Segunda y última entrada sobre el juicio de Sócrates por el profesor Tomás Moreno en el sección de Microensayos del blog Ancile.
EL JUICIO DE SOCRATES II:
ACUSACIÓN, PROCESO Y CONDENA
MOMENTOS
ESTELARES DE LA FILOSOFÍA: EL JUICIO DE SÓCRATES
(II. ACUSACIÓN, PROCESO Y CONDENA).
FILÓSOFO.- Es significativo que tanto la tradición ético-sapiencial, como la tradición religiosa de Occidente se
iniciarán con la "crónica" de una predicación subversiva y con las "actas"
de una ejecución sumarísima; la ética y la religión occidentales fueron
fundadas por dos hombres inocentes, reos de muerte: Sócrates y Jesús.
Las fuentes que nos han llegado para el conocimiento del
juicio, condena y muerte de Sócrates son básicamente las obras de Platón[1] ("Apología de Sócrates",
"Fedón" y "Critón") y las de Jenofonte[2], ("Apología
de Sócrates o Defensa ante el jurado", "Recuerdos de Sócrates" y
"Simposio"); puede añadirse la "Vida de los filósofos" de Diógenes Laercio[3].
Según esas fuentes los hechos sucedieron aproximadamente
así: una vez derrocado el "gobierno de los Treinta tiranos" -como
consecuencia de la revolución democrática del 403, en el año 399 a. de C.-,
Sócrates es acusado de "asebéia" ("impiedad", un delito
religioso) ante el tribunal de justicia del estado ateniense. Los acusadores fueron tres: Anito,
un político líder demócrata; Melitos,
un poeta; y Licón, un retórico u orador
público. La acusación o denuncia es redactada, según Diógenes Laercio, en estos términos: "Contra Sócrates
alopecense, delinque Sócrates por no honrar a los dioses que honra la ciudad,
por introducir nuevos "daimones" y por corromper a los jóvenes. Se le
pide: "pena de muerte".
Las motivaciones de la denuncia eran de carácter estrictamente
político y revanchista. En realidad, Sócrates era considerado como enemigo del
régimen democrático ateniense por "proespartano" y
colaboracionista con el régimen de los "Treinta tiranos" en el período de su duro gobierno
represivo, liderado, no
se olvide, por dos de sus más cercanos discípulos, Critias y Cármides que habían sido
dirigentes de ese
gobierno. Además, se decía que durante ese
régimen Sócrates había delatado a un ciudadano demócrata, siendo arrestado por
tal motivo.
Platón, según Rafael |
Las
acusaciones eran en realidad infundadas y más parecían una especie de
"tapadera" que ocultaba las verdaderas motivaciones políticas de la
denuncia. Por otra parte, la formulación "religioso-doctrinal" del
delito que se le imputaba ("asebéia" = impiedad religiosa), no se
correspondía con la tradición poco dogmática y "tolerante" de las
poleis griegas, una tradición sin dogmas religiosss ni clase sacerdotal (desde la época de los
jonios la religión mitológica griega había sido sometida a un profundo proceso
de crítica y relativización; a veces hasta de mofa o burla). No obstante, hay
que recordar, que en otras ocasiones anteriores, ese "delito" ya
había sido utilizado como instrumento de represión
política: Anaxágoras, Protágoras, Eurípides, Diógenes de Melos también habían
sido perseguidos y expulsados de Atenas por tal motivo.
En definitiva: Sócrates era un personaje molesto, casi subversivo, para el régimen democrático recién restaurado, por sus simpatías proespartanas (pues Esparta era
el enemigo máximo de Atenas en aquellos momentos) y había que escarmentar en su persona a todo su grupo de amigos y
discípulos de la oligarquía antidemocrática. Fue el "chivo
expiatorio" elegido para darles un ejemplar escarmiento...
A pesar de todo eso, fuesen fundamentados o no los
recelos de los Atenienses demócratas contra Sócrates, las acusaciones no se
sostenían en pie: porque Sócrates explícitamente aceptaba el "Nomos"
de la ciudad: sus leyes, costumbres y creencias; porque no era agnóstico ni
ateo como algunos sofistas: aceptaba los dioses de la ciudad, creía en los
"oráculos" y respetaba sobre todo los cultos délficos a Apolo, y no introdujo ningún nuevo dios en
el panteón de los dioses olímpicos (su alusión al "daimon" personal
no tenía un sentido religioso, sino picológico-moral). Porque sus enseñanzas en ningún modo
eran corruptoras de la juventud. Y porque finalmente sus doctrinas buscaban no ya la corrupción de sus
jóvenes discípulos sino todo
lo contrario, su
perfeccionamiento "moral" y "espiritual".
De lo que aconteció en el Juicio nos informan
cumplidamente, dos cronistas y testigos de excepción: Platón y Jenofonte. Ambos
coinciden en el relato objetivo de los hechos y en las palabras utilizadas por
el filósofo en su defensa, pero discrepan en la interpretación de esas palabras
y en la actitud e intenciones del maestro durante el proceso. El procedimiento judicial Ateniense constaba de
tres fases: la primera, para determinar la culpabilidad o inocencia del reo (1ª
votación); la segunda,
en la que se votaba para determinar y decidir, una vez reconocida la
culpabilidad, entre la "tímesis" (la pena propuesta por la acusación)
y la "antitímesis" (la pena propuesta por el acusado, caso de
reconocerse culpable); y la tercera, en la que se llevaba a cabo la formulación
de la sentencia o el veredicto (no había un período de "deliberación",
para evitar influencias).
Pues
bien: extraña y sorprendentemente, Sócrates fue declarado "culpable"
por una diferencia de 60 votos (280, culpable, contra 220, inocente); y, sin
embargo, será condenado en la siguiente votación, por un margen de votos
significativamente superior 140 votos (360 frente a 120). ¿Qué ocurrió, para tal cambio
de
apreciación en una parte del tribunal? La razón de ello parece que se debió a
que Sócrates renunció a fijar su "antitímesis", bien por considerase
"inocente" de los cargos que se le imputaban (es la opinión de
Platón) o bien por su actitud arrogante, altiva e insolente ante el Tribunal de
los 500, al cual llegó irónicamente a sugerir que más que un
"castigo" él creía merecer un premio y que haría bien el erario
público con concederle una renta económica de por vida. Estuvo
"retador", "provocador" con el tribunal (opinión de Jenofonte y también de Nietzsche, según el cual: fue él quien
obligó a Atenas a condenarle).
Platón en la Apología de Sócrates, una
de las obras más bellas emocionantes y dramáticas de toda la historia del
pensamiento occidental, la "mayor justificación moral del filósofo y de la
filosofía que jamás se haya escrito", en palabras de Popper[4],
nos presenta al filósofo como un auténtico héroe
trágico, que en defensa de la libertad del pensamiento se enfrenta
valientemente al poder establecido, al poder despótico del estado, e inmola
generosamente su vida. Platón
nos transcribe las extraordinarias palabras que Sócrates pronunció ante el
tribunal de Atenas en su autodefensa y en defensa de la filosofía.
En "Critón", que trata sobre la
estancia de Sócrates en la cárcel de Atenas, desde su juicio hasta su ejecución,
Platón pone todo su empeño en mostrar que Sócrates pudo haber evitado la
condena a muerte ya que simplemente
comportándose ante el tribunal como los reos normales, la pena hubiera sido
menor (destierro o multa); que incluso después de producida la sentencia pudo
huir, pues sus discípulos llegaron a sobornar para ello a sus carceleros y que
Sócrates no hizo ninguna de esas dos cosas por "lealtad" y
"respeto" a las Leyes de su ciudad que representaban, aun injustamente aplicadas, la voluntad del pueblo y que para
Sócrates eran sagradas.
Es decir: Sócrates acepta la muerte para no poner
en entredicho las leyes democráticas de la Polis: en defensa de la democracia. Condenado a muerte -a beber la cicuta- su ejecución se retrasó
cerca de un mes como consecuencia de las fiestas de Delos (en espera del
regreso de la nave que había ido a Delos) ya que en tiempos de fiesta (sagrados),
no podía ejecutarse a nadie.
En
"Fedón", finalmente, Platón nos describe emocionadamente
los últimos momentos de la vida de Sócrates, conversando serenamente con sus
discípulos más cercanos sobre la inmortalidad del alma y tratando de
consolarles al advertirles que, para el filósofo, la muerte no es un mal sino
un bien, ya que es el momento en el que el alma del hombre justo abandona
definitivamente su cárcel corporal, está libre para la
contemplación
intelectual y alcanza la definitiva liberación e inmortalidad. Entre mayo y
junio, una tarde del 399 a. de C., Sócrates bebió la cicuta.
POLITÓLOGO.- En relación con el juicio y
ejecución de Sócrates se han escrito ríos de tinta: bien para inculpar a la
Democracia Ateniense por tan lamentable hecho: el 1º de los
"estigmas" de la Democracia Ateniense; bien para, si no justificar o
exculpar, sí al menos, para explicar o entender los motivos de Atenas para tan
trágica e injusta decisión. El historiador estadounidense I. F. Stone pertenecería a este segundo grupo.
En "El Juicio
de Sócrates"[5] I. F. Stone analiza las dramáticas circunstancias en las que se llevó a
cabo la condena y ejecución del filósofo y trata de "contextualizarla"
señalando primeramente que Atenas, la Atenas en la que vivió Sócrates era
-formalmente- el régimen político más revolucionariamente participativo, más
libre, más igualitariamente democrático, más rico cultural y artísticamente de
toda la Antigüedad. Nunca se llevó tan lejos el principio de rotación en los
cargos públicos, la provisionalidad del poder, el control de los abusos del mismo[6]; nunca se intentó más eficazmente el propósito de
una democracia directa, asamblearia y plebeya, en la que el pueblo sin intermediarios
o representantes se gobernara a sí mismo[7] directamente.
En segundo lugar, que en la democracia ateniense también había "sombras"
-tan tremendas como la marginación de la mujer, la exclusión de los metecos y,
sobre todo, la existencia de la esclavitud- pero que no fueron precisamente
"esas sombras" el objeto de sus críticas y ataques. Al contrario: su
predicación irónica y cáustica, elíptica y corrosiva se dirigía directa y explícitamente
contra sus "luces", contra los supuestos básicos del régimen
democrático: que todo hombre, todo ciudadano, era competente en asuntos
políticos, tenía capacidad para juzgar, opinar e intervenir en la decisión de
los asuntos comunes de la Polis. Sin
embargo, su rechazo expreso de la Isegoría,
la Isocracia y la Isonomía -los verdaderos pilares de la
democracia- lo configuraban como su enemigo declarado. Su crítica de la
democracia no era constructiva.
Y en tercer lugar, que
Atenas, por aquella época, había sido sangrientamente maltratada por dos
guerras desgraciadas contra Persia y contra Esparta y había sufrido dos
sangrientas dictaduras oligárquicas proespartanas en plena Guerra del
Peloponeso (el gobierno de los 400 tiranos en el 411 y la de los Treinta
tiranos, en el 404), en las cuales habían tenido un gran protagonismo,
precisamente, los amigos de Sócrates. ¿No bastaba ello para alarmar a los
atenienses?, ¿no eran justificados sus recelos frente a los sedicentes
conspiradores proespartanos?. Y finalmente, que la propia actitud de Sócrates,
a lo largo de todo el proceso, no contribuyó verdaderamente a su absolución.
Sócrates tuvo en su mano una vía de
defensa eficaz que no quiso utilizar: invocar en su favor la "Isegoría" (libertad de expresión),
un derecho de todo ciudadano, amparado y
reconocido por la "constitución democrática" ("Politeia"). Y
aunque la hubiese usado, no la había invocado políticamente. En su
lugar,
utilizó expresiones no "políticas" como "isología", "parrhesía",
"eleutherostomoi" y "exousía tou legein" (expresiones
sinónimas de libertad de boca, permiso
o licencia para hablar). En ninguna
ocasión Platón puso en su boca el término "isegoría"... Si hubiera apelado a ella (un derecho, repito, consagrado en la constitución ateniense)
seguramente habría sido exculpado o, al menos, habría evitado la muerte.
Según Stone, Sócrates no recurrió a
ella, no la reivindicó políticamente, porque ello habría significado su
"acatamiento" implícito de uno los principios democráticos
fundamentales del sistema que tanto despreciaba. Su "absolución" habría
justificado a Atenas y a su régimen político. Y esta fue su
"especial" venganza. Su injusta muerte descalificaba, desacreditaba a
Atenas. Sus discípulos, por otra parte, personificarán de inmediato las conclusiones implícitas en
su mensaje político: dos "tiranos" (Critias y Cármides); dos
admiradores del régimen espartano (Jenofonte y Alcibíades); un teórico de la
clausura utópica, de la sociedad cerrada (Platón); dos apolíticos o antipolíticos:
(Aristipo y Antístenes, cirenáico y cínico respectivamente).
FILÓSOFO.- Aunque parezca convincente la argumentación de Stone que acabamos de
escuchar por parte de nuestro politólogo, en mi opinión peca de parcial e
incluso de anacrónica. En realidad, esa caracterización
política convendría más a Platón que al propio Sócrates. Sócrates más que
ideólogo político, portavoz de una minoría aristocrática y antidemocrática, fue
un moralista, un pensador ético: el descubridor de una "nueva
eticidad", ya insinuada en los Sofistas, Tucídides y Eurípides, que se
oponía frontalmente a la vigente en la Atenas de su tiempo -expresada en la clásica
ecuación "Ethos=Polis"- y en la que no había más ética que la
subordinación o sometimiento del individuo a los imperativos ético-políticos
del Nomos de la Polis y en el que la
virtud privada y la virtud pública, el buen individuo y el buen ciudadano
coincidían plenamente.
Precisamente a ello se refería Hegel en sus "Lecciones
de filosofía de la Historia Universal", cuando escribía:
"En Sócrates vemos representada la tragedia
del espíritu griego. Es el más noble de los hombres; es moralmente intachable;
pero trajo a la conciencia el principio de un mundo suprasensible, un principio
de libertad del pensamiento, del pensamiento absolutamente justificado, que
existe pura y simplemente en sí y por sí; y este principio de la interioridad,
con su libertad de elección, significaba la destrucción del estado ateniense"[8].
Karl Popper, en "La sociedad abierta y sus enemigos",
coincidirá en cierto modo con Hegel, al destacar el gran descubrimiento
socrático de la eticidad individual, así como en mostrarnos el carácter
revolucionario y subversivo de esta doctrina. Considera a Sócrates como el gran
impulsor de la fe en la "sociedad
abierta" (brillantemente defendida en la "Oración fúnebre de
Pericles" de Tucídides y fundamentada teóricamente por Protágoras en su célebre
"mito sobre de las ciencias y las artes"). Es cierto,
dice Popper,
que Sócrates fue un crítico de Atenas y de sus instituciones democráticas, y
ello puede asemejarle, de un modo superficial, a los "reaccionarios"
antidemócratas partidarios de la "sociedad
cerrada", con los que se mezclaba y a los que tenía como íntimos
amigos (Critias, Cármides, Alcibíades). Sin embargo, en su opinión, la crítica
de Sócrates era de naturaleza distinta a la de aquellos: era una crítica
"democrática" tendente a mejorar las instituciones de la Polis: una
crítica democrática de la Democracia.
Su
"lealtad" a la Democracia,
según Popper, se puso de manifiesto cuando prefirió la muerte antes que
renunciar a su libertad de conciencia y de expresión, y también cuando se negó
a huir de la patria eludiendo la prisión y la condena para no violar las
"Leyes" del Estado Ateniense, que eran "sagradas" para él
("Critón"). Defensa de la libertad y respeto a las leyes, que eran
los dos pilares en los que se apoyaba la democracia Ateniense: "Sócrates
demostraba con esto que un hombre podía morir, no sólo por el destino, la
gloria u otras grandes cosas de esa naturaleza, sino también por la libertad
del pensamiento crítico y por el respeto de sí mismo"[9].
Con la entrega de su vida, Sócrates
dejaba definitivamente "acuñado" el perfil de un "nuevo ideal
del sabio", mostrando hasta el último momento de su vida: su autodominio, consolando a sus
discípulos ("Fedón"); su sentido
del humor, indicándole a Critón que no olvidara pagar el gallo ofrecido en
sacrificio al dios de la salud Asclepio en agradecimiento por su liberación de
la cárcel del cuerpo; y su genial y dramático rasgo de ironía, al poner de manifiesto en "Critón" cómo las Leyes
de la Polis que él enseñaba a obedecer como justas, le quitaban ahora
injustamente la vida.
Tomás Moreno
[1] Platón, "Apología de Sócrates",
Alhambra, Madrid, 1985; "Fedón", BIF, Aguilar, Buenos Aires, 1960 y
"Critón", BIF Aguilar, Buenos Aires, 1966.
[4] Karl R. Popper, "La sociedad abierta
y sus enemigos", primera parte, Orbis, Barcelona, 1984, pp. 131-135 y
185-189.
[5] I. F. Stone, El juicio de Sócrates, Mondadori, 1988. Sobre el juicio de Sócrates
véanse también: Gregorio Luri, "El proceso de Sócrates", Trotta,
Madrid, 1998 y Wilmore Kendall, "El hombre ante la asamblea", Ateneo,
Rialp, Madrid, 1960.
[6] Téngase en cuenta que la "libertad
de expresión sólo se logrará en Europa con la Revolución inglesa de 1689 y en
Europa con la revolución francesa de 1789; y que el sufragio universal sólo se
logró en Europa a fines del XIX y en EEUU, a principios, con la Revolución
Jacksoniana de 1820-30, votan los pobres.
[7] Otros ejemplos serían la Comuna de París
(1871) o los primeros meses revolución soviética de 1917. Nunca en la historia
política una república plebeya como la ateniense gobernó tantos años: unos 140
años seguidos: desde el 461 (Efialtés), al 322 (conquista macedónica).
[8] Op. cit. Casi un
siglo después un filósofo español Ortega y Gasset, "El espectador",
coincidirá con el maestro alemán en el diagnóstico: "el gran crimen que costó
la vida a Sócrates fue su pretensión de poseer un daimon particular, privado".
Un trabajo detallado y que me da mucha luz sobre aquella tragedia. La dignidad, o apego de Sócrates a sus principios era proverbial, y lo pagó con su vida. Gracias, por este regalo de sabiduría. Un abrazo.
ResponderEliminarun verdadero regalo de sabiduría...
ResponderEliminarun excelente trabajo que remonta a esa historia de la filosofía y los principios.
un saludo
carlos