se da el paso del tipo de las llamadas “utopías de reconstrucción” a las “utopías de evasión”, según la terminología de L. Mumford. Lo que en las primeras hay de enérgica voluntad de transformación y de construcción de una nueva sociedad (pensemos en Alfonso de Valdés, L. Vives, Las Casas, Zumárraga, Vasco de Quiroga), se deteriora ante circunstancias adversas que la reprimen y encuentra su escape en los sueños de evasión, tejidos, eso sí, con elementos utópicos (Ibid p. 29).
[8] “The Story of Utopias. Ideal Commonwealths and Social Myths”, Londres, 1923.
[9] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 142.
[10] Cfr. J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., pp. 29-30.
[11] Ernst Bloch, “El Principio Esperanza”, vol. 3º, Aguilar, Madrid, 1980, pp.135-136.

[12] Para las distintas interpretaciones políticas, sociales, utópicas del Quijote, véanse al respecto: José Montero Reguera, “El Quijote y la crítica contemporánea”, Centro de Estudios Cervantinos, Madrid, 1997; Germán Arciniegas, “Don Quijote, demócrata de izquierda”, en Revista de Occidente, nº 142, Madrid, 1975; Mariarosa Scaramuzza, “Luces de utopía en el Quijote”, Cahiers d’Études Romanes, XIV (1989), pp. 93-112; Stelio-Cro, “La utopía de un  Mundo Nuevo en Cervantes”, Anthropos 98-99 (1989) pp. 63-66; F. López Estrada, “Tomás Moro y España: sus relaciones hasta el siglo XVIII”, Universidad Complutense, Madrid, 1980; Carlos París, “Fantasía y razón moderna. Don Quijote, Odiseo y Fausto”, Alianza editorial, Madrid 2001; Adolfo Sánchez Vázquez, “La utopía de Don Quijote”, en “Entre la realidad y la utopía”, F. C. E., México, 2000, pp. 259-272; Lúdovik Osterc, “El pensamiento social y político del Quijote, México D. F., 1975.
[13] En el caso de la interpretación de Adolfo Sánchez Vázquez, por ejemplo, se identifica el proyecto utópico quijotesco con el de Cervantes, pero con su habitual maestría el gran filósofo mexicano responde magistralmente a la pregunta de por qué fracasa la utopía quijotesca a la que responde con acierto que: 1. Don Quijote fracasa al invertir la relación entre lo ideal y lo real, y al volverse de espaldas a los cambios de la realidad que pretende transformar (baste recordar las aventuras en que toma la venta por castillo o los molinos de viento por gigantes: así no se puede transformar lo real). 2. Don Quijote fracasa porque su fidelidad absoluta a los principios, le impide adecuar sus actos a los cambios en la realidad y hacerse cargo de sus consecuencias. 3. Don Quijote fracasa también por la inadecuación entre los ambiciosos fines que se propone realizar y los medios raquíticos de que dispone para ello: el escuálido rocín que monta y una olvidada lanza como arma. 4. Fracasa asimismo porque las condiciones sociales, las instituciones de la época y la ideología absolutista y la católica de la Contrarreforma dominante hacen imposible el humanismo, de raíz erasmista, que encarna Don Qu i j o t e . Y, 5. fracasa finalmente porque el esfuerzo quijotesco, dado su carácter solitario, individual, sin la solidaridad y actividad colectiva necesarias, está condenado a la impotencia. La realización del bien en la tierra no es una empresa individual, sino colectiva, social.
[14] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 172.
[15] José Antonio López Calle, “El Quijote, sátira de una utopía política”, El Catoblepas. Revista crítica del pensamiento, nº 82, Oviedo, diciembre, 2008, pp. 9-20.
[16] La utopía del buen gobierno de Sancho en su ínsula Barataria será objeto de otra reflexión en curso de preparación.
[17] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 10
[18] Allí, M. Bataillon advertía que la exposición de Maravall integraba dos planos de utopía: la utopía quijotesca del viejo ideal de caballería contra el estado moderno con sus ejércitos disciplinados y sus armas de fuego, y la utopía del buen sentido en el poder, encarnada por Sancho Panza como gobernador de la ínsula Barataria, si bien añadía que tal vez era ésta una fórmula demasiado simplista par resumir su obra “El humanismo de las armas en don Quijote”.
[19] J. A. Maravall, op. cit. p. 15, (el énfasis es mío). En este sentido confiesa: “No es infrecuente el caso de un escritor que comienza concibiendo su libro con un sentido determinado, y a medida que avanza su tarea va adquiriendo aquél una significación propia que acaba imponiéndose a la que su autor anticipó proyectivamente al empezar” (“Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 15).
[20] Ibíd, p. 11 (énfasis mío).
[21] El historiador francés Pierre Vilar, se ha ocupado del tema en un importante artículo (“El tiempo del Quijote” en Crecimiento y desarrollo, Crítica, 2001) en el que nos ofrece una interpretación social de la novela basada en una guía metodológica científica, la materialista histórica, y en una fuente de información fiable, el célebre Memorial del economista o arbitrista Martín González de Cellórigo (Memorial de la política necesaria y útil restauración de la república en España, de 1600). De la primera se va a derivar un cuadro de España en crisis en los terrenos económico, social, político e ideológico; del segundo, que es un vivo documento de la decadencia española, extraerá su autor un excepcional testimonio de la aguda crisis de la sociedad española de la época en todos los órdenes citados. Cervantes en su magna novela sería el mejor intérprete del declive de la sociedad española, pues captó en ella como ninguno en su tiempo «el naufragio de un mundo y de sus valores» y reflejó el contraste tragicómico entre las superestructuras míticas y la realidad de una sociedad en «declive», gastada por la historia y que había llevado a la nación al punto más extremo de sus contradicciones económicas, sociales, políticas e ideológicas (Cfr. José Antonio López Calle, Ludovico Osterc y el Quijote, como crítica de las clases dominantes, El Catoblepas, nº 87, p. 9).
[22] J. A. Maravall, “Utopía y contrautopía en El Quijote”, op. cit., p. 21 (énfasis mío). Según Maravall el siglo XVI trajo consigo una carga utópica muy fuerte y presentó en España, como en toda Europa, casos de profetismo, de milenarismo, de aspiraciones escatológicas, etc.; contuvo asimismo un repertorio de programas de utopía que trataban de realizarse en unas circunstancias históricas dadas. Pero fue, ante todo, el factor del descubrimiento y colonización del continente americano, lo que abrió las puertas hacia los caminos de utopía, entre ciertos grupos de la sociedad castellana. En el segundo cuarto del siglo XVI no había otros grupos en Europa que se viesen más fuertemente arrastrados hacia tales empresas (tal vez por eso, más que escribirse en el papel se pretendió levantarlas en la realidad, de México al Paraguay) (Ibíd., cfr. pp. 27-28).
[23] Ibíd, p. 22.




La utopía de la edad dorada en Don Quijote 3 El discurso a los cabreros, Ancile

domingo, 28 de abril de 2013

MAGDALENA ROBLES LEÓN Y SU LIBRO "EN PENUMBRAS SE HIZO VERBO", XVII PREMIO DE POESÍA MIGUEL DE CERVANTES

La poeta Magda Robles (Magdalena Robles León) ha sido galardona con el XVII premio de poesía Miguel de Cervantes de la ciudad de Armilla por su libro En penumbras se hizo verbo.  Traigo al blog Ancile, para su sección de noticias, la primicia de su concesión y publicación en la editorial Jizo Ediciones, en la colección Jizo de Literatura contemporánea. Adjunto además un fragmento del prólogo que sirve de introducción al poemario, llevado a cabo por el poeta Francisco Acuyo, así como unos poemas del libro como muestra de que evidentemente vale la pena hacerse con un ejemplar para disfrute de su lectura más que recomendada.



Magdalena Roblés León y su libro En penumbras se hizo verbo, Ancile.



MAGDALENA ROBLES LEÓN Y SU LIBRO
"EN PENUMBRAS SE HIZO VERBO", 
XVII PREMIO DE POESÍA MIGUEL DE CERVANTES


Magdalena Roblés León y su libro En penumbras se hizo verbo, Ancile.
Magda Robles, Gerardo Sánchez Escudero (Alcalde de Armilla)
y Mª del Mar Callejas (Concejala de Cultura) en la entrega del premio

Magdalena Roblés León y su libro En penumbras se hizo verbo, Ancile.



[…] Cuando Magda Robles en su poema titulado Escríbeme en el viento, al final del poema, nos decía:

Hazme inmortal
en el silencio de las piedras,
o en el rumor esquivo del agua,
y el sabor a incertidumbre de tu boca.
Y dame nombre...

Está pidiendo la atención debida a un hecho tan incontestable como que la tierra gira, que la poesía es ciencia (y no sólo arte y filosofía) en tanto que muestra el hecho vital ineluctable en el que se sustenta cualquier sentido consciente o inconsciente de vida: la creación. La inmortalidad es posible sólo en el reconocimiento de nuestras capacidades de sorpresa, de indagación, de asombro para, al fin, impulsar y consumar el lance del hecho creativo.
En poesía, la ficción de su relato, o mejor, de su discurso, es ya del todo cuestionable, pues, para ser, es condición indispensable el reconocimiento de su necesidad: no es mero amusement, divertimento placentero (o doloroso) adherido a la imaginación, y es que se nos revela, aun desde los márgenes oscuros de lo misterioso e insondable, como una exigencia vital imponderable que, en realidad abarca cualquier iniciativa nueva, verdadera y bella de humanidad.
Así, e insisto en lo anteriormente expuesto: tras la observación de este conjunto poemático nos parece distinguir un aparato expresivo, emotivo e intencional que se aleja de cualquier neorromanticismo en tanto que no halla preocupación en discernir diferencias en su discurso con la realidad o lo imaginario (sobrenatural, apuntábamos en muchos casos), pues el poema es sujeto y objeto, ciencia y conciencia que no enfrenta (admiradora de Keats, pero lejos de sus concepciones intencionales o teóricas) hechos con poesía, porque la poesía no trata las cosas como aparecen (Wordsworth), pero tampoco como son, pues ella misma es, en inevitable integración con el mundo. Sin saberlo o reconocerlo Keats era hijo necesario de su tiempo y, paradójicamente asumió las claves positivistas (de sus virtuales enemigos, matemáticos, físicos...) al enfrentar ciencia y poesía, siendo ambas vástagos de la misma (divina) inspiración, pues, no en vano basan ambas su verdad en la fundamentación necesariamente bella de su discurso, formulación y hallazgo. Pero vean que, para mayor novedad, en estos poemas pueden discurrir sin el menor empacho de contradicción, el mito, la fábula, como espejo sobrenatural que trasciende la apariencia de las cosas: marcha con grácil desparpajo hacia la realidad de aquellas, pues son los sueños, los mitos, las fábulas, sucesores y herederos oscuros de la realidad más viva, pues ofrecen con sus símbolos las claves para el mejor conocimiento de uno mismo. En este sentido ¿qué es sino ciencia la poesía? La ciencia más profunda y elevada que habla del hecho ¿indescriptible? Desde cualquier otra disciplina: la conciencia (humana) en la sublime aspiración por crear para mejor entendimiento de sí mismo y
del mundo en el que habita. Blake (también Shelley), el visionario, intuía(n) acaso estas apreciaciones que ahora comienzan a tener explicación teórica y literaria (que no poética), y que supondrían la base para el constructo explicativo de una realidad intemporal que acaso fue mal entendida: un orden invisible (que) está tras los casos visibles. Si el Verbo se hizo carne para dar materialidad a la intención divina, de la inconsistente sombra, del fantasmal espectro, del lóbrego y misterioso reflejo que anima el espejo de la conciencia, ha de tomar aliento el verbo que dará razón y sentido últimos al alma escrutadora y, sobre todo, creadora del poeta. Lean sosegadamente a Magda Robles en este deleitoso y delicioso primer poemario de singular penumbra, para ver la luminaria cegadora de su fanal intenso, pues mora en el recinto de la luz más pura y verdadera: el de la belleza.



Fragmento del prólogo titulado: La luz oculta en la penumbra

Francisco Acuyo


  

POÉTICA





Perdida entre las letras de un pergamino amarillento
y el crujir de páginas que se deshacen a la vez que pasan,
la encontré.
Poesía...
marcando ritmos,
olvidando tempos,
deshojando nombres,
entregando cuerpos
desviviendo vidas,
revolviendo almas.
La palabra,
que late cual sangre ardiente,
arrebata y da vida en el mismo intento.



MAR DE TUS SARGAZOS




Dime, corazón,
¿Por qué si pensabas marcharte
no te llevaste tus huellas?
Me arrebataste tus pasos,
pero has dejado tiradas por el suelo
cada una de tus pisadas.
Como estela sin barco que la preceda,
que condena a un vagar eterno a quien la persigue.
Y hay noches
en que no puedo evitar perseguir
fantasmas de luciérnagas por el pasillo,
soñando que me conducen
al seguro amarre de tu cintura.
Aunque sé
que esos restos de naufragio con que tropiezo
son tan solo el vestigio impalpable y abandonado
de aquella frágil crisálida que nunca llegó a ser mariposa...



DES NOMBRES...



Si no te nombro...
Si te nombro me arrancas las letras,
y juegas a ganar en desengaños,
y a ocultar retazos de un espejismo
que gota a gota se disuelve por mis rincones.
Si te nombro...
Si no te nombro te desvaneces,
y dejas de arañar desde el vacío,
y dejo de ser una vez más
gata que se lame las heridas.
Porque hay días
en que los versos me muerden las manos...




HIEDRA



Tengo manos de muerte que rozan tu escarcha.
Y quizá amar no sea
más que este deshacerse en guijarros y saliva.
Ser hiedra,
y piedra rota desmoronada
que se transforma,
que nos diluye
y nos une así
en una sola bruma imperecedera
que aparenta lamer un nuevo día.
No hay otro milagro que disuelva el nosotros.
Porque tú y yo somos...
esencia atemporal convertida en arena.



Magda Robles León




Magdalena Roblés León y su libro En penumbras se hizo verbo, Ancile.