jueves, 4 de julio de 2013

OTROS ACERCAMIENTOS A LA POESÍA DE HORACIO CASTILLO

Con motivo de la conmemoración del fallecimiento del poeta Horacio Castillo, y coordinado por el también poeta y escritor Alfredo Jorge Maxit, ofrecemos en las páginas de nuestro blog Ancile, una serie de semblanzas sobre su figura y obra de diversos autores, así como unas más que interesantes y singulares traducciones de poetas griegos traídas a esta sección de poesía como homenaje a Horacio Castillo y como vía de conocimiento y lectura de poetas tan importantes como Odysseas Elytis o Nikiforos Vretakos. Queden pues estas páginas de nuestro blog como sentida y admirada consideración al poeta argentino de Ensenada.



Otros acercamientos a la poesía de Horacio Castillo, Alfredo Jorge Maxit, Ancile



OTROS ACERCAMIENTOS A LA

POESÍA DE HORACIO CASTILLO


Otros acercamientos a la poesía de Horacio Castillo, Alfredo Jorge Maxit, Ancile


La fecha del 5 de julio trae -con el tercer aniversario de su fallecimiento- este nuevo intento de hacer conocer la obra poética de Horacio Castillo. Por eso el ofrecimiento de otros acercamientos a la misma. En esta selección encontrará el lector una serie de textos que pueden brindarle nuevos accesos a aquel manantial siempre fluyente.
Así podrán leerse tres poemas de Castillo homenajeados con otra creación y dos comentarios críticos y tres traducciones del poeta a tres poemas de autores griegos contemporáneos.
 Todos los acercamientos tienen como autores a poetas de La Plata. Horacio Preler, con una mirada sintética sobre toda la obra Literaria de Castillo. Gustavo Caso Rosendi respondiendo al poema “Dice Eurídice”  con su poema “Canta Orfeo”. Sandra Cornejo comentando “Visita al maestro”, lo mismo que Norma Etcheverry a “El pecho blanco, el pecho negro”. Rafael Felipe Oteriño revelando una nota íntima de aquella escritura. Guillermo Pilía advirtiéndonos de lo imposible de una interpretación unidimensional de tan honda poética. Gustavo Martínez Astorino proponiendo una lectura alegórica de la misma.


                                                                     Alfredo Jorge Maxit



Otros acercamientos a la poesía de Horacio Castillo, Alfredo Jorge Maxit, Ancile



HORACIO CASTILLO (1934-2010)



Horacio Castillo es autor de una excepcional obra poética que lo coloca entre los mejores poetas de nuestra época, circunstancia que ha sido reconocida unánimemente por la crítica literaria. Su último libro de poesía titulado Mandala fue publicado en el año 2005 por la editorial Fénix de Córdoba, en su colección El Copista.
Además, fue un relevante conocedor de la poesía griega que lo llevó a traducir la obra de Kavafis, Seferis, Embirikos, Ritsos, Elytis, Vretakos, Varvitsiotis y otros.  Por otra parte fue miembro de número de la Academia Argentina de Letras y ha realizado, además de la traducción directa mencionada, varios trabajos de investigación literaria.
Respecto de su obra poética podemos destacar dos elementos esenciales: la reflexión y el lenguaje. El primero conlleva una profunda indagación sobre sí mismo y la toma de conciencia plena de la fragilidad del hombre frente a la magnitud del universo. Ello lo coloca en un espacio mínimo y en un tiempo efímero, difícil de dimensionar desde la contingencia individual. Desde este lugar trabaja en una obra que intenta reflejar la circunstancia de ese acontecer incierto y fatalmente definitivo.
Por otra parte, el lenguaje empleado en esa labor, cuidadoso y profundo, se adapta plenamente a su contenido, con la convicción de que la poesía es el recurso que permite elaborar la exacta dimensión de su pensamiento. Refiriéndose al tema de la creación poética, Castillo afirmaba que “de lo que se trata es de separar las cualidades de un objeto para considerarlo en su propia esencia; es decir, eliminar lo contingente hasta alcanzar la claridad de lo absoluto, aligerar el peso hasta que adquiera gracia”.
Sin duda la poesía de Horacio Castillo perdurará como un hito fundamental de nuestro tiempo, por la solidez, calidad y hondura, de la totalidad de su obra.     
                          

                                                                                            Horacio Prele 



Otros acercamientos a la poesía de Horacio Castillo, Alfredo Jorge Maxit, Ancile



TRADUCCIONES DE POETAS GRIEGOS


De Odysseas Elytis
   
 EDAD DEL RECUERDO AZUL



Olivares y viñedos lejos hasta el mar
Rojas barcas de pesca más lejos hasta el recuerdo
Dorados élitros de agosto en el sueño del mediodía
Con algas o caracolas. Y aquel barco
Recién botado, verde, que lee aún en las serenas aguas del golfo
     Dios proveerá

Pasaron los años hojas o guijarros
Recuerdo a los muchachos, los marineros que partían
Pintando las velas como sus corazones
Cantaban los cuatro puntos cardinales
Y tenían dibujados vientos boreales en sus pechos.

Qué buscaba cuando llegaste teñida por el amanecer
Con la edad del mar en los ojos
Y la salud del sol en el cuerpo –qué buscaba
En las hondas grutas marinas en los vastos sueños
Donde el viento desconocido y azul
Espumaba el sentimiento, grabando en mi pecho su
    emblema marino.

Con la areno en los dedos cerraba los dedos
Con la arena en los ojos apretaba los dedos
Era el dolor-
Recuero era abril cuando sentí por primera vez tu peso humano
Tu cuerpo humano arcilla y pecado
Como en nuestro primer día sobre la tierra
Las amarilis estaban de fiesta –Pero recuerdo que te dolió
Fue una profunda marca en los labios
Un profundo rasguño en la piel allí donde el tiempo se graba
     para siempre
Entonces te dejé
Y un hálito sonoro levantó las blancas casas
Los blancos sentimientos recién lavados hacia lo alto
Hacia el cielo iluminado por una sonrisa.

Ahora tendré a mi lado un cántaro de agua inmortal
La forma del viento que sopla libremente
Y tus manos aquellas donde será torturado el Amor
Y aquel caracol donde resonará el Egeo.      



De Nikiforos Vretakos



CARTA



             A Themo Amurgui


No tengo una hoja de los viejos árboles verdes.

En este papel te escribo mi tristeza
tan leve que la lleva el viento,
tan buena y tierna que el sol no se sorprende,
noble como el silencio que camina de noche
en la hierba. Simple y pura como el agua que corre
sin que nadie adivine que nació de la tormenta ayer.

Muchos han muerto. Muchos seguimos viviendo. Todos estamos
heridos. El mundo pesa de tanto dolor.

Con el silencio del mar recibirás mi tristeza.
Te envío este eterno “no me olvides”, es una
luz plegada en una pequeña nube.

Te envío este corderito, pues estás cerca de Dios,
para que lo lleves a su verde jardín.
Te envío este niño de pie quebrado.
Álzalo hasta la ventana con el Lucero,
cerca del mundo, cerca del sueño
Cerca de tu bondad cálida como el aliento de una madre.
Cerca de la chimenea donde apoyas la mano en la frente
y sueñas con la felicidad del hambriento, del soldado, del enfermo.

Colócalo cerca de la verde bandera. Cerca del rojo
caballo. Junto a tu madre que rodeada
por los gorriones de enero teje la esperanza.
Colócalo cerca del suspiro de la amistad. Cerca, muy cerca.
Siéntalo y abre como una sonrisa la ventana
para que vea el mundo.
                                Nada más, querido Themo. Como siempre
peregrinando por la tierra del sol, te saludo
con el ala de mi pena.


De Takis Varvitsiotis


DIEZ POEMAS DE LA CÓLERA Y EL DEBER



10

Aprendimos el amor y la muerte
Viajando de una orilla a otra
Sobre la proa de un barco
Repartiendo claveles rojos
A los náufragos
Descubriendo abundantes milagros
Que no desaparecen
Aunque cerremos los ojos
Aprendimos el amor y la muerte
Siguiendo un río donde se mezclan
Sangre y luz
Tocando una trompeta
Que hermanaba a todos los hombres
Que derribaba las murallas
Y las convertía en polvo amarillentos
Aprendimos el amor y la muerte
Solos en una celda
A veces escondidos en un baúl
A veces apretados
En una franja de sol
Que podía apagar
Inclusive la mano
De un visitante indiferente
Aprendimos el amor y la muerte
Allí donde hoy reina el silencio
Entonando cantos joviales
Recogiendo con una pala la nieve
Acortando con nuestra alegría la distancia
Que separa la tierra del cielo


                                       (De: Horacio Castillo. Poesía griega moderna.
                                              Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.)
                                           

  
POEMAS HOMENAJADOS POR OTRO POEMA O
         POR COMENTARIOS CRÍTICOS

    


DICE EURÍDICE




La ansiedad me dominó, y luego la inquietud, cuando supe que venías:
horror de que me vieras así, con este tocado de sombra,
el pelo sin brillo –el pelo, que el sol no se cansaba de dorar.
Terror también de que no fueras el mismo –el que permanecía
      en mi memoria-
y al mismo tiempo curiosidad por ver de nuevo un ser vivo.
Hace tanto que nadie venía por aquí,
tanto que nadie se llevaba un alma o un perro,
que cuando oí tus pasos y tu voz llamándome,
cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando a la vida.
Después tu calor me condensó, me secó como una vasija,
y caminé por el sombrío corredor
otra vez con aquella máquina atronadora dentro del pecho
y un carbón encendido en medio de las piernas.
Caminé de tu brazo, imaginando ya la luz,
los árboles junto a los cuales caminábamos,
aquella habitación llena de espejos
donde flotábamos como dos ahogados.
Hasta que de pronto tu paso se hizo nervioso,
tu pensamiento se espantó como un caballo,
y vi que tratabas de desprenderte de mí,
de librarte de la trampa de la materia mortal.
“No te vayas –supliqué- no me dejes aquí,
déjame ver de nuevo las nubes y el sol,
suéltame por el mundo como una potranca tracia.”
Pero tú ya corrías hacia la salida,
y durante siete días y siete noches oí como llorabas,
como cantabas en la ribera del río infernal
nuestra vieja canción: “Lo lejano, sólo lo más lejano perdura.”

                                              Horacio Castillo.
                                              De Alaska, 1993.




CANTA ORFEO



La ansiedad comenzaba a oler, y la voluntad que no muere,
a medida que escarbaba buscando tu sombra. Tu sombra
de cabellera negra como ala de cuervo.
Mi conciencia sabía de la podredumbre que embarga los ojos
de los vivos ante los muertos –pero tu piel permanecía en mi memoria-.
Allí dentro, despojada de coqueterías, estabas esperándome.
Hace tanto que nadie venía por mi corazón,
tanto que nadie me acariciaba el alma como a un perro,
que cuando escuché tu quietud comencé a cantar tu nombre.
Cuando por fin te estreché, más que a ti estaba abrazando el barro
      que éramos.
Después tus huesos se hicieron sentir en mis mejillas
y mientras caminábamos, percibí que sin tus pasos
yo era un niño andando a tientas por la noche,
mi corazón cesaba de latir y se apoderaba de mis miembros
una rigidez marmórea… Mientras caminábamos,
imaginaba tus brazos estrechándome bajo aquel árbol
donde las frutas maduran por el sol. Y aquel zaguán
donde nos mordíamos como una perdición.
Hasta que de pronto tú dudaste de mí,
un tropel implacable creyó que en tu mano
no crecería la carne que había en mi mano.
No me fue mi pensamiento, Eurídice, el que se espantó
como un caballo. Es la muerte la que se desboca ante la vida.
“No te quedes aquí –rogué- no dejes que me vaya,
déjame ver de nuevo tu esternón de angustia, tu mirada rancia,
tu pelo sin viento”.
Pero ya corrías de nuevo hacia el abismo, mientras mi corazón
otra vez se llenaba con la turbulencia de una inundación.
Y sentí la necesidad de cantar, pero callé.
Mi oído en el barro escuchó atentamente tu suspiro.

Gustavo Caso Rosendi

Nota: La cursiva pertenece al cuento “Ligeia”, de Edgar Allan Poe.
                                    (En Horacio Castillo. Mitografías. Ernesto
                                                                 Girard Editor, 2009.)




VISITA AL MAESTRO



Llueve sobre colinas y jardines.
Allí, junto a la ventana, está el fuego.
Hablar o callar ¿qué es lo mejor?
Preguntar o responder ¿qué es lo peor?
Llueve sobre colinas y jardines,
el agua salmodia en la penumbra.
¿También el callar es un hablar?
¿También el hablar es un callar?
Llueve sobre colinas y jardines.
Un caballo negro viene como volando.
¿La respuesta es entonces la pregunta?
¿La pregunta es entonces la respuesta?
Llueve sobre colinas y jardines.
El silencio del cuarto es el silencio del mundo.

                     Horacio Castillo
                     De Alaska, 1993.



LA VOZ DE LO ABSOLUTO



¿De cuántas maneras debería preguntarse aquello que sólo se vislumbra en el silencio? ¿Cuál es la construcción posible que nos hace menos ajenos a la incertidumbre que habita en los otros y en nosotros mismos? Exiliado en esa especie de “pregunta preñada de preguntas” (1), el corazón del poeta se entenebrece, duda, y en el centro de una mudez que poco entiende de resplandecientes soles, interroga al enigma ensordecedor del Universo.
Como un peregrino, como un buscador “en medio del camino de la vida” (2) percibe indicios en lo perdurable de la naturaleza; ahí, en esa primaria seguridad es donde se sostiene cierta certeza, aun cuando esa certeza viene a galope de negros caballos alados.
El misterio, privilegio de lo sobrehumano, abunda en el silencio. El fuego, cálidamente instalado en un adentro, no deviene ni palabra ni instante creativo: llueve sobre colinas y jardines abandonados a la desnudez de un mundo enmudecido. La palabra no es dada. En el cuarto, el silencio. Silencio que retumba en la soledad del Ser. Ser que, en su anhelo de comprensión, pareciera no recordar que “todas las divinidades residen el en corazón humano” (3)
Quizá debería inferirse también, elípticamente, que el maestro, en este juego de imágenes espejadas, en este correlato de realidades reflejándose unas en otras, “agotado todo lo que la palabra puede expresar” (4), haga del silencio el lenguaje esencial y de cuanto calla, la voz más tersa de lo absoluto.

                                                  
                                     Sandra Cornejo


  1. Edmond Jabès/ 2 Dante Alighieri/ 3 William Blake/ 4 Sung Chic Wen
(En Horacio Castillo. Mitografías. )






EL PECHO BLANCO, EL PECHO NEGRO




Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
Al despertar tomaba el pecho blanco en su mano
y acercándolo a mis labios decía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche blanca, espesa, dulcísima.
Luego apretaba entre sus dedos el pezón negro
y colocándolo en mi boca repetía: Bebe, hijo mío,
y yo bebía una leche oscura, infinitamente agria.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
De día, sosteniendo el pecho blanco en su mano
como una paloma, susurraba: es la luz del mundo;
y a la noche, mientras exprimía suspirando
el pecho negro, prorrumpía: Es la oscuridad.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.
A veces exponía el pecho blanco al sol
y escondiendo bajo su ropa el pecho negro
canturreaba: Ésta es la leche que sacia toda hambre,
y su rostro se iluminaba con una sonrisa inmortal.
Pero mi boca buscaba otra vez el pecho negro
y tomándolo en su mano con piadosa resignación
lo ponía en mis labios diciendo: Bebe, hijo mío,
y yo bebía ávidamente la leche que da más hambre.
Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro.

                     Horacio Castillo
                     De Los gatos de la Acrópolis, 1998.



Otros acercamientos a la poesía de Horacio Castillo, Alfredo Jorge Maxit, Ancile




LA SED VERDADERA



De los dioses se decía que no era posible conocer su color porque éste indicaba el carácter insondable de su ser, así como para los antiguos egipcios la palabra color equivalía a su esencia. “Mi madre tenía un pecho blanco y un pecho negro”, dice el poeta, y si bien lo blanco y lo negro tienen infinitas simbolizaciones en todas las culturas y religiones, antiguas y modernas, es fácil reconocer que, en su mayoría lo blanco se refiere a la Vida, a lo positivo, a la luz que emana de la sabiduría mientras que lo negro nos remite a la Muerte, a lo negativo, a los enigmas de nuestra propia Sombra.
En este poema lo vital está, en principio, representado por el pecho blanco de la madre empeñada en asegurar a su hijo un camino tibio y leve, sin heridas, o, lo que sería mejor, sin misterios, sin sed de preguntas que nos enfrentan al núcleo de nuestro ser, es decir, a la inminente posibilidad de la muerte, única certeza entre lo contingente. Blanca es la leche de la Madre Tierra, dulcísima y musical, luz del mundo. Negra es la amargura de la falta. Sin embargo, el hijo, por su propia naturaleza, porque nació “con la boca abierta a lo inefable”  (como diría Castillo en “Contrapunto”, otro poema suyo que se corresponde con éste), incansablemente buscará el otro pecho. “… pero mi boca buscaba otra vez el pecho negro” –dice, cuya leche no sacia nunca porque lo que provoca es precisamente la sed de conocimiento, de verdades que jamás serán del todo reveladas al hombre, aun cuando lo constituyen o precisamente por eso.
Es la leche oscura, infinitamente agria del “deseo de los deseos”, esa condición que nos separa de los animales, que nos determina y nos tienta a buscar, a buscar siempre, y siempre algo más. Porque sólo el Todo es lo verdadero –tal la máxima hegeliana- y, sediento siempre, el hombre en su finitud busca en ambas fuentes con la ilusión de vivir una existencia completa. Y es en la “Coda o romance” de “Contrapunto”, donde Castillo nos devuelve lo blanco y lo negro ya no como antagonistas sino en la identificación al estilo romántico de la muerte con la culminación de la vida presente en Keats, en el expresionismo de Rilke, y, sobre todo, en Trackl: Un caballo blanco y un caballo negro que se intercambian monturas al final del día, luego de haber compartido el pan y el vino.
Así, lo negro y lo blanco están entre el principio y el fin de nuestra existencia, y el reflejo de ambas orillas alimenta nuestro espíritu inquieto. Es la vida que susurra y nos ilumina con una sonrisa y es la muerte siempre latente, dándole densidad y sentido a lo que nos rodea. En esa dualidad suceden los actos humanos, y es en la conciencia de ese espesor donde los poetas beben, escupen, tragan, transforman lo líquido en palabra hasta que, al final y felizmente como es el caso de Horacio Castillo, cantan.

Norma Etcheverry
                                          (En Horacio Castillo. Mitografías.)





DE ANOTACIONES,  RIGOR Y ALEGORÍA



Horacio Castillo. Retrato íntimo. Fragmento. 

Hubo épocas en que anotaba en un cuaderno el tema de los poemas que iba a escribir, mientras recolectaba las imágenes con las que emprendería la tarea. Primero estaba, pues, el núcleo a investigar; luego venía el desarrollo verbal y la puesta en práctica de la escritura; en aquél operaba de modo prioritario la emoción; durante el segundo, la agudeza era la llave para que la intuición originaria no se diluyera. Había un plan en su modo de trabajar y una artesanía en su escritura. Corregía los poemas, pero no excesivamente. Daba la impresión de que llegaban a la página ya elaborados y que una vez escritos sólo debían ser sometidos a una breve limpieza que consistía en sustituir las palabras repetidas, precisar las figuras e interlinear los versos conforme a una composición visual apropiada. Para los poemas de mayor desarrollo, el verso largo y la estrofa compacta; para los acotados a una circunstancia, la concisión epigramática del verso corto y los profusos blancos; para los decididamente más complejos, como el mencionado “Mandala”, en el que los tiempos se yuxtaponen y las funciones se fragmentan, con paralelismos y tachaduras, optó por la composición apaisajada que le permitía un desarrollo casi espacial de la escritura. Durante el proceso de redacción solía incorporar fragmentos en bruto que le llegaban como relámpagos cedidos por la casualidad. Con ellos daba carnadura a su esfuerzo para empujar la tela de lo indiscernible. Recuerdo que cuando me mostró el poema “El foso” -en el que vuelve a uno de sus temas acuciantes: el latido de la eternidad y el ansia de saber de ella-, me comentó que esa mañana se encontraba pelando unas papas todavía sucias de tierra y no dudó en darles cabida en el poema con toda su rugosa materialidad: cantábamos bajo las duchas de la luna llena, / cantábamos pelando papas infinitamente oscuras,/ cantábamos separando la uña de la carne.



                                                                                            Rafael Felipe Oteriño 


 Horacio Castillo: “un obstinado rigor”. Fragmento.

La poesía de Castillo, como se habrá comprobado, es una de las más complejas y no acepta, por lo tanto, una lectura unidimensional: hacerlo sería empobrecerla. Toda ella parecería exigir la existencia de un universo en dos planos: así como en la antigua epopeya los ríos tenían un nombre para los hombres y otro para los dioses; así como en Platón estaba el mundo de las imágenes, de lo transitorio, y el de las ideas. La poesía de Castillo parece tener su ámbito en la intersección de esas dos superficies: son los expedicionarios que escalan una montaña con el secreto deseo de alcanzar las estrellas; la palabra que se resiste a descarnarse bajo la tierra; los ojos del conocimiento que nos permiten el acceso a otra realidad que, irónicamente, es esta realidad; el navegante que se encuentra no con la tierra, sino con la luz; la persecución eterna del oso blanco, quizá uno de los tantos nombres de lo absoluto; las migraciones que viajan en la dirección de las grandes aves, de los grandes ríos, de los grandes sueños; y los sueños de telas incorruptibles, de un agua inmaculada.
En el estudio varias veces citado, Pablo Anadón señala que “hay poetas cuya obra no puede desvincularse de la existencia que le ha dado origen”, en tanto que otros responden al postulado de Eliot: “mientras más perfecto sea el artista, mayor será la separación que se perciba entre el hombre que sufre y la mente que crea”. Coincidimos en que Castillo pertenece a este segundo grupo. Su poesía no es ajena a las contingencias de su vida, personal o social, pero de tal forma ha sido transustanciada en arte que se presenta como universal y paradigmática. Son pocas, en síntesis, las cosas que perseguimos los hombres a lo largo de nuestra existencia, y para todas ellas hay palabras, hay versos, hay poemas en la obra de Horacio Casitillo: la búsqueda del Bien o de lo Bello, de lo Verdadero o de lo Justo. Y la esperanza en alguna Salvación.


                                                           Guillermo Pilía



Apuntes para una lectura alegórica de la poesía de Castillo. Fragmento.



En el tercer capítulo, “Apuntes para una lectura alegórica de la poesía de Castillo”, la refuncionalización de la Allegorie como categoría de interpretación post-metafísica, posibilita una nueva lectura de la poesía de Horacio Castillo; una poesía que no se deja designar fácilmente y que rehúsa la literatura crítica sistemática. No obstante esto, ha sido leída en el marco de una tradición de pensamiento (el pensamiento simbólico), cuyo resultado es más producto de poner en juego un conjunto de categorías estético-críticas no sometidas a examen que la adecuación de éstas al objeto estudiado. Esta lectura no hace justicia a la poesía de Horacio Castillo, tampoco a los procedimientos retóricos desplegados en su obra y, sobre todo, lo posiciona detro de la “Institución-Arte” en un lugar impropio. La lectura alegórica permitiría volver a pensar las soluciones imaginarias que su obra poética provee a la problemática del ser, en el tiempo de la metafísica cumplida, y de la verdad en términos de evidencia (el darse incontrovertible de la cosa y conformidad de la proposición a la cosa y al estado de cosas), e incorporarlos a la discusión teórica actual, ya que el paradigma del análisis ha sido la naturalización del discurso literario, como discurso propiamente simbólico, pero también permitiría una ubicación más adecuada y convincente dentro del “campo intelectual” del poeta y de su poesía.



                                                                                         Gustavo Martínez Astorino



Otros acercamientos a la poesía de Horacio Castillo, Alfredo Jorge Maxit, Ancile

2 comentarios:

  1. Ha sido deleite enriquecedor. He conocido más sobre el poeta, gracias a los ensayos sobre su obra y a sus poemas. Y como regalo adicional, esas traducciones de grande griegos. En fin, gracias, Acuyo, por esta labor encomiable e impagable. El poema del pecho negro y el pecho blanco es trascendental. Especial recuerdo me trajo la fecha de su muerte, la misma fecha de la de mi padre. Un abrazo.

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  2. Excelente! Muchas gracias, Francisco!

    Cordial saludo.

    Jeniffer Moore

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