sábado, 20 de septiembre de 2014

GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA OCCIDENTAL: ARISTÓTELES I

Tenemos el placer de publicar, para la sección de Microensayos del blog Ancile, el post titulado Genealogía de la misoginia occidental, por el profesor y filósofo, habitual de nuestras páginas, Tomás Moreno, quien nos ilustrará de la influencia de los pensadores de referencia en la conducta misógina de occidente. Hoy (y en la próxima entrada de esta sección, toca a Aristóteles).

Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, Tomás Moreno, Ancile



GENEALOGÍA DE LA MISOGINIA 
OCCIDENTAL: ARISTÓTELES I




Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, Tomás Moreno

Genealogía de la Misoginia Occidental: Aristóteles (1)
Nadie duda de que los escritos biológicos de Aristóteles representan una de las grandes aportaciones de la ciencia griega a la cultura occidental y de que el paradigma que preside todo su pensamiento filosófico incluso en el ámbito de la política -no olvidemos que Werner Jaeger llegó a calificarlo como el biólogo de la Política- es el biologicista. Jesús Mosterín ha recordado, en este sentido, que el tema bio-fisiológico que más interesó a Aristóteles, al que más páginas dedicó, y sobre el que todavía estaba escribiendo a la hora de su muerte fue el de la reproducción[1].
En efecto, Aristóteles reunió en sus obras biológicas una asombrosa cantidad de datos acerca de la copulación, la reproducción y el desarrollo embrionario de los animales. Sin embargo, a la hora de explicar los hechos, sus principios especulativos se impusieron a las observaciones empíricas y le llevaron a veces a peregrinas conclusiones, como en el caso del papel de los sexos en la concepción. padre transmitía su herencia, y sólo su esperma contenía gametos. La madre se limitaba a recoger ese esperma en su seno y a proporcionarle materia y alimento[2].
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Werner Jaeger
Para Aristóteles, por ejemplo, sólo el
La cuestión de la diferencia entre los sexos que Aristóteles afronta sin reticencias en todos los registros de su pensamiento -desde el metafísico al físico, desde el biológico al económico y moral[3]- está presente en su obra por todas partes  y en todos los niveles de su discurso y desde ella postula dogmáticamente la natural e inevitable subordinación e inferioridad de la mujer respecto al hombre.
En De la generación de los animales, Aristóteles inicia su investigación afirmando que los principios básicos de la generación son el factor masculino (macho) y el factor femenino (hembra); el masculino, como portador del principio del movimiento y la generación y el femenino, como portador del principio de la materia[4]: “El macho y la hembra son los principios de la generación, el macho como poseedor del principio impulsor y generador, la hembra como materia”[5].
En el esquema ontológico categorial aristotélico la oposición materia/forma es esencial. En efecto, la metafísica de Aristóteles plantea una dicotomía  de contrarios -lo femenino es lo contrario a lo masculino - y entiende que lo contrario es la privación de lo no contrario, y que esa privación es incapacidad para llegar a ser lo no contrario (Metafísica 1055 b 15-20) [6].
Lo es también a la hora de diferenciar a los dos sexos: Aristóteles define la naturaleza y la función de los sexos por unas oposiciones binarias: capacidad/incapacidad, activo/pasivo, forma/materia. Lo masculino es la medida del ser humano. Lo masculino se asocia a capacidad y lo femenino a incapacidad (D. G. A. 765 b 8-15); lo femenino es pasivo y lo masculino activo, por lo que el principio del movimiento viene de él (D. G. A 729 a 12-14); lo que aporta lo masculino a la la forma y la causa eficiente, mientras que lo femenino aporta lo material -lo que la hembra aporta no puede ser semen sino materia: la sustancia natural del flujo menstrual o “materia prima” (D. G. A. 729 a 9-11); lo femenino es inferior, y lo masculino superior (D. G. A. 732 a 3-8).
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Como vemos se enfatiza y destaca siempre la preeminencia que, para Aristóteles, tiene la causa formal sobre la causa material, o lo que es lo mismo en este respecto, del macho sobre la hembra. Del macho, que es el iniciador de la generación, aquel que engendra en otro, y de su esperma, que contiene la forma o plano de lo generado, proceden las determinaciones de la cría. De la hembra, que engendra en sí misma, procede la materia. El macho es activo, como lo es el carpintero, iniciador o impulsor del cambio; la hembra, es pasiva, como la madera, materia o sustrato del mismo y en cuyo seno se forma el mueble por efecto de la acción del carpintero y con la estructura que éste le proporciona[7].
Es el padre, por lo tanto, el que engendra propiamente, porque da forma, mientras que la mujer se reduce a ser “materia” (hyle), necesitada de recibir la forma o el “èidos” del varón. De este modo, el varón queda identificado con la forma y la razón, y la mujer con la materia y la naturaleza. Por tanto, podemos ver que Aristóteles, en la relación varón/mujer, subordina sistemáticamente la alteridad femenina a la única forma o identidad plena y lograda, la masculina, como consecuencia de una desigualdad cuantitativa, de una privación con respecto a ésta. En todos los registros de su discurso, la diferencia femenina cualifica a la mujer como un ser inferior, deficiente, fallido, que sólo encuentra en la identidad viril el modelo de perfección.
Sin embargo, ¿cuál es verdaderamente la naturaleza de la alteridad u “oposición” femenina? En su argumentación del Libro IV De la generación de los animales, Aristóteles, después de haber discutido las doctrinas de los predecesores (Anaxágoras y Empédocles), establece la cuestión de la reproducción sobre la base de la oposición entre calor y frío, seco y  húmedo, activo y pasivo, forma y materia, connotando el calor como masculino y la frialdad como femenina[8].
Y ello es así porque una premisa fundamental de la biología de Aristóteles es que el calor es el principio fundamental de la perfección de los animales. Los alimentos que comemos, mediante cocciones sucesivas, se van transformando en sangre y en otros tejidos. El menstruo  es un residuo de dichas cocciones que, en la hembra embarazada, se utiliza como material para la formación de la cría la menstruación). Este residuo se produce porque las hembras no son capaces de llevar el proceso de cocciones sucesivas hasta su extremo, como los machos, que en su última cocción o destilación de la sangre produce el esperma. Sólo el esperma transmite forma y actividad: el esperma no aporta ninguna materia al feto. Es puro pneuma, soplo, forma.
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Jesús Mosterín
(
El calor sirve, pues, para desarrollar la materia. Cuanto más calor pueda generar un animal, más desarrollado será. Y el animal que tenga menos calor será más débil (D. G. A. 727 b 33). El animal varón/macho, con su calor, es el que puede realizar la cocción de la sangre y transformarla en semen, que contiene el principio de la forma. En cambio, la mujer, por insuficiencia de calor, no puede realizar esta cocción. Las mujeres, por su naturaleza fría, son incapaces de alcanzar la temperatura requerida para producir el esperma/semen, y por ello, en el proceso de la procreación, está reducida a ser simple materia, receptáculo. El “semen de la mujer”, deficitario en comparación con el del hombre, demuestra empíricamente que la mujer no tiene suficiente calor[9].
Para Aristóteles la mujer es, pues, el resultado de un defecto de calor en el proceso de gestación, resultado de una incapacidad como para concentrar y “cocer” su semen (D. G. A. 726 b 30-31). Eso significa que son menos perfectas, que son animales imperfectos. Aristóteles explica la debilidad de la constitución femenina con la humedad y la frialdad, provocadas por la pérdida de sustancia sanguínea que sufren regularmente las mujeres, mientras que los hombres sólo pierden lo sangre porque lo  eligen, en determinadas ocasiones, por ejemplo en la guerra. Sin embargo, las mujeres “sufren” las pérdidas de sangre sin poderlas controlar. En esta desigualdad está la matriz de la valencia diferencial entre los sexos y se manifiesta la voluntad de controlar la reproducción por parte de los varones
La figura masculina se constituye así como netamente positiva, mientras que la imagen de la mujer aparece como obtenida de la del varón con un procedimiento de privación o disminución física (D .G .A. 775 a, 14-16). Para no resquebrajar la unidad de la especie, no será un el macho es el “hombre verdadero”, incluso en el sentido zoológico, y que la hembra constituye una variante defectuosa de este paradigma. Para el Estagirita la mujer es explícitamente una “enferma natural”.
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Así que la mujer es un hombre defectuoso o subhombre, un varón fallido o truncado, un hombre mutilado (D. G. A. 737 a 27-28), pues si su desarrollo en el vientre hubiera ido bien, habría sido hombre. Es semejante al niño incapaz de crecer[10]. La mujer ve así transformada su “oposición” al varón en una anomalía de la especie -cuya reproducción de macho adulto a macho adulto puede tolerar el estadio intermedio temporal de la infancia, pero no la desviación del eje teleológico de que es primer signo lo femenino.
Ahora bien, la cuestión es que Aristóteles no estaba sólo describiendo e intentando explicar las diferencias entre hombres y mujeres, sino incluso que las variaciones biológicas son vistas como defectos de la mujer (D. G. A. 727 a 24-25). La gestación de un feto que pasa a convertirse en hembra es vista también como un fallo, anomalía o error de la naturaleza (D. G. A. 767 b 8-9). Se debe a un principio de monstruosidad, a un “desvío del prototipo” (D. G. A. 766 a 17-21). La “forma plena” del ser humano es la masculina. Así, cuando un hombre engendra una niña en lugar de un niño, nos encontramos con una desviación (parekbasis) en relación a la norma, a la esencia de la especie[11].
La mujer constituye de hecho el primer escalón en el camino descendente que conduce del hombre al animal y del animal al monstruo. A la inversa, el monstruo no es sino una especie de “mujer empeorada”. El hecho de que la mujer tenga menos dientes que el hombre -hecho debidamente observado (¡sic!), si creemos a Aristóteles- ¿no prueba con creces que se encuentra muy avanzada en el camino de la teratología animal?  Pero dice que la monstruosidad de la mujer es necesaria para la reproducción de la especie (D. G. A. 766 b 28-33). Aunque defectuosa y anómala, la mujer debe existir para que el hombre, privado de su terrena materialidad, de su infantil impotencia, pueda ser verdaderamente un hombre. Y para que por medio de la reproducción sexual nazcan otros hombres[12].
En Aristóteles son numerosísimos los textos que intentan justificar esta conceptualización diferenciada de la mujer respecto al hombre mediante consideraciones de orden fisiológico y cuantitativo: el que la mujer tenga menos calor significa que la mujer es más pequeña y débil que el hombre y que por esto las mujeres viven menos que los hombres, que es más blanda,  menos musculosa. Asimismo, tiene un cerebro más pequeño: incluso cuando la argumentación, que él criterio cuantitativo del más y del menos, podría ser favorable a la mujer, como en el caso de los senos, que, evidentemente, son más gruesos en la mujer, Aristóteles encuentra el modo de demostrar la superioridad masculina. En este caso hace intervenir el criterio de la firmeza y la musculatura de los tejidos, para que, también aquí, la mujer resulte inferior al varón. Es menos agresiva y tiene menos iniciativa,  menos capacidad para defenderse, y necesita menos alimento (Historia de los animales 608 b 9-13). Su cuerpo es cóncavo y frío, su embrión se forma a la izquierda del útero, su semen es débil: leche y menstruación forman un peculiar sistema hidraúlico con diversas aperturas; para los ginecólogos del siglo V sufre de un mal “histérico” que le es connatural junto con el útero, y cuya única terapia son el falo y el parto.
Genealogía de la misoginia occidental, Aristóteles, Tomás Moreno, Ancile
 Como podemos fácilmente inducir, de todo ello, la demostración de la inferioridad de la mujer es, en Aristóteles, sistemática y constitutivo-natural, y atraviesa de un extremo a otro el “corpus” de su saber y se manifiesta en todos los planos de su ser: la define siempre, en consecuencia, en términos de laguna, imperfección, insuficiencia, carencia, privación. Así pues, del examen de esas las diferencias biológicas entre los sexos, el Estagirita encuentra que se pueden asociar diferentes rasgos caracteriológicos a mujeres y a hombres por esas diferencias, es decir, que se les puede atribuir diferentes naturalezas por razón del sexo.
En efecto, para Aristóteles al ser el alma inseparable del cuerpo -pues la forma no puede existir separada de la materia y el alma es la forma del cuerpo (“Sobre el alma” II. 1)[13]-, ésta determina no sólo su configuración corporal sino sus rasgos y características afectivas y emocionales: la mujer es más compasiva que el hombre, llora más fácilmente, es más celosa, más apta para regañar, más negativa al ver las cosas, más desvergonzada, más falsa al hablar, más engañosa, y tiene mejor memoria, le cuesta más pasar a la acción. Estas deficiencias bio-fisiológicas de las mujeres afectan también a su capacidad intelectual y a su carácter moral[14]. La conclusión, obviamente, deja a la mujer en una posición inferior: el hombre es más virtuoso, valiente, recto y, en pocas palabras, mejor que la mujer. (Continuará).


                                                                                                                    Tomas Moreno





[1] J. Mosterín “Historia de la Filosofía. 4. Aristóteles”, Alianza Editorial, Madrid, 1984, p. 261. Él fue el primero-señala Mosterín- en distinguir los caracteres sexuales primarios de los secundarios, en señalar que la determinación del sexo se sitúa ya en el primer estadio del desarrollo del embrión, en describir correctamente el funcionamiento de la placenta y del cordón umbilical, etc. En Historia de los animales reunió una serie de descripciones que sería luego sistematizada y explicada en su última obra, De la Generación de los animales, dividida en cinco libros. El libro I trata de la reproducción en general, los órganos genitales, el esperma de los machos, la leche materna de las hembras y el papel respectivo de los dos sexos. El libro II examina la reproducción de los animales vivíparos, es decir, que paren crías vivas directamente. El libro III la examina en los animales ovíparos (que ponen huevos) y en los invertebrados. El libro IV es un tratado de embriología, y el V trata de los caracteres congénitos.
[2] Ibíd., p. 262.
[3]Incluso en el plano cosmológico: puesto que Aristóteles, termina por proyectar la separación de macho y hembra a una escala cósmica: “también en el universo es habitual considerar la naturaleza de la tierra como hembra y madre, mientras que se conceptúa al cielo y al sol (…) en calidad de engendradores y padres” (D. G. A. 756 a 4).
[4] Para llegar a entender cualquier cambio (y la generación de un animal lo es) Aristóteles recurría a una serie de factores explicativos (o causas, aitía), entre los que se encontraban la causa material, la causa formal, la causa eficiente y la causa final. Sin su teoría de las causas nada podría entenderse ni explicarse.
[5] Peri zoion genéseos, I, 716a 4, (De la generacion de los animales, en adelante D. G. A.) La edición clásica de las obras conservadas de Aristóteles es la publicada por la Real Academia Prusiana con el título de “Aristotelis Opera”, en 5 volúmenes, entre 1831 y 1870. A esta edición se remiten todas las citas que desde entonces se hacen de Aristóteles. Las ediciones en castellano de estas obras son La reproducción de los animales, Gredos, Madrid, 1994; Historia de los animales, Akal, , 1990; Partes de los animales, Gredos, Madrid, 2000.  La mejor traducción española de la otra gran obra biológica de Aristóteles es la de Tomás Calvo, Aristóteles: Acerca del Alma, Ed. Gredos (Madrid, 1978).
[6] Como señala WandaTomassi, este esquema de argumentación atraviesa los textos de Aristóteles de principio a fin. Lo encontramos en la parte central de la obra del Estagirita, en el libro X de la “Metafísica”, donde el filósofo se plantea el problema de si hay que reconocer o no la diferencia de “especie” (eidos) entre varón y hembra. Él sólo dispone de dos categorías para construir sus clasificaciones, la de género (“gènos”: nacimiento, estirpe, grupo que se reproduce) y la de especie’(èidos” o forma distinta de otras formas). El filósofo excluye, pues, que la diferencia sexual haya que concebirla como una diferencia de forma (èidos), aunque tampoco la rebaja considerándola una diferencia accidental. Escoge una posición de compromiso: la diferencia entre le varón y la mujer concierne, dice, “a la materia y al cuerpo”.
[7] “La hembra, en cuanto hembra, es el elemento pasivo, y el macho en cuanto macho, el elemento activo, del que procede el principio del cambio…, de tal modo que el producto único que se forma de ambos es como la cama que se origina a partir del carpintero y de la madera” (D. G. A.. 729 b 12).
[8] Para Aristóteles en la jerarquía de los seres -en función de la cual los animales sanguíneos se encuentran por encima de los animales que carecen de sangre, y el hombre a la cabeza de los animales sanguíneos- la mujer aparece como inferior al hombre ya que no participa tanto como él de lo caliente y de lo seco.
[9] La concepción de Aristóteles es monoseminal: identifica el semen masculino con la menstruación femenina como deficiencia de aquel (“D. G. A. 727 a 3-4). El semen es blanco y aparece en poca cantidad, la menstruación es roja y abundante. Aristóteles cree que el semen viene de la sangre, que ha sufrido una transformación (alcanzar el color blanco y reconcentrarse en densidad) debido al calor que hay en el hombre.
[10] “Hay semejanza, incluso de forma, entre un niño y una mujer, y la mujer es como un hombre estéril. La hembra está marcada por la impotencia: no es capaz, a causa de su naturaleza fría, de realizar la cocción del semen a partir del alimento básico, es decir, la sangre” (D. G. A. 728, a, 17 y ss).
[11] La procreación de hijas se debe, pues, a una imperfección o anomalía, a una impotencia parcial del semen masculino que, cuando es completo, solo tendría que engendrar hijos varones. Cuando hay debilidad en el varón y la materia (lo femenino) no está dominada, entonces falta la forma (que es siempre de origen masculino) y prevalece la animalidad, es decir, se da paso al monstruo, de la cual la mujer es el primer grado, mientras que en los sucesivos grados se encuentran los gemelos y otras anomalías de los recién nacidos.
[12] Necesaria, pues, porque es indispensable, al igual que en la “Política” (III, 5) son indispensables para la ciudad los trabajadores manuales y los esclavos, pero que no por ello son verdaderos ciudadanos.
[13] Aristóteles divide las facultades del alma en cinco partes. De menos perfecta a más perfecta serían: la nutritiva, la sensible, la apetitiva, la motora y la intelectual. Aunque creía que todos los seres vivos tenían alma, no creía que todos tuvieran todas estas facultades. La mujer sí tiene las cinco partes del alma, pero no en los mismos grados que el hombre Piensa que el hombre al tener más calor, tiene más intelecto, y que la mujer, al tener menos calor, tiene el intelecto imperfectamente desarrollado (G.A. 744 a 29-30 y Partes de los animales 648 a 9-14).
[14] “Los cuerpos de las mujeres prueban que éstas tienen un carácter cobarde y blando, con sus cabezas pequeñas, rostros y cuellos finos, torsos, rodillas débiles, caderas redondeadas y pies pequeños” (Fisognómica: 809b 3-10).



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